21.12.09

Cuento de Navidad

Desde tu habitación les oyes cuchichear:

-Ya debe haberse dormido.

-Voy a bajar al coche.

Así que este año los regalos están en el coche. El año pasado los escondían en el trastero.

Acabas de cumplir ocho años. Desde hace tres, vienes haciendo creer a tus padres que aún crees en los reyes de oriente.

Ahora entran en tu dormitorio. Te haces la dormida.

Andan con sigilo, sin hacer ruido, como furtivos temiendo ser sorprendidos “in fraganti”. No dicen nada, seguramente se comunican por gestos.

Dejan cajas en el suelo, meten caramelos en los zapatos que dejaste, vacían el agua del cuenco que pusiste (“para que beban los camellos” -aunque sabes que no vendrán camellos, ni pajes, ni reyes…-).

Misión cumplida. Los agentes secretos de la felicidad salen de tu cuarto. Están entusiasmados, otro año más.

Y mañana te tocará actuar de nuevo: hacerte la ingenua, fingir que te sorprendes. Con sólo ocho años y ya actriz consumada (“mirad lo que me han traído los reyes”; “anda, pero si los camellos se han bebido toda el agua…”). Como el año pasado. Y como el anterior.

Porque tienes ocho años y desde hace tres sabes que la única magia es la emoción de tus padres: el brillo de sus ojos, la alegría de sus caras (de repente infantiles, más de niño quizá que la tuya).

Y por eso te niegas a decir “lo sé todo”. Sí: por eso te resistes a amputar su ilusión.

18.12.09

Guerra y paz

Nació en 1935, de modo que sus primeros recuerdos coinciden con el inicio de la guerra, cuando acababa de cumplir cuatro años. Son recuerdos de sirenas que alertaban, de carreras en los brazos de su madre para alcanzar el refugio, de estruendo de bombas, de casas derruidas… Son sus recuerdos primeros y también los siguientes. Porque en los años posteriores siguió habiendo alarmas, bombardeos, cascotes, ruinas. Siguió habiendo gente que al oír un zumbido miraba al cielo y decía “es de los nuestros” o “es enemigo”. En las conversaciones de los adultos nunca faltaban las palabras “soldados”, “frente”, "ofensiva", “batalla”…

En ese ambiente fue creciendo y cumpliendo años. Acaba de cumplir diez. De ellos ha pasado seis, desde 1939, en guerra: casi toda su vida consciente.

Y por eso, ahora que estamos en 1945, al oír que la guerra ha terminado se le hace difícil hacerse a la idea:

“Así que la guerra no es lo normal, lo natural. Así que puede haber vida sin obuses, sin bombas, sin refugios, sin pánico… Puede haber vida sin guerra. O sea, que la guerra no es inseparable de la vida. Qué raro”.

16.12.09

De cuando estuve loco

Ya sabéis que se me fue la olla. Oí los gritos de un muchacho al que un labrador había atado a un árbol. El labrador estaba azotándolo con saña. Yo intervine y le dije:

—Me parece mal que azotes a quien no puede defenderse. Sube a tu caballo y coge tu lanza, que te haré ver que eso que haces es de cobardes.

El labrador me respondió:

—Este muchacho al que estoy castigando es mi criado. Me sirve guardando una manada de ovejas, y es tan descuidado que cada día me falta una. Y porque castigo su descuido dice que lo hago por no pagarle el sueldo que le debo. Y miente.

—¿Miente? —dije yo—. Me dan ganas de atravesarte con esta lanza. Págale inmediatamente, y desátalo.

El labrador bajó la cabeza y desató al muchacho.

Pregunté a éste cuánto le debía su amo. Contestó que nueve meses, a siete reales cada mes. Calculé que sumaban 63, y mandé al labrador que se los pagase, si no quería morir por ello. Él replicó que era menos lo que debía porque había que descontar tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le hicieron estando enfermo.

—Bien está todo eso —repliqué yo—, pero que los zapatos y las sangrías compensen los azotes que sin culpa le has dado; porque, si él rompió el cuero de los zapatos que le pagaste, tú le has roto el de su cuerpo; y si le sacó sangre el barbero estando enfermo, tú se la has sacado estando sano.

-El problema -dijo el labrador- es que aquí no tengo dinero: que venga el muchacho a mi casa y allí se lo pagaré.

—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. No, señor, porque en cuanto me vea solo me arrancará la piel.

—No hará tal cosa —repliqué yo—: basta con que yo se lo mande para que cumpla lo que le digo; y si él me lo jura por ley de caballería, le dejaré ir libre y consideraré asegurada la paga.

—Piense, señor, lo que dice —insistió el muchacho—, que mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo, vecino de Quintanar.

—Importa poco eso —respondí yo—. Porque, si no paga lo que debe, volveré a buscarle y castigarle, y he de encontrarlo aunque se esconda como una lagartija. Que para eso soy don Quijote de la Mancha, deshacedor de agravios y sinrazones.

Y, tras decir esto, me marché de allí.

Y el resto también lo sabéis: Que, en cuanto me alejé, el labrador volvió a atar al muchacho a la encina y le dio todos los azotes que quiso.

En fin, ya sabéis que hice todo eso. Que me equivoqué. Y que actué así porque se me fue la olla.

De acuerdo. Pero lo que no voy a aceptar es que lo sensato habría sido no hacer nada: dejarlo estar, pasar de largo.

No. No voy a sustituir una locura por otra.

15.12.09

Baeza

Apenas le interesaban la literatura y la filosofía. Sólo coincidía con él en su pasión por la naturaleza y en el desaliño indumentario. Sus conversaciones trataban sobre todo de árboles y plantas. Le asombraba que un profesor de francés supiera tanto de álamos, acacias, encinas, cipreses, olmos... Le oía como a un entusiasta de la botánica. Eso decía, aunque yo no me lo creo. En medio, alguna alusión dolorida a Leonor, su desplome reciente. Entonces era sólo un compañero de claustro que componía versos, no el escritor afamado que fue después. Me contó que le había dejado ver algunos de sus poemas, escritos a mano, parte de los cuales apareció luego en la segunda edición de Campos de Castilla. También decía que una vez leyó una frase cenital, un verso suelto en una hoja suelta, entre sus papeles. Tuvo que ser antes de 1919, fue entonces cuando dejó aquel Instituto. Eso significaría que dispuso de veinte años para continuar el poema, pero no lo hizo. Puede que no quisiera seguir, que no encontrara palabras a la altura del arranque; o puede que, simplemente, sea un epílogo acabado, completo e inédito durante dos décadas. El verso al que se asía en el último derrumbe, “estos días azules y este sol de la infancia”.

14.12.09

Soy así de mediocre

No piense que le juzgo, señor Gandhi, pues no hay nadie en la Tierra con derecho a juzgarle. Tendría yo que despojarme ahora de la toga, el birrete, las puñetas, los rizos y bajar de mi estrado o pedestal para que usted, desde su pureza, me juzgue y me condene como al resto de la humanidad. No, señor Gandhi, ni le juzgo en mi nombre ni en el del Imperio Británico. Simplemente encajo unos hechos en unas leyes (como un silogismo, Mahatma: soy así de mediocre). Y como son leyes injustas, también lo es mi decisión. En fin, yo no puedo mirarle a los ojos, pero usted sí. Así que (se lo ruego) míreme y, antes de que por orden mía le lleven a la cárcel, concédame su bendición.

11.12.09

Qué lejos de aquella copla

Tras poner el punto final a su novela, iniciada años atrás, se asomó al patio de luces para sentir el fresco. Justo en ese instante una voz con acento andaluz, procedente de algún apartamento, entonó a modo de copla:

No canto pa que me escuchen
ni pa sentirme la voz.
Canto pa que no se junten
la pena con el dolor.


Oído lo cual, el escritor exclamó: “Eso sí que es literatura”. Y aunque el primer impulso fue quemar su novela, finalmente optó por guardarla en un cajón bien hondo.

10.12.09

Oración

…esta segunda inocencia
que da el no creer en nada
(A. MACHADO)



Oh Dios, concédeme la pureza de los santos incrédulos. De aquéllos que no creen en juicios finales, ni en vidas de ultratumba, ni en resurrecciones, ni en eternidades, ni en salvaciones, ni en condenas... Concédeme (te imploro) la excelsa perfección de aquellos santos laicos. De aquéllos que no piensan en cielos ni en infiernos. De aquéllos que gratuitamente, sin creer en tu existencia ni esperar nada de Ti, eligen ser buenos.

9.12.09

Profecías

Dice “Este fin de semana habrá alrededor de 900 accidentes de tráfico”. Se producen 881.

Ve un colegio y dice “De esos 500 niños que juegan en el patio, entre 1 y 3 de ellos pasarán por la cárcel”. Unas décadas después encarcelan a 2.

Dice “El año próximo morirán de hambre más de 100.000 humanos”. Mueren más de esa cifra.

Ante lo cual, ella –Estadística, Demoscopia, Prospectiva…, como se llame- se crece y proclama: “No tenéis nada que hacer. No podéis conmigo. Soy más fuerte que todos vosotros”.

Y sabemos que no es así, que en esto último yerra. Que no estamos sujetos a sus augurios. Que nuestro comportamiento pasado no tiene por qué regir nuestro comportamiento futuro. Que, si lo afrontáramos como un reto, sus predicciones fallarían. Que, si en verdad nos lo propusiéramos, no se saldría con la suya.

Pero no somos capaces de demostrárselo.

4.12.09

Espeluy

Tarde plana en el tren. Vagón de no fumadores. Se incorporan viajeros. Se animan a hablar. Uno dice que viaja para poner orden en un asunto de familia, ajustar cuentas con alguien y dar un escarmiento.

Al acercarse a su destino afloran nervios. Saca un cigarro, lo enciende.

Miradas de soslayo, murmullos. Uno le recuerda que no puede fumar. Los demás se unen, forman un grupo, le exigen que apague el cigarro.

Tensión.

El hombre se levanta, planta cara al grupo, les reta a decidir quién va a quitarle el cigarro.

Viaja también una madre con su bebé. Esta mujer dirige al fumador una mirada tierna, como la que mostrará a su hijo cuando un día le sorprenda en medio de una travesura. El niño también mira al fumador, y le sonríe.

El hombre apaga el cigarro, se sienta. Vuelve la calma.

Tras el viaje dos personas estrechan sus manos, comparten perdón.

2.12.09

Un poco de coherencia

Aún sigue, en la casa de sus padres, el libro de las tapas verdes: “Pinocho. Por Carlo Collodi”. Es el primer cuento que leyó, hace veinte años.

Busca la página donde el hada dice:

-Estoy viva, Pinocho. Te hice creer que había muerto de pena para que te arrepintieras de tus malas acciones. Has hecho sufrir mucho al pobre Gepetto.

Y ahora, antes de donar el libro a una biblioteca, va a perpetrar el sacrilegio. Tacha la respuesta de Pinocho y en su lugar escribe lo que siempre pensó que el muñeco debió contestar:

-De acuerdo, señora hada, he sido malo. Pero no veo bien que, habiéndome prohibido mentir, me haya hecho creer que usted había muerto. Me parece muy mal que, después de haber dispuesto que mi nariz creciera cada vez que yo mentía, me haya engañado de este modo. No entiendo que, habiendo ordenado a un niño (¡qué digo a un niño, a un trozo de madera!) decir siempre la verdad, incumpla usted sus propias reglas.

1.12.09

En su piel

Te han detenido por tu origen, tu raza.

Te han llevado a la cárcel.

Te han trasladado luego a un recinto rodeado de alambradas.

Te han alojado en un barracón, con otros hombres como tú hacinados en catres de tres pisos.

Te han forzado a trabajar doce horas diarias, pese al hambre y el frío.

Te han obligado a aparentar fortaleza porque es la única forma de conservar la vida.

Cuando han visto que escupías sangre te han llevado delante de un médico.

Te ha examinado, ha escrito algo en un papel y te han sacado de allí.

Ahora te están conduciendo a otro sitio. Ya te imaginas dónde.

Pero no, no es así. Todo esto es real, pero no te ha pasado a ti, ni a mí, sino a otra persona. A otras personas.

La ruleta del “quién naces - cuándo naces - dónde naces” designó otras víctimas. (¿No es el azar quien hace nacer de una raza o de otra, en Alemania o en España, en 1910 ó en 1980…?)

Qué alivio que no hayamos sido nosotros. Podríamos haberlo sido –haber estado allí, ser ellos- pero no.

Qué suerte la tuya y la mía. Qué gran suerte, ¿verdad?

30.11.09

Sólo yo sobro aquí

Noviembre en el campo. Mosaico de ocres, pardos, castaños. No hay palabras para todos los marrones (o a lo mejor sí pero yo las ignoro), para todos los amarillos, para todos los grises… Hojas que aún cuelgan de las ramas, hojas caídas: dispuestas a ser suelo, barro otra vez. Ha de haber animales guarecidos en las oquedades de la tierra y de los árboles. Sólo se ve, cruzando por encima, alguna uve de pájaros emigrando a otros sitios. Rumor del río. Humedad que asciende cuerpo arriba.

Sólo yo estoy de más (¿por qué he venido?, ¿por qué me he sentado, a escribir, en el suelo?). Sólo yo desentono. Sólo yo soy intruso. Sólo yo sobro aquí.

Me marcho pronto para no estorbar.

27.11.09

Final de trayecto

Uno escribió “apenas tenía imaginación, pero inventó cuentos junto a mi cuna”.

Otro escribió “compartió conmigo su luz y su alegría”.

Otra escribió “cuando ya no tenía fuerzas para nada, aún sacaba fuerzas para mí”.

Otra escribió “toleró mis errores”.

Otro escribió “respondió a mis gritos con palabras suaves”.

Otra escribió “después de engañarla, volvió a confiar en mí”.

Y cada uno plegó varias veces su papel hasta hacerlo pequeño y entre todos, silenciosamente, los colocaron sobre aquel cuerpo. Y al trasladarlo tuvieron gran cuidado de que ninguno de los papeles se cayera, porque sin ellos el lívido despojo perdería su textura.

26.11.09

Pretérito perfecto

¿Recuerdos que le pesan? ¿Recuerdos que le hieren?

¡¡¡ No sufra más !!!

Artesanos del Recuerdo (*) reemplaza esos archivos.

A diferencia de otros productos, Artesanos del Recuerdo no elimina vivencias, sino que las sustituye por otras que usted elija. Artesanos del Recuerdo retira las neuronas que albergan impresiones molestas, las reemplaza por otras y recompone las sinapsis implicadas. De este modo usted no sólo no recuerda lo que no quiere, sino que sustituye esos registros por otros de su elección.

Artesanos del Recuerdo no cambia memoria por olvido, sino que reemplaza los recuerdos aciagos por otros felices.

¿Usted quería que algo pasara de una forma pero pasó de otra? No importa: nosotros le implantamos lo que quiso que ocurriera.

A partir de ahora puede mandar en su memoria: recordar lo que quiera y como quiera, haya pasado o no.

(*) Artesanos del Recuerdo es una marca del grupo CerebroEscultura.

25.11.09

Baldosa

Necesitas pedir perdón. Sabes que te sentirías mejor después de decir disculpa, lo siento. Y sin embargo hay una fuerza dentro que se opone. ¿Cómo se llama esa resistencia? Puesto que no tiene nombre, podríamos llamarla baldosa. Así sería más sencillo pisarla, cruzar por encima y decir perdona.

23.11.09

La zona oscura

La intimidad de los muertos. Secretos guardados en sus armarios, papeles, estantes... La parte de ellos que ni siquiera revelaron a sus íntimos.

El cajón de la mesa donde trabajaba Javier.

De un sobre extraes la foto amarillenta de una muchacha, probablemente su primer amor; un collar de cuero con el nombre de “Rayo”, el perro de su infancia; y un plano.

Un plano, sí. Un croquis del barrio en que vivías con tus padres: tu casa, las calles próximas, la plaza donde aparcabas el coche.

Anotaciones junto al plano: “Suele llegar a la plaza a las nueve. Cuando ella cruce de acera y antes de que suba a su coche, girar marcha atrás hacia la derecha. Conviene que la chica vea el golpe. Asegurarme de que golpeo el faro. De inmediato bajar y decirle: -¿Es tuyo el coche? Vaya, lo siento, he roto el faro. Perdona, ahora tengo mucha prisa. Pero esta tarde te llamo y arreglamos lo del seguro. No olvidar pedirle el teléfono. Después llamarla y quedar en una cafetería.

La chica” eres tú.

Veinte años sin contártelo, haciéndote creer que vuestro primer encuentro fue casual. Disfrutabas diciendo “nos conocimos por casualidad: gracias a que Javier rompió el faro de mi coche”. Y sin embargo no fue un accidente. Él lo había planeado con detalle: dónde girar, dar marcha atrás, un golpe en el faro… “Perdona, lo siento, qué despiste. Mira, ahora tengo mucha prisa, pero dame tu teléfono y te llamo esta tarde. Tomamos un café y rellenamos el parte del seguro”. Luego más llamadas, citas… Y después, una vida entera juntos.

Trozos de él que no quiso compartir contigo, tal vez con nadie.

Tu voluntad se divide: entre el deseo de saber más y la sensación de allanar un espacio sagrado. Finalmente encuentras un cuaderno de hojas manuscritas, algo parecido a un diario. Si Javier viviera no lo leerías, pero ahora es distinto. ¿Es distinto?

Empiezas a leer su diario pero, en la segunda página, tus pies te llevan a la cocina, enciendes una cerilla y mientras el cuaderno arde te preguntas, como cuando eras niña, de qué color es el fuego.

20.11.09

Labios de hastío

He tenido que beber bastante para escribir esta carta y ahora con el valor que me ha dado el alcohol y metida en una nube la escribo de corrido sin corregir ni tachar porque quiero soltarlo a bote pronto, que siempre he tenido problemas para hablar, que el silencio me acuciaba, no podía contar cosas, no sabía decir nada ocurrente, nada con gracia, menos aún interesar a nadie, con esta voz endeble, raída y casi afónica que tengo, y al mismo tiempo me quemaba el silencio, necesitaba apagarlo, sentía que todo el mundo me pedía romper el silencio, vamos rómpelo, la gente a veces se callaba, todos a la vez, y entonces aunque no me miraran sentía que me miraban y es como si me exigieran, vamos habla, si la charla se ha cortado es por tu culpa, nunca cuentas nada, di algo que haga volver la conversación, y no sé si es timidez o cortedad o apocamiento o como quiera llamarse pero sí sé que me obligaba a decir algo, lo que fuera, aunque una idiotez o una mentira pero que rompiera el silencio y nadie pensara qué sosa, qué insulsa es, y no eran ganas de destacarme sino necesidad de ser tomada por normal, de que no me juzgaran rara, y por eso una vez revelé lo de tu enfermedad, no para hacerte daño, ¿por qué iba a querer hacerte daño? si apenas un conocido del pueblo, sino por parecer interesante, uy lo que ha dicho, anda lo que sabe, y ser estimada o considerada o apreciada o qué se yo, reina por un minuto, hablando desenvuelta sin interrupción de nadie. Y por eso lo conté, y no voy a decir que no supiera el daño que te hacía, a lo mejor no lo había pensado mucho pero saberlo lo sabía, y no me importó decirlo, bueno no sé si me importó o no, pero me importó menos que hacerme la importante, y por eso lo hice, dije el nombre de tu enfermedad, que lo sabía porque trabajo en el hospital y había visto el resultado del análisis, y lo dije, y eso te hizo un daño horrible, se corrió en el pueblo, ¿cómo iban las otras a guardar el secreto si no fui capaz de guardarlo yo?, y desde entonces todos te miraban con malos ojos, te rehuían, ya ves tú una enfermedad que no se contagia más que por la sangre, pero la gente no quería estrecharte la mano ni acercarse ni hablar contigo, y se cambiaban de acera, y no entraban al bar si tú ibas porque bebías en los vasos, y sé que luego los dueños de las tabernas te pidieron que no entraras, que espantabas los clientes, que no te lo tomaras a mal, que era por su familia, el pan de sus hijos, y lo mismo en las tiendas y en la piscina, como un apestado, víctima de mi jodida indiscreción, que nunca hablo y para una vez que debí callarme voy y la pifio, tanto dolor porque me fui de la lengua en el pueblo, ya se sabe pueblo chico infierno grande. Y ahora que he oído que estás ingresado no quiero que te vayas del mundo, pero sobre todo no quiero que te vayas sin decirte esto, que no sirve para nada, que no deshará nada, pero bueno, quiero decirlo, quiero que lo sepas, que te hice daño, que añadí sufrimiento a tu sufrimiento, pero no fue por maldad, créeme que no fue malicia, que no lo hice para hacerte sufrir, no digo que no supiera que te hacía daño, quizá no lo pensé mucho pero saberlo lo sabía, lo hice para que me consideraran me aprobaran me admitieran, para romper el silencio, el bendito e inofensivo silencio.

19.11.09

Abraxas

-No hemos querido molestarla hasta que saliera de la UCI. Ahora que su hijo se encuentra bien y usted ya está en planta, querríamos que contestara algunas preguntas. Es para el atestado.

-No hay problema. Responderé hasta donde me acuerde.

-Bien, vamos allá. ¿Recuerda cómo se produjo el choque?

-Al entrar en la curva la furgoneta invadió mi carril. De pronto la vi de frente, venía directa hacia mí. Instintivamente giré el volante hacia la derecha y nos salimos. De repente me encontré “cabeza abajo”. Miré atrás y vi a mi hijo. Lloraba, así que estaba vivo. Con mucho esfuerzo conseguí salir por el parabrisas. Intenté sacar al niño, pero los brazos no me obedecían. Entonces vino aquel hombre. Recuerdo cómo soltó el cinturón de la sillita, agarró a mi hijo y lo levantó. Todo pese a llevar las manos esposadas. Lo sacó del coche y lo apartó de allí.

-¿Estaba ya ardiendo su coche en ese momento?

-Creo que todavía no, porque el niño no ha tenido quemaduras. Ni yo tampoco. Sólo traumatismos.

-Entonces, ¿cuándo se dio cuenta usted de que su coche ardía?

-Un poco después, dos minutos o así. Pero ¿por qué es tan importante el momento?

-Mire, señora, aquel hombre murió carbonizado. La hipótesis que manejamos es que sus ropas se prendieron al rescatar a su hijo.

-Así que ha muerto...

-Queremos aclarar el modo como se incendiaron sus ropas. Dese cuenta de que ese hombre estaba detenido, así que el Estado era responsable de su custodia.

-Entonces ¿murió abrasado?

-Sí. Con las esposas debió serle imposible quitarse las ropas. Y como estaban ardiendo...

-Me dejan atónita... ¿Y por qué fue detenido?

-Bueno, en realidad no estaba detenido. Ya había sido condenado. El furgón que chocó con su coche venía de la Audiencia. Era un traslado penitenciario: lo conducían a prisión, para cumplir condena.

-Condena... ¿Por qué delito?

-Homicidio.

17.11.09

Muertos y enterrados

Él no tiene especial interés en que abran la fosa de su abuelo. Pero el caso es que, después de décadas de prohibición, la ley permite abrirla y sacar los restos para llevarlos al cementerio.


No es sólo la fosa de su abuelo. Allí hay enterrados otros seis hombres. Fueron asesinados en el 36, al principio de la guerra, en el mismo sitio donde está la fosa común en la que seguidamente echaron los cadáveres. Y han sido otras familias las que han pedido su exhumación.


Tras culminar los trabajos hay una especie de homenaje. Es un acto abierto, pero están expresamente invitados los familiares.


Pide a sus hijos que acudan y éstos, de mala gana, acceden a ir.


Casi todos los asistentes son ancianos. Se asemeja a un congreso de la tercera edad.


Como descendiente de uno de los homenajeados, le toca hablar. Entonces explica que no conoció a su abuelo pero su padre le habló de él. Le contó que fue un maestro joven, de ideas socialistas, que no tenía reparos en defender en público sus convicciones. Su lema era "Cultura para el pueblo. Educación = Liberación". Le mataron por eso y por estar afiliado a uno de los partidos del Frente Popular.


Cuando termina de hablar, y sin esperar a que el acto concluya, sus hijos se levantan y se ausentan.


Al acabar el homenaje, de camino a casa va pensando en su abuelo y también en su padre. Éste tenía seis años cuando le dejaron huérfano. Durante toda su vida hubo de tragarse la rabia, no remover recuerdos para no ser represaliado. De otro modo le habrían impedido ser funcionario de Telégrafos.


Cuando llega a casa, su hija está en el salón viendo "Gran Hermano" mientras habla por el móvil. Su hijo está en su cuarto siguiendo, en el ordenador, el gran premio de Malasia de Fórmula 1.


No se atreve a preguntarles qué les ha parecido el acto ni su intervención. "Bah, rollos de viejos" (se imagina la respuesta).


Son sus hijos. Son buenos chicos. Como a todos los jóvenes, les gusta divertirse. Como a la mayoría de ellos, la política les trae sin cuidado. No saben lo que es pasar hambre (tratar de dormir con el estómago vacío). No saben lo que es ser analfabeto (ver un libro o un cartel y no entenderlo). No saben lo que es tener que ir, con once años, a trabajar de sol a sol...


