21.12.05

Abraxas

Abraxas.



-No hemos querido molestarla hasta que saliera de la UCI. Ahora que su hijo se encuentra bien y usted ya está en planta, querríamos que contestara algunas preguntas. Es para el atestado.

-No hay problema. Responderé hasta donde me acuerde.

-Bien, vamos allá. ¿Recuerda cómo se produjo el choque?

-Al entrar en la curva la furgoneta invadió mi carril. De pronto la vi de frente, venía directa hacia mí. Instintivamente giré el volante hacia la derecha y nos salimos. De repente me encontré “cabeza abajo”. Miré atrás y vi a mi hijo. Lloraba, así que estaba vivo. Con mucho esfuerzo conseguí salir por el parabrisas. Intenté sacar al niño, pero los brazos no me obedecían. Entonces vino aquel hombre. Recuerdo cómo soltó el cinturón de la sillita, agarró a mi hijo y lo levantó. Todo pese a llevar las manos esposadas. Lo sacó del coche y lo apartó de allí.

-¿Estaba ya ardiendo su coche en ese momento?

-Creo que todavía no, porque el niño no ha tenido quemaduras. Ni yo tampoco. Sólo traumatismos.

-Entonces, ¿cuándo se dio cuenta usted de que su coche ardía?

-Un poco después, dos minutos o así. Pero ¿por qué es tan importante el momento?

-Mire, señora, aquel hombre murió carbonizado. La hipótesis que manejamos es que sus ropas se prendieron al rescatar a su hijo.

-Así que ha muerto...

-Queremos aclarar el modo como se incendiaron sus ropas. Dese cuenta de que ese hombre estaba detenido, así que el Estado era responsable de su custodia.

-Entonces ¿murió abrasado?

-Sí. Con las esposas debió serle imposible quitarse las ropas. Y como estaban ardiendo...

-Me dejan atónita... ¿Y por qué fue detenido?

-Bueno, en realidad no estaba detenido. Ya había sido condenado. El furgón que chocó con su coche venía de la Audiencia. Era un traslado penitenciario: lo conducían a prisión, a cumplir condena.

-Condena... ¿Por qué delito?

-Homicidio.

Calle Valdivia nº 10

Calle Valdivia nº 10.


A Pedro Bago y Consuelo Ruiz


La casa de Pedrito tiene dos habitaciones junto al patio a las que llamamos cuadrillas. En una de ellas solemos jugar. También tiene un pozo dividido por una pared, medio pozo para su casa y otra mitad para la contigua. A veces su madre habla con la vecina a través del pozo. De la pared cuelga un nido de barro seco, las golondrinas vuelven cada primavera (hay que respetarlas porque arrancaron a Cristo su corona de espinas). Hay también un tejado por el que andan los gatos.

La madre de Pedrito se llama Consuelo, llama alfileres a las pinzas de tender la ropa, alacena a la despensa, peros a las manzanas, y en lugar de jersey dice saquito. Si va a comprar no dice voy al mercado, sino voy a la plaza. Cuando a Pedrito se le desarregla la ropa o lleva la camisa por fuera, dice
¡qué hechuras!
y yo no lo entiendo. En casa de Pedrito hay un botijo del que se debe beber a caño, me atragantaba siempre, por eso lo hago a morro cuando nadie me ve. La madre de Pedrito hace los polos más ricos del mundo, de leche canela y azúcar, con forma de cubito que se cogen con un mondadientes. También me da la merienda a la vez que a Pedrito, para que
no se te salte la hiel.
Me comía primero el pan para disfrutar después del chocolate solo. A veces ella, cuando ve que he comido todo el pan y aún me queda chocolate, me ofrece más pan.

En casa de Pedrito hay patos y gallinas. A los patos les damos moscas que cazamos, su padre nos regaña porque
las moscas se posan en las cacas y los patos son para comerlos.

Cada vez que su madre mata un pato, Pedrito se enoja y se niega a tomar la carne.

El Guadalquivir queda a varios kilómetros, pero se ataja por la vía abandonada del Baeza-Utiel. Por otra parte, un pato cabe en el macuto de gimnasia.

