31.1.09

Tan cultos

Sabían sumar, restar, multiplicar, dividir. Conocían el alfabeto, el número pi, el área del triángulo, el teorema de Pitágoras, el principio de Arquímedes... Lo sabían casi todo. Pero ignoraban la fórmula para no hacer esclavos.

30.1.09

De estreno

Cuando mamá enfermó, mis hermanos y yo tuvimos que turnarnos para cuidarla.

Uno de los días que la acompañé tuve que abrir su armario para coger un pijama. Sin saber por qué, me detuve un momento a mirar su ropa. Toda me era familiar, salvo un bonito vestido de color violeta. No sólo nunca se lo había visto puesto, sino que no me imaginaba a mi madre vestida con él.

Se lo comenté, y entonces mi madre me contó un pequeño secreto. Su secreto.

Aquel vestido lo había comprado hacía quince años, con idea de lucirlo en la boda de unos parientes. Aquel año mi familia pasaba una mala situación económica, por culpa de la sequía y las malas cosechas. Hubo que suprimir gastos. A mis hermanos y a mí nos borraron del comedor del colegio y, en su lugar, llevábamos el almuerzo en una fiambrera. Mi madre se privó de todo. No gastaba en peluquería ni en ropa o calzado para ella. Compró gallinas y conejos y habilitó un corral para así disponer de carne y huevos.

Pero, a pesar de todo, un día que mi madre fue a la ciudad y vio en una tienda aquel vestido, quedó prendada de él. Dado que iba a ser la boda de su prima, decidió comprarlo. Fue uno de los pocos caprichos que se permitió en toda su vida.

Sin embargo, unos días después le remordió la conciencia por el gasto que había hecho. Así que decidió autocastigarse: no se pondría el vestido. De hecho nunca llegó a estrenarlo. Lo guardaba en el ropero como recordatorio de su desliz y para que le sirviera de lección.

Cuando semanas más tarde mi madre murió, sugerí a mis hermanos que la veláramos con aquel vestido. A ellos les pareció bien, así que se lo pusimos. Un poco tarde, pero lo estrenó.

Después, en el crematorio, mientras su cuerpo y el vestido ardían me pregunté si con ellos se quemaba también el sacrificio de mi madre. Si era indiferente que mi madre hubiera renunciado a tanto por nosotros. Si, a la postre, habría dado lo mismo que no se hubiera privado de nada. Y dentro de mí una voz respondía “no puede ser no puede ser…”.

29.1.09

Único

Es de una clase inespecífica, rara en el mundo. No tiene pedigrí, pero les juro que no hay otro de sus mismas características. Es un ejemplar único e irrepetible. Es, ¿cómo decirlo?... Es el chucho que me quiere.

Los refranes lo dicen

Dame pan y dime tonto”.
Ande yo caliente y ríase la gente”.

Los refranes lo dicen: pagar os da derecho a humillarme; vestirme os da derecho a burlaros.

Lástima que últimamente, para vestirme y reiros, para darme pan y decirme tonto, tengáis que venir aquí: a la Unidad de Psiquiatría.

28.1.09

Ejercicio

Ciencias Naturales
(Examen teórico.)

Después de un embarazo de 22 meses (casi dos años -se dice pronto-) la elefanta parió un cachorro sano, al cual, en un descuido de la madre, devoraron unos leones.

El ejercicio consiste en explicar a la elefanta (de un modo que lo entienda) que esta sucesión de hechos tiene un sentido.

27.1.09

Patentes y marcas

Una luz que se enciende cuando vemos a alguien por última vez antes de su muerte o de la nuestra. Que indica que es la última oportunidad de decirle “déjame que te explique” o “perdona” o “te quiero”.

Una lámpara que se ilumina cuando sin saber dañamos a alguien. Que alerta de nuestro poder ignorado. (Es tan difícil no herir a quien nos ama...)

Un interruptor que permite cesar de odiar. No sólo sirve para desistir de la venganza, sino que la máquina abduce el rencor.

Un botón para dejar de envidiar. Sirve para no desear a otros nuestro infortunio ni nuestras carencias; para alegrarnos de que otros posean lo que nos falta, de que no sufran lo que sufrimos.

Un pulsador que se aprieta y olvidamos acciones, propias o ajenas. Al que se ordena “olvida este trozo de vida” o esa traición o ese error, y se disipan de la memoria.

