30.4.09

Testamento vital

Detengan a la muerte. Repelan sus avances. Ciérrenle mis puertas. No dejen que me invada, no dejen que entre en mí.

Pero -señores médicos-, si aprecian que la muerte ha ganado la batalla, entonces no opongan resistencia. Allánenle el camino. Alívienle el trabajo. Ayúdenla, en tal caso, a culminar su conquista.

29.4.09

Favores y deberes

Aquéllos que vienen de la derrota
guardan en el fondo cierta ufanía
(M. BENEDETTI)



Si aquí hubiera un Paul Auster, alguien que dijera “envíenme historias reales, vivencias que les marcaron; y las publicaré”, yo le habría remitido ésta:

Román era conserje en mi edificio. Mejor dicho: uno de los conserjes, pues era una comunidad de varios inmuebles.

Román era amable y resuelto. No obstante, a veces al hablar arrastraba las palabras y su aliento olía a alcohol.

Cuando me veía sacar la bici de mi hija, Román se ofrecía a ajustar el sillín con su llave inglesa.

Un día que celebré el cumpleaños de mi hija en un local del edificio, Román, al enterarse, compró una muñeca y se la regaló.

Otra vez recogió un gorrión que había caído en el patio y no podía volar. Se lo pedí y él me lo dio. Advirtió: “No aguantará encerrado; es un pájaro salvaje y necesita vivir suelto”. Acertó.

Pero lo que más le agradezco es que, cuando mi hija tropezó y se abrió una brecha en la frente, Román corrió a avisar a un vecino médico para que la asistiera.

Esto sucedió casi al mismo tiempo que fue incluido, en el orden del día de la junta, el punto “Decisión sobre el conserje don Román…: propuesta de despido”.

Al día siguiente Román me abordó:

-Si al final me despiden y hay juicio, ¿querrá usted ser testigo?

Yo le expliqué que en el juicio se decidiría sólo si la causa de despido (desatención de sus deberes por embriaguez) era real o no. Que no se trataba de juzgar todos sus actos ni los favores que había hecho. Y que además esos favores (que yo tanto agradecía) no estaban dentro de sus obligaciones laborales.

Y Román:

-O sea, como los guardias de Tráfico: te multan si te saltas un semáforo, pero no tienen en cuenta los que sí has respetado.

Y añadió:

-Si al final me echan, me iré al pueblo. A lo mejor puedo cobrar el paro. La vida allí es más barata.

En la junta expusieron sus quejas varios vecinos y se informó de que también los demás conserjes habían protestado. Después de un debate y una votación (en la que defendí darle otra oportunidad), Román fue despedido.

Román impugnó el cese. Yo trabajo en un juzgado laboral, pero la demanda correspondió a otro juzgado. (De haberme correspondido, habría tenido que abstenerme.)

El día señalado para el juicio vi a Román, de lejos, en el pasillo de los juzgados. Él también me vio. Durante un segundo nuestras miradas se cruzaron. No era sólo la cara de Román: era la cara de la dignidad. A continuación se giró, simulando no haberme reconocido.

Después supe que el abogado de Román había llegado a un acuerdo con la comunidad. Se pactó una indemnización, el juez la aprobó y no hubo juicio.

No he vuelto a saber de Román. Lo deseo viviendo en el pueblo, libre del alcohol y rodeado de gorriones.

28.4.09

Las hierbas que él arrojó

Me revienta esta mierda de trabajo. Me revienta trasladarme, cambiar de ciudad cada vez que la empresa termina una obra. Me revienta tener que mudarme todos los años.

Se acumulan trastos en la casa. La mitad de lo que uno guarda (recuerdos, papeles…) no sirve para nada. No merece la pena conservar estas estanterías. Ni tampoco el abrigo pasado de moda, ni los zapatos desgastados, ni el jersey que suelta pelusa.

Tiro a la basura todo eso. ¿Para qué llenar de bártulos el camión de mudanzas?

Y ahora viene lo peor: clasificar y empaquetar lo que sí voy a llevarme.

Me tomo un respiro, me asomo a la terraza y desde allí veo a alguien: Un hombre que busca entre la basura cosas aprovechables y que, tras mirar dentro de un cubo, saca y se lleva mi jersey, mi abrigo, mis zapatos…

27.4.09

Esa silla vacía

Tu coche se ha averiado en la autovía. Una grúa lo traslada al taller más próximo. Es uno de esos talleres de carretera, donde van a parar los vehículos siniestrados.

