27.4.12

Quisiera decir tu nombre


Va a la ferretería a comprar tuercas y arandelas. Al pasar por la sección de pinturas se queda mirando las latas. Hay cientos, y en cada una un rótulo con el color de la pintura y su nombre. Se para y lee:

Blanco mármol. Blanco mate. Blanco satén. Blanco marfil…

Verde olivo. Verde laguna. Verde manzana. Cetrino…

Azul cobalto. Azul pastel. Cárdeno. Índigo…

Gris plata. Gris niebla. Gris ceniza. Gris acero…

Marrón cuero. Marrón mostaza. Caoba. Vainilla…

Escarlata. Carmesí. Bermellón. Burdeos…

Sepia. Granate. Magenta. Púrpura…


Pasa más de una hora leyendo los envases. Pide un bolígrafo y anota aquellos nombres. Llena varias cuartillas. Las guarda en el bolsillo.

Seguramente ya conocía esos colores pero, sin llamarlos –sin saber su nombre-, nunca los vio del todo. (Las cosas sin nombre, ¿son del todo reales? Las cosas que no tienen una palabra o voz donde ser ellas mismas, ¿existen plenamente?)

Intenta retener cómo son el púrpura, el cárdeno, el sepia, el bermellón…

Al final, casi olvida lo que iba a comprar.

Sale de la ferretería con las tuercas y arandelas, pero sobre todo se lleva un botín de palabras. 

23.4.12

Mentirosos


Los ojos son dos globos con fibras y mucosas. Dentro hay músculos, líquido, nervios, secreción, venas. Es todo cuanto amas cuando amas dos pupilas.

Tu perro no te quiere: es un instinto ancestral, fruto de la simbiosis con humanos. Desde tiempos prehistóricos ayudaban a los hombres a cazar. Éstos, a cambio, les dejaban apurar los huesos.

La alegría, la esperanza son procesos neuronales. Prueba a comer sesos de oveja o de vaca: no te sabrán a sueños.

El cielo no es cielo ni tampoco azul. Son gases atmosféricos que envuelven la geomasa. Ondas electromagnéticas hacen el resto.

El arco iris no existe. Es luz que se refracta: puro subjetivismo.

Fenómenos, reacciones. Física y química (como aquella asignatura en el instituto). Así es todo lo que amas.

Y ahora ya puedes tener los pies en el suelo, afrontar la realidad tal como es.

Pero si no resistes, diles sencillamente: “Sentidos, percepción: ya sé que me engañáis. Sé que estáis confundiéndome, haciendo que perciba meras irrealidades. Pero, aunque nada de esto que amo exista realmente, lo que yo experimento -este amor- sí es real".

11.4.12

Madrecita


No te juzgo a ti sino a tus circunstancias.

Eres mujer, y madre, y pobre, y vives en un sitio donde no hay hospital gratis, y tienes un hijo enfermo y va a morir.

Si no le operan ya, se va a morir.

Y son tus circunstancias, y eso juzgo.

Porque buscaste el dinero y no lo obtuviste.

Nadie te ayudó. Nadie te prestó.

Desesperada, pensaste en cualquier cosa. Lo que fuera. Prostituirte incluso, pero es lento.

Y el dinero para la operación urgía. Había de ser ya.

Y entonces alguien te sugirió hacer de “mula”.

Tragaste cocaína envuelta en bolas de plástico.

Por volar con ellas daban dinero. Si conseguías llegar, te pagaban bien.

Sólo habías de jugarte la vida y la libertad. (Si se rompía una bola, estabas muerta. Si descubrían tu carga, estabas presa.)

Pero si todo salía bien, después del aeropuerto te pagaban.

Once horas de vuelo aguantando el miedo, aparentando serenidad, tragando nervios, notando las bolas moverse en tu vientre.

Pero al llegar, la policía sospechó. Tu sudor, tu rostro…, qué más da.

Te llevaron a comisaría. Te retuvieron. Hablaron de hacer una placa, una radiografía.

Tenías miedo, el tiempo pasaba, acabaste confesando entre sollozos.

Y ahora te juzgo. No a ti sino a tus circunstancias.

(¿Qué habría hecho yo en tu piel? Quizá lo mismo. O no: soy un cobarde. No tragaría bolas, habría dejado morir a mi hijo. Sí, probablemente.

En verdad te admiro, señora acusada, rea de narcotráfico, madre, madrecita.)

El abogado alega estado de necesidad. Pide que te exima, que te absuelva del delito.

Pero no lo hago. No puedo hacerlo.

Hay mucha gente en tus circunstancias… Absolverte sería legalizar eso. (Tanta gente es pobre, tiene hijos enfermos a los que hay que operar…). No, no puede ser.

Mira lo que escribo. “No consta probada la necesidad”. “Pudo solicitar un crédito” (lo hiciste), “pedir dinero a su familia” (lo hiciste), “a las instituciones, a la Caridad” (lo hiciste).

Pero yo escribo -tengo que escribir- que no lo acreditas, que no consta agotaras todos los medios, todas las posibilidades, todos los recursos.

Así pues te condeno. No a ti –entiéndelo- sino a tus circunstancias, pero en nombre de ellas te encarcelo a ti.