No: en poco tiempo la vida ha cambiado mucho y no saben nada de eso.


(¿Y gracias a quiénes no lo saben?)


De todos modos, tampoco les espera una vida fácil. No es fácil emanciparse, ni hallar un trabajo estable, ni tener casa propia... No han de sufrir –es verdad- las carencias extremas de otro tiempo, pero aun así el futuro les será complicado.


"Gran hermano".
"Fórmula 1 (gran premio de Malasia)".
"Cultura para el pueblo. Educación = Liberación".
"Bah, rollos de viejos".
Todo esto se le agolpa en su cabeza y apenas entiende nada.

16.11.09

Escisión

A punto de morir, con la voz entrecortada se despide de sí mismo.

-Siento tener que dejarte, pero no tengo elección.

-Claro, no te sientas culpable.

-¿Qué vas a hacer ahora?

-No lo sé. Nunca he vivido sin ti. Ni siquiera sé si es posible.

Como no pueden darse la mano ni abrazarse, se dicen solamente adiós, adiós.

Y se alejan.

13.11.09

Nunca en mi corazón

Seguramente le extrañará que le remita una carta alguien que no conoce. Lo hago, en primer lugar, porque es usted la persona a quien más admiro. En segundo lugar, porque hace tiempo que necesito comunicarle algo. Y finalmente, porque no quiero perder toda oportunidad de exponérselo.

He sabido que está usted hospitalizado. Deseo sinceramente que se recupere. Sin embargo, esta circunstancia me ha llevado a expresarle mi inquietud, antes de que sea tarde.

Sé que ha dedicado su existencia a luchar contra la injusticia. Ha pasado usted encarcelado la mayor parte de su vida por oponerse a la segregación racial, y tras ser liberado viajó a más países para enfrentarse a otras formas de opresión. Por eso ha sufrido persecución y torturas. He oído que lo que le tiene ahora en el hospital es consecuencia de las privaciones vividas en sus años de cautiverio. Está claro que la lucha por la justicia ha sido el motor de su vida.

Mi existencia ha sido bien distinta. A mí me faltó su coraje. Desde niño he sentido repulsión ante la injusticia. Sí, una especie de furia impotente y pasiva. Pero, a diferencia de usted, me tragué mi rabia. No fui valiente.

No, no tuve madera de héroe. Guardé mi indignación para mí mismo y me dediqué a otras actividades que no comprometían mi comodidad.

Estudié biología celular, me especialicé en aplicaciones clínicas. Me hice investigador. Durante algún tiempo participé, incluso, en programas militares. Experimentos reservados, ensayos secretos sobre armas biológicas. Cómo me avergüenzo de ello.

Finalmente (éste fue mi único rasgo de decoro) dimití y volví a la universidad.

Bien; le ahorro detalles y voy directo a la cuestión. Lo que quiero decirle es que conozco un modo de acabar con la injusticia, de extirparla para siempre.

Sí, lo que usted y yo anhelamos existe. Es un virus: un virus que puedo poner a su disposición. Mejor dicho: puedo liberarlo. Basta que usted me lo indique y activaré el programa de transmisión. El virus es letal para la especie humana y se contagia a la vez por varias vías. Nadie puede escapar. No distingue entre razas ni estados. No hay vacuna ni remedio. En pocos días toda la humanidad habrá desaparecido.

¿Se da cuenta? Si se extingue la humanidad se acabará la injusticia. Desaparecerán las guerras, la explotación, los genocidios...

Con la supresión del ser humano se terminará todo eso. Seguirá habiendo vida, vida animal y vegetal, porque el virus no infecta a los demás seres. Sólo los humanos nos extinguiremos. Y no habiendo humanos en el planeta, no habrá nadie dotado para el mal. Con nosotros se irá la injusticia.

A fin de cuentas, ¿qué otra solución hay? ¿Acáso podemos intuir otra forma de acabar con lo injusto?

Puede que en el pasado las guerras tuvieran sentido: no había bastante alimento para todos. Pero ahora la tecnología ha abolido esa escasez, y sin embargo sigue habiendo hambrunas y masacres. El progreso no ha acabado con la guerra, sólo ha sofisticado las armas. No hay justicia entre los individuos, entre los pueblos. Una pequeña parte de la humanidad está instalada en el derroche mientras el resto carece de lo básico. Los países ricos esquilman los recursos de los pobres. ¿Y acaso hay esperanza de que esto cambie?

Extinguida la humanidad, seguirá habiendo vida en la Tierra, pero será vida sin voluntad moral, sin aptitud para lo abyecto y lo injusto.

Contésteme si aprueba mi propuesta. Sólo le reconozco a usted la autoridad de decidirlo. Basta una indicación suya y pondré en práctica el plan: el único que asegura la extirpación total de la injusticia
.”

-Enfermero, por favor, tire esto a la papelera.

12.11.09

Irme

No quieren que lo sepa y disimulan, fingen buen humor, normalidad. Les he seguido la corriente para que no sufran, piensen que han logrado ocultármelo hasta el final, tengan esa ínfima satisfacción. A veces oigo gimotear tras la puerta y no digo nada, sería cruel preguntar “¿y esos sollozos?”. Siento que les juego una mala pasada muriendo, y en absoluto me consuela que no sea mi culpa. Son mis padres y no quiero hacerles daño. Pero tengo que decírselo. Será una bonita conversación, aunque cueste empezarla. Primero lloraremos los tres, y luego… Cuando me vean reír ellos también lo harán. Reventaremos de risa juntos. De acuerdo: es arriesgado y no estoy seguro de que salga bien. Pero, sea como sea, no puedo irme de aquí entre mentiras.

11.11.09

Dispárame

(Con agradecimiento a la persona que me lo contó.)



Casi nadie quería que hubiera una guerra, pero hubo una guerra.

Casi nadie eligió un bando en que luchar, pero hubo que luchar en algún bando.

Fue en 1936 en España.

A uno de aquellos hombres que no quería que hubiera guerra le obligan a ir a la guerra y a luchar en un bando. Y le obligan también a fusilar a un enemigo. (¿Enemigo por qué, si a él no le ha hecho nada?).

"Pégale un tiro a ése", le ordenan.

Y va a donde está aquel hombre, el enemigo, atado de pies y manos. Levanta su fusil y después de unos segundos lo deja en el suelo.

-No puedo- dice.

El que está atado lo mira y le pregunta:

-¿Tienes familia?

-Sí, tengo dos hijos pequeños y mujer...

-Entonces no lo dudes y apúntame bien al corazón. No tiembles, no falles el tiro y deja de llorar... Si no me matas tú, te van a matar a ti, y a mí me va a matar otro. Así que, ya que de todas formas voy a morir, prefiero que me mate un hombre honrado que no quiere matar a otra persona. Olvida lo que vas a hacer. Me llamo Andrés y soy de...

La guerra termina pero durante décadas está prohibido exhumar los cadáveres que fueron enterrados en el campo, de cualquier manera. Como el de Andrés.

Pasa el tiempo, pero el ejecutor nunca olvida los ojos de aquél a quien disparó. Cuando nace su tercer hijo lo llama Andrés. Y cada aniversario del fusilamiento deja un ramo de flores en la "tumba", es decir, en el lugar donde él mismo tuvo que enterrar, tras fusilarlo, a aquel hombre. Entonces le parece oír una voz conocida que, subiendo de la tierra, le dice "Prefiero que me mate un hombre honrado".

10.11.09

Están locos estos romanos

Hijo soy de mi hijo: él me rehace”
(J. MARTÍ)




Él y su hija de tres años en el cuarto de estar.

En el vídeo Astérix, Obélix con el menhir, el druida Panorámix y su poción mágica; el emperador, soldados, esclavos. De pronto ella:

-¿Qué es un esclavo?

Como no existe el derecho a callar, con un punto de vergüenza se lo intenta explicar a su hija.

Y ahora él quisiera descrecer para recuperar ese estupor (ojos que se abren y traspasan), esa mirada niña de incomprensión y extrañeza.

9.11.09

Son agua y van al mar

He dejado un momento el tanatorio para venir a casa, a recoger unos papeles para la funeraria, y en la cocina está el bizcocho que horneabas cuando te desvaneciste. Me extraña verlo aquí, ahora, como una obra póstuma. No quiero que se vuelva rancio y, aunque sé que me costará tragar, empiezo a masticarlo pensando en tu dulzura y su dulzor. Pero esta vez se vuelve húmedo y de pronto me sabe salado.

6.11.09

Plántame

Después de la tormenta un árbol flotando con todas sus raíces blancas peludas un árbol arrancado de cuajo tumbado arrastrado por la corriente río abajo con sus ramas me decía plántame y yo lo siento amigo soy miedoso y pequeño pero ojalá que luego alguien más grande o valiente te quiera ayudar

5.11.09

Tanto dolor se agrupa

A propósito del llamamiento por ustedes efectuado, sobre envío de material susceptible de ser exhibido en el nuevo Museo de la Historia -de próxima inauguración-, adjunto unas 2400 grabaciones contenidas en 120 soportes de “audio”. Corresponden a telefonemas (conversaciones telefónicas registradas) de los años en que, como empleado del Ejército, me encargué de informar de fallecimientos de soldados a sus familiares.

Como podrán comprobar, hay sonidos muy diversos: estallidos de llanto, gritos llamando al “hijo de mi vida”, lloros interminables que parecen de niño, balbuceos superpuestos, sollozos, gemidos espasmódicos, resistencias iniciales (“no puede ser, no puede ser”), interjecciones, voces rasgadas, largos silencios, la vajilla o el teléfono que caen de repente...

En mi opinión, este testimonio puede constituir un esclarecedor aporte al Museo de la Historia, por lo que me permito sugerir su utilización como fondo sonoro para ambientar las visitas.

3.11.09

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo

Tras la declaración de guerra en julio de 1870, la Asociación Internacional de Trabajadores lanzó la consigna de oponerse a las hostilidades mediante la negativa obrera a participar en los ejércitos. Pese a la propaganda oficial, el llamamiento a alistarse apenas fue secundado por operarios de la industria, y entre los obreros agrícolas la respuesta fue también muy exigua. Cuando se dispuso la recluta obligatoria, tanto en Francia como en Prusia se produjo un movimiento de desacato, que se intentó aplacar amenazando con juicios por deserción. En ambos bandos se celebraron masivos consejos de guerra y llegaron a ejecutarse algunas condenas, pero la reacción duró poco ya que muchos soldados se negaron a fusilar a sus compañeros. Incluso se produjeron motines y asaltos espontáneos a establecimientos militares. La situación se hizo tan insostenible que las dos potencias tuvieron que poner fin a las operaciones armadas. Fue un enfrentamiento absurdo, que no obstante sirvió para que por primera vez una guerra quedase abortada por los soldados de ambos bandos. Algunos estudiosos opinan que, de no haber sido por la presión popular sobre los gobiernos, éstos habrían entrado en una espiral de locura, susceptible de arrastrar a Europa a un siglo de contiendas. No falta quien especula con conflictos mundiales y millones de víctimas, e incluso con el uso de la energía atómica para fines bélicos. Obviamente son planteamientos extremos y fantasiosos. Lo que resulta claro es que la acción en ambos Estados de los movimientos ciudadanos cambió el curso de los acontecimientos, haciendo prevalecer el deseo común de paz sobre los particulares intereses que motivan las guerras.

2.11.09

Ojalá que te vaya bonito

Un convenio regulador tiene que aquilatar todos los detalles, no debe dejar nada a la improvisación. Por eso había que determinar la custodia de Aida. Entre personas maduras este asunto tenía un modo claro de resolverse. Descartada la custodia compartida (pues tras el divorcio iban a residir en ciudades distintas), la solución natural consistía en llevar a Aida al jardín, ponerse cada uno en un lugar equidistante y dejarla decidir con quién se iría. No valían trucos para atraerla: ni llamarla, ni mostrarle un obsequio... Que sus sentimientos actuaran con libertad.

Llegado el momento, Aida miró a izquierda y derecha. Sin moverse un centímetro decidió dormir una siesta. Ambos esperaron sin cruzar palabra durante hora y media, lamentando no haber cogido nada para leer.

Aida se incorporó. Bostezó, estiró regiamente sus músculos y empezó a caminar. Sin tomar impulso salvó los dos metros que había entre el suelo y la ventana de don Damián, el viejecito que nunca sale de casa. No era la primera vez que Aida saltaba hasta allí. Desde el alféizar volvió a mirar tristemente a ambos lados, hasta que el anciano la cogió y la abrazó contra sí. El ronroneo era suave pero audible.

