30.6.09

Adiós, muchachos, compañeros de mi vida

En general es un ordenador bastante dócil. Sólo algunas veces me corrige, por ejemplo si acentúo Ámsterdam o escribo güisqui, entonces se queja y lo pone a su modo. También le molesta que escriba por contra: él pone por el contrario. Y cuando tecleo en favor de, lo cambia por a favor de. Pero si insisto en la grafía inicial, se conforma y no vuelve a corregirme.

Ya digo que habitualmente es sumiso. Incluso ha desarrollado cierta empatía conmigo: no es raro que antes de acabar la frase intuya mi idea. Se anticipa y acaba.

Le añadí reconocimiento de voz y parece gustarle que le dicte pues, mientras hablo, muestra iconos risueños.

No niego que le he tomado afecto. Ya desde pequeño me encariñaba con los objetos y se me hacía duro desprenderme de ellos. El peluche de Snoopy, la cartera del cole, la bici que hubo que regalar porque no aguantaba mi peso…

Pero los ordenadores quedan obsoletos y hay que renovarlos. Es cuestión de software. No basta con ampliarles la memoria o añadir utilidades.

Por eso tecleé un e-mail al bazar informático: “ruego me remitan catálogo y precios”.

Y el caso es que hoy, al iniciar sesión para leer el correo, en el monitor no aparece la bandeja de entrada, sino un mensaje que dice “NO ME ABANDONES”.

29.6.09

El tiempo de los verbos

Como el apartamento de la playa me corresponde, he venido a traer algo de ropa. Revolviendo cajones he encontrado las cartas que me escribiste cuando éramos novios. Ni me acordaba de haberlas guardado aquí.

Te echo tanto de menos… Cuando estoy sin ti soy medio yo. Cuento los minutos que faltan para estar contigo”, decías en una.

Por un momento pensé en romperlas: ¡ como si tirando cartas o fotos pudiera abolirse el pasado ! Pero no pude. Y ahora no sé qué hacer con ellas. Tampoco sé si son de tu propiedad o de la mía (se nos olvidó incluirlas en la liquidación de gananciales). Por eso te las envío: un viaje de vuelta a través del correo, después de tantos años.

Te mando también mis nuevas señas. Para los flecos del divorcio.

Volviendo a las cartas, me cuesta creer que fui la persona a quien iban dirigidas (claro que ¿es uno el mismo toda su vida?). Y también me cuesta recordar lo que sentí al leerlas.

No sé qué le pides tú al tiempo, pero yo le pido que sea justo. Que trate igual al pasado y al presente. Que el mismo empeño que puso en desgastar nuestro amor, lo ponga ahora en disolver nuestros reproches.

26.6.09

La catedral

-Hay que averiguar quién es. Obviamente no quiere que se termine. Todos los meses hace algo: quita un capitel, retira una moldura, borra algún plano…

-¿Hay algún sospechoso?

-Por ahora no. Consideramos dos hipótesis: que actúe por dinero (ya sabes: algún contratista) o por venganza (algún despechado). Aquí tienes la lista de unos y otros.

-¿Se ha interrogado a alguien?

-De momento no. Te corresponde a ti la investigación. La hemos llamado “Operación Penélope”, por aquella griega que destejía lo que había tejido.

-Vale, pues me pongo en marcha.

-Espera un momento, que atienda el teléfono (…). Bueno, parece que hay novedad.

-¿Qué es?

-Un anónimo. Se ha recibido una carta. Dice enviarla el saboteador. Ofrece un pacto: él no se lleva nada, a cambio de que no la terminen del todo.

-No entiendo.

-Se refiere a la catedral. Pide que no la acaben. Vamos, que no la culminen. Y luego añade: “lo molesto es la llegada”; así, entrecomillado.

25.6.09

Tautologías

Nunca conoció el AMOR, ni el AFECTO, ni el CARIÑO. Deseando saber qué son, consulta el diccionario.