Una palanca que al moverla nos cambia los gustos, para que nada sórdido ni abyecto nos atraiga.

Cibernética de última generación. Alarmas que se activan a tiempo, botones que automatizan el perdón y el olvido.

26.1.09

Limpiamente sucios

Sin discordancias, en correcta sintaxis (sujeto, verbo, predicado), con jerga ordenancista y puntuación académica mandaban acallar otras voces, someter otras razas, invadir territorios, practicar exterminios… Y aunque lo que mandaban era sucio, lo disponían en leyes muy pulcramente escritas, con palabras cuidadas, con lenguaje esmerado, con las comas en su sitio.

Nada mejor

-Hijo, solamente podíamos traerte a esta vida. Solamente podíamos traerte a este mundo. Solamente podíamos traerte a este planeta. Podíamos no haberte traído en absoluto. Pero, si te traíamos, teníamos necesariamente que traerte a este planeta, a esta vida, a este mundo. No teníamos nada mejor que ofrecerte.

24.1.09

Ser o no ser

He sabido (no importa cómo) que mis padres me concibieron a las 23 horas 48 minutos 31 segundos.

Si la concepción hubiera sido un segundo antes (a las 23:48:30), la persona concebida habría sido yo, pero tendría los ojos verdes en vez de marrones.

Si la concepción hubiera sido un segundo después (a las 23:48:32), la persona concebida también habría sido yo, pero mediría un centímetro menos y tendría el pelo castaño en vez de rubio.

Si la concepción hubiera sido más de un segundo antes (a las 23:48:29) o más de un segundo después (a las 23:48:33), entonces no me habrían concebido… a mí. Los cromosomas se habrían combinado de tal modo que los genes serían muy distintos: no sólo un centímetro de más o de menos, no sólo el color del cabello o del iris…, sino una diferencia más profunda.

Y el concebido sería otro. Tendría otra yoidad, otra subjetividad, otra autopercepción.

Tal vez le habrían puesto mi nombre, pero sería otra persona.

Y entonces yo no existiría. Nunca habría nacido.

Como tantos: tantos otros que no nacen nunca.

23.1.09

Combate

Desde su puesto de observación el zoólogo ve acercarse dos grupos de chimpancés. Ambos clanes inician una cruenta pelea a base de golpes y mordiscos. Algunos chimpancés usan ramas que previamente han cortado para emplearlas en la lucha. También se lanzan piedras, cocos y otros frutos.

La refriega acaba cuando uno de los grupos se retira. En el suelo hay varios chimpancés muertos.

Por la noche el zoólogo se acerca al campo de batalla y, mientras comprueba que algunos palos habían sido afilados con los dientes, piensa “Menos mal que aún no han inventado las armas de fuego…”.

22.1.09

Por primera vez

Tenía 12 años. Acabó de leer El principito. Llegó al párrafo en que el aviador (ese aviador que no se identifica pero se supone que es el propio Antoine de Saint-Exupéry) dice:

“Éste es, para mí, el paisaje más bello y más triste del mundo… Aquí fue donde el principito apareció en la Tierra y luego desapareció…

Si llegáis a pasar por allí, os lo suplico: no os apresuréis; esperad un momento, exactamente debajo de la estrella. Si entonces un niño se acerca a vosotros, si ríe, si tiene cabellos dorados, si no responde cuando se le pregunta, adivinaréis quién es. Sed, entonces, amables. No me dejéis tan triste. Escribidme en seguida, decidme que el principito ha vuelto”.


Y entonces le invadió una extraña tristeza. Porque se dio cuenta de que, si bien podía releerlo muchas veces, nunca más podría descubrirlo. Nunca más podría sentir la inesperada fascinación, el sorpresivo encanto. Nunca más podría leer El principito por primera vez.

21.1.09

¿A qué esperas?

En un rincón del aula los párvulos contemplan, sobre una estantería, la perdiz disecada: la perdiz que les mira con las alas abiertas. (Los niños aún no saben nada sobre la muerte.) Y todos ellos dicen “Eh, pájaro, ¿qué esperas? Venga: ¿qué necesitas para echar a volar?”.

20.1.09

Partículas de horror

Se suicidó en el búnker de Berlín en abril de 1945. Tras lo cual un soldado (siguiendo las instrucciones que el propio H. le había dado antes de quitarse la vida) quemó su cadáver.

Al arder, algunos átomos de H. se hicieron humo y pasaron al aire.

