30.10.09

Inutilízame

Yo me envuelvo la rodilla en un paño y tú me golpeas con el rulo de amasar, fuerte, varias veces, hasta que la oigas crujir, un chasquido, y veamos que se hincha y se pone morada o negruzca, la sangre derramada por dentro, y así poder decir que sufrí un accidente, el caballo tropezó y me caí, me golpeé en la rodilla, la tengo inflamada, conseguir una baja del médico y librarme, ser eximido de formar parte del pelotón. Porque yo no voy a fusilar a nadie, ni aunque lo mande el jefe del Estado, ni aunque lo ordenase en persona el duque de Ahumada, ni aunque me arresten, ni aunque me fusilen. (Bueno, en este último caso no estoy seguro.) Vamos, Carmencita, atiza fuerte, da otra vez con más brío, ensúciame las rodillas con mi sangre y preserva mis manos de la sangre ajena.

29.10.09

Heridas de amor

Su dolor es severo y la enfermedad incurable: lo mejor es sacrificarla”. “Sí, qué remedio”, respondes al veterinario. Y mientras él le pone la inyección (ofrenda el sacrificio), descubres en tu mano el rasguño de hace sólo una semana, cuando todavía tenía fuerzas para arañar jugando. Está ya borrándose. Si mandaras en tu piel, lo dejarías ahí para siempre.

28.10.09

Pajareará tu alma

He tenido que saltarme algunas normas. Leyes sanitarias, mortuorias, policía de fronteras. Incluso inventar una empresa de congelados: no es fácil recorrer el mundo con un cadáver. Pero a partir de ahora lo que hago es legal. Aquí en el Tíbet es legal. Dar a los buitres el cuerpo de mi madre. Dejárselo comer.

Les veo picotear sus manos. Las manos que me abrazaban. Las que, siendo yo pequeño, hacían un agujero en la sandía y sacaban su pulpa para convertir la cáscara hueca, con una vela dentro, en un farol. Esas manos no han muerto, ahora vivirán.

Comen sus piernas, últimamente torpes, ágiles antes para subir escaleras silbando, anunciando su llegada a casa, ese sonido alegre de mi niñez.

Hace frío, pero no es por eso que tiemblo.

Hunden sus picos en la cabeza y no cierro los ojos, porque quiero ver cómo devoran la frente y su interior, el lugar donde habitaban el cariño y la risa, la materia carnosa o gris en que vivieron.

Cuando ellos mueran, otros comerán sus cuerpos.

Los buitres han terminado su tarea. Vuelven al cielo. Con sus alas de ángel me dicen adiós y yo les respondo “feliz día, mamá”.

27.10.09

Un nombre alegre

La verdad es que en árabe no suena así, pero algún genio del servicio de Inmigración lo transcribió de ese modo: Mohammed el Chichi. Ahora es su nombre en alfabeto latino. Si se dice deprisa suena “mójame el chichi”. Por eso, tras venir a trabajar aquí, cada vez que tiene que decir su nombre la gente se ríe. Mohammed nunca se enfada. Antes trabajó en Irlanda y Portugal, pero desde que está en España le gusta llamarse así e ir por todas partes regalando sonrisas.

26.10.09

Un pájaro

Mi hija cumplía seis años y sus compañeros del cole vinieron a merendar. Hubo velas, tarta, cumpleaños feliz. Y al final actuó el payaso Kiko.

Como había que atender a once niños, mandé a Estela, mi empleada de hogar, que estuviera con ellos. Y mientras el payaso hacía muecas, Estela rompió a llorar. Intentó contenerse pero no pudo. Entonces reparé en mi insensibilidad: para poder trabajar Estela había dejado a sus hijitos en Ecuador, al cuidado de su tía. Así que le dije: “Vaya a su habitación y llore cuanto necesite”.

Cuando terminó la fiesta, fui a donde estaba Estela y le pregunté:

-¿Cuánto tiempo lleva sin ver a sus hijos?

-Más de dos años: desde que vine a España.

-Es demasiado. Tome este dinero y compre un pasaje. Váyase un mes a Ecuador.

-Entonces ¿me despide?

-No diga tonterías. Quiero que compre un billete de ida y vuelta, para que esté un mes con sus hijos.

-Muchísimas gracias. Me hace un gran favor. No sé cómo devolvérselo.

-No hay nada que devolver.

Le pagué el vuelo y durante aquel mes contraté a una sustituta. Tuve que renunciar a algunas cosas: cosas superfluas, naturalmente.

Desde luego, esto no cambia nada. Sigo siendo ruin y egoísta. Pero sé que en algún lugar de mi corazón vive un pájaro y que una vez (sólo una vez) le dejé salir.

21.10.09

Esta noche no alumbra

Durante los meses de noviembre y diciembre de 1939 los elementos rojos (copio textualmente) que merodean por los alrededores del pueblo de C., sector de V., declarado zona de guerra a efectos de persecución y captura de aquellos rebeldes, bajan con frecuencia desde los montes limítrofes hasta el pueblo, en donde se instalan transitoriamente en casa de sus familiares, que los encubren, e incluso deambulan por calles de la localidad, llegando a celebrar en una de las casas del pueblo un baile que empieza a las nueve de la noche y termina tres horas después, amenizado por gaita gallega y al que asisten, entre otros, seis rojos huidos del pueblo y otros rebeldes en la misma situación.

Es de notar que C. es una aldea que no cuenta con más de treinta vecinos, sin que el caserío esté muy diseminado, y que quien organiza el baile es la famosa partida del V. Desde el 8 de noviembre de 1939 existe en C. un puesto de la Guardia Civil (tú eres el comandante), del que además de ti forman parte cinco guardias.


No evitas que bajen al pueblo ni irrumpes en el baile. No detienes a nadie. Eludes encontrarte con los fugitivos.

Te juzga el Consejo Militar. Testifica la hija de la maestra. Era novia de uno de los huidos, ahora lo es de un guardia. Declara que vio a su antiguo novio en la calle; que te informó y no hiciste nada.

Te imponen cuatro años de cárcel.

Me encuentro contigo por casualidad, en un repertorio de sentencias. (Ni siquiera viene tu nombre: sólo las iniciales.) Así que, aunque parezcas ficción, de hecho exististe.

Es de suponer que a estas alturas estés muerto. Tú sí, pero tus actos no.

20.10.09

No hay derecho

Después del terremoto, en medio de las casas derruidas, algunos supervivientes decían “No hay derecho”.

No hay derecho. No hay derecho a esto”, se lamentaban entre sollozos.

Pero no había nadie a quien pedirle cuentas. No había nadie de quien quejarse o al que acusar. No había nadie al que imputar el atropello. No había nadie a quien llamar canalla o malvado.

No hay derecho”. Y claro que no lo había. Pero tampoco había nadie a quien reprochar el abuso.

No había nadie (salvo la corteza terrestre, las placas tectónicas, la fatalidad) a quien atribuir el desafuero.

Y era mejor así porque, a fin de cuentas, se sobrelleva mejor la desgracia que la injusticia.

Pero eso no impedía que, andando entre ruinas y mirando al cielo (por mirar a algún sitio), aquella gente exclamara “No hay derecho”.

19.10.09

Érase de un jardinero

La señora se inclinó a oler las flores que cultivaba el jardinero y, al acercarse, exclamó con aversión:

-¡Un bicho!

Ante lo cual el aludido repuso, muy dignamente:

-No soy un bicho, soy un insecto. Y sepa que estas flores no se perfumaron para usted, sino para mí. Y también para mí colorearon sus pétalos. Para atraerme, para que con mis patas transporte su polen, para que las ayude a fecundarse. Así que, por favor, tráteme con respeto.

La señora tuvo que ser sostenida por el jardinero para no desplomarse: impresiona mucho oír hablar a un invertebrado.

Aficionado a la ventriloquia, el jardinero se había propuesto no hablar con el vientre en horas de trabajo. Pero en esta ocasión la voz, más que del vientre, le salió de las vísceras.

16.10.09

Una señal de alarma

Al cumplir tres años había que escolarizar a Paula, por lo que ella dijo:

-Paula irá al colegio al que fui yo.

Y él:

-De ninguna manera. No quiero que le imbuyan religión desde la infancia. Irá a otro colegio donde no hagan eso.

-¿Ah, sí? Pues a mí no me fue nada mal en ese colegio.

-Ahora no hablamos de ti. Es una cuestión de principios: no se puede inculcar fe religiosa como se enseña el teorema de Pitágoras. Quiero que respeten a mi hija.

-No es sólo tu hija.

-Está bien: nuestra hija. Quiero que en materia de creencias pueda elegir por sí misma.

-O sea, que ya has decidido por mí.

-Eso mismo podría decir yo.

-Pues habrá que ir al juzgado. Según el código civil, si los padres no se ponen de acuerdo decide el juez.

Ambos se miraron fijamente y callaron. Desde que estaban juntos era la primera vez que invocaban un precepto estatal, una ley, un código. Sintieron miedo porque sabían que, si una de esas normas irrumpía en su convivir, significaría que habían dejado de amarse.

15.10.09

Y no seréis juzgados

Atasco de tráfico. Vehículos retenidos.

Paramos, avanzamos, paramos.

Una ambulancia se anuncia con sirena y destellos. Movemos los vehículos a la izquierda para dejar un espacio libre junto al arcén. Cuando avanza la ambulancia, un coche le sigue y se abre paso.

Cláxones, protestas. Acusamos y juzgamos:

–Tío jeta, aprovechón, caradura.

El coche se detiene. Su conductor sale y grita:

-El enfermo es mi padre. Lo llevan a Urgencias. En la ambulancia no había sitio para mí.

Y al oírlo desviamos la mirada: hacia el freno de mano o el acelerador.

14.10.09

Volver a los diecisiete

Cinco monas capuchino de la variedad marrón han sido sometidas al experimento en la Universidad de Emory, Atlanta. Se pretendía estudiar su capacidad de reacción ante el trato desigual.

Se les pidió una tarea a cambio de una recompensa (un pedazo de pepino), si bien una de ellas recibía uvas de premio, fruto más apreciado por la especie.

En la mayoría de las pruebas en que no se produjo un intercambio servicio/pago ajustado a las reglas de la igualdad, las primates se rebelaron lanzando al aire el objeto de la prueba o el premio recibido. Es decir, rechazaron el pepino cuando observaron que otra colega obtuvo un premio más valioso (uvas) por el mismo o menor esfuerzo. Además, al ver que una de las monas recibía uvas sin haber trabajado, las demás se negaron a continuar la tarea.


Lo encuentras en el periódico, no en lugar destacado sino en un rincón: ¡como si fuera una bagatela! Lo relees varias veces. Has cumplido 40 años. No sentías nada igual desde El Manifiesto Comunista.

13.10.09

Corazón salvaje

Quizá os suene mi historia del libro o la película. Me llamo Mowgli y vivo en una aldea de la India. Vine aquí cuando tenía siete años. Desde entonces mi vida ha sido bastante aburrida, nada que ver con las emociones de la infancia. Me trajeron al poblado dos animales: un oso y una pantera. En realidad, me salvaron la vida.

La pantera quería traerme a toda costa, para librarme de la amenaza del tigre. Con tal de conducirme se expuso a los ataques de serpientes y monos. Sabía que sacarme de la selva era lo mejor para mí.

El oso, en cambio, me trajo a regañadientes. Pretendía que me quedara con él en la selva, para estar siempre juntos y pasar el día jugando conmigo. Pero, llegado el momento, me salvó del tigre plantándole cara. Estuvo a punto de morir por mí.

Recuerdo bien todo aquello. Me asombra que entonces entendía el lenguaje animal.

Después de venir a la aldea volví a ver a la pantera y al oso. Se acercaban a veces para recordar viejos tiempos. Ambos murieron años atrás.

Me enternece recordar a mis dos amigos. Cuando pienso en ellos, comprendo que sentían afecto por mí. Aunque de un modo distinto: uno me quería; el otro, más bien, me amaba.

9.10.09

Como una grandiosa espina

-Tapiceros. Dígame.

-Buenos días. Querría saber si pueden tapizar un sillón.

-Sí, claro. ¿Lo va a traer usted o hay que recogerlo?

-Pues... ¿Pueden hacer el trabajo en el domicilio?

-Depende de cómo sea el encargo.

-Bueno, verá. Es un sillón antiguo...

-¿Un sillón solo o un tresillo?

-Un sillón, o sea, una butaca con reposabrazos.

-¿Y sabe ya cómo lo va a tapizar? ¿Ha elegido tela?

-Pues no, sería una tela similar a la original, pero... Verá, es que hay un problema. Resulta que he perdido un papel, se ha metido por esa raja que hay entre el asiento y el brazo del sillón. Y por más que he intentado sacarlo, no he podido. Así que, como es un papel importante, quizá haya que desmontar el mueble para sacarlo. He pensado que ustedes... Así además aprovecharíamos para tapizarlo.

-Bueno, pero nosotros el armazón no lo tocamos, eso más bien es cosa de carpintería.

-Ya. En fin, lo que quiero es que vengan a verlo y así decidir.

-Pero entonces tendremos que facturar el desplazamiento, nosotros el presupuesto no lo cobramos pero el desplazamiento sí.

-Se comprende... Lo que sí querría es que vinieran de seis a siete de la tarde, a esa hora mi madre está fuera. Es que a ella el sillón le trae recuerdos y prefiero que no sepa que vamos a tocarlo.


…………………………………………………


-Hay que descoser por aquí.

-Haga lo que sea necesario.

-A ver si hay suerte y no tengo que mover listones... Parece que veo algo dentro... pero no es un papel, es una cosa dorada... Ya lo tengo, ah y el papel también.

-¿Y esto? Pues sí que es bonito, no lo había visto nunca.

-Tiene pinta de antiguo. Igual lleva cien años ahí dentro. Esos relojes de bolsillo ya no se fabrican.

-En fin, un descubrimiento. Supongo que mi madre sabrá cómo llegó ahí.


………………………………………………………


-Hola, mamá. ¿Te has fatigado en el fisio?

-No es fatiga, hijo mío, es desesperación porque los músculos no me obedecen.

-Comprendo. Además, por lo que veo se ha alargado la sesión. Bueno, ahora mismo te llevamos a la cama, entre Silvia y yo. Cuando hayas cenado tengo que enseñarte algo.

(...)

-¿Qué me querías enseñar?

-Lo tengo en el bolsillo. Mira.

-Pero... ¿de dónde has sacado esto?

-De la butaca del salón. Estaba dentro. Tuve que abrirla para recuperar un cheque (nada menos que el talón de la venta de la casa), se me salió del pantalón y se coló por una raja. Y, mira por dónde, además del cheque apareció esto. Pero, ¿por qué lloras?

-Era de tu padre. Su reloj de bolsillo.

-Claro, te trae recuerdos...

-No lloro por eso. Es otra cosa... Es que creímos que lo habían robado... Tu padre lo echó en falta y llegó a la conclusión de que sólo podía haberlo cogido la criada.

-¿La criada? Pero ella lo negaría.

-Todo el tiempo. Pero no sirvió de nada. La despedimos. Figúrate: en un pueblo pequeño, todo el mundo se enteró. Quedó como una ladrona.

-Vaya metedura de pata...

-Y ya ves, ahora resulta que nadie lo robó. Medio siglo ha hecho falta para demostrarlo. Pobre muchacha... Debimos de hacerle mucho daño.


.........................


-¿Quién es?

-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva, notario. Aquí tiene mi tarjeta. Pero mi visita no tiene nada que ver con mi profesión. Quería hablarle de un asunto personal. Necesito un poco de tiempo para explicárselo. Puedo volver cuando usted diga, o estaría encantado de invitarla a un café donde guste.

(...)

Pues verá, es una historia larga. Mis padres vivieron en este pueblo hace unos cincuenta años. Mi padre también era notario, y éste fue uno de sus primeros destinos. El caso es que en casa de mis padres estuvo trabajando una mujer, joven, entonces tendría unos veinte años. Un día, mi padre echó en falta un reloj de bolsillo. Era un reloj valioso, de oro. Buscaron por todas partes pero no apareció. Como mi padre estaba seguro de haber traído el reloj a casa y no haberlo perdido fuera, sospecharon de la cria... o sea, la asistenta. Ella negó haberlo cogido, pero el caso es que mis padres perdieron la confianza en ella y... la despidieron. Poco después mi padre se trasladó a otra notaría. No volvieron a saber más de aquella mujer.

Ahora hay que dar un salto en el tiempo. Hace apenas un mes, estando yo sentado en una butaca, del bolsillo del pantalón me desapareció un cheque. Estaba tan seguro de que lo llevaba ahí, que sólo encontré una explicación: se había metido por la raja, ésa que tienen los sillones entre el asiento y los brazos. Intenté meter la mano para cogerlo pero fue inútil. Tuve que avisar a un tapicero. El caso es que, al desmontar el sillón para sacar el cheque, apareció también el viejo reloj de mi padre. O sea, que siempre estuvo allí: nadie lo había robado.

-¿Y por qué me cuenta todo esto?

-Pues el caso es que la asistenta a la que mis padres despidieron podría ser... su madre.

-¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?

-Mi madre me ha proporcionado algunos datos, más bien pocos, porque ha pasado mucho tiempo. Y esos datos los he pasado a una agencia de investigación. Ya sé que le sonará raro, contratar a un detective para esto. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?: no sé hacer averiguaciones, y ni siquiera conocí a esa mujer: cuando eso pasó yo aún no había nacido.

-¿Y para qué la busca?

-Para que mi madre pueda disculparse. Necesita disculparse con ella, pedirle perdón.

-Vamos a ver si lo he entendido: Su madre echó de su casa indignamente a la mía, y ahora, al cabo de un montón de años, quiere lavar su conciencia.

-Sí, podría decirse así.

-¿Y ha venido su madre al pueblo con usted?

-No, ella está impedida, en silla de ruedas. Precisamente el cheque que perdí era por venta de nuestra anterior casa: nos hemos tenido que mudar porque ya no puede subir escaleras. Por desgracia le queda poca vida. Su enfermedad es incurable, una cuenta atrás. El favor que quiero pedir a su madre es que viaje conmigo para que la mía pueda disculparse. Para que no muera con esa comezón.