Te detienes a mirar algunos: carrocerías reventadas, habitáculos hundidos, chapa rugosa como un fuelle. Caricatura cruel de estilizados diseños. ¿Cuántas personas habrán muerto en ellos? ¿De qué sirve ahora toda esa chatarra?

Cuando por fin tu coche está reparado conversas con el mecánico. Mientras rellenas un talón bancario te sorprende ver, en una vitrina, el logotipo de tu empresa. Está rotulado en un papel: la clase de formularios que usáis en la oficina. Preguntas al mecánico, y él:

-Apareció en un coche que trajeron hace quince días. Cuando se desguaza un vehículo salen muchas cosas: papeles, monedas, llaves… Objetos que se fueron colando por las rendijas. Yo los guardo, por si acaso.

Así que alguien de tu empresa sufrió un accidente. El mecánico ignora quién conducía aquel coche, pero te asegura que su chasis quedó destrozado.

Estás de vacaciones, como el resto de la plantilla. Cuando vuelvas al trabajo faltará una persona. ¿Quién?

El 1 de septiembre saludas a tus compañeros. Aún quedan varios por incorporarse a la oficina. Cada vez que se abre la puerta piensas “éste tampoco”. Después, una silla desocupada y un rumor que cobra fuerza (“murió el 2 de agosto”). Al fin la víctima tiene un rostro: ése que ya no verás. Miras a tu alrededor y a ti mismo, y piensas que componéis el club de los supervivientes.

24.4.09

Un lugar en el mundo

Bienvenido a esta ciudad. Suponemos que, si ha elegido instalarse aquí, conoce nuestra principal regla. No obstante y para evitar equívocos, queremos recordarle que quienes fundamos esta ciudad éramos (posiblemente) débiles, feos, bajos o torpes. Sin embargo, la razón por la que padecimos no fue ser débil, feo, bajo o torpe. La razón por la que padecimos fue que se nos comparó con otros (hermanos, primos, vecinos…) más fuertes, más bellos, más altos o más listos. Muchos de nosotros sufrimos desde niños la comparación, a menudo persistente, con otras personas. Puede que fuese un proceder irreflexivo, incluso bienintencionado, pero a nosotros nos dañó. Por eso fundamos esta ciudad, la llamamos Sin Comparación y promulgamos su norma suprema: “Nadie puede ser comparado con nadie”. Si algún residente infringe esta regla, estará obligado a irse de aquí. Por lo demás, la nuestra es una ciudad acogedora y –creemos- grata para vivir. Esperamos que, si decide quedarse con nosotros, su estancia le resulte feliz y, por encima de todo, incomparable.

23.4.09

Juntacadáveres

El viejo ex-cautivo del campo de Mauthausen fue al cine y vio El Hundimiento. Cuando Hitler ocupó la pantalla, desde su asiento le abroncó:

“Necio, más que necio, ¿para qué te ha servido todo el dolor causado? ¿Qué utilidad ha tenido destrozar tantas vidas? ¿Qué has salido ganando con tanto sufrimiento? ¡ Has destruido a tanta gente, incluyendo a ti mismo !”.

Eso fue lo que el superviviente del campo de exterminio pensó viendo El Hundimiento (los últimos días de Hitler en el búnker). Y le envolvió una mezcla de rabia y tristeza. Pero odio, lo que se dice odio, no sintió.

22.4.09

Como una ostra

Fue el caso que venía un amigo de mi padre y había que ir por él al aeropuerto, pero a mi padre le surgió un imprevisto que le tuvo ocupado hasta las seis. Así que me pidió que fuera yo a recoger a su amigo:

-Le traes aquí para que deje el equipaje y os vais a comer fuera. A las seis menos cuarto volvéis a casa y ya me encargo yo de él.

-¿Y de qué voy a hablar con tu amigo, si apenas le conozco?

-De animales. Jorge es un entusiasta de la zoología. De hecho, dirige documentales para televisión.

-Pues a mí los animales no me van mucho. Me aburriré como una ostra.

Pero finalmente no resultó mal. Hablamos de muchas cosas y, claro, también de fauna. Me preguntó cuál es mi animal favorito y yo, que al principio estaba aburrida, le contesté: -La ostra.