Asustado, no quiere salir, pero le empujamos y cae sobre la hierba. El agua le llama. Sumerge medio cuerpo, suelta un graznido, se aleja nadando. ¿Será verdad que este río pasa por Sevilla y desemboca en Sanlúcar provincia de Cádiz?

20.12.05

Hemorragia interna

Hemorragia interna.




Entra en la habitación del hospital como si temiera llegar tarde a una cita. Mira al enfermo y éste, tras la mascarilla y los tubos, reacciona con sorpresa. El visitante y el hombre encamado se estrechan las manos, fuerte, largamente, hablándose con la mirada. El silencio lo ocupa todo, así que la hija del enfermo tiene que salir. Fuera, con la vista nublada y una presión que crece en la garganta, la muchacha identifica a aquel hombre como el viejo amigo de su padre. Recuerda las charlas y risas de ambos, años atrás, cuando ella era pequeña. Ahora el visitante sale abatido al pasillo. Se acerca a la muchacha y dice: “Dejamos de hablarnos hace años. No recuerdo el motivo. Por una sandez…”. Se gira y echa a andar, haciendo gesto de despedirse con una mano y llevándose la otra a los ojos.

Espeluy

Espeluy.




Tarde plana en el tren. Vagón de no fumadores. Se incorporan viajeros. Se animan a hablar. Uno dice que viaja para poner orden en un asunto de familia, ajustar cuentas con alguien y dar un escarmiento.

Al acercarse a su destino afloran nervios. Saca un cigarro, lo enciende.

Miradas de soslayo, murmullos. Uno le recuerda que no puede fumar. Los demás se unen, forman un grupo, le exigen que apague el cigarro.

Tensión.

El hombre se levanta, planta cara al grupo, les reta a decidir quién va a quitarle el cigarro.

Viaja también una madre con su bebé. Esta mujer dirige al fumador una mirada tierna, como la que mostrará a su hijo cuando un día le sorprenda en una travesura. El niño también mira al fumador, y sonríe.

El hombre apaga el cigarro, se sienta. Vuelve la calma.

Tras el viaje dos personas estrechan sus manos, comparten perdón.

17.12.05

Como una grandiosa espina

-Tapiceros. Dígame.



-Buenos días. Querría saber si pueden tapizar un sillón.



-Sí, claro. ¿Lo va a traer usted o hay que recogerlo?



-Pues... ¿Pueden hacer el trabajo en el domicilio?



-Depende de cómo sea el encargo.



-Bueno, verá. Es un sillón antiguo...



-¿Un sillón solo o un tresillo?



-Un sillón, o sea, una butaca con reposabrazos.



-¿Y sabe ya cómo lo va a tapizar? ¿Ha elegido tela?



-Pues no, sería una tela similar a la originaria, pero... Verá, es que hay un problema adicional. Resulta que he perdido un papel, se ha metido por esa raja que hay entre el asiento y el brazo del sillón. Y por más que he intentado sacarlo, no he podido. Así que, como es un papel importante, quizá haya que desmontar el mueble para sacarlo. He pensado que ustedes... Así además aprovecharíamos para tapizarlo.



-Bueno, pero nosotros el armazón no lo tocamos, eso más bien sería cosa de carpintería.



-Ya. En fin, lo que quiero es que vengan a verlo y así decidir.



-Pero entonces tendremos que facturar el desplazamiento, nosotros el presupuesto no lo cobramos pero el desplazamiento sí.



-Se comprende... Lo que sí querría es que vinieran de seis a siete de la tarde, a esa hora mi madre está fuera. Es que a ella el sillón le trae recuerdos y prefiero que no sepa que vamos a tocarlo.







-Hay que descoser por aquí.



-Haga lo que sea necesario.



-A ver si hay suerte y no tengo que mover listones... Parece que veo algo dentro... pero no es un papel, es una cosa dorada... Ya lo tengo, ah y el papel también.



-¿Y esto? Pues sí que es bonito, no lo había visto nunca.