Busca AMOR y lee: “AFECTO hacia personas o, por extensión, animales o cosas”.

Como no sabe qué es AFECTO, no entiende la definición.

Busca AFECTO y lee: “Sentimiento de AMOR hacia otro ser”.

Como no sabe qué es AMOR, tampoco capta la definición.

Busca CARIÑO y lee: “Inclinación de AMOR O AFECTO hacia alguien”.

Como no sabe qué es AMOR ni AFECTO, tampoco entiende lo definido.

Tres palabras y cada una remite a las otras dos. Y quien no sepa lo que significa ninguna de ellas, ¿cómo se las arregla?

Decididamente, no tiene suerte. Ni siquiera con el diccionario.

Casi al lado de CARIÑO tropieza con CARENCIA (“Privación o falta de algo”). Y esto último sí lo entiende.

24.6.09

Soy un sabelonada

Durante el viaje en avión para recoger el Nóbel de Medicina, se me ocurrió ir apuntando las cosas que ignoro. Por mero entretenimiento. Escribí “No sé…”. Y añadí:

-Esquilar una oveja.

-Cuándo se siembra el maíz, cuándo se siembran los tomates, cuándo se siembra todo.

-Herrar un caballo.

-Cómo hacer hojaldre.

-Esculpir en piedra.

-Repujar cuero.

-Desplumar un pollo.

-Cuánto tarda el mosto en volverse vino.

-Cuánto tarda el vino en volverse vinagre.

-Cuándo hay que segar el trigo.

-Orientarme con la estrella polar.

-Cuánto dura el embarazo de una vaca.

-Tocar el acordeón.

-Por qué al amanecer cantan los gallos.

Anoté más de mil cosas que desconozco. Y cuando lo dejé no fue porque no quedaran dudas pendientes, sino porque la azafata me lo pidió (el avión iba a aterrizar).

Después en la Academia, mientras recibía el premio Nóbel, me pregunté cómo me las arreglo para disimular tanta ignorancia.

23.6.09

Verano del 72

las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar


(A. MACHADO)


Miedo al aburrimiento, a la mañana vacía y a las calles abrasadas. Pero es distinto si sube en la bici de su hermano. Hay que sentarse detrás de él, en unos barrotes que se hincan en el culo. Entonces la mañana se le hace corta. El viento le da en la cara mientras bajan a La Yedra. Árboles y zarzas a los lados. En otra bici va Lucas, van a la piscina (el padre de Lucas tiene allí un bar). Después, al volver, Agustín se alza sobre los pedales, jadea y suda. No le pedirá que se baje. Al final de la cuesta, la fábrica de piensos. Lo ha conseguido: Baeza otra vez.

En el siguiente verano sabe montar en bicicleta. Ya no necesita que su hermano le lleve. Pero el tedio amenaza el resto del día. No hay nadie con quien jugar. Pedrito está con sus tíos. Los otros van al campo con sus padres, ayudan, se entretienen.

Por fin un verano llegan unos amigos. Vivían, sin él saberlo, en los estantes. Tienen nombres raros: Nemo, Robinson Crusoe… Algunos (Phileas Fogg, Sawyer, Huckleberry) no sabe pronunciarlos. Son gente de otro mundo que viene a rescatarle.

Es verdad que después surgieron otros temores, pero aquel verano perdió el miedo a no volar.

22.6.09

Detrás de estas paredes

Mira, hijo mío, el mundo que hemos preparado para ti. Es demasiado asimétrico: unos tienen de todo y otros no tienen de nada. Es demasiado inestable: se suceden las guerras de unos hombres contra otros. Es demasiado inseguro: las armas destructoras nos están apuntando. Y hay armas suficientes para acabar con todo (sí, hijo, contigo también).

Tu cuarto es agradable: la cuna, los juguetes, el columpio, la caja de música que te ayuda a dormir, las cortinas que cosió mamá… Y también nuestro hogar es acogedor.

Pero más allá de estas paredes no hemos podido darte algo parecido.