30.10.09

Inutilízame

Yo me envuelvo la rodilla en un paño y tú me golpeas con el rulo de amasar, fuerte, varias veces, hasta que la oigas crujir, un chasquido, y veamos que se hincha y se pone morada o negruzca, la sangre derramada por dentro, y así poder decir que sufrí un accidente, el caballo tropezó y me caí, me golpeé en la rodilla, la tengo inflamada, conseguir una baja del médico y librarme, ser eximido de formar parte del pelotón. Porque yo no voy a fusilar a nadie, ni aunque lo mande el jefe del Estado, ni aunque lo ordenase en persona el duque de Ahumada, ni aunque me arresten, ni aunque me fusilen. (Bueno, en este último caso no estoy seguro.) Vamos, Carmencita, atiza fuerte, da otra vez con más brío, ensúciame las rodillas con mi sangre y preserva mis manos de la sangre ajena.

29.10.09

Heridas de amor

Su dolor es severo y la enfermedad incurable: lo mejor es sacrificarla”. “Sí, qué remedio”, respondes al veterinario. Y mientras él le pone la inyección (ofrenda el sacrificio), descubres en tu mano el rasguño de hace sólo una semana, cuando todavía tenía fuerzas para arañar jugando. Está ya borrándose. Si mandaras en tu piel, lo dejarías ahí para siempre.

28.10.09

Pajareará tu alma

He tenido que saltarme algunas normas. Leyes sanitarias, mortuorias, policía de fronteras. Incluso inventar una empresa de congelados: no es fácil recorrer el mundo con un cadáver. Pero a partir de ahora lo que hago es legal. Aquí en el Tíbet es legal. Dar a los buitres el cuerpo de mi madre. Dejárselo comer.

Les veo picotear sus manos. Las manos que me abrazaban. Las que, siendo yo pequeño, hacían un agujero en la sandía y sacaban su pulpa para convertir la cáscara hueca, con una vela dentro, en un farol. Esas manos no han muerto, ahora vivirán.

Comen sus piernas, últimamente torpes, ágiles antes para subir escaleras silbando, anunciando su llegada a casa, ese sonido alegre de mi niñez.

Hace frío, pero no es por eso que tiemblo.

Hunden sus picos en la cabeza y no cierro los ojos, porque quiero ver cómo devoran la frente y su interior, el lugar donde habitaban el cariño y la risa, la materia carnosa o gris en que vivieron.

Cuando ellos mueran, otros comerán sus cuerpos.

Los buitres han terminado su tarea. Vuelven al cielo. Con sus alas de ángel me dicen adiós y yo les respondo “feliz día, mamá”.

27.10.09

Un nombre alegre

La verdad es que en árabe no suena así, pero algún genio del servicio de Inmigración lo transcribió de ese modo: Mohammed el Chichi. Ahora es su nombre en alfabeto latino. Si se dice deprisa suena “mójame el chichi”. Por eso, tras venir a trabajar aquí, cada vez que tiene que decir su nombre la gente se ríe. Mohammed nunca se enfada. Antes trabajó en Irlanda y Portugal, pero desde que está en España le gusta llamarse así e ir por todas partes regalando sonrisas.

26.10.09

Un pájaro

Mi hija cumplía seis años y sus compañeros del cole vinieron a merendar. Hubo velas, tarta, cumpleaños feliz. Y al final actuó el payaso Kiko.

Como había que atender a once niños, mandé a Estela, mi empleada de hogar, que estuviera con ellos. Y mientras el payaso hacía muecas, Estela rompió a llorar. Intentó contenerse pero no pudo. Entonces reparé en mi insensibilidad: para poder trabajar Estela había dejado a sus hijitos en Ecuador, al cuidado de su tía. Así que le dije: “Vaya a su habitación y llore cuanto necesite”.

Cuando terminó la fiesta, fui a donde estaba Estela y le pregunté:

-¿Cuánto tiempo lleva sin ver a sus hijos?

-Más de dos años: desde que vine a España.

-Es demasiado. Tome este dinero y compre un pasaje. Váyase un mes a Ecuador.

-Entonces ¿me despide?

-No diga tonterías. Quiero que compre un billete de ida y vuelta, para que esté un mes con sus hijos.

-Muchísimas gracias. Me hace un gran favor. No sé cómo devolvérselo.

-No hay nada que devolver.

Le pagué el vuelo y durante aquel mes contraté a una sustituta. Tuve que renunciar a algunas cosas: cosas superfluas, naturalmente.

Desde luego, esto no cambia nada. Sigo siendo ruin y egoísta. Pero sé que en algún lugar de mi corazón vive un pájaro y que una vez (sólo una vez) le dejé salir.

21.10.09

Esta noche no alumbra

Durante los meses de noviembre y diciembre de 1939 los elementos rojos (copio textualmente) que merodean por los alrededores del pueblo de C., sector de V., declarado zona de guerra a efectos de persecución y captura de aquellos rebeldes, bajan con frecuencia desde los montes limítrofes hasta el pueblo, en donde se instalan transitoriamente en casa de sus familiares, que los encubren, e incluso deambulan por calles de la localidad, llegando a celebrar en una de las casas del pueblo un baile que empieza a las nueve de la noche y termina tres horas después, amenizado por gaita gallega y al que asisten, entre otros, seis rojos huidos del pueblo y otros rebeldes en la misma situación.

Es de notar que C. es una aldea que no cuenta con más de treinta vecinos, sin que el caserío esté muy diseminado, y que quien organiza el baile es la famosa partida del V. Desde el 8 de noviembre de 1939 existe en C. un puesto de la Guardia Civil (tú eres el comandante), del que además de ti forman parte cinco guardias.


No evitas que bajen al pueblo ni irrumpes en el baile. No detienes a nadie. Eludes encontrarte con los fugitivos.

Te juzga el Consejo Militar. Testifica la hija de la maestra. Era novia de uno de los huidos, ahora lo es de un guardia. Declara que vio a su antiguo novio en la calle; que te informó y no hiciste nada.

Te imponen cuatro años de cárcel.

Me encuentro contigo por casualidad, en un repertorio de sentencias. (Ni siquiera viene tu nombre: sólo las iniciales.) Así que, aunque parezcas ficción, de hecho exististe.

Es de suponer que a estas alturas estés muerto. Tú sí, pero tus actos no.

20.10.09

No hay derecho

Después del terremoto, en medio de las casas derruidas, algunos supervivientes decían “No hay derecho”.

No hay derecho. No hay derecho a esto”, se lamentaban entre sollozos.

Pero no había nadie a quien pedirle cuentas. No había nadie de quien quejarse o al que acusar. No había nadie al que imputar el atropello. No había nadie a quien llamar canalla o malvado.

No hay derecho”. Y claro que no lo había. Pero tampoco había nadie a quien reprochar el abuso.

No había nadie (salvo la corteza terrestre, las placas tectónicas, la fatalidad) a quien atribuir el desafuero.

Y era mejor así porque, a fin de cuentas, se sobrelleva mejor la desgracia que la injusticia.

Pero eso no impedía que, andando entre ruinas y mirando al cielo (por mirar a algún sitio), aquella gente exclamara “No hay derecho”.

19.10.09

Érase de un jardinero

La señora se inclinó a oler las flores que cultivaba el jardinero y, al acercarse, exclamó con aversión:

-¡Un bicho!

Ante lo cual el aludido repuso, muy dignamente:

-No soy un bicho, soy un insecto. Y sepa que estas flores no se perfumaron para usted, sino para mí. Y también para mí colorearon sus pétalos. Para atraerme, para que con mis patas transporte su polen, para que las ayude a fecundarse. Así que, por favor, tráteme con respeto.

La señora tuvo que ser sostenida por el jardinero para no desplomarse: impresiona mucho oír hablar a un invertebrado.

Aficionado a la ventriloquia, el jardinero se había propuesto no hablar con el vientre en horas de trabajo. Pero en esta ocasión la voz, más que del vientre, le salió de las vísceras.

16.10.09

Una señal de alarma

Al cumplir tres años había que escolarizar a Paula, por lo que ella dijo:

-Paula irá al colegio al que fui yo.

Y él:

-De ninguna manera. No quiero que le imbuyan religión desde la infancia. Irá a otro colegio donde no hagan eso.

-¿Ah, sí? Pues a mí no me fue nada mal en ese colegio.

-Ahora no hablamos de ti. Es una cuestión de principios: no se puede inculcar fe religiosa como se enseña el teorema de Pitágoras. Quiero que respeten a mi hija.

-No es sólo tu hija.

-Está bien: nuestra hija. Quiero que en materia de creencias pueda elegir por sí misma.

-O sea, que ya has decidido por mí.

-Eso mismo podría decir yo.

-Pues habrá que ir al juzgado. Según el código civil, si los padres no se ponen de acuerdo decide el juez.

Ambos se miraron fijamente y callaron. Desde que estaban juntos era la primera vez que invocaban un precepto estatal, una ley, un código. Sintieron miedo porque sabían que, si una de esas normas irrumpía en su convivir, significaría que habían dejado de amarse.

15.10.09

Y no seréis juzgados

Atasco de tráfico. Vehículos retenidos.

Paramos, avanzamos, paramos.

Una ambulancia se anuncia con sirena y destellos. Movemos los vehículos a la izquierda para dejar un espacio libre junto al arcén. Cuando avanza la ambulancia, un coche le sigue y se abre paso.

Cláxones, protestas. Acusamos y juzgamos:

–Tío jeta, aprovechón, caradura.

El coche se detiene. Su conductor sale y grita:

-El enfermo es mi padre. Lo llevan a Urgencias. En la ambulancia no había sitio para mí.

Y al oírlo desviamos la mirada: hacia el freno de mano o el acelerador.

14.10.09

Volver a los diecisiete

Cinco monas capuchino de la variedad marrón han sido sometidas al experimento en la Universidad de Emory, Atlanta. Se pretendía estudiar su capacidad de reacción ante el trato desigual.

Se les pidió una tarea a cambio de una recompensa (un pedazo de pepino), si bien una de ellas recibía uvas de premio, fruto más apreciado por la especie.

En la mayoría de las pruebas en que no se produjo un intercambio servicio/pago ajustado a las reglas de la igualdad, las primates se rebelaron lanzando al aire el objeto de la prueba o el premio recibido. Es decir, rechazaron el pepino cuando observaron que otra colega obtuvo un premio más valioso (uvas) por el mismo o menor esfuerzo. Además, al ver que una de las monas recibía uvas sin haber trabajado, las demás se negaron a continuar la tarea.


Lo encuentras en el periódico, no en lugar destacado sino en un rincón: ¡como si fuera una bagatela! Lo relees varias veces. Has cumplido 40 años. No sentías nada igual desde El Manifiesto Comunista.

13.10.09

Corazón salvaje

Quizá os suene mi historia del libro o la película. Me llamo Mowgli y vivo en una aldea de la India. Vine aquí cuando tenía siete años. Desde entonces mi vida ha sido bastante aburrida, nada que ver con las emociones de la infancia. Me trajeron al poblado dos animales: un oso y una pantera. En realidad, me salvaron la vida.

La pantera quería traerme a toda costa, para librarme de la amenaza del tigre. Con tal de conducirme se expuso a los ataques de serpientes y monos. Sabía que sacarme de la selva era lo mejor para mí.

El oso, en cambio, me trajo a regañadientes. Pretendía que me quedara con él en la selva, para estar siempre juntos y pasar el día jugando conmigo. Pero, llegado el momento, me salvó del tigre plantándole cara. Estuvo a punto de morir por mí.

Recuerdo bien todo aquello. Me asombra que entonces entendía el lenguaje animal.

Después de venir a la aldea volví a ver a la pantera y al oso. Se acercaban a veces para recordar viejos tiempos. Ambos murieron años atrás.

Me enternece recordar a mis dos amigos. Cuando pienso en ellos, comprendo que sentían afecto por mí. Aunque de un modo distinto: uno me quería; el otro, más bien, me amaba.

9.10.09

Como una grandiosa espina

-Tapiceros. Dígame.

-Buenos días. Querría saber si pueden tapizar un sillón.

-Sí, claro. ¿Lo va a traer usted o hay que recogerlo?

-Pues... ¿Pueden hacer el trabajo en el domicilio?

-Depende de cómo sea el encargo.

-Bueno, verá. Es un sillón antiguo...

-¿Un sillón solo o un tresillo?

-Un sillón, o sea, una butaca con reposabrazos.

-¿Y sabe ya cómo lo va a tapizar? ¿Ha elegido tela?