Ante lo cual afirmó:

-La ostra es un animal fascinante.

-¿Ah, sí?

-Por supuesto. ¿Conoces algún otro que haga perlas con las cosas que le duelen?

“Perlas con las cosas que le duelen”. Sí: cuando algo hiriente penetra en su concha, la ostra lo envuelve segregando una sustancia mágica.

Hacer perlas con las cosas que duelen. Transformar lo dañino, edificar encima de lo que nos hirió.

Se me quedó grabado: "Hacer perlas con las cosas que duelen". Lo repito a veces y me resulta útil.

21.4.09

1945

Mientras hacía pasar a la princesa por el puente y silbaba imitando el soplido del viento, y hacía caer al agua su sombrero, donde unos patos lo cogían y llevaban río adentro… Mientras hacía todo eso su madre cocinaba, así que la princesa de arcilla rompió a llorar y mandó a sus sirvientes recobrar el sombrero, por lo que éstos se arrojaron vestidos desde el puente. No lograron alcanzar a los patos porque en ese momento mamá dijo su nombre y añadió: -Ven a desayunar. La niña guardaba las figuras mientras, encima de ella, el avión que sobrevolaba Kokura no podía localizar su objetivo prioritario porque nubes bajas cubrían la ciudad, de modo que el piloto desistió y puso rumbo a su blanco alternativo: Nagasaki.

Plutonio

Ese mismo día de 1945 otra niña se despertó en Nagasaki y jugó también con muñecos de arcilla y porcelana, pero de pronto un resplandor

20.4.09

Hemorragia interna

Entra en la habitación del hospital como si temiera llegar tarde a una cita. Mira al enfermo y éste, tras la mascarilla y los tubos, reacciona con sorpresa. El visitante y el hombre encamado se estrechan las manos, fuerte, largamente, hablándose con la mirada. El silencio lo ocupa todo, así que la hija del enfermo tiene que salir. Fuera, con la vista nublada y una presión que crece en la garganta, la muchacha identifica a aquel hombre como el viejo amigo de su padre. Recuerda las charlas y risas de ambos, años atrás, cuando ella era pequeña. Ahora el visitante sale abatido al pasillo. Se acerca a la muchacha y dice: “Dejamos de hablarnos hace años. No recuerdo el motivo. Por una sandez…”. Se gira y echa a andar, haciendo gesto de despedirse con una mano y llevándose la otra a los ojos.

17.4.09

Frescor

Iba en un viejo tren sin aire acondicionado. Como era verano, las ventanillas estaban abiertas. Cansada de ir sentada, se puso de pie y, asomada a una ventanilla, dejó que el aire la diera en la cara. Sintió que aquel aire la refrescaba por fuera y por dentro. Sintió que aquel frescor disipaba todo lo que en su vida la había entristecido, todo lo que alguna vez la hizo sufrir. Se había hecho de noche. A la luz de la luna veía pasar los olivos, los senderos, la tierra… Y de pronto se dio cuenta de que nunca, nunca como en ese instante, se había sentido tan bien.

16.4.09

Ojalá que te vaya bonito

Un convenio regulador tiene que aquilatar todos los detalles, no debe dejar nada a la improvisación. Por eso había que determinar la custodia de Aida. Entre personas maduras este asunto tenía un modo claro de resolverse. Descartada la custodia compartida (pues tras el divorcio iban a residir en ciudades distintas), la solución natural consistía en situar a Aida en el jardín, ponerse cada uno en un lugar equidistante y dejarla decidir con quién se iría. No valían trucos para atraerla: ni llamarla, ni mostrarle un obsequio... Que sus sentimientos actuaran con libertad.

Llegado el momento, Aida miró a izquierda y derecha. Sin moverse un centímetro decidió dormir una siesta. Ambos esperaron sin cruzar palabra durante hora y media, lamentando no haber cogido nada para leer.

Aida se incorporó. Bostezó, estiró regiamente sus músculos y empezó a caminar. Sin tomar impulso salvó los dos metros que había entre el suelo y la ventana de don Damián, el viejecito que nunca sale de casa. No era la primera vez que Aida saltaba hasta allí. Desde el alféizar volvió a mirar tristemente a ambos lados, hasta que el anciano la cogió y la abrazó contra sí. El ronroneo era suave pero audible.

