17.1.06

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo.

Tras la declaración de guerra en julio de 1870, la Asociación Internacional de Trabajadores lanzó la consigna de oponerse a las hostilidades mediante la negativa obrera a participar en los ejércitos. Pese a la propaganda oficial, el llamamiento a alistarse apenas fue secundado por operarios de la industria, y entre los obreros agrícolas la respuesta fue también muy exigua. Cuando se dispuso la recluta obligatoria, tanto en Francia como en Prusia se produjo un movimiento de desacato, que se intentó aplacar amenazando con juicios por deserción. En ambos bandos se celebraron masivos consejos de guerra y llegaron a ejecutarse algunas condenas, pero la reacción duró poco tiempo ya que muchos soldados se negaron a fusilar a sus compañeros. Incluso se produjeron motines y asaltos espontáneos a establecimientos militares. La situación se hizo tan insostenible que las dos potencias tuvieron que poner fin a las operaciones armadas. Fue un enfrentamiento absurdo, que no obstante sirvió para que por primera vez una guerra quedase abortada por los soldados de ambos bandos. Algunos estudiosos opinan que, de no haber sido por la presión popular sobre los gobiernos, éstos habrían entrado en una espiral de locura, susceptible de arrastrar a Europa a un siglo de contiendas. No falta quien especula con conflictos mundiales y millones de víctimas, e incluso con el uso de la energía atómica para fines bélicos. Obviamente son planteamientos extremos y fantasiosos. Lo que resulta claro es que la acción en ambos Estados de los movimientos ciudadanos cambió el curso de los acontecimientos, haciendo prevalecer el deseo común de paz sobre los particulares intereses que motivan las guerras.

No hay comentarios: