28.6.11

A juzgar

Si resulta que sí, que al final hay un juicio, alguien a quien rendir cuenta de nuestros pasos, y el juez es el mismo que diseñó esto… En tal caso, sería más asumible si admitiera preguntas. Si, antes o después del veredicto, permitiera inquirirle:

¿Por qué lo hiciste así?

¿Por qué tan cruel, tan desigual, tan arbitrario?

¿Por qué el éxito de lo injusto?

¿Por qué el azar que no atiende a razones?

¿Por qué las vidas segadas, las masacres, las hambrunas?

Debe de haber una respuesta, una explicación para todo. Puede que, tras oírla, nos resulte entendible. Incluso convincente.

Si el Inextricable pesa con su balanza nuestras acciones, ¿podremos también nosotros medir (una vez corregido nuestro rasero) las suyas?

15.6.11

Y vuelta a empezar

Camaradas: No ha sido fácil esta lucha. Muchos compañeros se han dejado la vida en ella. Otros la hemos arriesgado. Pero al final ha merecido la pena. Hemos acabado con una dictadura que parecía eterna. Ahora sabemos que nada es más fuerte que la voluntad de nuestro pueblo. Y tenemos que consolidar la victoria. No podemos tolerar desviaciones ni resquicios por donde vuelvan los partidarios del tirano. Por eso es necesario instaurar nuestro régimen. Un partido único que garantice la soberanía del pueblo. Que impida que, al abrigo de las libertades formales, vuelva la misma opresión que padecimos. Será el partido de las bases quien asegure los derechos de todos. El derecho a la igualdad y prosperidad tal como las entendemos. El derecho a vivir de acuerdo con nuestros anhelos. El derecho a desarrollar nuestro programa. El derecho a divulgar las ideas del partido y a acallar a quienes las traicionen. El derecho del pueblo, digo del partido (vamos: el pueblo es el partido), a elegir a sus dirigentes. Libres de impureza ideológica y defendidos de nosotros mismos, nos mantendremos fieles a la revolución.

10.6.11

Fe de erratas

Otros coleccionan sellos, mariposas, relojes de arena. Tú coleccionas errores. Errores ajenos. Devoras periódicos y recortas las noticias que hablan de errores. Un oleoducto que ardió por imprevisión del ingeniero; un accidente de avión porque se descuidó el comandante; trenes que chocaron porque se durmió el guardagujas; futbolista que al despejar marcó gol en propia meta. Errores judiciales, negligencias médicas (esto sobre todo).

Te gusta ampliar la colección. Alivias así tu propia culpa. Porque hace veinte años cometiste un error y lo arrastras desde entonces.

Eres traumatólogo y generalmente trabajas bien. Pero aquella vez no. Aquella vez erraste el diagnóstico, erraste el pronóstico, lo erraste todo. Aquel niño perdió una pierna, al final hubo que amputársela. Llevas veinte años sin verlo (cambiaste de clínica, te mudaste de ciudad) pero cada día te visita. Varias veces. Él no sabe que fue culpa tuya, pero tú sí. David Altozano Fuentes: tres palabras, tres pedradas cada despertar. Y por eso necesitas saber que los demás también fallan. Porque "mal de muchos…". Y por eso, en fin, coleccionas errores.

Pero hoy las tres pedradas vienen en el periódico: “David Altozano Fuentes. Entrevista con el tenor”. No puede ser, pero sí. Lo lees: es él, no cabe duda. Tiene 31 años, barba crecida, ya no se parece al rostro que ves al despertarte. Habla de sí mismo: su carrera, sus inicios en el canto, el éxito reciente. También alude a su vida privada: está casado, tiene una hija, dice ser feliz. El entrevistador le pregunta: “¿Cómo le afectó a usted perder una pierna?”. David contesta: “Fue un accidente desgraciado. Los médicos hicieron lo que pudieron, pero no resultó. Sin embargo lo encajé bien. Supongo que tuvo algo que ver con mi posterior vocación por la ópera: ya que no podía jugar al fútbol como los demás niños, aprendí solfeo y me apunté a un coro”.

Mentira: el médico (no sé por qué lo dice en plural) no hizo lo que pudo. Hiciste algo pero lo hiciste mal.

Miras la foto, miras los ojos de la foto.

Tal vez David Altozano Fuentes y tú tengáis pendiente un encuentro. Y respecto a tu colección, en la calle hay contenedores para el papel reciclable.

3.6.11

Enemigos

Por raro que parezca, el soldado americano que vigilaba a los prisioneros y el soldado japonés se hicieron amigos. (Habían convivido en un campo de prisioneros improvisado en una isla del Pacífico.) Así que, al acabar la guerra, ambos “contendientes forzosos” -vigilante y vigilado- mantuvieron viva su amistad.

El soldado japonés invitó al americano a visitar su ciudad. Le enseñó la escuela en que trabajaba como profesor de inglés antes de ser enviado a la guerra. Le mostró las aulas y los patios donde, en medio del natural griterío, correteaban los niños a la hora del recreo. Le llevó al parque en que jugó de pequeño. Le presentó a su familia.

Después, el soldado americano invitó al japonés a visitar su pueblo. Le enseñó el rancho que cultivaba, las espigas de maíz, el tractor… Le presentó a sus colegas de la banda de jazz y le invitó a comer en casa, con su mujer y su hija.

El exvigilante y el exprisionero continuaron viéndose y carteándose durante varias décadas. Algunos de sus encuentros (en Japón o en Estados Unidos) terminaban de madrugada, después de una cena bien regada. Entonces ambos soldados se preguntaban por qué se declaró, años atrás, aquella horrible guerra. ¿A quién sirvió? ¿Para qué sirvió? Y, animados por el vino, dedicaban certeros adjetivos a quienes en ambos bandos les forzaron a masacrarse. Cualquiera que les escuchara podía oír expresiones como “cabrones”, “hijos de perra” y otros epítetos adecuados y biensonantes.

1.6.11

Desiste

Aún estás a tiempo, sopa prebiótica. Sopa de hidrógeno, metano, amoníaco y agua: aún estás a tiempo de evitar el despliegue. Aún puedes desistir, reprimirte. Aún puedes no hacer que emerja el fenómeno. Si el destino de todo es la guerra última, entonces ahórrate el trabajo. Evita pasar por luchas, batallas, misiles, bombas… Líbrate de masacres y exterminios. Después será ya demasiado tarde. Si el destino final es la autodestrucción (el suicidio de lo vivo, el biocidio), ahórrate ahora todo ese trayecto. Simplemente desiste de hacer brotar la vida.