15.4.09

No es palabra

Esta mañana he vuelto al tiempo, clase de francés, trece años, en que Marie dice “vamos a leer Le Petit Prince”. Es un libro raro, con emociones conocidas que creía inexpresables. Cada día un par de páginas, pero ahora es imposible pararse. Necesito leerlo entero, llegar hasta el final.

Desesperadamente busco las palabras que ignoro. Sin embargo, en el diccionario no viene baobab. Pregunto a Marie y me dice “no es palabra francesa, es un árbol africano”.

Fue a causa de los baobabs que el Principito vino a la Tierra. Necesitaba un cordero que comiera los brotes de baobabs, antes de que éstos creciesen e hicieran reventar su asteroide.

Esta mañana hemos hecho la comprobación. Esos pequeños monos se avisan entre sí cuando ven un depredador: si quien ataca es un águila emiten un sonido para que sus congéneres se oculten en los arbustos; si quien viene es un felino vocalizan otro grito distinto para decirles que trepen a un árbol. Algunos zoólogos las llamamos protopalabras. Y esta mañana, desde nuestro puesto de observación, lo he oído. Al ver acercarse una leona, el mono ha movido sus labios y ha dicho claramente baobab.

14.4.09

Sin pena ni gloria

Unos segundos antes de morir, pensó:

“Tengo la impresión de que mi vida ha sido gris y anodina. Una vida olvidable, sin gloria ni legado. Una vida de mierda.

Pero creo que no causé la ruina a otros. Creo que no arrastré a nadie a la locura. Creo que no empujé a nadie a la miseria, la perdición o la desgracia.

No es, a fin de cuentas, tan poco.”

8.4.09

La tejedora de sueños

[Dedicado a quienes menciono y a todos los demás que pasan por aquí]



Érase una multitud de pantallas. Millones de pantallas repartidas por el mundo y conectadas entre sí.

Además, cualquiera podía abrir con plena libertad y gratuitamente una dirección o página, y a ella podía accederse desde cualquiera de esas pantallas.

Para escribir y publicar lo que uno quería no tenía que pasar por censuras previas, y ni siquiera debía obtener la aprobación de ningún editor.

Y las demás personas, si lo deseaban, podían leerlo desde cualquier rincón del planeta con sólo teclear http:// más esa dirección en su pantalla.

Todo eso, en buena lógica, estaba llamado a ser un ensueño o un delirio (como la teletransportación o los viajes en el tiempo). Tendría que formar parte de un relato, La red prodigiosa o algo así. Debería ser quimérico y fantástico. Debería ser fabulación pero sorprendentemente, y por algún extraño motivo, es real.

Tecleamos y, más que pulsar teclas, palpamos la ficción con la punta de los dedos. Miramos la pantalla y lo que vemos es un sueño: un anhelo sólido y cristalizado.

(¿Seguro que estoy despierto? Elio, Yahaira, Saphira, Victoria, Nán…: decidme, por favor, que no lo estoy soñando.)

Érase una vez… No: en este caso no. En este caso es una vez.

7.4.09

Espeluy

Tarde plana en el tren. Vagón de no fumadores. Se incorporan viajeros. Se animan a hablar. Uno dice que viaja para poner orden en un asunto de familia, ajustar cuentas con alguien y dar un escarmiento.

Al acercarse a su destino afloran nervios. Saca un cigarro, lo enciende.

Miradas de soslayo, murmullos. Uno le recuerda que no puede fumar. Los demás se unen, forman un grupo, le exigen que apague el cigarro.

Tensión.

El hombre se levanta, planta cara al grupo, les reta a decidir quién va a quitarle el cigarro.

Viaja también una madre con su bebé. Esta mujer dirige al fumador una mirada tierna, como la que mostrará a su hijo cuando un día le sorprenda en una travesura. El niño también mira al fumador, y sonríe.

El hombre apaga el cigarro, se sienta. Vuelve la calma.

Tras el viaje dos personas estrechan sus manos, comparten perdón.

6.4.09

Calle Valdivia nº 10

La casa de Pedrito tiene dos habitaciones junto al patio a las que llamamos cuadrillas. En una de ellas solemos jugar. También tiene un pozo dividido por una pared, medio pozo para su casa y otra mitad para la contigua. A veces su madre habla con la vecina a través del pozo. De la pared cuelga un nido de barro seco, las golondrinas vuelven cada primavera (hay que respetarlas porque arrancaron a Cristo su corona de espinas). Hay también un tejado por el que andan los gatos.