-Pues no, sería una tela similar a la original, pero... Verá, es que hay un problema. Resulta que he perdido un papel, se ha metido por esa raja que hay entre el asiento y el brazo del sillón. Y por más que he intentado sacarlo, no he podido. Así que, como es un papel importante, quizá haya que desmontar el mueble para sacarlo. He pensado que ustedes... Así además aprovecharíamos para tapizarlo.

-Bueno, pero nosotros el armazón no lo tocamos, eso más bien es cosa de carpintería.

-Ya. En fin, lo que quiero es que vengan a verlo y así decidir.

-Pero entonces tendremos que facturar el desplazamiento, nosotros el presupuesto no lo cobramos pero el desplazamiento sí.

-Se comprende... Lo que sí querría es que vinieran de seis a siete de la tarde, a esa hora mi madre está fuera. Es que a ella el sillón le trae recuerdos y prefiero que no sepa que vamos a tocarlo.


…………………………………………………


-Hay que descoser por aquí.

-Haga lo que sea necesario.

-A ver si hay suerte y no tengo que mover listones... Parece que veo algo dentro... pero no es un papel, es una cosa dorada... Ya lo tengo, ah y el papel también.

-¿Y esto? Pues sí que es bonito, no lo había visto nunca.

-Tiene pinta de antiguo. Igual lleva cien años ahí dentro. Esos relojes de bolsillo ya no se fabrican.

-En fin, un descubrimiento. Supongo que mi madre sabrá cómo llegó ahí.


………………………………………………………


-Hola, mamá. ¿Te has fatigado en el fisio?

-No es fatiga, hijo mío, es desesperación porque los músculos no me obedecen.

-Comprendo. Además, por lo que veo se ha alargado la sesión. Bueno, ahora mismo te llevamos a la cama, entre Silvia y yo. Cuando hayas cenado tengo que enseñarte algo.

(...)

-¿Qué me querías enseñar?

-Lo tengo en el bolsillo. Mira.

-Pero... ¿de dónde has sacado esto?

-De la butaca del salón. Estaba dentro. Tuve que abrirla para recuperar un cheque (nada menos que el talón de la venta de la casa), se me salió del pantalón y se coló por una raja. Y, mira por dónde, además del cheque apareció esto. Pero, ¿por qué lloras?

-Era de tu padre. Su reloj de bolsillo.

-Claro, te trae recuerdos...

-No lloro por eso. Es otra cosa... Es que creímos que lo habían robado... Tu padre lo echó en falta y llegó a la conclusión de que sólo podía haberlo cogido la criada.

-¿La criada? Pero ella lo negaría.

-Todo el tiempo. Pero no sirvió de nada. La despedimos. Figúrate: en un pueblo pequeño, todo el mundo se enteró. Quedó como una ladrona.

-Vaya metedura de pata...

-Y ya ves, ahora resulta que nadie lo robó. Medio siglo ha hecho falta para demostrarlo. Pobre muchacha... Debimos de hacerle mucho daño.


.........................


-¿Quién es?

-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva, notario. Aquí tiene mi tarjeta. Pero mi visita no tiene nada que ver con mi profesión. Quería hablarle de un asunto personal. Necesito un poco de tiempo para explicárselo. Puedo volver cuando usted diga, o estaría encantado de invitarla a un café donde guste.

(...)

Pues verá, es una historia larga. Mis padres vivieron en este pueblo hace unos cincuenta años. Mi padre también era notario, y éste fue uno de sus primeros destinos. El caso es que en casa de mis padres estuvo trabajando una mujer, joven, entonces tendría unos veinte años. Un día, mi padre echó en falta un reloj de bolsillo. Era un reloj valioso, de oro. Buscaron por todas partes pero no apareció. Como mi padre estaba seguro de haber traído el reloj a casa y no haberlo perdido fuera, sospecharon de la cria... o sea, la asistenta. Ella negó haberlo cogido, pero el caso es que mis padres perdieron la confianza en ella y... la despidieron. Poco después mi padre se trasladó a otra notaría. No volvieron a saber más de aquella mujer.

Ahora hay que dar un salto en el tiempo. Hace apenas un mes, estando yo sentado en una butaca, del bolsillo del pantalón me desapareció un cheque. Estaba tan seguro de que lo llevaba ahí, que sólo encontré una explicación: se había metido por la raja, ésa que tienen los sillones entre el asiento y los brazos. Intenté meter la mano para cogerlo pero fue inútil. Tuve que avisar a un tapicero. El caso es que, al desmontar el sillón para sacar el cheque, apareció también el viejo reloj de mi padre. O sea, que siempre estuvo allí: nadie lo había robado.

-¿Y por qué me cuenta todo esto?

-Pues el caso es que la asistenta a la que mis padres despidieron podría ser... su madre.

-¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?

-Mi madre me ha proporcionado algunos datos, más bien pocos, porque ha pasado mucho tiempo. Y esos datos los he pasado a una agencia de investigación. Ya sé que le sonará raro, contratar a un detective para esto. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?: no sé hacer averiguaciones, y ni siquiera conocí a esa mujer: cuando eso pasó yo aún no había nacido.

-¿Y para qué la busca?

-Para que mi madre pueda disculparse. Necesita disculparse con ella, pedirle perdón.

-Vamos a ver si lo he entendido: Su madre echó de su casa indignamente a la mía, y ahora, al cabo de un montón de años, quiere lavar su conciencia.

-Sí, podría decirse así.

-¿Y ha venido su madre al pueblo con usted?

-No, ella está impedida, en silla de ruedas. Precisamente el cheque que perdí era por venta de nuestra anterior casa: nos hemos tenido que mudar porque ya no puede subir escaleras. Por desgracia le queda poca vida. Su enfermedad es incurable, una cuenta atrás. El favor que quiero pedir a su madre es que viaje conmigo para que la mía pueda disculparse. Para que no muera con esa comezón.

-Tengo que pensarlo. En principio me parece que, si eso es verdad, lo que hicieron con mi madre fue una cabronada. Y eso no se borra diciendo “lo siento” al cabo de cincuenta años. Por lo menos, que quienes lo hicieron lleven ese peso en su conciencia.

-Comprendo su reacción. A mí también me subleva, ¿sabe?, aunque los autores de esa infamia fueran mis padres. Lo único que le pido es que me permita hablar con su madre, o al menos le transmita mi ruego. Piénselo, por favor, y dígame cuándo podríamos vernos otra vez.


...........................



-Ya he hablado con mi madre. No es la persona que busca.

-¿Ah, no?

-No.

-Pues... tendré que seguir indagando.

-No hace falta.

-¿Cómo?

-Que no es necesario. Su detective iba bien encaminado, sólo se equivocó un poco. La persona a la que busca es mi tía.

-Ah, entonces se explica el error: los mismos apellidos, el mismo pueblo... Y ¿me permitiría usted hablar con su tía?

-No puede ser: está muerta. Murió hace dos años.

-Vaya... Me deja de piedra.

-Pues eso es lo que hay.

-No sé cómo va a encajarlo mi madre cuando se lo diga. No tiene ánimo para nada desde que apareció el reloj.

-Lo siento, y perdone por haber estado áspera el otro día. Usted no tiene culpa de lo que hicieron sus padres. Tengo que dejarle.

-¿Sabe? Ya que su tía ha muerto, me gustaría al menos explicarle a mi madre cómo fue su vida: qué pasó después de que la despidieran.

-Se fue del pueblo. Quien mejor conoce la historia es mi madre.

-Entonces, por favor, permítame hablar con su madre.

-Está bien, le daré las señas del hospicio, anótelas si quiere.


…………………………………………………………



-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva.

-Mi hija me ha hablado de usted.

-Bueno, ya sabe por qué he venido. Querría que me hablara de su hermana.

-Mi hermana... Cuando la despidieron de casa del notario, se marchó del pueblo. Aquí todo el mundo la miraba como a una ladrona. Porque se corrió la voz.

-Pero encontraría trabajo en otro sitio.

-Le daba igual todo. Algún trabajo tuvo, pero al final se fue con las monjas. En el convento vivió en paz, hasta que le vino la trombosis. Va para dos años que murió.

-Estoy pensando... Señora, lo que voy a pedirle quizá le parezca un despropósito. Pero mire, mi madre va a sufrir mucho si sabe la verdad. Ella necesita pedir perdón por aquella injusticia. Y no se puede pedir perdón a una persona muerta. Si usted aceptara venir conmigo y hacerse pasar por su hermana... Se lo suplico. El viaje no es largo, y luego… Será un momento. Simplemente para que mi madre pueda, antes de morir, obtener su perdón.


...................................



-Mira, mamá, ha venido conmigo Ino.

-Acércate, ven que te abrace. ¡Cuánto te hicimos sufrir, y sin ninguna razón!

-Vamos, señora. El tiempo lo cura todo.

-Perdona, hija mía, ¡qué injustos fuimos!

-Está perdonada, señora. No le dé más vueltas a eso.

-Y cuéntame, Ino, ¿qué fue de ti?

-Pues ya ve, señora, me casé, tengo una hija, dos nietos...

-¿Seguiste viviendo en aquel pueblo?

-Sí, señora, allí sigo. Aunque ahora estoy en el asilo municipal, por no dar la lata a la familia.

-Pero... ¿Seguro que eres Ino? De pronto me ha venido a la cabeza... Ino tenía una hermana, yo creo que... Durante un tiempo estuvo viniendo a casa cuando ella enfermó. Las mismas facciones, ese lunar en...

-Ha acertado, señora: soy Adela, la hermana de Ino. Pero da igual. Yo la perdono a usted en su nombre. La perdono como Ino la habría perdonado. ¿Sabe? Ino se hizo monja, estuvo en clausura y fue feliz a su manera. Va a hacer dos años que murió. Ino está en el cielo y allí la ha perdonado. Y Dios también. No llore, señora.

-¿Has ideado tú esta farsa, Pablo?

-Lo siento, mamá. Sólo quería que dejaras de sufrir.

-...Y toda mi vida así, sin pintar nada. Fue mi marido quien se empeñó en despedir a Ino. Dijo que bastante hacía con no denunciarla al juez. Habría sido aún peor: ¡una denuncia del señor notario! Con esto no me justifico: yo también soy culpable por no afear más la conducta a mi marido. Una reputación destruida sin pruebas, temerariamente... ¿Y qué importaba, siendo una pobre criada?

-Vamos, señora, tranquilícese. Yo también me he prestado a esta simulación, para consolarla. Abráceme otra vez y será como si abrazara a Ino.

-Gracias. ¿Sabes que me queda poco tiempo de estar aquí? Pronto... No sé dónde iré cuando muera. Pero, vaya o no vaya a algún sitio, ya no veré más injusticias como ésta.

8.10.09

Confieso que he reído

El niño tiene once años. Le han contado un chiste y él, a su vez, lo ha contado a otras personas.

Le remuerde la conciencia y por eso el domingo va a confesarse.

-Me acuso de haber contado un chiste.

-Está bien, hijo, ¿era un chiste de mayores?

-Es que en él interviene Dios y no sé si es pecado.

El niño cree que, para obtener la absolución, tiene que contar el chiste al sacerdote.

-Un obispo está jugando al golf con otra persona. Cada vez que el obispo equivoca un golpe, grita “¡coño, qué fallo!”. Su acompañante le dice: “Reverendo, no es propio de un obispo usar esa expresión. El Señor puede castigarle”. A la tercera vez que el obispo exclama “¡coño, qué fallo!” se abre el cielo y un rayo fulmina, no al obispo, sino a su acompañante. Ante lo cual una voz procedente del Más Allá grita: “¡coño, qué fallo!”.

El confesor rompe a reír y durante un minuto (o sea, una eternidad) sus carcajadas se amplifican por el confesionario y retumban en las paredes. El niño siente que toda la parroquia lo mira mientras siguen sonando las risotadas y hasta el techo de la iglesia parece desternillarse.

7.10.09

Rosa y Rosario

No es coherente ir con un libro de Rosa Luxemburgo en el bolsillo y dejar que otra persona te haga la cama. A los 18 años en la residencia universitaria uno puede admitir que le preparen la comida, le laven la ropa…, pero no que le hagan la cama. Esto último es degradante, indigno, servil. Por eso, cuando Rosario entra en mi habitación encuentra la cama hecha.

-Gracias, pero ya la hice yo.

Rosario barre el cuarto y sale sin despedirse.

Tres días después dice:

-Tengo que hablar contigo. Si todos hicieran lo que tú, me echarían. Sobraría aquí, ¿me entiendes? Y vivo de esto. Soy viuda y tengo tres hijos. Así que, por favor, no te hagas más la cama.

Comprendo que tiene razón. Dejaré que Rosario haga mi cama cada día.

Saco el libro del pantalón y, mirando la portada, intento explicárselo a Rosa Luxemburgo.