-Tiene pinta de antiguo. Igual lleva cien años ahí dentro. Esos relojes de bolsillo ya no se fabrican.



-En fin, un descubrimiento. Supongo que mi madre sabrá cómo llegó ahí.





-Hola, mamá. ¿Te has fatigado en el fisio?



-No es fatiga, hijo mío, es desesperación porque los músculos no me obedecen.



-Comprendo. Además, por lo que veo se ha alargado la sesión. Bueno, ahora mismo te llevamos a la cama, entre Silvia y yo. Cuando hayas cenado tengo que enseñarte algo.



(...)



-¿Qué me querías enseñar?



-Lo tengo en el bolsillo. Mira.



-Pero... ¿dónde has encontrado esto?



-En la butaca del salón. Estaba dentro. Tuve que abrirla para recuperar un cheque (nada menos que el talón de la venta de la casa), se me salió del pantalón y se coló por una raja. Y, mira por dónde, además del cheque apareció esto. Pero, ¿por qué lloras?



-Era de tu padre. Su reloj de bolsillo.



-Claro, te trae recuerdos...



-No lloro por eso. Es otra cosa... Es que creímos que lo habían robado... Tu padre lo echó en falta y llegó a la conclusión de que sólo podía haberlo cogido la criada.



-¿La criada? Pero ella lo negaría.



-Todo el tiempo. Pero no sirvió de nada. La despedimos. Figúrate: en un pueblo pequeño, todo el mundo se enteró. Quedó como una ladrona.



-Vaya metedura de pata...



-Y ya ves, ahora resulta que nadie lo robó. Medio siglo ha hecho falta para demostrarlo. Pobre muchacha... Debimos de hacerle mucho daño.



__________________________________________



-¿Quién es?



-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva, notario. Aquí tiene mi tarjeta. Pero mi visita no tiene que ver con mi profesión. Quería hablarle de un asunto personal. Necesito un poco de tiempo para explicárselo. Puedo volver cuando usted diga, o estaría encantado de invitarla a un café donde guste.



(...)



Pues verá, es una historia larga. Mis padres vivieron en este pueblo hace unos cincuenta años. Mi padre también era notario, y éste fue uno de sus primeros destinos. El caso es que en casa de mis padres estuvo trabajando una mujer, joven, entonces tendría unos veinte años. Un día, mi padre echó en falta un reloj de bolsillo. Era un reloj valioso, de oro. Buscaron por todas partes pero no apareció. Como mi padre estaba seguro de haber traído el reloj a casa y no haberlo perdido fuera, sospecharon de la cria... o sea, la asistenta. Ella negó haberlo cogido, pero el caso es que mis padres perdieron la confianza en ella y... la despidieron. Poco después mi padre se trasladó a otra notaría. No volvieron a saber más de aquella mujer.



Ahora hay que dar un salto en el tiempo. Hace apenas un mes, estando yo sentado en una butaca, del bolsillo del pantalón me desapareció un cheque. Estaba tan seguro de que lo llevaba ahí, que sólo encontré una explicación: se había metido por la raja, ésa que tienen los sillones antiguos entre el asiento y los brazos. Intenté meter la mano para cogerlo pero fue inútil. Tuve que avisar a un tapicero. El caso es que, al desmontar el sillón para sacar el cheque, apareció también el viejo reloj de mi padre. O sea, que siempre estuvo allí: nadie lo había robado.



-¿Y por qué me cuenta todo esto?



-Pues el caso es que la asistenta a la que mis padres despidieron podría ser... su madre.



-¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?



-Mi madre me ha proporcionado algunos datos, más bien pocos, porque ha transcurrido mucho tiempo. Y esos datos los he pasado a una agencia de investigación. Ya sé que le sonará raro, contratar a un detective para esto. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?: no sé hacer averiguaciones, y ni siquiera conocí a esa mujer: cuando eso ocurrió yo aún no había nacido.



-¿Y para qué la busca?



-Para que mi madre pueda disculparse. Necesita disculparse con ella, pedirle perdón.



