23.11.10

Vida breve

Hace unos días se me ocurrió hacer una lista de mis lecturas pendientes: de todos los libros que quiero leer. Después calculé el tiempo que me llevará leerlos. Me quedé sorprendido al constatar que, según mis cuentas, cuando acabe de leerlos tendría 135 años de edad. Digo "tendría", y no "tendré", porque obviamente no espero vivir tanto. O sea, que no los podré leer todos.

Ante lo cual, he decidido enviar sendas cartas a sus autores. (Se me hace duro hacer llegar esta nota a mis escritores favoritos, pero aun así se la he remitido.) La misma carta-modelo para todos. Es ésta:

Por favor, no se extienda más de lo necesario. Sea breve (como la vida). Conténgase. Lo que pueda decir en cien páginas, no lo diga en doscientas. Lo que pueda escribir en cuatro párrafos, no lo escriba en ocho. Lo que pueda expresar en dos palabras, no lo exprese en tres. El tiempo y la existencia de aquéllos para quienes escribe –o sea, sus lectores- no dan para tanto”.

17.11.10

Las amistades peligrosas

Enviamos al espacio señales radioeléctricas para que pudieran captarlas otras civilizaciones. Incluimos nuestra posición en la galaxia, una descripción de la Tierra, una representación del ser humano, la estructura del ADN, y datos de nuestra cultura, nuestra ciencia, nuestro arte (una cantata de Bach, una canción de los Beatles…).

Y al cabo de los años recibimos una respuesta:


Hemos captado vuestra emisión y entendido vuestro mensaje. También hemos recibido otras ondas (de lo que llamáis radio y TV) procedentes de vuestro planeta. Así sabemos algo más de vosotros. Además, hemos descodificado uno de vuestros idiomas, gracias a lo cual podemos comunicarnos. Pero hay aspectos que no entendemos. Queremos que nos expliquéis:

-Disponiendo de recursos para abastecer a todos los humanos, ¿por qué guerreáis continuamente?

-Teniendo medios para conjurar un riesgo de superpoblación, ¿por qué no los ponéis en práctica?

-¿Por qué construís artefactos capaces de causar la plena destrucción de la vida?”




Y contestamos a sus preguntas. Suavemente, eufemísticamente, intentando limar asperezas: “Estamos en ello. Aún no lo hemos logrado pero vamos avanzando”. Cosas así.

Enviamos las respuestas al espacio.

Y esperamos un año, y otro… Y una década. Y un siglo…

Y ya no contestaron. Nunca más volvieron a comunicarse con nosotros. O, más bien, su reacción fue el silencio. La callada por respuesta.

Después de todo, es lógico que no quieran tener trato con nosotros. Es normal que nos rehúyan.

“No nos convienen”, probablemente concluyeron. “Esos terrícolas son un pésimo ejemplo, una mala influencia, una amistad peligrosa”.

Sí: algo así debieron de pensar.

15.11.10

La huida

La coneja ha salido a comer. Busca con avidez las bayas, hierbas… Traga deprisa, no sólo porque tiene hambre (ha de ingerir más comida porque está amamantando a sus gazapos), sino porque cada segundo que esté ahí aumenta el riesgo. El peligro de ser devorada.

El ataque puede venir de cualquier sitio. Los felinos no avisan. Están siempre al acecho y embisten por sorpresa con sus garras. Ni tampoco los zorros, las serpientes… Incluso desde el cielo puede llegar la muerte. Hay águilas que apresan con sus patas ganchosas y a menudo golpean con su gran pico en curva.

La coneja termina de comer y vuelve a la madriguera. Respira con alivio. Por fin está en su albergue.

Pero no, ahí tampoco está a salvo. A la madriguera entra un hurón. Es pequeño y delgado, tanto como la propia coneja (por eso ha podido entrar), pero posee afilados dientes que atraviesan la carne.

La coneja echa a correr. Tiene que alcanzar otra salida, huir de ese refugio (laboriosamente excavado por ella) que de pronto es una trampa.

Menos mal que la madriguera tiene varias bocas. La coneja escapa por una de ellas. Sabe que en los túneles han quedado sus crías. Sabe también que no volverá a verlas, y que ya nadie mamará de sus pechos.

La coneja corre hacia los matorrales para esconderse tras ellos (ahí fuera puede haber humanos provistos de escopetas). Mientras corre, con su pequeño cerebro se pregunta algo parecido a ¿habrá un sitio, un solo sitio en el mundo, en el que pueda estar segura?

11.11.10

Tú, que tanto criticaste

Ahora que estás en el pliegue de quienes tanto criticabas, actúas del modo que un día censuraste.

Comprendes, por fin, que no era fácil obrar de otra manera. Y tienes suerte de que nadie te juzgue con tu propia saña. Con tu propia dureza. Con tu severidad.

