29.5.09

El eslabón perdido

Cuando el jefe me trata mal, maltrato a mis subordinados.

Si los que mandan me denigran, denigro a los inferiores.

Así me desquito.

Supongo que los demás hacen lo mismo: reacción en cadena, como fichas de dominó derribándose unas a otras.

Los domingos insulto al árbitro y me resarzo de mi vejación semanal.

Mi estatus de agredido se compensa con el de agresor. Una equis en la quiniela.

Hasta hoy ha sido así.

Pero esta mañana, en la fábrica, el candado no abría. De modo que he cogido una cizalla y he apretado con todas mis fuerzas. Apenas podía creerlo: la cadena se ha partido. Mira por dónde soy más fuerte de lo que pensaba.

Al ver el eslabón roto, me he propuesto quebrar otras cadenas: No tratar mal a quien me maltrate. No insultar aunque me insulten. Respetar al que no me respete.

La pregunta es ¿seré capaz?

28.5.09

En mi honor

Mi amigo: “Tienes que conocer mi pueblo, la casa de mis padres en mitad del campo”.

Su madre: “Para cenar hay costillas. Hemos matado la marrana en honor a tu amigo. Al despiezarla hemos visto que estaba preñada”.

Pruebo las costillas, están deliciosas. “Qué rico, qué rico, exquisito todo”. Soy un ser omnívoro, no vegetariano. Estaba preñada, no se habían dado cuenta. Fue al descuartizarla (¿no ha dicho eso?). Lo que duele y restriega es que haya sido en mi honor.

27.5.09

Erratas

Otros coleccionan sellos, mariposas, relojes de arena. Tú coleccionas errores. Errores ajenos. Devoras periódicos y recortas cuantas noticias tratan sobre errores. Un oleoducto incendiado por imprevisión del ingeniero, un accidente aéreo por descuido del comandante, trenes que han chocado porque se distrajo el guardagujas, futbolistas que al despejar marcan gol en propia meta, errores judiciales, negligencias médicas (esto sobre todo).

Te gusta agrandar la colección. Aligeras así tu propia culpa. Hace veinte años cometiste un error. Desde entonces lo arrastras. Eres traumatólogo y generalmente trabajas bien. Menos aquella vez. Erraste el diagnóstico, erraste el pronóstico, lo erraste todo. Aquel niño perdió una pierna, al final hubo que amputársela. Llevas veinte años sin verlo (cambiaste de clínica, te mudaste de ciudad) pero cada día te visita. Varias veces. Él ignora que fue culpa tuya, pero tú estas seguro. David Altozano Fuentes: tres palabras, tres pedradas cada despertar. Y necesitas saber que los demás también fallan. Mal de muchos… Por eso coleccionas errores.

Pero hoy las tres pedradas vienen en el periódico: “David Altozano Fuentes. Entrevista con el tenor”. No puede ser, pero sí. Lo lees: es él, no cabe duda. Tiene 31 años, barba crecida, ya no se parece al rostro que ves cuando despiertas. Habla de sí mismo: su carrera, sus inicios en el canto, el éxito reciente. También alude a su vida privada: está casado, tiene una hija, dice ser feliz. El entrevistador le pregunta: “¿Cómo le afectó a usted perder una pierna?”. David contesta: “Fue un accidente desgraciado. Los médicos hicieron lo que pudieron, pero no resultó. No obstante lo encajé bien. Supongo que tuvo algo que ver con mi posterior vocación por la ópera: ya que no podía jugar al fútbol como los demás niños, aprendí solfeo y me apunté a un coro”.

Mentira: el médico (no sé por qué lo dice en plural) no hizo lo que pudo. Hiciste algo pero lo hiciste mal.

Miras la foto, miras los ojos de la foto.

Tal vez David Altozano Fuentes y tú tengáis pendiente un encuentro. Y respecto a tu colección, en la calle hay contenedores para el papel reciclable.

26.5.09

El porqué de las cosas

…quién conducía, quién movía aquel horrible tren
(D. ALONSO)



Si resultara que sí, que al final hay un juicio, alguien ante quien rendir cuenta de nuestros pasos, y el juez es el mismo que diseñó esto… De ser así, se haría más asumible si admitiera preguntas. Si, antes o después del veredicto, permitiera inquirirle:

¿Por qué lo hiciste así?

¿Por qué tan cruel, desigual y arbitrario?

¿Por qué el éxito de lo impuro?

¿Por qué el azar?

¿Por qué vidas segadas, masacres, hambrunas?

Debe de haber respuesta, explicación. Puede incluso que, tras oírla, nos resulte entendible.

Si el Inextricable pesa con su balanza nuestras acciones, ¿podremos también nosotros medir (una vez esclarecido nuestro rasero) las suyas?

25.5.09

Y vuelta a empezar

Camaradas: No ha sido fácil esta lucha. Muchos compañeros se han dejado la vida en ella. Otros la hemos arriesgado. Pero al final ha merecido la pena. Hemos acabado con una dictadura que parecía eterna. Ahora sabemos que nada es más fuerte que la voluntad de nuestro pueblo. Y tenemos que consolidar la victoria. No podemos tolerar desviaciones ni resquicios por donde puedan volver los amigos del tirano. Por eso es necesario instaurar nuestro régimen. Un partido único que garantice la soberanía del pueblo. Que impida que, al refugio de las libertades formales, vuelva la misma represión que padecimos. Será el partido de las bases quien asegure los derechos de todos. El derecho a la igualdad y prosperidad tal como las entendemos. El derecho a vivir de acuerdo con nuestros anhelos. El derecho a desarrollar nuestro programa. El derecho a divulgar las ideas del partido y a acallar a quienes las traicionen. El derecho del pueblo, digo del partido (vamos: el pueblo es el partido), a elegir a sus dirigentes. Libres de impureza ideológica y defendidos de nosotros mismos, nos mantendremos fieles a la revolución.