-Vamos a ver si lo he entendido: Su madre echó de su casa indignamente a la mía, y ahora, al cabo de un montón de años, quiere lavar su conciencia.



-Sí, podría decirse así.



-¿Y ha venido su madre al pueblo con usted?



-No, ella está impedida, en silla de ruedas. Precisamente el cheque que perdí era por venta de nuestra anterior casa: nos hemos tenido que mudar porque ya no puede subir escaleras. Por desgracia le queda poca vida. Su enfermedad es incurable, una cuenta atrás. El favor que quiero pedir a su madre es que viaje conmigo para que la mía pueda disculparse. Para que no muera con esa comezón.



-Tengo que pensarlo. En principio me parece que, si eso es verdad, lo que hicieron con mi madre fue una cabronada. Y eso no se borra diciendo “lo siento” al cabo de cincuenta años. Por lo menos, que quienes lo hicieron lleven ese peso en su conciencia.



-Comprendo su reacción. A mí también me subleva, ¿sabe?, aunque los autores de esa infamia fueran mis padres. Lo único que le pido es que me permita hablar con su madre, o al menos le transmita mi ruego. Piénselo, por favor, y dígame cuándo podríamos vernos otra vez.



_______________________________________________



-Ya he hablado con mi madre. No es la persona que busca.



-¿Ah, no?



-No.



-Pues... tendré que seguir indagando.



-No hace falta.



-¿Cómo?



-Que no es necesario. Su detective iba bien encaminado, sólo se equivocó un poco. La persona a la que busca es mi tía.



-Ah, entonces se explica el error: los mismos apellidos, el mismo pueblo... Y ¿me permitiría usted hablar con su tía?



-No puede ser: está muerta. Murió hace dos años.



-Vaya... Me deja de piedra.



-Pues eso es lo que hay.



-No sé cómo va a encajarlo mi madre cuando se lo diga. No tiene ánimo para nada desde que apareció el reloj.



-Lo siento, y perdón por haber estado áspera el otro día. Usted no tiene culpa de lo que hicieron sus padres. Tengo que dejarle.



-¿Sabe? Ya que su tía ha muerto, me gustaría al menos explicar a mi madre cómo fue su vida: qué pasó después de que la despidieran.



-Se fue del pueblo. Quien mejor conoce la historia es mi madre.



-Entonces, por favor, permítame hablar con su madre.



-Está bien, le daré las señas del hospicio, anótelas si quiere.





-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva.



-Mi hija me ha hablado de usted.



-Bueno, ya sabe por qué he venido. Querría que me hablara de su hermana.



-Mi hermana... Cuando la despidieron de casa del notario, se marchó del pueblo. Aquí todo el mundo la miraba como a una ladrona. Porque se corrió la voz.



-Pero encontraría trabajo en otro lugar.



-Le daba igual todo. Algún trabajo tuvo, pero al final se fue con las monjas. En el convento vivió en paz, hasta que le vino la trombosis. Va para dos años que murió.



-Estoy pensando... Señora, lo que voy a pedirle quizá le parezca un despropósito. Pero mire, mi madre va a sufrir mucho si sabe la verdad. Ella necesita pedir perdón por aquella injusticia. Y no se puede pedir perdón a una persona muerta. Si usted aceptara venir conmigo y hacerse pasar por su hermana... Se lo suplico. El viaje no es largo, y luego… Será un momento. Simplemente para que mi madre pueda, antes de morir, implorar su perdón.



_______________________________________________



-Mira, mamá, ha venido conmigo Ino.



-Acércate, ven que te abrace. ¡Cuánto te hicimos sufrir, y sin ninguna razón!



-Vamos, señora. El tiempo lo cura todo.



-Perdona, hija mía, ¡qué injustos fuimos!



-Está perdonada, señora. No dé más vueltas a eso.



-Y cuéntame, Ino, ¿qué fue de ti?



-Pues ya ve, señora, me casé, tengo una hija, dos nietos...



-¿Seguiste viviendo en aquel pueblo?



-Sí, señora, allí sigo. Aunque ahora estoy en el asilo municipal, por no dar la lata a la familia.



