30.1.06

Un poco de coherencia

Aún sigue, en la casa de sus padres, el libro de las tapas verdes: “Pinocho. Por Carlo Collodi”. Es el primer cuento que leyó, hace veinte años.

Busca la página donde el hada dice:

-Estoy viva, Pinocho. Te hice creer que había muerto de pena para que te arrepintieras de tus malas acciones. Has hecho sufrir mucho al pobre Gepetto.

Y ahora, antes de donar el libro a una biblioteca, va a perpetrar el sacrilegio. Tacha la respuesta de Pinocho y en su lugar escribe lo que siempre pensó que el muñeco debió contestar:

-De acuerdo, señora hada, he sido malo. Pero no veo bien que, habiéndome prohibido mentir, me haya hecho creer que usted había muerto. Me parece muy mal que, después de haber dispuesto que mi nariz creciera cada vez que yo mentía, me haya engañado de este modo. No entiendo que, habiendo ordenado a un niño (¡qué digo a un niño, a un trozo de madera!) decir siempre la verdad, incumpla usted sus propias reglas.

26.1.06

Lavabos

Fue duro recibir una caja que contenía una cubeta de lavabo. Se me representó enseguida la imagen del pretor Poncio lavándose las manos antes de consentir la ejecución. Y recordé las veces en que, como él, me lavé las manos. Entre otras:

-Toxicómanos llevados a la cárcel en vez de a un hospital donde curarse de su adicción. (Pero la ley lo mandaba: excusa universal.)

-Impunidades basadas en defectos de forma. (¿Y qué querías? Acuérdate del juez valenciano, denostado por grabar las conversaciones. Ellos se fueron de rositas y a él nadie le defendió: lo que sacó a la luz salpicaba mucho.)

-Retractaciones debidas a amenaza del agresor. (Era fácil no hurgar en las raíces, encarpetar el asunto.)

Al margen de quién la envíe, recibir una cubeta por correo obliga a hacerse preguntas.

Poco importa que al final fuera una remesa de Suministros. Lo que cuenta es que fue instalada en los aseos del tribunal y ahí sigue, disponible, para lavarse las manos.

25.1.06

Corazón salvaje

Quizá os suene mi historia del libro o la película. Me llamo Mowgli y vivo en una aldea de la India. Vine aquí cuando tenía siete años. Desde entonces mi vida ha sido bastante anodina, nada que ver con las emociones de la infancia. Me trajeron al poblado dos animales: un oso y una pantera. En realidad, me salvaron la vida.

La pantera quería traerme a toda costa, para librarme de la amenaza del tigre. Con tal de conducirme se expuso a los ataques de serpientes y monos. Sabía que sacarme de la selva era lo mejor para mí.

El oso, en cambio, me trajo a regañadientes. Pretendía que me quedara con él en la selva, para estar siempre juntos y pasar el día jugando conmigo. Pero, llegado el momento, me salvó del tigre plantándole cara. Estuvo a punto de morir por mí.

Recuerdo bien todo aquello. Me asombra que entonces entendía el lenguaje animal.

Después de venir a la aldea volví a ver a la pantera y al oso. Se acercaban a veces para recordar viejos tiempos. Ambos murieron años atrás.

Me enternece recordar a mis dos amigos. Cuando pienso en ellos, comprendo que sentían afecto por mí. Aunque de un modo distinto: uno me quería; el otro, más bien, me amaba.

23.1.06

Un pájaro.

Mi hija cumplía seis años y sus compañeros del cole vinieron a merendar. Hubo velas, tarta, cumpleaños feliz. Y al final actuó el payaso Kiko.

Como había que atender a once niños, mandé a Estela, mi empleada de hogar, que estuviera con ellos. Y mientras el payaso hacía muecas, Estela rompió a llorar. Intentó contenerse pero no pudo. Entonces reparé en mi insensibilidad: para poder trabajar Estela había dejado a sus hijitos en Ecuador, al cuidado de su tía. Así que le dije: “Vaya a su habitación y llore cuanto necesite”.