-Tengo que pensarlo. En principio me parece que, si eso es verdad, lo que hicieron con mi madre fue una cabronada. Y eso no se borra diciendo “lo siento” al cabo de cincuenta años. Por lo menos, que quienes lo hicieron lleven ese peso en su conciencia.

-Comprendo su reacción. A mí también me subleva, ¿sabe?, aunque los autores de esa infamia fueran mis padres. Lo único que le pido es que me permita hablar con su madre, o al menos le transmita mi ruego. Piénselo, por favor, y dígame cuándo podríamos vernos otra vez.


...........................



-Ya he hablado con mi madre. No es la persona que busca.

-¿Ah, no?

-No.

-Pues... tendré que seguir indagando.

-No hace falta.

-¿Cómo?

-Que no es necesario. Su detective iba bien encaminado, sólo se equivocó un poco. La persona a la que busca es mi tía.

-Ah, entonces se explica el error: los mismos apellidos, el mismo pueblo... Y ¿me permitiría usted hablar con su tía?

-No puede ser: está muerta. Murió hace dos años.

-Vaya... Me deja de piedra.

-Pues eso es lo que hay.

-No sé cómo va a encajarlo mi madre cuando se lo diga. No tiene ánimo para nada desde que apareció el reloj.

-Lo siento, y perdone por haber estado áspera el otro día. Usted no tiene culpa de lo que hicieron sus padres. Tengo que dejarle.

-¿Sabe? Ya que su tía ha muerto, me gustaría al menos explicarle a mi madre cómo fue su vida: qué pasó después de que la despidieran.

-Se fue del pueblo. Quien mejor conoce la historia es mi madre.

-Entonces, por favor, permítame hablar con su madre.

-Está bien, le daré las señas del hospicio, anótelas si quiere.


…………………………………………………………



-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva.

-Mi hija me ha hablado de usted.

-Bueno, ya sabe por qué he venido. Querría que me hablara de su hermana.

-Mi hermana... Cuando la despidieron de casa del notario, se marchó del pueblo. Aquí todo el mundo la miraba como a una ladrona. Porque se corrió la voz.

-Pero encontraría trabajo en otro sitio.

-Le daba igual todo. Algún trabajo tuvo, pero al final se fue con las monjas. En el convento vivió en paz, hasta que le vino la trombosis. Va para dos años que murió.

-Estoy pensando... Señora, lo que voy a pedirle quizá le parezca un despropósito. Pero mire, mi madre va a sufrir mucho si sabe la verdad. Ella necesita pedir perdón por aquella injusticia. Y no se puede pedir perdón a una persona muerta. Si usted aceptara venir conmigo y hacerse pasar por su hermana... Se lo suplico. El viaje no es largo, y luego… Será un momento. Simplemente para que mi madre pueda, antes de morir, obtener su perdón.


...................................



-Mira, mamá, ha venido conmigo Ino.

-Acércate, ven que te abrace. ¡Cuánto te hicimos sufrir, y sin ninguna razón!

-Vamos, señora. El tiempo lo cura todo.

-Perdona, hija mía, ¡qué injustos fuimos!

-Está perdonada, señora. No le dé más vueltas a eso.

-Y cuéntame, Ino, ¿qué fue de ti?

-Pues ya ve, señora, me casé, tengo una hija, dos nietos...

-¿Seguiste viviendo en aquel pueblo?

-Sí, señora, allí sigo. Aunque ahora estoy en el asilo municipal, por no dar la lata a la familia.

-Pero... ¿Seguro que eres Ino? De pronto me ha venido a la cabeza... Ino tenía una hermana, yo creo que... Durante un tiempo estuvo viniendo a casa cuando ella enfermó. Las mismas facciones, ese lunar en...

-Ha acertado, señora: soy Adela, la hermana de Ino. Pero da igual. Yo la perdono a usted en su nombre. La perdono como Ino la habría perdonado. ¿Sabe? Ino se hizo monja, estuvo en clausura y fue feliz a su manera. Va a hacer dos años que murió. Ino está en el cielo y allí la ha perdonado. Y Dios también. No llore, señora.

-¿Has ideado tú esta farsa, Pablo?

-Lo siento, mamá. Sólo quería que dejaras de sufrir.

-...Y toda mi vida así, sin pintar nada. Fue mi marido quien se empeñó en despedir a Ino. Dijo que bastante hacía con no denunciarla al juez. Habría sido aún peor: ¡una denuncia del señor notario! Con esto no me justifico: yo también soy culpable por no afear más la conducta a mi marido. Una reputación destruida sin pruebas, temerariamente... ¿Y qué importaba, siendo una pobre criada?

-Vamos, señora, tranquilícese. Yo también me he prestado a esta simulación, para consolarla. Abráceme otra vez y será como si abrazara a Ino.

