21.11.11

Vidas paralelas

Imaginad mi sorpresa cuando vi mi nombre en una esquela mortuoria. Había viajado a otra ciudad para concertar unos pedidos y se me ocurrió comprar el periódico local. De pronto, al pasar la página me saltó a los ojos: “Con gran pesar comunicamos el fallecimiento de” y luego mi nombre y apellidos. Menos mal que lo que luego seguía (edad, parientes) me aclaró que el muerto no era yo, sino alguien que se llamaba igual. Y es curiosa la coincidencia, porque ni mi nombre ni mis apellidos son corrientes.

El caso es que esto me impactó y, aprovechando que el asunto de los pedidos llevó poco tiempo, cogí un taxi y me planté en el funeral. Sentía curiosidad por esa persona que había cargado con mi nombre y apellidos. Y, por lo que pude ver en la iglesia, su vida fue bastante parecida a la mía: nacido cinco años antes, se casó y tuvo tres hijos (uno más que yo). Se dedicó también al comercio (de muebles en su caso, textil en el mío). Debió de tener muchos amigos, porque el templo estaba a rebosar. Puede que exagere, pero aprecié analogías entre su mujer, sus hijos y los míos. Tuvo una muerte rápida, como desearía para mí.

Durante la homilía, el oficiante (que sin duda le había tratado) dijo algo que no entendí: “Nos veía con las manos y con el corazón”. Esto me dejó bastante intrigado. Así que, al acabar la misa, me puse a oír comentarios de los asistentes. Y entonces lo entendí: aquel hombre (mi homónimo) nació ciego y nunca pudo ver. Vivió siempre entre tinieblas. A pesar de eso, había tenido una vida similar a la mía.

De modo que no sólo bregó con mi nombre, mis apellidos, mis circunstancias… Afrontó, además, la oscuridad.

17.11.11

Ponte en mi lugar

Salgo de la oficina con el maletín en la mano y de pronto, ¿qué pasa?, de pronto soy el inmigrante de la esquina que ofrece La Farola (el periódico de los sin techo). Mientras sostengo en mis manos los periódicos veo al inmigrante cruzar la calle, vestido con mi chaqueta y llevando mi maletín. Lo veo convertido en mí.

Apenas doy crédito a mis ojos: ahora él es yo y yo soy él.

El inmigrante (transformado en ejecutivo) pasa de largo, no me compra el periódico, ni siquiera se para a mirarme.

El que en este momento cruza la calle es el alcalde. Sólo que ahora es quien recoge los cubos de basura. Los pone boca abajo y vierte su contenido en un camión. Se me hace extraño verle sucio y con un mono de trabajo.

Pero aún más raro se me hace ver al basurero, con chaqueta y corbata, en el asiento de atrás del coche oficial de la Alcaldía.

Y esa chica con la que diariamente me cruzo mientras hace footing, ¿por qué va hoy en silla de ruedas? ¿Acaso se ha invalidado? ¿Habrá sufrido un accidente?

¿O será otro intercambio, otra permuta de destinos? Sí, debe ser eso, porque en este momento pasa junto a mí, corriendo como una gacela, la mujer parapléjica que vive en este barrio.

Han pasado varias horas. Sigo en la misma esquina, ofreciendo La Farola. Tengo hambre, estoy cansado y me duelen los pies. En todo este tiempo sólo he vendido dos ejemplares. Con lo que me han dado por ellos (la limosna, a fin de cuentas, del mendigo que soy) tengo que comprar la comida, la cena, el desayuno de mañana...

De mañana: porque es posible que mañana yo siga siendo el inmigrante en paro, el excluido social que vende La Farola. Porque es posible que nunca vuelva a ser el que era: el ejecutivo que ayer mismo salía de la oficina con un maletín en la mano. Porque es posible, en fin, que estos trueques no tengan marcha atrás.

14.11.11

Travesía

En el fondo de sus pensamientos, todos intuían que no había tierra prometida. Que la tierra prometida (ese ansiado vergel al final del camino) no existía. Pero nadie se atrevía a cuestionarla, ni a cuestionársela. Repelían al instante todo asomo de duda. Ni siquiera se permitían contemplar esa hipótesis. Todo lo demás podía discutirse, ponerse en cuestión, objetarse, incluso descreerse; pero la tierra prometida no. Cuestionarla era un delito. Cuestionársela, un pecado. Nada tan vital como no dudar de ella. Porque, sin tierra prometida, ¿cómo sacar fuerzas para atravesar, para afrontar día a día y noche a noche, el desierto?

11.11.11

Forzados

Antes de dar comienzo a la sesión y mientras preparaba el instrumental, el torturador dijo al prisionero:

-No sé lo que va a pasar. No sé si podrás resistirlo. Pero quiero que sepas que torturarte es, también para mí, una tortura.

Justo cuando iba a añadir “-Suerte” sonó la consigna de inicio. Luego, pasos acercándose. Quizá otros torturados, activos o pasivos.

10.11.11

Física y química

Y podemos ya expresar la vida con una fórmula algorítmica, larga y compleja pero reducible a signos (letras y números), a elementos químicos, procesos, reacciones. Y no sólo la vida sino también los actos, las funciones, los avatares de ésta. Y tenemos la fórmula del miedo, la de la confianza (que es como la del miedo, pero un 7 en vez de un 5), la de la inquina, la del amor… Tantas fórmulas cambiantes, polinómicas (aquí un 8 en vez de un 4; allí un 2 en vez de un 6: otra distribución, otro guarismo). Y podemos expresar emociones con una fórmula o secuencia, aunque todavía no sabemos para qué nos sirve esto.

8.11.11

Música de niños

-Mira, Guille, he comprado un cedé con música de niños, para que lo oigas durante el viaje. “Cancionero infantil de siempre”. Me han dicho que es muy alegre. Voy a ponerlo:

Ya se murió el burro
de la tía Vinagre.
Antes tenía al burro
y ahora no tiene a nadie.

Pero, Guille, ¿qué te pasa? No llores, chiquitín, si es sólo una canción. Anda, quito este disco y pongo otro. A ver qué tengo en la guantera… Éste irá bien. Escucha, Guille, ha llegado el momento de que te aficiones al rock duro.