Cuando terminó la fiesta, fui a ver a Estela y le pregunté:

-¿Cuánto tiempo lleva sin ver a sus hijos?

-Más de dos años: desde que vine a España.

-Es demasiado. Tome este dinero y compre un pasaje. Váyase un mes a Ecuador.

-Entonces ¿me despide?

-No diga tonterías. Quiero que compre un billete de ida y vuelta, para que esté un mes con sus hijos.

-Muchísimas gracias. Me hace un gran favor. No sé cómo devolvérselo.

-No hay nada que devolver.

Le pagué el vuelo y durante aquel mes contraté a una sustituta. Tuve que renunciar a algunas cosas: cosas superfluas, naturalmente.

Desde luego, esto no cambia nada. Sigo siendo ruin y egoísta. Pero sé que en algún lugar de mi corazón vive un pájaro y una vez (sólo una vez) le dejé salir.

Soy así de mediocre

No piense que le juzgo, pues no hay nadie en la Tierra con derecho a juzgarle. Tendría yo que despojarme ahora de la toga, el birrete, las puñetas, los rizos y bajar de mi estrado o pedestal para que usted, desde su pureza, me juzgue y me condene con el resto de la humanidad. No, señor Gandhi, ni le juzgo en mi nombre ni en el del Imperio Británico. Simplemente encajo unos hechos en unas leyes (como un silogismo, Mahatma: soy así de mediocre). Y como son leyes injustas, también lo es mi decisión. En fin, yo no puedo mirarle a los ojos, pero usted sí. Así que, se lo ruego, antes de que por orden mía le lleven a la cárcel concédame su bendición.

20.1.06

Y después vine yo

Cortó,
exprimió,
batió,
mezcló,
coció,
coló,
salpimentó,
probó,
condimentó,
sofrió,
reservó,
rebozó,
calentó,
horneó,
vigiló,
sirvió
y después vine yo y
vorazmente
tenazmente
fugazmente
sin decir gracias
ni exclamar qué bueno
-eso sí- me lo tragué todo.

19.1.06

Nunca en mi corazón.

“Seguramente le extrañará que le remita una carta alguien que no conoce. Lo hago, en primer lugar, porque es usted la persona a quien más admiro. En segundo lugar, porque hace tiempo que necesitaba comunicarle algo. Y finalmente, porque no quiero perder toda oportunidad de exponérselo.

He sabido que está usted hospitalizado. Deseo sinceramente que se recupere. Sin embargo, esta circunstancia me ha llevado a expresarle mi inquietud, antes de que sea tarde.

Sé que usted ha dedicado su existencia a luchar contra la injusticia. Ha pasado encarcelado la mayor parte de su vida por oponerse a la segregación racial, y tras ser liberado viajó a otros países para enfrentarse a la oligarquía. De resultas de ello ha sufrido persecuciones y torturas. He oído que lo que le tiene ahora en el hospital es consecuencia de la malnutrición padecida en sus años de cautiverio. Está claro que sólo la lucha por la justicia ha dado sentido a su vida.

Mi existencia ha sido muy distinta. A mí me faltó todo su coraje. Desde niño he sentido repulsión ante la injusticia, una furia impotente al ver la iniquidad. Pero, a diferencia de usted, me tragué la rabia y no fui valiente. No tuve madera de héroe.

Guardé la indignación para mí mismo y me dediqué a otras actividades que no comprometían mi estabilidad.

Estudié biología celular, me especialicé en aplicaciones clínicas. Me hice investigador. Durante algún tiempo participé incluso en programas militares reservados. Experimentos, ensayos biológicos secretos. Cómo me avergüenzo de ello. Finalmente cesé a petición propia y volví a la universidad.

Bien; le ahorraré detalles e iré directo a la cuestión. Lo que quiero decirle es que conozco un modo de acabar con la injusticia, de extirparla para siempre.

Sí: lo que usted y yo anhelamos existe. Es un virus, un virus que puedo poner a su disposición. Mejor dicho: puedo liberarlo. Bastará que usted me lo indique y activaré el programa de transmisión. El virus es letal para la especie humana y se contagia a la vez por varias vías. Nadie puede escapar. No distingue entre razas ni clases. No hay remedio ni curación. En pocos días toda la humanidad habrá desaparecido.

