23.6.08

Batalla

La trinchera.
El casco.
La oscuridad.
El fusil.
La tierra húmeda.
El barro.
Los charcos que se forman.
El culo mojado.
El frío.
La somnolencia.
La duermevela.
El amanecer.
La hora acercándose.
Los ojos de los otros.
La indiferencia fingida.
El fingido valor.
El estallido.
La lluvia de arena.
El silbato.
Los latidos.
La primera oleada (en la siguiente voy yo).
La ráfaga.
Los otros en el suelo.
Los latidos que aumentan.
El silbato de nuevo.
La carrera.
Los cadáveres debajo de mis pies.
La ráfaga que sigue.
Los otros cayendo.
Las balas en mí.
El vacío.

21.6.08

Boletín de notas

Ente rector del cosmos: Te pongo un nueve en Física, en Química, en Matemáticas. También un nueve en Lengua por tu mono gramático. Pero en Ética no: en Ética te pongo un muy deficiente.

16.6.08

No os precipitéis

Dijo el héroe:

“No admiréis la honradez de mi vida. Todavía no he muerto. Aún puedo envilecerme. Aún puedo estafar, malversar, agredir…

No elogiéis mi generosidad. Todavía no he muerto. Aún puedo volverme huraño, convertirme en un pequeño egoísta.

No alabéis mi fidelidad y mi coherencia. Todavía no he muerto. Aún puedo abjurar de mis principios o, peor aún, mantenerlos de palabra y traicionarlos de obra.

Mientras viva, no me alabéis, no me elogiéis, no me admiréis. No imprimáis sellos ni acuñéis monedas con mi efigie, no pongáis mi nombre a alguna calle, no me invoquéis como modelo o referencia. No os precipitéis.”

Todo eso dijo el héroe. Y concluyó:

“¿No os dais cuenta de que aún puedo estropearlo todo?”

13.6.08

Ellos

Un colchón sostiene mi masa, pero el despertador suena y las baldosas toman el relevo.

El agua de la ducha me moja, se desliza por el pecho y la espalda.

Un café baja por mi esófago. Una tostada se deja masticar y deglutir.

La acera aguanta mis pisadas. Luego, en la oficina, un sillón soporta este cuerpo sedente.

Las teclas del ordenador suben y bajan al compás de unos dedos. El monitor acoge mi mirada.

Otra vez en casa, un perro recibe mis caricias. Pide salir a la calle. Camina delante de mí y una correa une su cuello con mi mano.

Me hablan otras personas: mi pareja dice mi nombre, mis hijos me llaman papá. Una boca en mi cara les contesta, viajan a mis oídos sus voces y la mía (pero mi hablar resuena como otra voz cualquiera).

El televisor me cuenta noticias e historias.

Otra vez alimentos dejándose tragar, bajando por los tubos digestivos.

Un cepillo roza mis dientes. Me lo muestra el espejo. En él también una cara, unos hombros que (se supone) son míos.

El colchón vuelve a sostenerme hasta que el despertador zumbe y llegue, de nuevo, el turno de las baldosas.