-Gracias. ¿Sabes que me queda poco tiempo de estar aquí? Pronto... No sé dónde iré cuando muera. Pero, vaya o no vaya a algún sitio, ya no veré más injusticias como ésta.

8.10.09

Confieso que he reído

El niño tiene once años. Le han contado un chiste y él, a su vez, lo ha contado a otras personas.

Le remuerde la conciencia y por eso el domingo va a confesarse.

-Me acuso de haber contado un chiste.

-Está bien, hijo, ¿era un chiste de mayores?

-Es que en él interviene Dios y no sé si es pecado.

El niño cree que, para obtener la absolución, tiene que contar el chiste al sacerdote.

-Un obispo está jugando al golf con otra persona. Cada vez que el obispo equivoca un golpe, grita “¡coño, qué fallo!”. Su acompañante le dice: “Reverendo, no es propio de un obispo usar esa expresión. El Señor puede castigarle”. A la tercera vez que el obispo exclama “¡coño, qué fallo!” se abre el cielo y un rayo fulmina, no al obispo, sino a su acompañante. Ante lo cual una voz procedente del Más Allá grita: “¡coño, qué fallo!”.

El confesor rompe a reír y durante un minuto (o sea, una eternidad) sus carcajadas se amplifican por el confesionario y retumban en las paredes. El niño siente que toda la parroquia lo mira mientras siguen sonando las risotadas y hasta el techo de la iglesia parece desternillarse.

7.10.09

Rosa y Rosario

No es coherente ir con un libro de Rosa Luxemburgo en el bolsillo y dejar que otra persona te haga la cama. A los 18 años en la residencia universitaria uno puede admitir que le preparen la comida, le laven la ropa…, pero no que le hagan la cama. Esto último es degradante, indigno, servil. Por eso, cuando Rosario entra en mi habitación encuentra la cama hecha.

-Gracias, pero ya la hice yo.

Rosario barre el cuarto y sale sin despedirse.

Tres días después dice:

-Tengo que hablar contigo. Si todos hicieran lo que tú, me echarían. Sobraría aquí, ¿me entiendes? Y vivo de esto. Soy viuda y tengo tres hijos. Así que, por favor, no te hagas más la cama.

Comprendo que tiene razón. Dejaré que Rosario haga mi cama cada día.

Saco el libro del pantalón y, mirando la portada, intento explicárselo a Rosa Luxemburgo.

6.10.09

Vosotras moscas vulgares

Como continuación al atestado instruido acerca del accidente de tráfico que afectó al camión arriba referenciado, por esta comandancia se han practicado diligencias ampliatorias, que se relacionan seguidamente.

Ha podido constatarse que la carga que el camión transportaba, parte de la cual cayó durante el accidente y quedó esparcida en carretera y arcén, no se corresponde con la mercancía para cuyo transporte estaba autorizado el camión. Este hecho ya fue advertido al tiempo de redactarse el atestado inicial, toda vez que la licencia se hallaba concedida para el transporte de hortalizas y frutas, mientras que la carga desprendida del remolque consistía fundamentalmente en pequeños gusanos o larvas de insecto. Estas larvas estaban vivas, siendo transportadas en cajas acondicionadas para su traslado y mantenimiento con vida, disponiendo incluso de una pasta o preparado para su alimentación.

Cautelarmente se intervinieron dichos insectos.

Como quiera que las expresadas circunstancias, aparte de la irregularidad administrativa inherente al transporte de mercancía no autorizada, pudieran comportar otras conductas ilícitas, con transcendencia incluso penal en caso de productos tóxicos o infecciosos, se han practicado averiguaciones en varios ámbitos.

En primer lugar, se ha recabado informe de un zoólogo de la Facultad de Ciencias Biológicas, que se adjunta al presente y que concluye que las larvas intervenidas son de mosca común. Por tanto, no se trata de especie potencialmente dañina, más allá de las consabidas molestias que las moscas vulgares ocasionan.

En segundo término, se ha interrogado al conductor del camión, quien, si bien en un primer momento declinó contestar a las preguntas que se le formularon, posteriormente y tras efectuar una llamada telefónica (a lo que fue autorizado por esta comandancia), accedió a ello realizando las siguientes manifestaciones:

Preguntado por la razón de transportar larvas de insecto, responde:

Que la fábrica de insecticidas en que trabaja ha reducido sus ventas en los últimos tiempos, lo que entiende es debido a la disminución de moscas en el entorno.

Preguntado sobre qué proyectaba hacer con las larvas, responde:

Que pretendía dejarlas en libertad en cuanto se desarrollaran lo suficiente para volar.