Mira, hijo mío, el mundo que entre todos hemos preparado para ti.

Ojalá que, cuando tú tengas un hijo, no tengas que decirle esto (aunque por vergüenza no lo digo; solamente lo pienso). Ojalá tú sí puedas decirle, en voz alta, a tu hijo “Te ofrezco un mundo cálido, agradable también de puertas para fuera”.

18.6.09

Es que ya no me pinta

Nadie puede elegir no crecer y evitar que un verano, al llegar los feriantes, se te quedó pequeño el tiovivo, la serpiente, el tren de la bruja…

No sólo achica el jersey, el pantalón; también decrece el mundo.

De pronto ven hacer lo que solías y “¿no te da vergüenza?”, “¡te pintará!”, “con lo mayor que eres”.

Y toca arrumbar el muñeco abrazable, los cuentos de tu madre, las viñetas del tebeo: lo que amabas y aún amas. Adiós a todo eso; estáis despedidos.

Pero hoy, con treinta años, en la noria te desquitas. Todo es distinto ahí arriba.

Luego ves, en los coches locos, el mismo cartel que colgó el feriante: “No se responde de objetos deteriorados”. ¿Y si fuera el mismo feriante? De niño le preguntaste -¿Qué significa “deteriorados”? Y él contestó: -Escoñaos.

Pero sí: parece él. Te acercas a la taquilla y fingiendo acento extranjero le preguntas, mientras compras la ficha: -Poj favoj, señoj, ¿qué significa “deteguiogados”?

15.6.09

Libro de estilo

Un reportero debe ser notario de la actualidad. Igual que los historiadores tienen prohibido reinventar el pasado, un corresponsal de guerra ha de mostrar lo que pasa, sin injerirse en los hechos.

Se lo enseñaron en la Facultad y lo recuerda cuando ve al niño famélico, rodeado de buitres que aguardan su turno.

Un clic con la cámara y se aleja, seguro de que en la Redacción le felicitarán por su foto.

Pero algo no cuadra. Vuelve tras sus pasos, hace un corte de mangas a la Facultad y entrega al niño sus provisiones. Menos mal que éste conserva un resto de energía para masticar.

Y luego, mientras carga al niño sobre su espalda para llevarlo hasta el coche, exclama: -Que le den por saco a mi hernia discal.

14.6.09

BB

-El otro día me senté al lado de Big Bang. Estaba hablando entre dientes, como si pensara en voz alta. ¿Y sabes lo que le oí decirse a sí mismo?

-No, ¿qué dijo?

-Dijo: “No me avergüenzo de mi obra, pero sí de la obra de mi obra”.

12.6.09

200 metros lisos

Pero ¿cómo pudo meterse, escabullirse entre las vallas, los vigilantes, las gradas, y colarse en el estadio olímpico? ¿O fue que alguien del público lo soltó? El caso es que arrancó a correr poco después que los atletas. Y qué humillación tan espantosa verle cruzar la meta por delante del plusmarquista. (Se comprende que éste no levantara los brazos.) Así que ¿a quién le adjudicamos el oro: al tricampeón o al más rápido? Porque en el reglamento no dice que el vencedor tenga que ser humano. Y es que, en fin, ¡si hubiera sido un ejemplar de raza (qué digo yo: un pura sangre, un galgo…)!, pero coño, ¿cómo vamos a permitir que suba al pódium un gato callejero?

10.6.09

Verte desnuda

Tropezábamos con sus piedras si jugábamos a la pelota. Apenas había coches, y los pocos que había raramente pasaban por allí. Pero si se acercaba un coche, el partido se paraba. También se cortaba el juego si venía un alguacil. En tal caso éste cogía la pelota y la llevaba al ayuntamiento. Un padre tenía que ir a que se la devolvieran y entonces le echaban la regañina (“para jugar al fútbol están las eras”).

