17.12.05

La Verdadera espina

La verdadera espina (o Así me lo contaron).







A Javier L., que lo vivió.

A Ino, esté donde esté.



Ocurrió cuando yo tenía ocho años.



Estando mi padre sentado en un sillón (un viejo sillón de terciopelo azul que había pertenecido a mis abuelos maternos), de un bolsillo de su pantalón se salió accidentalmente un documento (creo que un talón bancario) que se coló por una de las ranuras existentes junto a los brazos del sillón. Al percatarse, mi padre intentó sacarlo, pero le fue imposible porque el documento se había metido hasta el fondo y la abertura resultaba estrecha. Incluso mis padres recurrieron a mí, pensando en que al tener las manos más pequeñas podría extraerlo, pero tampoco lo logré.



Como aquel papel era muy importante para mi padre, no hubo más remedio que desmontar parte del butacón para extraerlo de su interior. Cuando lo hicieron, mis padres consiguieron recobrar el documento, pero además encontraron otro objeto dentro del sillón. Era un reloj de bolsillo, dorado, con una larga cadena. Al verlo, mi madre exclamó que aquél era el reloj de su padre.



Efectivamente se trataba, según supe después, de un reloj que perteneció a mi abuelo. Al conocer la noticia, mi abuela (que entonces vivía con nosotros) rompió a llorar. Todos pensamos que sollozaba por la emoción que aquel objeto le producía al recordarle a su marido (mi abuelo), ya fallecido. Pero no. Según nos contó, la causa de su aflicción era otra. Se debía a que aquel reloj lo echó en falta su marido hacía varias décadas, y al notar su ausencia mis abuelos sospecharon de la criada que entonces servía en la casa. La interrogaron varias veces y, pese a sus constantes negativas, decidieron despedirla porque estaban convencidos de que ella había hurtado el reloj. Pues bien: casi treinta años después aquel reloj había aparecido dentro del armazón de una butaca vieja. Un hallazgo casual exhibía, muchos años más tarde, la iniquidad acusadora de mis abuelos, su terrible injusticia con esa pobre mujer.



Espoleada por su conciencia, mi abuela decidió viajar al pueblo en que había vivido cuando eso ocurrió, confiando en que aquella sirvienta seguiría residiendo allí. Deseaba vivamente disculparse e implorar su perdón después de tanto tiempo. Pero su propósito fue vano: cuando llegó al pueblo le informaron de que aquella mujer había muerto hacía dos años.



Nunca he vuelto a ver aquel reloj de bolsillo. Al morir mi abuela no lo encontramos entre sus pertenencias.



A aquella criada, según dijo mi abuela, la llamaban Ino. Intuyo y se me clava su nombre completo.

2 comentarios:

indecible dijo...

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saiz dijo...

Gracias por el consejo.