Se mezclaron con el aire de la Tierra. Con nuestro aire.

Y ahí siguen: fundidos, ocultos, respirables.

Como antes de H., como después de H.

Los átomos del Horror siempre han estado, siempre estarán ahí.

(¿Evitaremos que otra vez se junten?)

19.1.09

Insomnio

En términos de sueño, salió caro regatear ayer con el vendedor callejero. Le arranqué un reloj a la mitad del precio inicial (es fácil negociar con un débil), pero luego me sentí culpable cuando le vi recoger deprisa la mercancía y suplicar inútilmente al policía que no se la requisara. Y después tardé en dormirme, pensando en las monedas que le había escamoteado, tan nimias para mí, tan necesarias para él. Sin duda que, de no ser por aquello, habría pasado hoy del perro de la cuneta, le habría dejado ahí cojeando en vez de parar el coche, recogerlo, llevarlo al veterinario y traerlo a casa. Y ahora tengo que darle un nombre. Pero sin pensarlo mucho: no quiero otro motivo de insomnio. ¿Piedad? ¿Conciencia? ¿Qué tal Blanqueo? ¿Aceptaría un perro llamarse Blanqueo?

17.1.09

Esto no es un cuento

Mientras en el frente morían los soldados, ambos ministros se reunieron para explorar la paz. A fin de distender la reunión tomaron crema de ostras, roastbeef, sorbete de mango y café con pastas. Pero al final las negociaciones se estancaron, por lo que el champán quedó en la cubitera. Ambos ministros se levantaron y se despidieron cortésmente mientras en el frente seguían muriendo los soldados.

(Obviamente esto no es un cuento sino una crónica.)

16.1.09

Lotería

Año 1937. Guerra civil.

En un sitio de España y pese al fragor de los obuses, por amor, por deseo o por ambos impulsos un hombre y una mujer –sin reparar en consecuencias- se ayuntaron.

Tras la fecundación, los espermatozoides no concebidos, al constatar que no les había tocado nacer y vivir entre guerra y postguerra, suspiraron con alivio.

Los óvulos no germinados, también.

“De la que nos hemos librado. ¡ Menos mal !”, exclamaron unos y otros, mientras sentían compasión por los sí fecundados.

14.1.09

Di buenas noches

Levántate.

Vístete.

Desayuna.

Despídete de tu mujer.

Cierra la puerta despacio, no despiertes a los niños.

Sal a la calle. Camina.

Saluda a tus compañeros. Espera el autobús.

Apéate al llegar al campo de prisioneros.

Identifícate. Firma el control de entrada.

Incorpórate a tu puesto.

Separa a los reclusos. A un lado, los válidos para el trabajo. A otro, los inútiles (viejos, enfermos). Finalmente las mujeres y los niños.

Destínalos: talleres para unos; gas para otros.

No mires a los ojos. Has de creer que son objetos. Sólo di números y al taller o revisión higiénica.

No oigas sus gritos. Canturrea mientras sollozan. No mires que se abrazan. No compartas su espanto. Piensa es mi trabajo, sólo cumplo órdenes.

Comprueba que el dispositivo ha funcionado. Abre la puerta. Manda llevar los cadáveres al horno.

Mira el reloj. Pausa para comida.

Charla con los colegas. Comenta chismes, rumores de guerra.

Vuelve al trabajo. Ordena que recojan a los de los talleres. Haz recuento.

No admitas preguntas. Silencia, sanciona a quienes quieran saber.

Ve al pabellón de guardias. Date una ducha, quítate ese olor.

Firma el parte de salida. Espera el autobús.

Baja. Camina hasta casa. Besa a tu mujer. Besa a tus hijos. Acaricia al perro. Sácalo a orinar.

Piensa en frivolidades: el partido del domingo, el lavabo que gotea… Prohíbete pensar en ojos o en gemidos.

Vuelve a casa. Ayuda a los niños con los deberes. Busca una emisora que ponga música. Cena con la familia.

Di buenas noches, niños. Ponte el pijama. Buenas noches, mi amor. Dale la mano, quizá algo más. Y ahora la pastilla de dormir. No pienses en nada. Sobre todo no pienses. Duerme. Duerme. Mañana espera otro día de trabajo.

13.1.09

Examen

Primera pregunta: ¿A partir de qué altura una elevación del terreno deja de ser una loma y pasa a ser un cerro?

Segunda pregunta: ¿A partir de qué altura una elevación del terreno deja de ser un cerro y pasa a ser un collado?