¿Se da cuenta? Si se extingue la humanidad terminará toda injusticia. Desaparecerán las guerras, la explotación, los expolios, los genocidios.

Con la abolición del ser humano se esfumará todo eso. Seguirá habiendo vida en la Tierra, vida animal y vegetal, porque el virus no infecta a los demás seres. Sólo los hombres nos extinguiremos. Y no existiendo humanos en el planeta, no habrá nadie con capacidad para el mal. Con nosotros desaparecerá la injusticia.

A fin de cuentas, ¿qué otra solución hay? ¿Acáso podemos entrever otro medio de acabar con lo injusto?

Puede que en un pasado remoto los enfrentamientos tuvieran sentido: no había bastante alimento para sobrevivir todos. Pero actualmente la tecnología ha suprimido esa escasez, y sin embargo sigue habiendo sometimiento y explotación. El progreso no ha eliminado las guerras, sólo ha sofisticado las armas. No hay justicia entre las personas ni entre los pueblos. Una pequeña parte de la humanidad vive en la opulencia mientras el resto carece de lo básico. Los países ricos no sólo no comparten su bienestar, sino que esquilman los recursos de los pobres. ¿Hay acáso esperanza de que esto cambie?

Extinguida la humanidad, seguirá habiendo vida en el planeta, pero será vida sin voluntad moral, sin aptitud para lo malo y lo injusto.

Contésteme si aprueba mi propuesta. Sólo le reconozco a usted autoridad para decidirlo. Bastará una indicación suya y pondré en práctica el plan: el único que aseguraría la erradicación de la injusticia.”

-Enfermero, por favor, tire esto a la papelera.

18.1.06

Y no seréis juzgados.

Atasco de tráfico. Vehículos retenidos. Paramos, avanzamos, paramos.

Una ambulancia se anuncia con sirena y destellos. Desplazamos los vehículos a la izquierda para dejar un espacio junto al arcén. Cuando avanza la ambulancia, un coche le sigue y se abre paso.

Cláxones, protestas. Acusamos y juzgamos:

–Tío jeta, aprovechón, caradura.

El coche se detiene. Su conductor sale y grita:

-El enfermo es mi padre. Lo llevan a Urgencias. En la ambulancia no había sitio para mí.

17.1.06

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo.

Tras la declaración de guerra en julio de 1870, la Asociación Internacional de Trabajadores lanzó la consigna de oponerse a las hostilidades mediante la negativa obrera a participar en los ejércitos. Pese a la propaganda oficial, el llamamiento a alistarse apenas fue secundado por operarios de la industria, y entre los obreros agrícolas la respuesta fue también muy exigua. Cuando se dispuso la recluta obligatoria, tanto en Francia como en Prusia se produjo un movimiento de desacato, que se intentó aplacar amenazando con juicios por deserción. En ambos bandos se celebraron masivos consejos de guerra y llegaron a ejecutarse algunas condenas, pero la reacción duró poco tiempo ya que muchos soldados se negaron a fusilar a sus compañeros. Incluso se produjeron motines y asaltos espontáneos a establecimientos militares. La situación se hizo tan insostenible que las dos potencias tuvieron que poner fin a las operaciones armadas. Fue un enfrentamiento absurdo, que no obstante sirvió para que por primera vez una guerra quedase abortada por los soldados de ambos bandos. Algunos estudiosos opinan que, de no haber sido por la presión popular sobre los gobiernos, éstos habrían entrado en una espiral de locura, susceptible de arrastrar a Europa a un siglo de contiendas. No falta quien especula con conflictos mundiales y millones de víctimas, e incluso con el uso de la energía atómica para fines bélicos. Obviamente son planteamientos extremos y fantasiosos. Lo que resulta claro es que la acción en ambos Estados de los movimientos ciudadanos cambió el curso de los acontecimientos, haciendo prevalecer el deseo común de paz sobre los particulares intereses que motivan las guerras.

