26.11.12

Soldadito español


-Qué armas tan raras llevas.

-¿Raras? Para raras las tuyas. ¿Cómo se llama ésta?

-Es un cañón de mano.

-¿Y cómo funciona?

-Al prender esta mecha se provoca una explosión dentro del caño. Entonces la bola de hierro que antes he metido sale disparada.

-Así ya podrás. ¿Contra quién luchas?

–Contra los moros. Y tú, ¿a quién pretendes vencer con esa espada tan corta? Como el enemigo sepa usar la pólvora, vas listo.

-¿Usar qué?

-La pólvora. Es una mezcla de salitre, azufre y carbón. Al prenderle fuego estalla, y lo que pongas encima (una piedra, una bola…) sale disparado con mucha fuerza.
  
-Pues espero que los romanos no tengan de eso. Yo lucho contra ellos. Quieren ocupar este lugar y quedarse con él, mandar aquí. Y tú, ¿contra quién has dicho que batallas?

-Contra los moros. Es una guerra muy larga. Nadie sabe ya cuándo empezó. Creo que todo vino porque cruzaron desde África y tomaron nuestra tierra. Vamos, que nos invadieron. Pero de eso debe hacer muchísimo tiempo. Ahora intentamos conquistar Granada. Con ayuda de la pólvora creo que podremos, aunque no te creas: ellos también la usan. Yo hasta hace poco peleaba con una ballesta. Tensaba el muelle, apuntaba al enemigo y lanzaba la saeta. También se me daba bien disparar con arco.

-Perdonad que interrumpa vuestra charla. Yo también soy soldado. Y algunas de mis armas son éstas: el arcabuz (un tubo que dispara bolas de hierro) y la pica (una lanza larguísima para acometer al enemigo).

-¿Y contra quién luchas?

-Me mandan plantar cara a los flamencos.

-¿Los qué?

-Los que defienden Flandes. No sé bien dónde está (creo que hacia el norte de Europa) ni qué se nos ha perdido allí. Antes batallé en Nápoles y tampoco sé qué pintábamos en ese sitio. Mañana parto para Flandes con mi regimiento.

-No he podido evitar escucharos. Mirad mis armas. Esto es un fusil. Es parecido a tu arcabuz, pero más elaborado. No dispara bolas sino balas (una especie de cilindros de plomo). Además puede disparar varias balas seguidas sin tener que recargarlo cada vez. Pero tenemos pocos fusiles. Muchos soldados deben arreglarse con un trabuco, una especie de escopeta. El enemigo tiene armas mejores. Pero aun así no podrá con nosotros.

-¿Y contra quién guerreas?

-Contra los franceses. Han invadido España y raptado al rey. El emperador francés quiere que  su hermano (le decimos Pepe Botella) sea el nuevo rey de España. Curiosamente algunos españoles (los llamados “afrancesados”) le apoyan, pero la mayoría no se lo vamos a consentir.

-Y tú, el del penacho, ¿dónde peleas?

-Pues no sé bien. Creo que es una guerra civil entre españoles, aunque también hay extranjeros metiendo la cuchara. Yo voy a favor de la reina Isabel. Es la hija del difunto rey Fernando. La caballería la defiende contra los partidarios de Carlos (que por eso se llaman “carlistas”). El tal Carlos es hermano del rey Fernando y dice que el nuevo rey debe ser él, y no su sobrina, porque las mujeres no pueden heredar el trono. Se ve que de ahí viene todo el lío.

-¿Y quién lleva razón?

-Pues la verdad, no sé quién tiene más derecho. Ni cuál es mejor ni peor, ni qué nos conviene. Lo único que tengo claro es que, gane quien gane, yo no voy a sacar ningún beneficio.

-Bueno, tengo la impresión de que en eso estamos todos a la par. Exponemos el cuerpo, ofrecemos la vida sin saber para qué. Perdemos brazos, piernas..., morimos y matamos sin saber para quién. Si mañana cayerais en la batalla, ¿sabrías para qué habríais muerto? ¿Sabríais en provecho de quién habríais dado la vida? ¿Sabríais quién obtendría ganancia con vuestra muerte? ¿Sabríais si vuestro sacrificio valió la pena? Yo, desde luego, no.

-Ni yo.

-Ni yo.

-Ni yo.

-Ni yo tampoco.

21.11.12

La huida


La coneja ha salido a comer. Busca con avidez las bayas, hierbas… Traga deprisa, no sólo porque tiene hambre (ha de ingerir más comida porque está amamantando a sus gazapos), sino porque cada segundo que esté fuera aumenta el riesgo. El peligro de ser devorada.

El ataque puede venir de cualquier sitio. Los felinos no avisan. Están siempre al acecho y sorpresivamente embisten con sus garras. Ni tampoco los zorros, las serpientes… Incluso desde el cielo puede llegar la muerte. Hay águilas que apresan con sus patas ganchudas y a menudo golpean con su gran pico curvo.

La coneja termina de comer y vuelve a la madriguera. Respira con alivio. Por fin está en su casa.

Pero no, ahí tampoco está a salvo. A la madriguera entra un hurón. Es pequeño y delgado, tanto como la propia coneja (por eso ha podido entrar), pero posee afilados dientes que atraviesan la carne.

La coneja echa a correr. Tiene que alcanzar otra salida, huir de ese refugio (laboriosamente excavado por ella) que de pronto se ha convertido en una trampa. 

Menos mal que la madriguera tiene varias bocas. La coneja escapa por una de ellas. Sabe que en los túneles han quedado sus crías. Sabe también que no volverá a verlas: que ya nadie mamará de sus pechos. 

La coneja corre hacia los matorrales para esconderse tras ellos (ahí fuera puede haber humanos provistos de escopetas). Mientras corre, con su pequeño cerebro se pregunta algo parecido a ¿habrá un sitio, un solo sitio en el mundo, en el que yo pueda estar segura?