Tercera pregunta: ¿A partir de qué altura una elevación del terreno deja de ser un collado y pasa a ser una colina?

Cuarta pregunta: ¿A partir de qué altura una elevación del terreno deja de ser una colina y pasa a ser un monte?

Quinta pregunta: ¿A partir de qué altura una elevación del terreno deja de ser un monte y pasa a ser una montaña?

NOTA IMPORTANTE: En las respuestas habrá de especificarse el número exacto y preciso de metros.

9.1.09

Trama

Vivía la realidad como si fuese una ficción, algo así como una novela que estuviera leyendo: ¿qué ocurrirá mañana, o sea, en el siguiente párrafo?; ¿cómo continuará la trama?; ¿qué pasará el año que viene, o sea, en el próximo capítulo?...

Al fin y al cabo, no hallaba gran diferencia entre el discurrir de la vida y el de las novelas: un poco de previsibilidad, un poco de sorpresa, un poco de emoción, un poco de enredo, un poco de intriga… Y, de vez en cuando, algún giro argumental.

Vivía la realidad como si fuese una ficción: una novela, o un drama, o una película. Y así se le hacía mucho más llevadera.

Sobras completas

Por respeto a sus posibles lectores, trató de decir lo mismo con la mitad de las palabras. Y comprobó que era posible.

Luego intentó decirlo con la cuarta parte de las palabras. Y comprobó que también podía.

Entonces se armó de valor. No le fue fácil, pero arrojó al suelo las palabras sobrantes, cogió una escoba, las barrió y las tiró a la basura.

Releyó el texto tal como había quedado. Es verdad que, con la reducción, ganaba.

Pero no lo abrevió por eso, sino por respeto a quienes lo leyeran.

7.1.09

Uno de ellos

Treinta años después, él también tiene una cita con la madera. Durante todo ese tiempo, algún gallo le ha hecho recordar, diariamente, el momento en que negó a su maestro.

Recuerda que al principio estuvo dispuesto a correr la misma suerte que él. Incluso golpeó en la oreja a uno de los que le prendían. Pero en el último momento se achantó. Luego una mujer dijo “Éste es uno de los que iban con el preso”. Él lo negó tres veces y a continuación cantó un gallo. Desde entonces, quiquiriquí significa deslealtad.

Recuerda también que al maestro lo crucificaron, entre dos ladrones, en el monte de la Calavera. Y que él ni siquiera se acercó a verlo.

Sin embargo, hoy va a arrancarse aquella espina. Está lejos de donde pasó todo aquello, pero le espera una cruz parecida. Como la del hombre al que, de no haber negado, pudo acompañar hasta el final.

Han pasado treinta años. Ya no es joven ni fuerte. Sabe que va a sufrir, pero aguarda anhelante.

El viento trae ladridos y relinchos. No se oye ningún gallo.

Pero da igual: el gallo que ahora cantase no llevaría razón.

Tanta gente

Mientras el resto del público abandonaba la sala, él se quedaba a leer los títulos de crédito y veía desfilar
-actores,
-guionistas,
-directores de producción,
-productores ejecutivos,
-asistentes de dirección,
-directores de fotografía,
-jefes eléctricos,
-operadores,
-maquinistas,
-jefes de sonido,
-microfonistas,
-montadores,
-mezcladores,
-localizadores de exteriores,
-músicos,
-maquilladores,
-sastres,
-peluqueros,
-y, por último, el director.

Tras lo cual se preguntaba: ¿mereció la película que acabo de ver el trabajo de tanta gente?

Raramente se respondía sí.

5.1.09

La voz

Estaba enamorada de aquella voz tersa y compacta que salía de la radio. Por eso pidió que la dejaran presenciar, tras el cristal del estudio, la emisión del programa.

Ese día descubrió que el dueño de la voz no era como pensaba. Era un locutor desangelado, con tripa, canoso, con entradas…

¿Cómo podía brotar aquella voz perfecta de ese cuerpo sin garbo?

Y lo peor era que, en lo sucesivo, ya no podría disociar la voz de aquella imagen.

No: decididamente no tenía mucho sentido enamorarse de una voz, una garganta…, un trozo aislado de alguien.

Por todo lo cual, mientras volvía a casa se le ocurrió la moraleja más ripiosa que cabe imaginar:

Si de la voz de la radio alguien se enamora,
será mejor que no visite la emisora.