Además de piedras había tierra (de pequeño la mastiqué, sé a lo que sabe), barro que se dejaba amasar, agujeros en donde meter chapas y bolas (de arcilla o metal, no esas canicas de cristal que aparecieron luego), hierba que crecía sin que nadie la plantase, hormigas, arañas, tijeretas, pulgas.

Un día vinieron unos obreros. No eran albañiles, aunque lo parecían. Traían carretillas, manguera, palas. Los mayores decían que iban a adoquinar. Era palabra nueva: “adoquín”; como “alquitrán”. A eso negro que echaban lo llamaban brea o alquitrán.

Ahora parece otra. Una corteza gris cubre los valles, las montañas por donde cabalgaron vaqueros e indios.

Cuando paso por ella se me ocurre que tal vez, bajo el pavimento, todo siga igual.

9.6.09

La más triste canción

-Mira, Guille, he comprado un CD con música de niños, para que lo oigas durante el viaje. “Cancionero infantil de siempre”. Me han dicho que es muy alegre. Voy a ponerlo:

Ya se murió el burro
de la tía Vinagre.
Antes tenía al burro
y ahora no tiene a nadie.

Pero, Guille, ¿qué te pasa? No llores, chiquitín, es sólo una canción. Anda, quito este CD y pongo otro. A ver qué tengo en la guantera… Éste irá bien. Escucha, Guille, ha llegado el momento de que te aficiones al rock duro.

8.6.09

Pintada está mi casa

¿Y eso de que cada tres años te toque presidir la comunidad de vecinos? ¿Y la manía de alguna gente, de escribir en las paredes? No sé cual de las dos cosas me revienta más. Y lo peor es cuando se juntan. Vamos, que tuve que llamar a una empresa especializada en borrar graffitis. Cobran lo suyo, pero trabajan bien. Echan unos ácidos en la pared y la dejan limpia. Estuve con ellos mientras borraban las pintadas y, entre escritos y dibujos, contamos diecisiete. Había de todo: palabras obscenas, garabatos, eslóganes… Todas las fueron borrando. Hasta que llegamos a una que, con letra pequeña, decía: “No tengo todo lo que amo, pero amo todo lo que tengo”. Y les dije a los operarios: -Bien, ésta vamos a indultarla. O sea, que la dejamos puesta.

Primero me miraron extrañados pero, después de leer la frase, yo creo que me entendieron.

5.6.09

Microcosmos

Cada 31 de octubre, Día de Difuntos, viajo al pueblo de mi abuela. Es como un rito. La acompaño al cementerio para que no tenga que ir sola a llevar flores a sus muertos (que también son míos, aunque no conocí a casi ninguno de ellos).

Es un cementerio pequeño, como el pueblo en que vive mi abuela, de unos cinco mil habitantes.

Después de poner flores en las tumbas de mi abuelo, de mis bisabuelos y de mis tíos-abuelos, damos un paseo por el cementerio.

Es lo mejor de todo. Mientras andamos, mi abuela me cuenta la vida de algunos inquilinos:

“Los dos que están aquí enterrados eran novios. Ella murió de tifus y él ya no quiso casarse con nadie. El novio murió años después, de tristeza probablemente, y antes pidió que lo enterraran al lado de ella.

Este otro era más malo que un dolor. Se aprovechaba de la gente humilde. Les prestaba dinero y les pedía en prenda las escrituras de sus casas. Llevó a muchos a la ruina.

Ésta es la mujer del que está enterrado arriba, pero se veía a escondidas (tú ya me entiendes) con otro que está en aquella hilera.

Éste fue médico del pueblo. Se desvivía por atender a la gente, de día y de noche. Era una persona muy querida.

Éste de aquí me pretendió. Una vez, mientras estábamos cogiendo aceituna, dijo “me he enamorado”. Yo le pregunté “de quién” y él “pues de ti”. Pero le di calabazas. Fue poco antes de que tu abuelo se me declarara. Fíjate qué cosas: si llego a decirle que sí a éste, tú no habrías nacido.