16.1.06

Una señal de alarma.

Al cumplir tres años había que escolarizar a Paula, por lo que ella dijo:

-Paula irá al colegio al que fui yo.

Y él:

-De ninguna manera. No quiero que le imbuyan religión desde la infancia. Irá a otro colegio donde no hagan eso.

-¿Ah, sí? Pues a mí no me fue nada mal en ese colegio.

-Ahora no hablamos de ti. Es una cuestión de principios: no se puede inculcar fe religiosa como se enseña el teorema de Pitágoras. Quiero que respeten a mi hija.

-No sólo es tu hija.

-Está bien: nuestra hija. Quiero que en materia de creencias pueda elegir por sí misma.

-O sea, que ya has decidido por mí.

-Eso mismo podría decir yo.

-Pues habrá que ir al juzgado. Según el código civil, si los padres no se ponen de acuerdo decide el juez.

Ambos se miraron fijamente y callaron. Desde que estaban juntos era la primera vez que invocaban un precepto legal. Sintieron miedo porque sabían que si una norma jurídica irrumpía en su convivencia, significaría que habían dejado de amarse.

Érase de un jardinero.

La señora se inclinó a oler las flores que cultivaba el jardinero y, al acercarse, exclamó con aversión:

-¡Un bicho!

Ante lo cual el aludido repuso, muy dignamente:

-No soy un bicho, soy un insecto. Y sepa que estas flores no se perfumaron para usted, sino para mí. Y también para mí colorearon sus pétalos. Para atraerme, para que con mis patas transporte su polen, para que las ayude a fecundarse. Así que, por favor, tráteme con respeto.

La señora tuvo que ser sostenida por el jardinero para no desplomarse: impresiona mucho oír hablar a un invertebrado.

Aficionado a la ventriloquia, el jardinero se había propuesto no hablar con el vientre en horas de trabajo. Pero en esta ocasión la voz, más que del vientre, le salió de las vísceras.

13.1.06

Esta noche no alumbra.

Durante los meses de noviembre y diciembre de 1939 los elementos rojos (copio textualmente) que merodean por los alrededores del pueblo de C., sector de V., declarado zona de guerra a efectos de persecución y captura de aquellos rebeldes, bajan con frecuencia desde los montes limítrofes hasta el pueblo, en donde se instalan transitoriamente en casa de sus familiares, que los encubren, e incluso deambulan por calles de la localidad, llegando a celebrar en una de las casas del pueblo un baile que empieza a las nueve de la noche y termina tres horas después, amenizado por gaita gallega y al que asisten, entre otros, seis rojos huidos del pueblo y otros rebeldes en la misma situación.

Es de notar que C. es una aldea que no cuenta con más de treinta vecinos, sin que el caserío esté muy diseminado, y que quien organiza el baile es la famosa partida del V. Desde el 8 de noviembre de 1939 existe en C. un puesto de la Guardia Civil (tú eres el comandante), del que además de ti forman parte cinco guardias.

No evitas que bajen al pueblo ni irrumpes en el baile. No detienes a nadie. Eludes encontrarte con los fugitivos.

Te juzga el Consejo Militar. Testifica la hija de la maestra. Era novia de uno de los huidos, ahora lo es de un guardia. Declara que vio a su antiguo novio en la calle; que te informó y no hiciste nada.

Te imponen cuatro años de cárcel.

Me encuentro contigo por casualidad, en un repertorio de sentencias. (Ni siquiera viene tu nombre: sólo las iniciales.) Así que, aunque parezcas ficción, de hecho exististe.

Es de suponer que a estas alturas estés muerto. Tú sí, pero tus actos no.

Heridas de amor

“Su dolor es severo y la enfermedad incurable, lo mejor es sacrificarla”. “Sí, qué remedio”, respondes al veterinario. Y mientras él le pone la inyección (ofrenda el sacrificio), descubres en tu mano el rasguño de hace sólo una semana, cuando todavía tenía fuerzas para arañar jugando. Está ya borrándose. Si mandaras en tu piel, lo guardarías para siempre.