La madre de Pedrito se llama Consuelo. Llama alfileres a las pinzas de tender la ropa, alacena a la despensa, peros a las manzanas, y en lugar de jersey dice saquito. Si va a comprar no dice voy al mercado, sino voy a la plaza. Cuando a Pedrito se le desarregla la ropa o lleva la camisa por fuera, dice
¡qué hechuras!
y yo no lo entiendo. En casa de Pedrito hay un botijo del que se debe beber a caño, me atragantaba siempre, por eso lo hago a morro cuando nadie me ve. La madre de Pedrito hace los polos más ricos del mundo, de leche canela y azúcar, con forma de cubito que se cogen con un mondadientes. También me da la merienda a la vez que a Pedrito, para que
no se te salte la hiel.
Me comía primero el pan para disfrutar después del chocolate solo. A veces ella, cuando ve que he comido todo el pan y aún me queda chocolate, me ofrece más pan.

En casa de Pedrito hay patos y gallinas. A los patos les damos moscas que cazamos, su padre nos regaña porque
las moscas se posan en las cacas y los patos son para comerlos.

Cada vez que su madre mata un pato, Pedrito se enoja y se niega a tomar la carne.

El Guadalquivir queda a varios kilómetros, pero se ataja por la vía abandonada del Baeza-Utiel. Por otra parte, un pato cabe en el macuto de gimnasia.

Asustado, no quiere salir, pero le empujamos y cae sobre la hierba. El agua le llama. Sumerge medio cuerpo, suelta un graznido, se aleja nadando. ¿Será verdad que este río pasa por Sevilla y desemboca en Sanlúcar provincia de Cádiz?

4.4.09

Abraxas

-No hemos querido molestarla hasta que saliera de la UCI. Ahora que su hijo se encuentra bien y usted ya está en planta, querríamos que contestara algunas preguntas. Es para el atestado.

-No hay problema. Responderé hasta donde me acuerde.

-Bien, vamos allá. ¿Recuerda cómo se produjo el choque?

-Al entrar en la curva la furgoneta invadió mi carril. De pronto la vi de frente, venía directa hacia mí. Instintivamente giré el volante hacia la derecha y nos salimos. De repente me encontré “cabeza abajo”. Miré atrás y vi a mi hijo. Lloraba, así que estaba vivo. Con mucho esfuerzo conseguí salir por el parabrisas. Intenté sacar al niño, pero los brazos no me obedecían. Entonces vino aquel hombre. Recuerdo cómo soltó el cinturón de la sillita, agarró a mi hijo y lo levantó. Todo pese a llevar las manos esposadas. Lo sacó del coche y lo apartó de allí.

-¿Estaba ya ardiendo su coche en ese momento?

-Creo que todavía no, porque el niño no ha tenido quemaduras. Ni yo tampoco. Sólo traumatismos.

-Entonces, ¿cuándo se dio cuenta usted de que su coche ardía?

-Un poco después, dos minutos o así. Pero ¿por qué es tan importante el momento?

-Mire, señora, aquel hombre murió carbonizado. La hipótesis que manejamos es que sus ropas se prendieron al rescatar a su hijo.

-Así que ha muerto...

-Queremos aclarar el modo como se incendiaron sus ropas. Dese cuenta de que ese hombre estaba detenido, así que el Estado era responsable de su custodia.

-Entonces ¿murió abrasado?

-Sí. Con las esposas debió serle imposible quitarse las ropas. Y como estaban ardiendo...

-Me dejan atónita... ¿Y por qué fue detenido?

-Bueno, en realidad no estaba detenido. Ya había sido condenado. El furgón que chocó con su coche venía de la Audiencia. Era un traslado penitenciario: lo conducían a prisión, a cumplir condena.

-Condena... ¿Por qué delito?

-Homicidio.

3.4.09

Una piedra del camino

En aquella época tenía a mi cargo velar por el orden en un edificio público. Sonó el teléfono y me informaron de un incidente ocurrido en la puerta. Un hombre se mostraba exaltado porque, después de decírsele que con la piedra que llevaba en el bolsillo no podía entrar y haberla depositado en el servicio de seguridad, cuando al abandonar el edificio quiso recuperar su piedra, ésta no aparecía. Sin apenas entender nada, acudí a la planta baja. Lo que vi no era alguien furioso, sino un hombre derrumbado, como si en ese momento lo hubiera perdido todo. Pero de repente su expresión cambió: la piedra había sido encontrada (al parecer accidentalmente había caído en una papelera). El hombre la tomó, la besó y la colocó en su pecho, al lado del corazón. No era una piedra preciosa ni tenía nada especial. Era una piedra fea, vulgar y alargada. Un pedrusco. Intrigado, le pregunté por qué aquello era tan importante para él, y así fue como me contó la historia de

Una piedra del camino.

Hace veinte años recorría con mi familia las ferias de los pueblos. Vendíamos turrones y chucherías. En verano dormíamos a la intemperie, con una lona en el suelo y otra por encima para protegernos de los mosquitos y del sol tempranero. Una noche, al ir a acostarme se me clavó algo en la espalda. Era una piedra acabada en punta que había debajo de la lona. Dado que el resto de la familia estaba ya durmiendo, no era cuestión de despertar a todos para cambiarnos de sitio. Intenté apartar la piedra por encima de la lona, pero estaba bien incrustada en al suelo. Así que al final tuve que aguantarme e intentar dormir sobre aquella piedra. Pero era imposible. Conforme pasaba el tiempo, más se me hincaba y más me dolía. Tendría que haber oído lo que rumiaba: “guarra, jodida, cabrona…”. Ya ve usted qué tontería, decirle eso a una piedra, como si pudiera entenderlo. Me entraban ganas de levantar la lona, coger la piedra y mandarla todo lo lejos que pudiera. Desvaríos por la rabia de no poder dormirme. Era ya muy tarde cuando noté un ruido extraño y, enseguida, un resplandor. La lona estaba ardiendo. Una brasa, procedente de alguna hoguera mal apagada, debió de prenderla. Inmediatamente desperté a mi mujer y a mis hijos y salimos corriendo. Mi mujer cogió en brazos a nuestra hija menor, que aún dormía en cuna. En cuestión de segundos ambas lonas, arriba y abajo, ardían por entero. De no haber sido porque al empezar el fuego yo estaba despierto, habríamos muerto todos. ¿Y sabe por qué estaba despierto? Bueno, ya se lo he dicho: por la piedra que se me clavaba. Ella nos salvó. Cuando todo había ardido la cogí y, desde entonces, la llevo siempre conmigo. Y créame que esto que le digo no es ningún cuento.

(Pues para mí sí.)

2.4.09

Cocretas

A Dolores. (Me reía de ella porque decía “cocretas”. Pero para devorar su trabajo -sus croquetas- no ponía reparos lingüísticos.)


Para que tú aprendieras ínclitas reglas gramaticales
(se me y no me se, anduve y no andé, no mu ni cuála ni difiriencia)
fue necesario que ellos bajaran a la mina, hicieran las camas, fregaran tu baño;
todo para que tú, mientras tanto, estudiaras ortofonía.
Así que cuando oigas
me se ha caído,
mu grandísimo,
jarto,
mercer,
cuála de las dos,
no les reduzcas ni les desdeñes, no corrijas sus palabras.
Desprecias mucho cuando dices
es más fácil decir harto, mecer, diferencia.
Porque mientras tú reglas de la sintaxis,
ellos tragaban sílice, hacían papillas o limpiaban tu mierda,
niñato de ídem.

1.4.09

Final de trayecto

Uno escribió “apenas tenía imaginación, pero inventó cuentos junto a mi cuna”.

Otro escribió “compartió conmigo su luz y su alegría”.

Otra escribió “cuando ya no tenía fuerzas para nada, aún sacaba fuerzas para mí”.

Otra escribió “toleró mis errores”.

Otro escribió “respondió a mis gritos con palabras suaves”.

Otra escribió “después de engañarla, volvió a confiar en mí”.

Y cada uno plegó varias veces su papel hasta hacerlo diminuto y entre todos, silenciosamente, los colocaron sobre aquel cuerpo. Y al trasladarlo tuvieron sumo cuidado de que ninguno de los papeles se cayera, porque sin ellos el lívido despojo perdería su textura.