Éste otro era un borrachín. Siempre andaba dándole a la botella. Cada vez que se emborrachaba le entraba un ataque de celos y zurraba a su mujer. Murió joven, de algo del hígado.

Ésta de aquí murió en un incendio. Al ver que la casa de los vecinos (un matrimonio de ancianos) estaba en llamas, quiso entrar para socorrerles y al final murieron los tres.

Éste era el cacique del pueblo. Se acostaba con mujeres casadas. Los maridos, como eran pobres, consentían con tal de que el cacique les diera algo para sacar adelante a sus hijos.

Éste murió en la guerra civil. Lo hirieron en el frente y lo llevaron a un hospital de campaña. Una pierna se le gangrenó. Cuando intentaron amputársela le falló el corazón. Sus padres fueron por el cadáver para enterrarlo aquí.

Ésta era la mujer del maestro. Su marido la enseñó a leer y luego ella me enseñó a mí y a otras mujeres. De balde, sin cobrar un real. Gracias a ella no soy analfabeta.”

Y poco más.

Cada vez que visito aquel cementerio tengo la sensación de estar viendo todos los cementerios del mundo: los de muertos y los de vivos, los de asfalto y los de lápidas. Allí habitan la grandeza y la miseria, el valor y la ruindad, el heroísmo y la abyección.

Y pienso: “Así de sencillo es el coro. Así de escaso es el repertorio de la humanidad”.

4.6.09

Y qué fue de ellos

Cuando la señora Bovary regresó de la fiesta en el castillo de Vauleyessard y entró en su pueblerina casa de Tostes, descargó su ira sobre la sirvienta, a la que despidió de inmediato.

De aquella sirvienta sólo nos es dicho que se llamaba Anastasia y que, tras su despido, se echó a llorar en la cocina.

Y nada más. No sabemos qué fue de ella luego. No se nos cuenta más de su vida.

(Flaubert estaba obsesionado con Emma. Sólo ella le importaba. Los demás eran secundarios, colaterales. Meros figurantes, meras comparsas. Simplemente pasaban por allí.)

Y después, tras ingerir arsénico la señora Bovary, el mozo de farmacia Justino (que siempre estuvo secretamente enamorado de ella) se acercó de noche a su fosa, se arrodilló y lloró.

Tampoco de Justino se nos dice más, salvo que marchó a Ruán y se empleó en una tienda.

¿No os parece que Flaubert es injusto? ¿No os parece que todos los novelistas son injustos al crear personajes para luego olvidarlos en medio de la bruma, suspendidos en el aire?

3.6.09

Insensibles

La Tierra podía haberse parado y decir:

-O desmontáis ahora mismo las cámaras de gas, o no echo a girar otra vez.

El Sol podía haberse apagado y decir:

-O demoléis los campos de concentración, o no vuelvo a brillar.

Pero no, no podían. No tenían otra posibilidad que inhibirse. No tenían más opción que seguir así, girando y brillando como si tal cosa.

Yo al menos quiero pensar que, si no se plantaron –si no se detuvieron, si no se oscurecieron-, fue porque no podían.

2.6.09

Guerra y paz

Nació en 1935, de modo que sus primeros recuerdos coinciden con el inicio de la guerra, cuando acababa de cumplir cuatro años. Son recuerdos de sirenas que alertaban, de carreras en los brazos de su madre para alcanzar el refugio, de estruendo de bombas, de casas derruidas… Son sus recuerdos primeros y también los siguientes. Porque en los años posteriores siguió habiendo alarmas, bombardeos, cascotes, ruinas. Siguió habiendo gente que al oír un zumbido miraba al cielo y decía “es de los nuestros” o “es enemigo”. En las conversaciones de los adultos nunca faltaban las palabras “soldados”, “frente”, “batalla”, “ofensiva”…

En ese ambiente fue creciendo y cumpliendo años. Acaba de cumplir diez. De ellos ha pasado seis, desde 1939, en guerra: casi toda su vida consciente.