6.10.09

Vosotras moscas vulgares

Como continuación al atestado instruido acerca del accidente de tráfico que afectó al camión arriba referenciado, por esta comandancia se han practicado diligencias ampliatorias, que se relacionan seguidamente.

Ha podido constatarse que la carga que el camión transportaba, parte de la cual cayó durante el accidente y quedó esparcida en carretera y arcén, no se corresponde con la mercancía para cuyo transporte estaba autorizado el camión. Este hecho ya fue advertido al tiempo de redactarse el atestado inicial, toda vez que la licencia se hallaba concedida para el transporte de hortalizas y frutas, mientras que la carga desprendida del remolque consistía fundamentalmente en pequeños gusanos o larvas de insecto. Estas larvas estaban vivas, siendo transportadas en cajas acondicionadas para su traslado y mantenimiento con vida, disponiendo incluso de una pasta o preparado para su alimentación.

Cautelarmente se intervinieron dichos insectos.

Como quiera que las expresadas circunstancias, aparte de la irregularidad administrativa inherente al transporte de mercancía no autorizada, pudieran comportar otras conductas ilícitas, con transcendencia incluso penal en caso de productos tóxicos o infecciosos, se han practicado averiguaciones en varios ámbitos.

En primer lugar, se ha recabado informe de un zoólogo de la Facultad de Ciencias Biológicas, que se adjunta al presente y que concluye que las larvas intervenidas son de mosca común. Por tanto, no se trata de especie potencialmente dañina, más allá de las consabidas molestias que las moscas vulgares ocasionan.

En segundo término, se ha interrogado al conductor del camión, quien, si bien en un primer momento declinó contestar a las preguntas que se le formularon, posteriormente y tras efectuar una llamada telefónica (a lo que fue autorizado por esta comandancia), accedió a ello realizando las siguientes manifestaciones:

Preguntado por la razón de transportar larvas de insecto, responde:

Que la fábrica de insecticidas en que trabaja ha reducido sus ventas en los últimos tiempos, lo que entiende es debido a la disminución de moscas en el entorno.

Preguntado sobre qué proyectaba hacer con las larvas, responde:

Que pretendía dejarlas en libertad en cuanto se desarrollaran lo suficiente para volar.

Preguntado si pretendía establecer un criadero, responde:

Que no lo descartaba.

Preguntado sobre la procedencia de las larvas, responde:

Que las ha adquirido en el extranjero, no deseando concretar su origen ni las personas que se las han suministrado, si bien quiere precisar que las ha obtenido a precio módico.

Preguntado si ha recibido instrucciones de su empresa para que traiga moscas a nuestro país, responde:

Que no.

Preguntado sobre quién le ha encargado dicho transporte, responde:

Que nadie se lo ha encargado.

Preguntado por el motivo último de transportar larvas de mosca, responde:

Salvar su puesto de trabajo.

Invitado a concretar más su respuesta, añade:

Que la empresa ha iniciado ya los trámites de regulación de empleo, en la planta de insecticidas domésticos, para suprimir esta línea de producto y cesar a los trabajadores de la sección. Que pensó que, de aumentar la demanda de esos insecticidas, la empresa podría desistir del ajuste y mantener su plantilla.

Preguntado sobre si además del declarante hay otros trabajadores involucrados en el transporte de larvas, responde:

Que no desea contestar.

Preguntado si quiere añadir algo más a su declaración, responde:

Que el declarante no es ningún delincuente porque no ha robado ni dañado a nadie. Que siempre ha habido moscas y la gente ha usado insecticidas para librarse de ellas. Que sólo quiere que sigan vendiéndose matamoscas, para salvar su puesto de trabajo y los de sus compañeros. Que si pierde su empleo en la fábrica de insecticidas, se quedará en paro y no sabe de qué vivirá. Que tiene tres hijos menores de edad. Que ahora ocurre esto con las moscas pero después será con las hormigas. Que el consumo de cucarachicidas también está decayendo. Que puede ser a causa de la contaminación.



-Bueno, ya está transcrito. ¿Lo damos por terminado?

-No, hombre, hay que añadir que no se desprende relevancia penal y por eso le hemos dejado irse.

-A mí me parece un tío valiente.

-Al menos no se resigna a que lo echen.

-Los que deciden los recortes son unos capullos. Con qué indolencia tiran a la gente, pero en cambio sus sillones de directivo son sagrados.

-Pero es que… Tiene su lógica: si la gente no compra insecticidas, no tiene sentido fabricar algo que no se vende. Entonces hay que despedir a quienes trabajan en eso. O sea, amortizarlos. Es la ley del mercado.

-Así visto parece simple. Pero no deja de ser una putada. Imagínate que de repente no se cometieran delitos, que todo el mundo cumpliera las leyes: ni un homicidio, ni un robo… Entonces tú y yo sobraríamos: todos los policías, guardias, vigilantes… al paro.

-Quieres decir que cobramos gracias a los delincuentes. Vamos: que vivimos de ellos.

-Ríete, pero es así. Si no hubiera delincuentes tendríamos que plantearnos ser policías por el día y ladrones por la noche. Así no nos considerarían prescindibles, ex-ce-den-ta-rios. Una vez leí en el periódico que un bombero provocaba incendios para evitar que suprimieran su retén.

-¿Ah, sí? Tiene gracia.

-¡Toma!, y hace un siglo hubo obreros que rompían máquinas porque por su culpa perdían el jornal.

-Cómo se ve que lees historia.

-Me interesa, aunque no sirve para nada. Fíjate que, actualmente, la industria militar se las arregla para que siempre haya una guerra: para las fábricas de armas, la paz implica su quiebra.

-Pero todo eso es insensato. Lo único claro es que, si no pudiéramos seguir trabajando en esto, intentaríamos dedicarnos a otra cosa.

-Sí, pero imagínate que mañana te despiden. No es fácil empezar de nuevo. Antes tienes que encontrar otro empleo, aprenderlo, reciclarte…

-Tendría derecho a cobrar el paro.

-Pero no es lo mismo. Mucha gente se siente fracasada al perder su trabajo. De pronto los ingresos se reducen al mínimo, se hace difícil convivir, la familia paga los platos rotos. Tus hijos se van al colegio y preguntan: “papá, ¿por qué no trabajas?”. Y encima, desde fuera te miran con suspicacia, como a un defraudador o un parásito. Y tampoco sabes cuándo acabará eso.

-¿Y qué solución se te ocurre? Si no hay moscas, es una ventaja. Igual que si no hubiera delitos. Lo que la gente ahorre en insecticidas o en blindajes, se lo gastará en otras cosas. Y eso generará nuevos empleos. Las necesidades humanas son ilimitadas.

-No estoy de acuerdo: las necesidades son limitadas, lo ilimitado es la codicia.

-Bueno, llámalo como quieras.

-¿Recuerdas cuando para sacar dinero del banco tenía que atenderte un cajero, un cajero-persona? ¿Y cuando había cobradores en los autobuses (no como ahora, que te cobra el conductor)? Y los cobradores seguían siendo útiles, los quitaron para ganar más dinero. ¿Crees que esos puestos se han sustituido por otros? Más bien se han perdido, sin más.

-No; es distinto. Lo que digo es que, si siguieran los cobradores en los autobuses y los cajeros en las ventanillas, esos servicios serían más caros. Entonces la gente tendría menos dinero para gastar en otras cosas, y eso impediría surgir nuevos empleos.

-Es posible, pero debe haber otra forma de progresar, sin tirar gente a la calle. El precio es demasiado alto. Si hay que pagarlo, repartámoslo entre todos. Porque, aunque esa gente acabe encontrando otro trabajo, el problema es “mientras tanto”. Y… Hola, amiguita, ven aquí. ¿Has visto… qué mosca más guapa?

5.10.09

Se llaman llamas

En cuestión de minutos el cielo se oscureció. Las nubes amenazaban tormenta. Papá me llamó varias veces para correr a resguardarnos, pero yo no podía quitar los ojos de las ovejas gigantes. “Se llaman llamas” había dicho papá, y a mí me chocó la redundancia. Tras varias resistencias a marcharme de allí, el rayo alcanzó a mi padre. Quedó tendido en el suelo sin contestar a mis gritos. En la enfermería del zoológico intentaron, inútilmente, reanimarle.

Yo tenía seis años. Desde ese día me sentí culpable de su muerte: Si le hubiera obedecido la primera vez, nos habríamos alejado de allí. Pero yo estaba deslumbrada por la visión de las llamas. Luego he sabido que la lana atrae los relámpagos, y el cuerpo de las llamas está cubierto de lana (o alpaca).

Durante muchos años volví a menudo a aquel lugar. Me consolaba ver a los niños descubriendo a las llamas y desobedeciendo a sus padres cuando les mandaban irse. “No fui yo la única desobediente”, pensaba.

Todos los aniversarios regresé junto a las llamas. Sabía de sobra que mi padre (dondequiera que esté) me había perdonado. Mi problema era perdonarme a mí misma. A veces lloraba y, al hacerlo, vivía una especie de desahogo, casi un placer.

Ningún aniversario volvió a cubrirse el cielo. Hasta un 22 de junio en que el sol se ocultó tras las nubes. Entonces se acercó un vigilante y me dijo: “Señora, por favor, apártese de aquí: es peligroso porque puede haber tormenta”. Lo llamativo es que el vigilante no se extrañó cuando le contesté “sí, papá” y le di la mano, ni cuando le pedí un algodón de azúcar. Me lo compró y me llevó a una cafetería. Mientras yo me comía el algodón, él se tomó un té con leche.

El vigilante se llamaba Braulio. Desde entonces estamos juntos. Tenemos dos hijas y, aunque Braulio ya no trabaja en el zoo, algunos domingos nos acercamos a ver las llamas.

2.10.09

El amor está en el aire

Sobrevuelan ahora la muralla china, el mayor edificio de guerra, levantada hace más de 2000 años. Pasan luego por encima de las estepas rusas, aquéllas que cada invasión tiñó de sangre. Dejan atrás los Balcanes, Sarajevo, Auschwitz, Berlín, otros lugares de resonar bélico. Atraviesan fronteras de medio planeta, invisibles rayas que separan y enfrentan. Y tras recorrer este arco de ignominia (pero también de esperanza) descienden del avión en que han viajado con su hija adoptada, con una niña a la que han decidido dar su amor.

1.10.09

Árboles de hoja caduca

Es verdad, señor guardabosques, que me pareció injusto. No es para menos: las raíces, el tronco y las ramas seguirán viviendo, pero yo (simple hoja) moriré en otoño. A simple vista es indignante. Ramas, raíces y tronco nacieron antes que yo y, aun así, me sobrevivirán cuando yo caiga. Por eso le importuné clamando justicia. Lo que desconocía es que no está en su mano igualarnos por arriba: alargar mi vida y concederme el mismo trato que a ellos. Y la solución que usted me ofreció (igualarnos por abajo) no me gusta. No digo que al principio no me tentase: talar el árbol entero en otoño, arrancarlo de raíz cuando las hojas caigamos. Pero luego he pensado que nada gano con eso. Y, aunque me duela mi breve existencia, no debo sufrir porque otros me sobrevivan. Así que no, señor guardabosques, no hace falta que cambie nada. Permítales a ellos vivir los inviernos que yo no veré; y en cuanto a mí, en vez de suspirar por mi mala suerte, me deleitaré bebiendo el sol de cada día.

30.9.09

Néctar y acíbar

La modista venía a coser a casa. Se llamaba Paquita y decía palabras raras: hilván, holgura, pernera, sisa, dobladillo, pespunte… Mientras cosía, me contaba cuentos. Unos inventados y otros vividos. Entre los reales, lo que le pasó con la avispa.

Estaba dentro de una uva. Al coger la uva de la parra e ir a masticarla, la avispa le picó. La lengua se le inflamó terriblemente. No pudo comer en varios días. Decía “me duele al recordarlo”.

Yo tenía cuatro años y su relato me impresionó mucho más que cualquiera de los cuentos.

Desde entonces sueño con avispas. No sé si varias o la misma. Rayas negras y amarillas. He oído que, al contrario que las abejas, las avispas no mueren después de picar.

Justo antes del dolor me despierto (también es buena suerte). Suele ser madrugada. Entre el silencio, y sin ganas ya de dormir, algo pide ser escrito.

A veces la avispa está semanas sin venir. Entonces deseo que vuelva y -escondida en la uva- me inyecte su veneno, me clave su aguijón.

29.9.09

Así pasó

-No me cuenten ahora el accidente. Este juicio no es por el accidente, sino por la agresión. Señora, tiene usted la palabra.