-Pero... ¿Seguro que eres Ino? De pronto me ha venido a la cabeza... Ino tenía una hermana, yo creo que... Durante un tiempo estuvo viniendo a casa cuando ella enfermó. Las mismas facciones, ese lunar en...



-Ha acertado, señora: soy Adela, la hermana de Ino. Pero da igual. Yo la perdono a usted en su nombre. La perdono como Ino la habría perdonado. ¿Sabe? Ino se hizo monja, estuvo en clausura y fue feliz a su manera. Va a hacer dos años que murió. Ino está en el cielo y allí la ha perdonado. Y Dios también. No llore, señora.



-¿Has ideado tú esta farsa, Pablo?



-Lo siento, mamá. Sólo quería que dejaras de sufrir.



-...Y toda mi vida así, sin pintar nada. Fue mi marido quien se empeñó en despedir a Ino. Dijo que bastante hacía con no denunciarla al juez. Habría sido aún peor: ¡una denuncia del señor notario! Con esto no me justifico: yo también soy culpable por no afear más la conducta a mi marido. Una reputación destruida sin pruebas, temerariamente... ¿Y qué importaba, siendo una pobre criada?



-Vamos, señora, tranquilícese. Yo también me he prestado a esta simulación, para consolarla. Abráceme otra vez y será como si abrazara a Ino.



-Gracias. ¿Sabes que me queda poco tiempo de estar aquí? Pronto... No sé dónde iré cuando muera, si es que voy a alguna parte. Pero, sea como sea, ya no veré más humillación ni injusticia.

La Verdadera espina

La verdadera espina (o Así me lo contaron).







A Javier L., que lo vivió.

A Ino, esté donde esté.



Ocurrió cuando yo tenía ocho años.



Estando mi padre sentado en un sillón (un viejo sillón de terciopelo azul que había pertenecido a mis abuelos maternos), de un bolsillo de su pantalón se salió accidentalmente un documento (creo que un talón bancario) que se coló por una de las ranuras existentes junto a los brazos del sillón. Al percatarse, mi padre intentó sacarlo, pero le fue imposible porque el documento se había metido hasta el fondo y la abertura resultaba estrecha. Incluso mis padres recurrieron a mí, pensando en que al tener las manos más pequeñas podría extraerlo, pero tampoco lo logré.



Como aquel papel era muy importante para mi padre, no hubo más remedio que desmontar parte del butacón para extraerlo de su interior. Cuando lo hicieron, mis padres consiguieron recobrar el documento, pero además encontraron otro objeto dentro del sillón. Era un reloj de bolsillo, dorado, con una larga cadena. Al verlo, mi madre exclamó que aquél era el reloj de su padre.



Efectivamente se trataba, según supe después, de un reloj que perteneció a mi abuelo. Al conocer la noticia, mi abuela (que entonces vivía con nosotros) rompió a llorar. Todos pensamos que sollozaba por la emoción que aquel objeto le producía al recordarle a su marido (mi abuelo), ya fallecido. Pero no. Según nos contó, la causa de su aflicción era otra. Se debía a que aquel reloj lo echó en falta su marido hacía varias décadas, y al notar su ausencia mis abuelos sospecharon de la criada que entonces servía en la casa. La interrogaron varias veces y, pese a sus constantes negativas, decidieron despedirla porque estaban convencidos de que ella había hurtado el reloj. Pues bien: casi treinta años después aquel reloj había aparecido dentro del armazón de una butaca vieja. Un hallazgo casual exhibía, muchos años más tarde, la iniquidad acusadora de mis abuelos, su terrible injusticia con esa pobre mujer.



Espoleada por su conciencia, mi abuela decidió viajar al pueblo en que había vivido cuando eso ocurrió, confiando en que aquella sirvienta seguiría residiendo allí. Deseaba vivamente disculparse e implorar su perdón después de tanto tiempo. Pero su propósito fue vano: cuando llegó al pueblo le informaron de que aquella mujer había muerto hacía dos años.