Y por eso, ahora que estamos en 1945, al oír que la guerra ha terminado se le hace muy difícil hacerse a la idea: “Así que la guerra no es lo normal, lo natural. Así que puede haber vida sin aviones, sin bombas, sin refugios, sin pánico… Puede haber vida sin guerra. O sea, que la guerra no es inseparable de la vida. Qué raro”.

1.6.09

Trece

Otra vez tiene que marcharse. Dos años aquí, como en cada sitio, y luego partir.

Otra vez debe despedirse de sus amigos, de aquellos niños que no volverá a ver.

Ha compartido con ellos sus juegos en el parque y en el recreo, ha estado con ellos los dos últimos cursos de Primaria, y ahora que todos sus compañeros van a cumplir trece años hay que irse a otro lugar.

Porque su crecimiento se estancó a los doce años. Y al parecer ya no va a crecer, ni a cambiar, ni a madurar más.

Fue un caso insólito. Los médicos lo diagnosticaron y advirtieron a sus padres: “Es probable que sea un niño vitalicio; que durante toda su vida sea, física y mentalmente, un niño de doce años”. Y los psicólogos les aconsejaron: “Conviene que esté siempre en contacto con otros niños de su edad”.

Y por eso sus padres han venido cambiando de residencia cada dos años. Al llegar a la nueva ciudad le inscriben en un colegio en el penúltimo curso de Primaria, para que esté con niños de once y doce años, y justo cuando va a cumplir trece se mudan a otro sitio. Y vuelta a empezar.

Él se ha encontrado bien así y, al igual que sus padres, ha guardado el secreto. Sabe que no está hecho para vivir en un mundo de adultos. Sabe que ese otro mundo no fue ideado para él.

Pero se le hace duro llegar al final de cada etapa. No tanto despedirse de sus amigos (“nos mudamos: mi padre ha encontrado trabajo en otro sitio”) como ver a éstos salir de la niñez.

Dejan las canciones infantiles y, en su lugar, oyen la FM con auriculares.

Abandonan los tebeos y empiezan a leer libros y revistas.

Dejan de comprar golosinas y se inician en la cerveza, el tabaco, el café.

En la feria ya no hacen caso a los coches de choque y van a verbenas y discotecas.

Dejan los dibujos animados y se las ingenian para ver películas eróticas.

Abandonan las peonzas, los balones, los juegos en el parque y empiezan a citarse con chicas.

Dejan de llevar pantalón corto.

Les sale bigote.

Les cambia la voz…

Siempre igual. Siempre lo mismo. (¿Y cómo puede dejar de gustarles, de pronto, todo lo que hasta ahora les gustaba?)

Con los años han ido cambiando los juegos que los demás niños dejan al cumplir trece años. Al principio eran sencillos, últimamente sofisticados y electrónicos. Pero siempre hay juguetes arrumbados. Siempre hay juegos y diversiones que a los trece años se abandonan.

Si hace memoria, puede recordar hasta ocho sitios en los que ha vivido, ocho ciudades en donde ha sido escolarizado durante dos cursos con niños de once y doce años. Los primeros de aquéllos deben de tener ahora cerca de treinta. Muchos de ellos se habrán casado y serán padres.

Cerca de treinta… Ésa, treinta años, es su edad biológica, su verdadera edad. Pero no: él será siempre un niño de doce.

Sin embargo hoy, inesperadamente, lo siente. Una especie de tensión, un estiramiento más abajo de la barriga, en ese colgajo que sirve para orinar. Nunca antes lo había experimentado, pero ha oído hablar de eso. Sabe lo que significa: la madurez sexual, la pubertad. Y con ella el destierro, la expulsión de la infancia.

Se mira y descubre un bulto en el pantalón, entre las piernas.

“Entonces –se dice-, puede que esta vez no tenga que irme. Puede que no tenga que cambiar de ciudad. Puede que también yo cumpla trece años”.

Y mientras lo piensa, le invade una rara mezcla de miedo y de esperanza.