-Pues es bastante simple. Él bajó del coche y, tras admitir que la culpa del choque había sido suya, me pidió que le perdonara, que en el hospital había tenido una guardia muy difícil y esa noche había muerto una enferma mientras la operaba. Entonces yo le dije: “No me extraña; ya me he dado cuenta de que es usted un manazas”. Y al oírlo, me arreó una bofetada. En ese momento llegó la policía municipal, por lo del accidente. Y han sido ellos los que le han denunciado.

-Sí, ya veo que no hay denuncia de usted.

-Es que no le acuso. Fue un guantazo muy bien dado. Además, yo le hice mucho más daño con mis palabras que él a mí con su bofetón.

-¿Quiere decir que no reclama nada?

-Ya le he dicho que no. Lo hemos arreglado entre nosotros. Una larga conversación, y nos hemos hecho amigos. Así que (con el debido respeto), señor juez, ¿qué pito toca usted en todo esto?

28.9.09

El programa Ulpiano

Se decía que son frases huecas y circulares, aforismos vacíos del derecho romano: Vivir honestamente. No dañar a otro. Dar a cada uno lo suyo. Porque, carajo, vaya forma de definir la justicia: eso obliga a precisar qué es honestidad, dónde acaban los derechos y dónde empieza el daño, qué es lo propio y qué es lo ajeno. Con lo cual estamos como al principio. Creo que las pronunció un tal Ulpiano, hace dieciocho siglos, y se quedó tan pancho.

Pero ahora es distinto porque tenemos redes lógicas que interactúan; nudos de análisis casuístico; motores de inferencia que seleccionan opciones… Y si pueden calcular trigonometría o jugar infaliblemente al ajedrez, ¿por qué no van a producir justicia?

Se opera con los campos “vivir honestamente” - “no dañar a nadie” - “dar a cada cual lo suyo”, y el sistema genera decisiones.

Así que fíjense de lo que nos hemos librado: opiniones, debates, tergiversación dialéctica, egoísmos revestidos de pátina respetable… Por fin la justicia es maquinal y neutra: como el diseño técnico o como el ajedrez.

25.9.09

Que la suerte te acompañe

-Papá, ¿tú estuviste en la guerra?

-¿Te refieres a la guerra civil?

-Sí. Es que hoy han hablado de eso en el colegio.

-Pues sí, por desgracia estuve. Tenía 22 años y me llamaron a filas. Es una suerte que vuestra generación (vamos: tus compañeros y tú) no hayáis tenido que vivir una guerra.

-¿Y mataste gente?

-Pues no sé. Disparar, disparé. Al igual que a mí me disparaban los del otro bando. ¡Qué remedio! Era eso o que te mandaran fusilar. En realidad, me alegré cuando me hirieron en el Jarama. Como estuve cojo varios meses, ya no tuve que volver al frente. Me quedé de ayudante en el hospital al que me llevaron.

-O sea, que en el fondo te vino bien que te hirieran.

-Pues sí, hijo: quizá gracias a eso me salvé.

-Querrás decir “nos salvamos”.

23.9.09

Contigo en la distancia

“Debes amar el tiempo de los intentos”
(J. MARTÍ)


Al atravesar Luisiana (Estados Unidos) el piloto informó “Estamos sobrevolando el río Mississippi”, y tú te tapaste los ojos y eludiste mirar por la ventanilla, porque lo quieres ensoñado, con Finn, con Sawyer, con el fugado Jim, con aquellos barcos de vapor, con su fluir de aventura. En voz baja repetías (recreándote en las íes y consonantes dobles) Mississippi. Y no te arriesgaste a verlo, ni siquiera a mil metros desde el avión, para preservar aquello, por miedo a que no sea como imaginaste y por lealtad al niño que lo descubrió.

22.9.09

Ripios

También él contaba sílabas. Prefería que fueran ocho. Y si no, endecasílabos. Las hilvanaba en estrofas. A veces tenía que morir alguien para que muerto rimara con huerto; o algo debía ser pequeño para rimar con sueño. Admiraba a Lope cuando “un soneto me manda hacer Violante” o “más de ciento en horas veinticuatro”. Y qué audacia la de Rubén: ligar pálida con crisálida.

Hasta que se examinó del carné de conducir.

El caso es que, con el coche de la autoescuela, tras bordear la rotonda se quitaban los intermitentes. Pero el día del examen falló el mecanismo. Y él continuó, sin percatarse. Ante lo cual, el examinador:

-Quite ya el intermitente,
que se equivoca la gente.


En pareados octosílabos rimados en consonante, le suspendió la prueba. “No apto”. Todo un poema.

El suspendido entendió el mensaje, se pasó al verso libre y no volvió a contar sílabas con los dedos.

21.9.09

Ya sé que me engañáis

Los ojos son dos globos con fibras y mucosas. Dentro hay músculos, líquido, nervios, secreción, venas. Es todo cuanto amas cuando amas dos pupilas.

Tu perro no te quiere: es un instinto ancestral, fruto de la simbiosis con humanos. Desde tiempos prehistóricos ayudaban a los hombres a cazar. Éstos, a cambio, les permitían apurar los huesos.

La alegría, la esperanza... son procesos neuronales. Prueba a comer sesos de oveja o de vaca: no te sabrán a sueños.

El cielo no es cielo ni tampoco azul. Son gases atmosféricos que envuelven la geomasa. Ondas electromagnéticas hacen el resto.

El arco iris no existe. Es luz que se refracta: puro subjetivismo.

Fenómenos, reacciones. Física y química (como aquella asignatura en el instituto). Así es todo lo que amas.

Y ahora ya puedes tener los pies en el suelo, afrontar la realidad tal como es.

Pero si no resistes, diles sencillamente: “Sentidos, percepción: ya sé que me engañáis. Sé que estáis confundiéndome, haciendo que ame las cosas que no existen. Pero, aunque nada de lo que amo exista realmente, el amor que yo siento es... real".

18.9.09

Qué sabe nadie

Se ve a sí mismo en el periódico, en la foto que ilustra el reportaje que hoy se publica sobre él. Lo que viene al lado es una parte de su vida:

En los veinte años que lleva en África ha fundado más de cien escuelas. En la primera que creó, él era el único maestro. Después de alfabetizar a unas cuantas decenas de jóvenes, consiguió que una parte de ellos se dedicara a enseñar, a su vez, a otras personas.

También ha fundado un centenar de cooperativas agrícolas, cuyo primer objetivo fue construir canalizaciones para el abastecimiento de agua. Una parte del beneficio se ha destinado siempre a microcréditos para poner en marcha otras cooperativas. La alfabetización de los campesinos ha favorecido el uso de sistemas de cultivo más eficaces, así como la creación de bancos de semillas.

Gracias a su empuje se han construido, asimismo, varios orfanatos y hospitales...
”.

Termina de leer y comprueba que es un resumen incompleto. Porque omite la parte esencial: el día que, veinte años atrás, conducía su coche y otro vehículo le adelantó en raya continua. Le dio rabia y por eso aceleró, no permitió que el otro coche volviera al carril derecho y en la siguiente curva chocó con un camión.

Murieron tres personas: un matrimonio y un niño, los ocupantes del coche que le había adelantado. El conductor del camión resultó herido.

Si él hubiera facilitado el adelantamiento, aquel accidente no habría ocurrido. El coche habría vuelto al carril derecho y no habría chocado con el camión que venía en sentido contrario.

El reportaje omite el hecho trascendental de su vida: el que le movió a dejarlo todo, a venir a África, a sacar fuerzas de flaqueza y a poner en marcha esos proyectos. Omite un dato crucial. Un hecho que sólo él sabe. Un acto irreflexivo pero horriblemente dañino, que duró dos segundos y le cambió por dentro.

17.9.09

Un modelo de gestión

Para concluir este informe de gestión, hemos de referirnos a la profundización democrática operada en nuestra estructura durante el último ejercicio.

La elección de cada jefatura de área mediante sufragio de sus miembros (“un hombre, un voto”) permite no sólo el gobierno democrático del conjunto, sino también de cada una de sus parcelas: narcotráfico, prostitución, corrupción institucional, extorsión y venta de armas.

Las cinco divisiones han elegido, mediante votación secreta y directa, sus propios consejos directivos; y éstos a su vez, investidos de la representatividad que les conceden las bases, han designado al rector máximo de la organización.

Se han armonizado así participación y eficiencia, democracia y resultados. Ésta es la clave de nuestro éxito, materializado en el crecimiento de las cinco áreas de negocio.

Igualmente se ha avanzado en la independencia de nuestro sistema de justicia. Los tribunales han actuado autónomamente, sin injerencias de la jefatura al enjuiciar desviaciones. Esto no ha impedido la ejemplaridad de las decisiones tomadas en aplicación de nuestro código (incluida, en caso necesario, la pena capital). Para el próximo ejercicio parece conveniente incidir en la descentralización. A tal fin se crearán tribunales especiales para desvíos en prostitución y corrupción pública, tal como se hizo para los sectores de armas y narcotráfico.

De entre las agrupaciones que operan extramuros de las leyes (o sea, el denominado “sector hampa”), la nuestra se ha afianzado como la más eficaz y cohesionada, merced a su vertebración democrática. He aquí lo que diferencia una auténtica organización, como la nuestra, de una simple banda de secuaces regida por la arbitrariedad.

En suma: una corporación como la nuestra, con un ámbito de negocio inconciliable con la legalidad exterior, requiere fortalecer su entramado jurídico como presupuesto de perduración.

Y esa solidez únicamente puede proceder de su aprobación por cargos electos, lo que otorga legitimación de origen, garantiza el apoyo de las bases y confiere estabilidad organizativa. De ahí nuestro empeño en potenciar los resortes democráticos.

(Aplausos.)

16.9.09

Estrategias

-Soy yo, cariño. Te llamo entre clase y clase para recordarte que me prepares la maleta. Ya sabes, para mi viaje de mañana.

-No te preocupes, ya he empezado a hacerla.

-Acuérdate de meter el traje a rayas, bien doblado. Y la corbata a juego, la de los pececitos. Ah, y los gemelos dorados. ¿Qué son esos ruidos?

-El pequeño, que se ha despertado. Voy a sacarlo de la cuna. Espera, que cojo el inalámbrico. Ah, es que se le había caído el chupete.

-Pues como te decía, que pongas también los gemelos. Y ya sabes: camisas y ropa interior para tres días. Bueno, te dejo, que tengo que dar otra clase. Hoy volveré tarde: debo terminar la última revisión de la ponencia.

-Entonces ¿no podrás ir a la reunión del cole?

-¿Qué reunión?

-Te lo dije ayer: con el profesor de apoyo, por el problema de Dani con las matemáticas.

-Pues se me había borrado. Pero no, no podré ir. ¿Por qué no llamas a tu madre para que se quede con los niños, y vas tú a la reunión?

-Bueno, lo intentaré. ¿Y de verdad no podrías ir tú?

-Pero, cariño, ya te lo he explicado: tengo que revisar la ponencia. Es un congreso muy importante, sobre “Estrategias Anti-discriminación”.

15.9.09

Mientras morías

Mientras morías, recordé que entre la casa y el tejado estaban las cámaras. Allí había una mesa de ping-pong. Si aparecías, teníamos que impedir que atraparas la bola. Y si la cogías, había que correr para quitártela.

La bola cayó y la cogiste con la boca. Pedrito y yo te perseguimos, pero tú eras más rápida y nos esquivabas. En cuclillas te imitamos
Uau-uau.

Nos contestaste y, al ladrar, la bola se soltó de tus dientes.

La risa nos derribó. Tenía un sabor dulce, un dulzor que se hincaba en el vientre y apenas dejaba tragar aire. Tendidos en el suelo, nos mirabas y ladrabas sin parar.

En la consulta del veterinario, mientras morías, me acordé de eso.

14.9.09

Sin techo

No recuerdo el título de la película, quizá nunca lo supe, pero sí el momento en que la lagartija corre por la pantalla y se para en los labios de la chica. El público rompe a reír.

La lagartija no reaparece pero, si la película aburre, uno puede pensar en ella. ¿Vendrá hoy? También se puede mirar hacia arriba. Hay mil estrellas (años después, apenas unas quince). Una noche cruza un cometa perfecto, igual que el del libro de Naturales.

Las sillas son de anea y, como el pantalón corto apenas cubre las piernas, los muslos se enrojecen. Oigo comentar que en las sillas hay chinches.

La gaseosa de limón no quita la sed, pero combina bien con la sal de las pipas.

Casi al final del Planeta de los Simios el proyector falla. La gente se resigna: "De todas formas, ya iba a acabarse". Tardo mucho en saber que los astronautas habían vuelto a la Tierra.