Ahora que estás en el sitio de quienes tanto censurabas, merecerías ser juzgado como tú juzgaste a otros. Pero no: de pronto encuentras gente comprensiva, personas mejores que tú, capaces de ponerse en tu lugar.

Ahora que estás en la piel de quienes tanto criticabas, tienes suerte de que nadie te mida con tu propio rasero. Tienes suerte de que nadie te aplique tu código.

9.11.10

La voz

Se enamoró de aquella voz tersa, viril y profunda que salía de la radio. Por eso pidió que la dejaran presenciar, tras el cristal del estudio, la emisión del programa.

Ese día descubrió que el dueño de la voz de terciopelo no era como pensaba. Era un locutor desangelado, con tripa, canoso, con entradas…

¿Cómo podía brotar una voz tan perfecta de un cuerpo desgarbado?

Y lo peor era que, en lo sucesivo, ya no podría separar la voz de aquella imagen.

No: decididamente no tenía sentido enamorarse de una voz, de una garganta…, de un trozo aislado de alguien.

Por todo lo cual, mientras volvía a casa inventó la moraleja más ripiosa del mundo:

Quien de la voz de la radio se enamora,
mejor será que no vaya a la emisora.

5.11.10

Tanta gente

Mientras el resto del público abandonaba la sala, él se quedaba a leer los títulos de crédito y durante varios minutos veía desfilar a
-actores,
-guionistas,
-directores de producción,
-productores ejecutivos,
-asistentes de dirección,
-directores de fotografía,
-jefes eléctricos,
-operadores,
-maquinistas,
-jefes de sonido,
-microfonistas,
-montadores,
-mezcladores,
-localizadores de exteriores,
-músicos,
-carpinteros,
-maquilladores,
-sastres,
-peluqueros,
-y, por último, el director.

Tras lo cual se preguntaba: ¿mereció la película el trabajo de tanta gente?

Deseaba responder que “sí”, pero raramente lo conseguía.

2.11.10

Más cine, por favor

Primero fue la fotografía, que reproducía imágenes estáticas. Después el cinematógrafo, que las mostraba en movimiento. Luego vino el estereoscopio (cine “en 3 dimensiones” –ó 3D-, lo llamaron también), que creaba una sensación aparente de profundidad. Más tarde llegó el cine en verdadero relieve: si en la pantalla aparecía una cordillera, el espectador podía escalar sus cumbres; si salía un río, era posible bañarse en sus aguas; si se veía un bosque, se podía caminar entre los árboles…

Al principio la gente iba al relievógrafo (“cine en 5 sentidos” -ó 5S-, se le llamó popularmente) para pasar el día en la playa (era más barato que desplazarse a la costa), para ir de excursión al campo sin salir de la ciudad, o para esquiar sin viajar a la montaña. Simplemente se introducía uno en la pantalla y ya estaba en la playa, en el campo o en la estación de esquí.

Pero ahora apenas se exhiben imágenes grabadas. Lo que actualmente se proyecta son imágenes ficticias, mundos imaginarios creados por cada uno. Cualquiera puede diseñar, por ordenador, su propio mundo (su propia película), proyectarlo después en el relievógrafo y zambullirse en él.

Por supuesto, los mundos que la gente crea son mejores que el real. Mundos sin lucha, sin depredación, sin competencia, sin miedo.

Al fin y al cabo, ¡es tan fácil concebir un mundo mejor que éste!

Desde que se inventó el “cine en 5S”, casi nadie quiere salir de la pantalla. Casi nadie quiere dejar su mundo de ficción. Casi nadie quiere salir de su película, de su realidad imaginaria, para regresar al mundo extraficticio. Casi nadie desea volver a la realidad real.

Y el mundo real se va deshabitando. La realidad se está quedando sola.

1.11.10

El sitio de tu recuerdo

En el lóbulo temporal medio de mi cerebro hay neuronas que se activan cuando pienso en algo. No son siempre las mismas. Si pienso en la Torre Eiffel se activa una, si pienso en Buffalo Bill se activa otra, si pienso en ir a cenar se activa otra distinta. Ahora voy a pensar en ti. La neurona que se activa está situada en un pliegue. No es mayor ni menor que las otras. No tiene forma especial. Es como todas: con su núcleo, su axón, sus dendritas... Pero es tu neurona. Es mi tu célula (¿la enciendo yo al pensarte, o tú por ser pensada?). Aunque te vayas, ella seguirá aquí. Se quedará en mí, escondida en un pliegue, acurrucada en este recoveco. Eso me tranquiliza. Me consuela saber que, aunque me dejes, en este lóbulo seguirá tu mi neurona, mi tu célula en que habitas si te pienso.