Preguntado si pretendía establecer un criadero, responde:

Que no lo descartaba.

Preguntado sobre la procedencia de las larvas, responde:

Que las ha adquirido en el extranjero, no deseando concretar su origen ni las personas que se las han suministrado, si bien quiere precisar que las ha obtenido a precio módico.

Preguntado si ha recibido instrucciones de su empresa para que traiga moscas a nuestro país, responde:

Que no.

Preguntado sobre quién le ha encargado dicho transporte, responde:

Que nadie se lo ha encargado.

Preguntado por el motivo último de transportar larvas de mosca, responde:

Salvar su puesto de trabajo.

Invitado a concretar más su respuesta, añade:

Que la empresa ha iniciado ya los trámites de regulación de empleo, en la planta de insecticidas domésticos, para suprimir esta línea de producto y cesar a los trabajadores de la sección. Que pensó que, de aumentar la demanda de esos insecticidas, la empresa podría desistir del ajuste y mantener su plantilla.

Preguntado sobre si además del declarante hay otros trabajadores involucrados en el transporte de larvas, responde:

Que no desea contestar.

Preguntado si quiere añadir algo más a su declaración, responde:

Que el declarante no es ningún delincuente porque no ha robado ni dañado a nadie. Que siempre ha habido moscas y la gente ha usado insecticidas para librarse de ellas. Que sólo quiere que sigan vendiéndose matamoscas, para salvar su puesto de trabajo y los de sus compañeros. Que si pierde su empleo en la fábrica de insecticidas, se quedará en paro y no sabe de qué vivirá. Que tiene tres hijos menores de edad. Que ahora ocurre esto con las moscas pero después será con las hormigas. Que el consumo de cucarachicidas también está decayendo. Que puede ser a causa de la contaminación.



-Bueno, ya está transcrito. ¿Lo damos por terminado?

-No, hombre, hay que añadir que no se desprende relevancia penal y por eso le hemos dejado irse.

-A mí me parece un tío valiente.

-Al menos no se resigna a que lo echen.

-Los que deciden los recortes son unos capullos. Con qué indolencia tiran a la gente, pero en cambio sus sillones de directivo son sagrados.

-Pero es que… Tiene su lógica: si la gente no compra insecticidas, no tiene sentido fabricar algo que no se vende. Entonces hay que despedir a quienes trabajan en eso. O sea, amortizarlos. Es la ley del mercado.

-Así visto parece simple. Pero no deja de ser una putada. Imagínate que de repente no se cometieran delitos, que todo el mundo cumpliera las leyes: ni un homicidio, ni un robo… Entonces tú y yo sobraríamos: todos los policías, guardias, vigilantes… al paro.

-Quieres decir que cobramos gracias a los delincuentes. Vamos: que vivimos de ellos.

-Ríete, pero es así. Si no hubiera delincuentes tendríamos que plantearnos ser policías por el día y ladrones por la noche. Así no nos considerarían prescindibles, ex-ce-den-ta-rios. Una vez leí en el periódico que un bombero provocaba incendios para evitar que suprimieran su retén.

-¿Ah, sí? Tiene gracia.

-¡Toma!, y hace un siglo hubo obreros que rompían máquinas porque por su culpa perdían el jornal.

-Cómo se ve que lees historia.

-Me interesa, aunque no sirve para nada. Fíjate que, actualmente, la industria militar se las arregla para que siempre haya una guerra: para las fábricas de armas, la paz implica su quiebra.

-Pero todo eso es insensato. Lo único claro es que, si no pudiéramos seguir trabajando en esto, intentaríamos dedicarnos a otra cosa.

-Sí, pero imagínate que mañana te despiden. No es fácil empezar de nuevo. Antes tienes que encontrar otro empleo, aprenderlo, reciclarte…

-Tendría derecho a cobrar el paro.

-Pero no es lo mismo. Mucha gente se siente fracasada al perder su trabajo. De pronto los ingresos se reducen al mínimo, se hace difícil convivir, la familia paga los platos rotos. Tus hijos se van al colegio y preguntan: “papá, ¿por qué no trabajas?”. Y encima, desde fuera te miran con suspicacia, como a un defraudador o un parásito. Y tampoco sabes cuándo acabará eso.

-¿Y qué solución se te ocurre? Si no hay moscas, es una ventaja. Igual que si no hubiera delitos. Lo que la gente ahorre en insecticidas o en blindajes, se lo gastará en otras cosas. Y eso generará nuevos empleos. Las necesidades humanas son ilimitadas.

-No estoy de acuerdo: las necesidades son limitadas, lo ilimitado es la codicia.

-Bueno, llámalo como quieras.