En otro cine de verano, años más tarde, el matrimonio entra en crisis. Tras los reproches y juicios, míster Kramer va a retirar sus cosas. En el portal, por primera vez desde que se separaron el señor y la señora Kramer se miran y conversan. ¿Se reconciliarán? Ambos entran en el ascensor para subir al piso en el que convivieron, y the end. Un espectador protesta por este final abierto, dice “no hay derecho a que te dejen sin saber cómo termina” y pide que le devuelvan el dinero de la entrada.

11.9.09

Armas blancas

Va de caseta en caseta pidiendo libros. “Libros que puedan ustedes donarme”, dice. “Es para un arma de instrucción masiva”.

Es la feria del libro y los que estamos a su alrededor lo miramos con curiosidad. Camina balanceándose, casi bailando, como si al eje de su cuerpo se le hubiera aflojado una pieza.

Estoy fabricando un arma de instrucción masiva”, le oigo decir. “Conseguí un viejo carro de combate y voy a llenarlo de libros”.

Al cabo de un rato veo un extraño vehículo estacionado junto a la feria. Es una especie de “jeep” grande y de color verde olivo: algo así como un camión pero con la cabina formada sólo por varillas. El parabrisas es un pequeño rectángulo de vidrio sostenido por dos de esas varillas. Y eso es todo el chasis.

Sobre las ruedas hay una plataforma con varias hileras de libros (con el lomo hacia fuera), una sobre otra. Y en vez de faros, lleva siluetas de libros.

Al ver el camión me doy cuenta de que eso es el arma de instrucción masiva.

El hombre se acerca ahora al camión para dejar más libros. Ha conseguido que le donen varios títulos. Algunas personas compran ejemplares y se los regalan. Él los va colocando en la trasera del camión. No falta gente haciéndose fotos a su lado.

Yo mismo contribuyo con una edición barata de “Demian”, de Hermann Hesse. Un proyectil muy peligroso.

No sé dónde pensará usar su carro de combate, pero se me ocurren varios objetivos estratégicos: la casa de “Gran hermano”, alguna tertulia de cotilleo, una cancha de boxeo, una plaza de toros...

Lo malo es que, nada más marcharse con el camión, empieza a llover. Entonces me asalta un temor: que se estropee su armamento, que la pólvora de papel se le moje.

10.9.09

Tanta riña fútil

Hubo disputas por casi todo: Porque tu hermano te cogía la ropa. Porque tu hermano no quería que le cogieras su ropa. Porque cuando le pedías su ropa, él te recordaba que antes no le habías dejado la tuya. Porque te reprochó que le reprocharas...

Pero ahora, cuando se palpa la tensión por el análisis de tu hermano (¿será un tumor?; y si lo es ¿será benigno?), todo se desvanece.

“Que no sea”, “que no sea”, repites para ti, abochornado por tanta riña fútil.

Al día siguiente deduces, por el habla distendida de tus padres, que lo peor se ha excluido. No hacía falta, pero te lo confirman. Y de pronto todos los objetos, los muebles, el techo, las paredes... se encienden, como si alguien hubiera instalado una bombilla dentro.

9.9.09

Nosotros

…esa isla desierta
que somos cada uno de nosotros,
rodeada de nosotros por todas partes,
de manera que no hay manera de llegar
(MUÑOZ ROJAS)



Nosotros la quiero.

Nosotros la detesto.

Nosotros siento amistad, pero ya no amor.

Nosotros deseo dejarla.

Nosotros quiero seguir con ella.

En ocasiones nosotros siento que me asfixia.

Nosotros de pronto la echo de menos.

Un día nosotros (o sea, yoes) deberíamos reunirnos, cambiar impresiones y hacer, en fin, una votación.

El problema es que nunca nos presentamos a la vez.

8.9.09

Bienvenido al club

Un pintor que visita el museo en que se exhiben sus propios cuadros y, aprovechando una distracción del vigilante, saca un pincel y retoca sus pinturas.

Otro pintor que se esmera copiando jarrones o frutas, y cuya hija pequeña, al entrar en el estudio, pregunta:
-¿Para qué quieres dos cosas iguales?

El experto capitán de un barco que, mientras importe órdenes, sostiene un papel para no olvidar que “babor, izquierda; estribor, derecha”.

Un griego que se mete en la bañera y, al ver que el agua rebosa, corre gritando:
-¡Lo encontré!, ¡lo encontré!

Un aviador que sufre una avería en el Sahara y al que, de pronto, un niño le pide:
-Dibújame un cordero.

Una mujer pobre que gasta todo su dinero en comprar perfume para ungir a un hombre puro.

El padre que, encerrado en un campo de exterminio junto a su hijo, hace que éste crea que nada es de verdad, que todo es un juego.

Una maestra de música que, tras oír a un pájaro trinar en el alféizar, dice a sus alumnos: -La clase de hoy ha terminado.

Un hombre que cada 9 de noviembre (como siempre, sin tarjeta) envía a su mujer un ramo de flores.

Una niña que ve a su padre desplomarse por un rayo, y enseguida un trueno: el trueno que no cesa. Me lo contó años después.

Un hombre al que juzgan por homicidio y, cuando le preguntan por qué lo hizo, responde “milana bonita”.

Personas o personajes. Reales o ficticios. Qué más da.

7.9.09

Otra versión

Tras expulsarlo del paraíso, dijo Yahvéh al hombre:

-Porque comiste del árbol del que te prohibí coger diciéndote “no comas de él”, maldita será la tierra por tu causa. Con trabajo sacarás de ella el alimento todos los días de tu vida. Espinas y cardos producirá, y la hierba del campo tomarás. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que retornes a la tierra, pues de ella fuiste tomado.

El hombre dijo:

-En esas condiciones, prefiero ser devuelto a la nada, como antes de crearme.

Yahvéh se apiadó:

-Para que tu existir no sea tan mezquino, te daré la imaginación. Es un trasunto de mi fuerza. Podrás fabular, soñar, idear fantasías. Contarlas o escribirlas.

-¿Y en qué consiste eso?

Yahvéh lo explicó someramente.

Y el hombre, con un resto de esperanza y un insospechado impulso, empezó a escribir unos libros, o sea, biblia.

4.9.09

Porque no

-Sería fantástico. En todos los colegios del mundo se enseñaría la lengua universal. Se aprendería esperanto desde la infancia.

-¿Y eso para qué?

-Para que todos los humanos podamos comunicarnos. Del polo norte al polo sur, la gente sabría el mismo idioma.

-¿Y las lenguas maternas qué: se extinguirían?

-No, seguirían hablándose como ahora. El esperanto es sólo para comunicarse con personas de otros países.

-Pero las literaturas nacionales se resentirían.

-En absoluto. Cada autor seguiría escribiendo en su propia lengua o dialecto. El esperanto se pensó para favorecer la comunicación, no con una finalidad artística.

-¿Y por qué el esperanto y no otro idioma común? El nuestro, por ejemplo.

-Por facilidad. Nuestro idioma es difícil de aprender. Tiene verbos irregulares, y el esperanto no. Tiene conjugaciones, y el esperanto no. En esperanto no hay excepciones ni vocales oscuras. Su sintaxis es lógica, simple, y tiene reglas fijas.

-Pero la gente que enseña nuestra lengua podría perder su trabajo.

-Siendo profesores, les será sencillo aprender esperanto. Podrían dedicarse a enseñarlo.

-De todas formas, no veo las ventajas.

-¿Te parece poco entendernos todos los habitantes del planeta? Viajar sin barreras lingüísticas. Derribar la torre de Babel. Favorecer las comunicaciones, el intercambio y… la paz.

-Pues sigo sin verlo claro.

-¿Por qué?

-Porque no, porque no y porque no.

3.9.09

Verano del 72

las claras tardes de estío
en que yo aprendí a soñar
(ANTONIO MACHADO)


Miedo al aburrimiento, a la mañana vacía y a las calles abrasadas. Pero es distinto si sube en la bici de su hermano. Hay que sentarse detrás de él, en unos barrotes que se hincan en el culo. Entonces la mañana se le hace corta. El viento le da en la cara mientras bajan a La Yedra. Árboles y zarzas a los lados. En otra bici va Lucas, van a la piscina (el padre de Lucas tiene allí un bar). Después, al volver, Agustín se alza sobre los pedales, jadea y suda. No le pedirá que se baje. Al final de la cuesta, la fábrica de piensos. Lo ha conseguido: Baeza otra vez.

En el siguiente verano sabe montar en bicicleta. Ya no necesita que su hermano le lleve. Pero el tedio amenaza el resto del día. No hay nadie con quien jugar. Pedrito está con sus tíos. Los otros van al campo con sus padres, ayudan, se entretienen.

Por fin un verano llegan unos amigos. Vivían, sin él saberlo, en los estantes. Tienen nombres raros: Nemo, Robinson Crusoe… Algunos (Phileas Fogg, Sawyer, Huckleberry) no sabe pronunciarlos. Son gente de otro mundo que viene a rescatarle.

Es verdad que después surgieron otros temores, pero aquel verano perdió el miedo a no volar.

2.9.09

Y tú cómo te llamas

El amante de las palabras va a la ferretería para comprar tuercas y arandelas. Al pasar por la sección de pinturas se queda mirando las latas. Hay cientos, y todas llevan adherida una pegatina con el color de la pintura y su nombre. Se para a examinarlas y lee:

Blanco mármol. Blanco mate. Blanco satén. Crema. Marfil…

Verde olivo. Verde laguna. Verde manzana. Cetrino…

Azul cobalto. Azul cárdeno. Azul pastel. Índigo…

Gris plata. Gris niebla. Gris ceniza. Gris acero…

Marrón cuero. Marrón tabaco. Marrón mostaza. Vainilla…

Rojo escarlata. Rojo cereza. Rojo teja. Carmesí. Bermellón. Burdeos…

Sepia. Granate. Magenta. Púrpura…


Está más de una hora leyendo los envases. Pide prestado un bolígrafo y anota aquellos nombres. Llena varias cuartillas. Las guarda en el bolsillo.

Seguramente ya había visto esos colores pero, sin palabrarlos, no los captó del todo. Estuvieron en su retina pero no en su conciencia.

Intenta memorizar cómo son el gris acero, el azul cárdeno, el sepia, el bermellón…, mientras se pregunta “¿qué es un color sin la palabra que lo nombra?”.

Al final, casi se olvida de comprar tuercas y arandelas.

Sale de la ferretería con las arandelas y tuercas, pero sobre todo se lleva un inesperado botín. Un bolsillo lleno de palabras.

1.9.09

Hasta más ver

Mi amigo Diego murió hace tres años. Sin embargo, esta tarde me lo he encontrado en una calle de Edimburgo. He tenido que venir a Escocia por motivos de trabajo, y al salir de una reunión me he topado con él. "¡Diego!", he dicho, y él no se ha dado por aludido. He repetido su nombre y entonces me ha mirado con extrañeza. Me ha costado trabajo explicarme, no sólo porque mi inglés no es bueno sino sobre todo porque cuanto más miraba a aquel hombre más me ha parecido mi amigo.

"Perdone" (he intentado excusarme), "me he confundido. Es usted igual que un amigo mío".

"No tiene importancia. Me llamo Larry", ha dicho él. Y me he dado cuenta de que también su timbre de voz es idéntico al de Diego. Tras lo cual me ha preguntado (sin duda a raíz de oír mi acento) "¿es usted italiano?".

"No, español", he respondido.

El caso es que me he atrevido a invitarle a un té, que finalmente han sido un té y varias copas. Nos hemos contado nuestras respectivas vidas y, aunque la suya no tiene mucha similitud con la de mi amigo, por momentos he tenido la sensación de estar hablando con Diego.

Le he explicado también cómo era mi amigo. "Físicamente era igual que tú" (lo bueno del idioma inglés es que no distingue entre tú y usted, así que en ningún momento hemos tenido que cambiar de pronombre). "El parecido es asombroso, incluso el pelo y los lunares. En lo demás Diego era alegre, apasionado, chispeante... Recuerdo la última noche que estuvimos juntos. Salimos a cenar, bromeamos y al final nos despedimos como siempre: `Hasta luego, Diego´, dije yo. Y él contestó `Hasta más ver, Rafael´. En español riman. Al día siguiente Diego murió de un infarto".

Después Larry y yo hemos hablado de fútbol, de música, de cine (Larry escribe críticas de cine en un periódico)...

Nos hemos dicho adiós con un apretón de manos. Aunque hemos anotado los teléfonos, no tengo previsto regresar a Edimburgo, así que probablemente no volveremos a vernos.

Mientras me he girado para encaminarme al hotel he pensado, para mis adentros, "Hasta luego, Diego". Y en ese momento Larry, como si me hubiera oído, me ha tocado en la espalda y ha dicho "Hasta más ver, Rafael".