12.1.06

Patentes y marcas

Una luz que se enciende cuando vemos a alguien por última vez antes de su muerte o de la nuestra. Que indica que es la última oportunidad de decirle “déjame que te explique” o “perdona” o “te quiero”.

Una lámpara que se ilumina cuando sin saber dañamos a alguien. Que alerta de nuestro poder ignorado. (Es difícil no herir a quien nos ama.)

Un interruptor que permite cesar de odiar. No sólo sirve para desistir de la venganza, sino que la máquina abduce el rencor.

Un botón para dejar de envidiar. Sirve para no desear a otros nuestro infortunio ni nuestras carencias; para alegrarnos de que otros posean lo que nos falta, de que no sufran lo que sufrimos.

Un pulsador que se aprieta y olvidamos acciones, propias o ajenas. Al que se ordena “olvida este trozo de vida” o esa traición o ese error, y se disipan de la memoria.

Una palanca que al moverla nos cambia los gustos, para que nada sórdido ni abyecto nos atraiga.

Cibernética de última generación. Alarmas que se activan a tiempo, botones que automatizan el perdón y el olvido.

11.1.06

Plántame

Después de la tormenta un árbol flotando con todas sus raíces blancas peludas un árbol arrancado de cuajo tumbado arrastrado por la corriente río abajo con sus ramas me suplicaba plántame y yo lo siento amigo soy parvo y medroso pero ojalá que luego alguien más grande o valiente te quiera ayudar.

10.1.06

El nombre exacto de las cosas

Debió servirse de alguna clase de hipnosis, porque de otro modo no se explica que aquel hombre, supuesto perturbado mental, pudiera entrar en la Academia de la Lengua, eludir el control de acceso, irrumpir en la sala de juntas y lograr sin violencia que los académicos adoptaran aquellas decisiones. Fueron esenciales cambios semánticos: definir democracia como “poder ejercido por persona autodesignada”; definir sufragio como “decisión tomada por quien detenta el poder”; definir libertad como “veto o impedimento”; objetividad como “actuación arbitraria”; igualdad como “diferencia en el trato”...

Veintiséis vocablos con acepción política mudaron su significado.

Fue gran suerte que a continuación aquel hombre se quedara dormido en un sillón. Y más fortuna aún que los académicos reaccionaran a tiempo, repentinamente libres de su influjo hipnótico.

Así pudo votarse oficialmente el regreso a las definiciones anteriores y abortarse el golpe de Estado.

Ahora que el profanador ha sido sacado de la Academia, habrá que tomar medidas que garanticen la seguridad lingüística; que impidan que otra vez alguien penetre en la Academia y, doblegando la voluntad de sus miembros, vuelva del revés nuestra Constitución.

9.1.06

Donde habite el olvido

1. A toda persona que haya sido condenada penalmente se le reconocerá, una vez cumplida su condena y a solicitud suya, el “derecho a empezar de nuevo”.

2. Tal derecho implica la atribución de nueva identidad, totalmente distinta de la anterior.

3. Asimismo el “derecho a empezar de nuevo” comprende la garantía de no ser perturbado por hechos anteriores a la obtención de la nueva identidad.

4. Quienes tengan reconocido el “derecho a empezar de nuevo” no podrán ser obligados a responder preguntas sobre hechos anteriores a haber asumido su nueva personalidad.

5. A las peticiones de acogerse al “derecho a empezar de nuevo” se les dará publicidad suficiente para que, durante un año, quienes sean titulares de créditos o derechos ejercitables frente a algún solicitante, puedan hacerlos valer en ese tiempo, no pudiendo hacerlo con posterioridad.

6. La persona cuya identidad correspondía anteriormente al solicitante se considerará muerta, a todos los efectos, una vez asumida la nueva personalidad.

7. A quien haya ejercido el “derecho a empezar de nuevo” se le proveerá de la documentación administrativa básica, acorde con su nueva identidad.

8. En caso de que el interesado haya alterado su fisonomía, su sexo u otros caracteres, la documentación administrativa que se expida se adaptará a dichos cambios, incorporando fotografías en que aparezca con sus nuevos rasgos físicos.

9. En ningún registro o fichero aparecerá mención alguna que relacione al interesado con su antigua identidad.

10. Se concederán ayudas a quienes, habiéndose acogido a este derecho y deseando alterar sus rasgos corporales, carezcan de recursos para sufragar la cirugía necesaria.

11. También se dispondrán ayudas para quienes, en la misma situación, deseen residir en algún lugar donde nunca hayan vivido.

12. Se otorgarán asimismo subvenciones a quienes pidan la extirpación de parcelas cerebrales en que almacenen recuerdos anteriores a su nueva identidad.

5.1.06

Un modelo de gestión

Para concluir este informe de gestión, no podemos dejar de referirnos a la profundización democrática operada en nuestra estructura durante el último ejercicio. La elección de cada jefatura de área mediante sufragio de sus miembros (“un hombre, un voto”) permite no sólo el gobierno democrático del conjunto, sino también de cada una de sus parcelas: narcotráfico, prostitución, corrupción institucional, extorsión y venta de armas. Las cinco divisiones han elegido, mediante votación secreta y directa, sus propios consejos directivos; y éstos a su vez, investidos de la representatividad que les concede emanar de las bases, han designado al rector máximo de la organización.

Se han armonizado así participación y eficiencia, democracia y resultados. Ésta es la clave de nuestro éxito, patentizado por el crecimiento de las cinco áreas de negocio.

Igualmente se ha avanzado en la independencia de nuestro sistema de justicia. Los tribunales han actuado autónomamente, sin injerencias de la jefatura al enjuiciar desviaciones. Ello no ha impedido la ejemplaridad de las decisiones tomadas en aplicación de nuestro código (incluida, cuando ha sido necesario, la pena capital). Para el próximo ejercicio parece conveniente incidir en la descentralización. A tal fin se crearán tribunales especiales para transgresiones en prostitución y corrupción pública, tal como ya se hizo para los sectores de armas y narcotráfico.

De entre las agrupaciones que operan extramuros de las leyes y tratados, la nuestra se ha afianzado como la más eficaz y cohesionada, merced a su vertebración democrática. He aquí lo que diferencia una auténtica organización, como la nuestra, de una simple banda de secuaces regida por la arbitrariedad.

En suma: nuestra corporación, cuyo ámbito de negocio es inconciliable con la legalidad exterior, requiere fortalecer su entramado jurídico como presupuesto de perduración. Y esa solidez únicamente puede venir de su aprobación por cargos electos, lo que otorga legitimación de origen, garantiza el apoyo de las bases y confiere estabilidad organizativa. De ahí nuestro empeño en potenciar los resortes de la democracia.

(Aplausos.)

4.1.06

Volver a los diecisiete

Cinco monas capuchino de la variedad marrón han sido sometidas al experimento en la Universidad de Emory, Atlanta. Se pretendía estudiar su capacidad de reacción ante el trato desigual.

Se les pidió una tarea a cambio de una recompensa (un pedazo de pepino), si bien una de ellas recibía uvas de premio, fruto más apreciado por la especie.

En la mayoría de las pruebas en que no se produjo un intercambio servicio/pago ajustado a las reglas de la igualdad, las primates se rebelaron lanzando al aire el objeto de la prueba o el premio recibido. Es decir, rechazaron el pepino cuando observaron que otra colega obtuvo un premio más valioso (uvas) por el mismo o menor esfuerzo. Además, al ver que una de las monas recibía uvas sin haber trabajado, las demás se negaron a continuar la tarea.

(Lo encuentras en el periódico, no en lugar destacado sino en un rincón: ¡como si fuera una bagatela! Lo relees varias veces. Has cumplido 40 años. No sentías nada igual desde El Manifiesto Comunista.)

3.1.06

Rosa y Rosario

No es coherente ir con un libro de Rosa Luxemburgo en el bolsillo y dejar que otra persona te haga la cama. A los 18 años en la residencia universitaria uno puede admitir que le preparen la comida, le laven la ropa…, pero no que le hagan la cama. Esto último es degradante, indigno, servil. Por eso, cuando Rosario entra en mi habitación encuentra la cama hecha.