-¿Recuerdas cuando para sacar dinero del banco tenía que atenderte un cajero, un cajero-persona? ¿Y cuando había cobradores en los autobuses (no como ahora, que te cobra el conductor)? Y los cobradores seguían siendo útiles, los quitaron para ganar más dinero. ¿Crees que esos puestos se han sustituido por otros? Más bien se han perdido, sin más.

-No; es distinto. Lo que digo es que, si siguieran los cobradores en los autobuses y los cajeros en las ventanillas, esos servicios serían más caros. Entonces la gente tendría menos dinero para gastar en otras cosas, y eso impediría surgir nuevos empleos.

-Es posible, pero debe haber otra forma de progresar, sin tirar gente a la calle. El precio es demasiado alto. Si hay que pagarlo, repartámoslo entre todos. Porque, aunque esa gente acabe encontrando otro trabajo, el problema es “mientras tanto”. Y… Hola, amiguita, ven aquí. ¿Has visto… qué mosca más guapa?

5.10.09

Se llaman llamas

En cuestión de minutos el cielo se oscureció. Las nubes amenazaban tormenta. Papá me llamó varias veces para correr a resguardarnos, pero yo no podía quitar los ojos de las ovejas gigantes. “Se llaman llamas” había dicho papá, y a mí me chocó la redundancia. Tras varias resistencias a marcharme de allí, el rayo alcanzó a mi padre. Quedó tendido en el suelo sin contestar a mis gritos. En la enfermería del zoológico intentaron, inútilmente, reanimarle.

Yo tenía seis años. Desde ese día me sentí culpable de su muerte: Si le hubiera obedecido la primera vez, nos habríamos alejado de allí. Pero yo estaba deslumbrada por la visión de las llamas. Luego he sabido que la lana atrae los relámpagos, y el cuerpo de las llamas está cubierto de lana (o alpaca).

Durante muchos años volví a menudo a aquel lugar. Me consolaba ver a los niños descubriendo a las llamas y desobedeciendo a sus padres cuando les mandaban irse. “No fui yo la única desobediente”, pensaba.

Todos los aniversarios regresé junto a las llamas. Sabía de sobra que mi padre (dondequiera que esté) me había perdonado. Mi problema era perdonarme a mí misma. A veces lloraba y, al hacerlo, vivía una especie de desahogo, casi un placer.

Ningún aniversario volvió a cubrirse el cielo. Hasta un 22 de junio en que el sol se ocultó tras las nubes. Entonces se acercó un vigilante y me dijo: “Señora, por favor, apártese de aquí: es peligroso porque puede haber tormenta”. Lo llamativo es que el vigilante no se extrañó cuando le contesté “sí, papá” y le di la mano, ni cuando le pedí un algodón de azúcar. Me lo compró y me llevó a una cafetería. Mientras yo me comía el algodón, él se tomó un té con leche.

El vigilante se llamaba Braulio. Desde entonces estamos juntos. Tenemos dos hijas y, aunque Braulio ya no trabaja en el zoo, algunos domingos nos acercamos a ver las llamas.

2.10.09

El amor está en el aire

Sobrevuelan ahora la muralla china, el mayor edificio de guerra, levantada hace más de 2000 años. Pasan luego por encima de las estepas rusas, aquéllas que cada invasión tiñó de sangre. Dejan atrás los Balcanes, Sarajevo, Auschwitz, Berlín, otros lugares de resonar bélico. Atraviesan fronteras de medio planeta, invisibles rayas que separan y enfrentan. Y tras recorrer este arco de ignominia (pero también de esperanza) descienden del avión en que han viajado con su hija adoptada, con una niña a la que han decidido dar su amor.

1.10.09

Árboles de hoja caduca

Es verdad, señor guardabosques, que me pareció injusto. No es para menos: las raíces, el tronco y las ramas seguirán viviendo, pero yo (simple hoja) moriré en otoño. A simple vista es indignante. Ramas, raíces y tronco nacieron antes que yo y, aun así, me sobrevivirán cuando yo caiga. Por eso le importuné clamando justicia. Lo que desconocía es que no está en su mano igualarnos por arriba: alargar mi vida y concederme el mismo trato que a ellos. Y la solución que usted me ofreció (igualarnos por abajo) no me gusta. No digo que al principio no me tentase: talar el árbol entero en otoño, arrancarlo de raíz cuando las hojas caigamos. Pero luego he pensado que nada gano con eso. Y, aunque me duela mi breve existencia, no debo sufrir porque otros me sobrevivan. Así que no, señor guardabosques, no hace falta que cambie nada. Permítales a ellos vivir los inviernos que yo no veré; y en cuanto a mí, en vez de suspirar por mi mala suerte, me deleitaré bebiendo el sol de cada día.