La tigresa
ha cuidado al cachorro durante muchos días, primero lamiéndolo y amamantándolo,
luego llevándole piezas muertas cazadas para él, después enseñándole a acechar
y perseguir. Esto último es un juego divertido pero exige paciencia y atención,
y no siempre se gana. Finalmente el cachorro, inducido y vigilado por su madre,
lo ha intentado solo. Y ha conseguido atrapar un lagarto. Entre tanto ha ido
creciendo su cuerpo, le han salido los dientes definitivos, le han brotado las
garras…
Un día el
cachorro, bajo la mirada de la tigresa, logra cazar un conejo. Orgullosamente
se vuelve para enseñárselo a su madre, pero de pronto ella no está.
Sobrecogido, con el conejo en la boca, la busca ávidamente durante varias
horas. (¿Por qué se ha ido?, ¿por qué me ha abandonado? Es verdad que me he
alejado más que otras veces pero ¿no debía estar ella ahí, como siempre,
esperándome?) Por fin se resigna y, como tiene hambre, mastica su presa.
En lo
sucesivo tendrá que ir por libre, cazar y caminar solo.
Sucede en
un mes sin nombre de un año sin número. La especie humana todavía no existe, de
modo que en la Tierra aún no hay palabras para decir “hijo”, “adultez”,
“separación”.