-Gracias, pero ya la hice yo.

Rosario barre un poco y sale sin despedirse.

Tres días después dice:

-Tengo que hablar contigo. Si todos hicieran lo que tú, me echarían. Sobraría aquí, ¿me entiendes? Y vivo de esto. Soy viuda y tengo tres hijos. Así que, por favor, no te hagas más la cama.

Comprendo que tiene razón. Dejaré que Rosario haga mi cama cada día.

Saco el libro del pantalón y, mirando la portada, intento explicárselo a Rosa Luxemburgo.

2.1.06

Inutilízame

(Al abuelo de Mati que no conocí.)



Yo me envuelvo la rodilla en un paño y tú me golpeas con el rulo de amasar, fuerte, varias veces, hasta que la oigas crujir, un chasquido, y veamos que se hincha y se pone morada o negruzca, la sangre derramada por dentro, y así poder decir que sufrí un accidente, el caballo tropezó y me caí, me golpeé en la rodilla, la tengo inflamada, conseguir una baja del médico y librarme, ser eximido de formar el pelotón. Porque yo no voy a fusilar a nadie, ni aunque lo mande el jefe del Estado, ni aunque lo ordenase en persona el duque de Ahumada, ni aunque me arresten, ni aunque me fusilen. (Bueno, de esto último nadie puede estar seguro.) Vamos, Carmencita, atiza fuerte, da otra vez con más brío, ensúciame las rodillas con mi propia sangre y preserva mis manos de sangre ajena.

Confieso que he reído

El niño tiene once años. Le han contado un chiste y él, a su vez, lo ha contado a otras personas.

Le remuerde la conciencia y por eso el domingo va a confesarse.

-Me acuso de haber contado un chiste.

-Está bien, hijo, ¿era un chiste de mayores?

-Es que en él interviene Dios y no sé si es pecado.

El niño cree que, para obtener la absolución, tiene que contar el chiste al sacerdote.

-Un obispo está jugando al golf con otra persona. Cada vez que el obispo equivoca un golpe, grita “¡coño, qué fallo!”. Su acompañante le dice: “Reverendo, no es propio de un obispo usar esa expresión. El Señor puede castigarle”. A la tercera vez que el obispo exclama “¡coño, qué fallo!” se abre el cielo y un rayo fulmina, no al obispo, sino a su acompañante. Ante lo cual una voz procedente del Más Allá grita: “¡coño, qué fallo!”.

El confesor rompe a reír y durante un minuto (o sea, una eternidad) sus carcajadas se amplifican por el confesionario y retumban en las paredes. El niño siente que toda la parroquia lo mira mientras siguen sonando las risotadas y hasta el techo de la iglesia parece desternillarse.

Ojalá que te vaya bonito

Un convenio regulador tiene que aquilatar todos los detalles, no debe dejar nada a la improvisación. Por eso había que determinar la custodia de Aida. Entre personas maduras este asunto tenía un modo claro de resolverse. Descartada la custodia compartida (pues tras el divorcio iban a residir en ciudades distintas), la solución natural consistía en situar a Aida en el jardín, ponerse cada uno en un lugar equidistante y dejarla decidir con quién se iría. No valían trucos para atraerla: ni llamarla, ni mostrarle un obsequio... Que sus sentimientos actuaran con libertad.

Llegado el momento, Aida miró a izquierda y derecha. Sin moverse un centímetro decidió dormir una siesta. Ambos esperaron sin cruzar palabra durante hora y media, lamentando no haber cogido nada para leer.

Aida se incorporó. Bostezó, estiró regiamente sus músculos y empezó a caminar. Sin tomar impulso salvó los dos metros que había entre el suelo y la ventana de don Damián, el viejecito que nunca sale de casa. No era la primera vez que Aida saltaba hasta allí. Desde el alféizar volvió a mirar tristemente a ambos lados, hasta que el anciano la cogió y la abrazó contra sí. El ronroneo era suave pero audible.