Lo cuenta Primo Levi en su libro “Si esto es un hombre”, las
memorias de su estancia en el campo de concentración de Auschwitz durante los
años 1943 a 1945.
Tras sufrir un accidente en el trabajo forzado (le cayó una
barra de hierro en el pie causándole una herida), tiene que acudir a la
enfermería del campo.
Allí ha de ponerse en la cola, descalzarse y permanecer desnudo
a la intemperie durante varias horas. Le ponen el termómetro y un médico
examina sumariamente el pie herido. Tras ello, es llevado a un barracón donde
le dirán qué van a hacer con él: si lo ingresan en la enfermería o lo devuelven
al trabajo. Pero él sabe que hay un tercer destino posible: la cámara de gas.
En el barracón hay otro enfermo. Primo Levi (judío italiano)
le pregunta a este hombre (un preso como él, pero de origen polaco) si sabe qué
va a pasar. El polaco no le contesta. Sin embargo, cuando entra un enfermero
(también polaco y preso como ellos, pero al que los alemanes han puesto a
trabajar en la enfermería) los dos presos polacos empiezan a reír. Hablan en
polaco –una lengua que Primo Levi no entiende- y al mismo tiempo le señalan con
el dedo, para dejar claro que están burlándose de él. Cada vez las risotadas
son más fuertes, y mientras se carcajean ponen repetidamente la mano en su
herida.
Así durante varios minutos.
Primo Levi siente una humillación tremenda, mayor aún que
las que diariamente le infligen los guardias del campo. Porque esta vez la
afrenta no procede de los carceleros, sino de otros presos -otros esclavos- como
él. De sus iguales.
Finalmente uno de los polacos le dice, en el rudimentario
alemán que todos los presos chapurrean, “Estás acabado, pronto al crematorio”.
(Obviamente esto no es un relato, sino un estupor. Y una
pregunta: A alguien que está sufriendo espantosamente y sabe lo que es el
dolor, ¿qué puede moverle a causar, sin con ello ganar nada, todavía más dolor a
otra persona?)