Nunca he vuelto a ver aquel reloj de bolsillo. Al morir mi abuela no lo encontramos entre sus pertenencias.



A aquella criada, según dijo mi abuela, la llamaban Ino. Intuyo y se me clava su nombre completo.

Vosotras moscas vulgares

Como continuación del atestado instruido acerca del accidente de tráfico que afectó al camión arriba referenciado, por esta comandancia se han practicado diligencias ampliatorias, que se relacionan seguidamente.



Ha podido constatarse que la carga que el camión transportaba, parte de la cual cayó durante el accidente y quedó esparcida en carretera y arcén, no se corresponde con la mercancía para cuyo transporte estaba autorizado el camión. Este hecho ya fue advertido al tiempo de redactarse el atestado inicial, toda vez que la licencia se hallaba concedida para el transporte de hortalizas y frutas, mientras que la carga desprendida del remolque consistía fundamentalmente en pequeños gusanos o larvas de insecto. Estas larvas estaban vivas, siendo transportadas en cajas acondicionadas para su traslado y mantenimiento con vida, disponiendo incluso de una pasta o preparado para su alimentación.



Cautelarmente se intervinieron dichos insectos.



Como quiera que las expresadas circunstancias, aparte de la irregularidad administrativa inherente al transporte de mercancía no autorizada, pudieran comportar otras conductas ilícitas, con transcendencia incluso penal en caso de productos tóxicos o infecciosos, se han practicado averiguaciones en varios ámbitos.



En primer lugar, se ha recabado informe de un zoólogo de la Facultad de Ciencias Biológicas, que se adjunta al presente y que concluye que las larvas intervenidas son de mosca común. Por tanto, no se trata de especie potencialmente dañina, más allá de las consabidas inconveniencias o molestias que las moscas vulgares ocasionan.



En segundo término, se ha interrogado al conductor del camión, quien, si bien en un primer momento declinó contestar a las preguntas que se le formularon, posteriormente y tras efectuar una llamada telefónica (a lo que fue autorizado por esta comandancia), accedió a ello realizando las siguientes manifestaciones:



Preguntado por la razón de transportar larvas de insecto, responde:



Que la fábrica de insecticidas en que trabaja ha reducido notablemente sus ventas en los últimos tiempos, lo que entiende es debido a la disminución de moscas en el entorno.



Preguntado sobre qué proyectaba hacer con las larvas, responde:



Que pretendía dejarlas en libertad en cuanto se desarrollaran lo suficiente para volar.



Preguntado si pretendía establecer un criadero, responde:



Que no lo descartaba.



Preguntado sobre la procedencia de las larvas, responde:



Que las ha adquirido en el extranjero, no deseando concretar su origen ni las personas que las han suministrado, si bien quiere precisar que las ha obtenido a precio módico.



Preguntado si ha recibido instrucciones de su empresa para que traiga moscas a nuestro país, responde:



Que no.



Preguntado sobre quién le ha encargado dicho transporte, responde:



Que nadie se lo ha encargado.



Preguntado por el motivo último de transportar larvas de mosca, responde:



Salvar su puesto de trabajo.



Invitado a concretar más su respuesta, añade:



Que la empresa ha iniciado ya los trámites de regulación de empleo, en la planta de insecticidas domésticos, para suprimir esta línea de producto y cesar a los trabajadores de la sección. Que pensó que, de aumentar la demanda de esos insecticidas, la empresa podría desistir del ajuste y mantener su plantilla.



Preguntado sobre si además del declarante hay otros trabajadores involucrados en el transporte de larvas, responde:



Que no desea contestar.



Preguntado si quiere añadir algo más a su declaración, responde:



Que el declarante no es ningún delincuente porque no ha robado ni dañado a nadie. Que siempre ha habido moscas y la gente ha usado insecticidas para librarse de ellas. Que sólo quiere que sigan vendiéndose matamoscas, para salvar su puesto de trabajo y los de sus compañeros. Que si pierde su empleo en la fábrica de insecticidas, se quedará en paro y no sabe de qué vivirá. Que tiene tres hijos menores de edad. Que ahora ocurre esto con las moscas pero después será con las hormigas. Que el consumo de cucarachicidas también está decayendo. Que puede ser a causa de la contaminación.







-Bueno, ya está transcrito. ¿Lo damos por terminado?



-No, hombre, hay que añadir que no se desprende relevancia penal y por eso le hemos dejado irse.



-A mí me parece un tío valiente.



-Al menos no se resigna a que lo echen.



-Los que deciden los recortes son unos capullos. Con qué indolencia tiran a la gente, pero en cambio sus sillones de directivo son sagrados.



-Pero es que… Tiene su lógica: si la gente no compra insecticidas, no tiene sentido fabricar algo que no se vende. Entonces hay que despedir a quienes trabajan en eso. O sea, amortizarlos. Es la ley del mercado.



-Así visto parece simple. Pero no deja de ser una putada. Imagínate que de repente no se cometieran delitos, que todo el mundo cumpliera las leyes: ni un homicidio, ni un robo… Entonces tú y yo sobraríamos: todos los policías, guardias, vigilantes… al paro.



-Quieres decir que cobramos gracias a los delincuentes. Vamos: que vivimos de ellos.



-Ríete, pero es así. Si no hubiera delincuentes tendríamos que plantearnos ser policías de día y ladrones de noche. Así no nos considerarían prescindibles, ex-ce-den-ta-rios. Una vez leí en el periódico que un bombero forestal provocaba incendios para evitar que suprimieran su retén.



-¿Ah, sí? Tiene gracia.



-¡Toma!, y hace un siglo hubo obreros que rompían máquinas porque por su culpa perdían el jornal.



-Cómo se ve que lees historia.



-Me interesa, aunque no sirve para nada. Fíjate que, actualmente, la industria militar se las arregla para que siempre haya alguna guerra: para las fábricas de armas, la paz significa su quiebra.



-Pero todo eso es insensato. Lo único claro es que, si no pudiéramos seguir trabajando en esto, intentaríamos dedicarnos a otra cosa.



-Sí, pero imagínate que mañana te despiden. No es fácil empezar de nuevo. Antes tienes que encontrar otro empleo, aprenderlo, reciclarte…



-Tendría derecho a cobrar el paro.



-Pero no es lo mismo. Mucha gente se siente fracasada al perder su trabajo. De pronto los ingresos se reducen al mínimo, se hace difícil convivir, la familia paga los platos rotos. Tus hijos se van al colegio y te preguntan: “papá, ¿por qué no trabajas?”. Y encima, desde fuera te miran con suspicacia, como a un defraudador o un parásito. Y tampoco sabes cuándo acabará eso.



-¿Y qué solución se te ocurre? Si no hay moscas, es una ventaja. Igual que si no hubiera delitos. Lo que la gente ahorre en insecticidas o en blindajes, se lo gastará en otras cosas. Y eso generará nuevos empleos. Las necesidades humanas son ilimitadas.



-No estoy de acuerdo: las necesidades son limitadas, lo ilimitado es la codicia.



-Bueno, llámalo como quieras.



-¿Recuerdas cuando para sacar dinero del banco tenía que atenderte un cajero, un cajero-persona? ¿Y cuando había cobradores en los autobuses (no como ahora, que cobra el conductor)? Y los cobradores seguían siendo útiles, los quitaron para ganar más dinero. ¿Crees que esos puestos se han sustituido por otros? Más bien se han perdido, sin más.



-No; es distinto. Lo que digo es que, si siguieran los cobradores en los autobuses y los cajeros en las ventanillas, esos servicios serían más caros. Entonces la gente tendría menos dinero para gastar en otras cosas, y eso impediría surgir nuevos empleos.



-Es posible, pero debe haber otra forma de progresar, sin tirar gente a la calle. El precio es demasiado alto. Si hay que pagarlo, repartámoslo entre todos. Porque, aunque esa gente acabe encontrando otro empleo, el problema es “mientras tanto”. Y… Hola, amiguita, ven aquí. ¿Has visto… qué mosca más guapa?