22.5.09

Una sombra, una ficción

Pensabas asistir a un coloquio sobre cooperación internacional cuando de pronto te encontraste oyendo una conferencia sobre el tiempo. No el de los barómetros: el de los relojes. Se ve que te confundiste de sala. Y una vez allí te dio apuro levantarte.

Era un físico, al parecer eminente, quien hablaba. Ya que habías llevado folios para tomar notas, apuntaste algunas frases. Como éstas:

“El tiempo es el modo como percibimos el aumento de entropía o desorden termodinámico subsiguiente a la expansión del universo. La dirección del tiempo en que el desorden aumenta es la misma en que el universo se expande”.

Así lo dijo, textualmente.

O sea: que según eso el tiempo es una alucinación, pura entelequia sin base objetiva. Un espejismo producido por la expansión del cosmos. Se supone entonces que, en puridad, nada ocurrió. No hubo guerras, campos de concentración ni genocidios. Tampoco sufrimiento, piedad ni decencia. A nivel cósmico todo es una engañifa. No es que la historia sea mentira, es que no hay historia. Algo así como el sueño o las ilusiones ópticas: percibimos cosas irreales. Y oye, para ser ficción podría al menos tener gracia…

No lo comprendes, pero tampoco sabes cómo funcionan muchos artefactos que usas (máquinas, ordenador…), y no por eso los cuestionas. De modo que, si siempre es nunca, no vale la pena preocuparse por nada. Visto así, es tranquilizador que el tiempo no exista. Lástima no haberte enterado antes.

21.5.09

De cuando había objeción

Quien no aceptaba el servicio militar debía cumplir la PSS. Prestación social sustitutoria. Él escoge hacerla en la playa, como socorrista. Tiene que vigilar desde su torreta, evitar riesgos y percances. Casi a diario hay una falsa alarma: alguien que parece precisar ayuda y que, tras lanzársele el salvavidas, resulta que estaba bromeando. Y también debe colgar la bandera: verde si hay mar tranquilo, amarilla si revuelto, y roja si se prohíbe el baño.

A veces amanece con viento y hay que izar bandera roja: todo el mundo en la arena sin osar zambullirse. Luego, al despejarse el día, amaina el viento y las olas menguan. Bandera verde. De inmediato el mar se llena de barrigas, bikinis, flotadores de goma, colchones inflables…

Entonces el socorrista admira el poder del trapo verde y, contemplándolo con respeto, piensa: “Para que luego digan que los objetores no honramos la bandera”.

20.5.09

Y han convenido todos

Hace tiempo que supe de la afición de mi tío a coleccionar diccionarios. Los tenía de casi todos los idiomas: indoeuropeos, árabes, semíticos, africanos, polinesios, precolombinos… Lenguas vivas y muertas. Incluso dialectos y lenguas inventadas.

Pero no suponía que tuviera tantos diccionarios. Cuando, tras morir sin descendencia, heredé su biblioteca, me entretuve hojeándolos durante varios días.

Llegó a obsesionarme una duda: ¿Habrá algo que se diga igual en todos los idiomas? Así fue como encontré cientos de vocablos para decir nube, para decir ojo, para decir alfombra…

Un día que mi mastín entró en la biblioteca, se me ocurrió buscar “perro” y descubrí mil palabras para decirlo. Entonces empecé a llamarle con todos sus nombres: los que los humanos de todas las culturas hemos inventado para decir perro. A todas las palabras respondía, levantaba las orejas y me miraba.

Así que, en cierto modo, lo encontré. El lenguaje universal es el tono. Entonadas con afecto, en cualquier idioma las palabras significan afecto.

19.5.09

Para tener la alegría

Registro civil. Sección de matrimonios.

El encargado examina el expediente. Los solicitantes están divorciados. Cada uno se había casado dos veces antes. Sigue pasando hojas y apenas da crédito a sus ojos cuando observa que ambos enlaces fueron… entre ellos. O sea: que se casaron, se divorciaron, se reconciliaron, volvieron a casarse, se divorciaron otra vez… y ahora de nuevo se casan.

El funcionario especula: ¿Será para evadir impuestos? ¿Será para escaquearse del trabajo (quince días de permiso por cada boda)?

Como no hay impedimento, finalmente se aprueba el enlace. Junto al salón nupcial, los novios e invitados esperan el momento de la boda. Vestidos con atuendo flamenco, palmean y cantan:

Si me enamoro algún día
me desenamoraré
para tener la alegría
de enamorarme otra vez.

Y entonces se entiende todo.

17.5.09

Los años perdidos

Mi perra desapareció hace cuatro años. La dejé atada junto a la puerta de un supermercado (al que no dejaban pasar con perros) y cuando salí ya no estaba. Probablemente me la robaron.

Fue un golpe duro para toda la familia, especialmente para mis hijos, tan acostumbrados a jugar con ella.

La buscamos por todas partes, pusimos carteles con su fotografía, incluso ofrecimos una recompensa a quien la devolviera o encontrara... Pero fue inútil.

Poco a poco fuimos asumiendo su pérdida. Nos resignamos a no volver a verla más.

Sin embargo, hace una semana mi perra apareció. Nos telefonearon desde una ciudad que dista más de cuatrocientos kilómetros de la nuestra. Según nos dijeron, unos policías locales la habían encontrado suelta, en la calle, y la habían llevado a la perrera municipal. Allí leyeron, con un aparato adecuado, el micochip que llevaba en una oreja (se lo habían puesto la primera vez que la llevamos a vacunar) y por ese medio dieron con nosotros.

Ya podéis imaginar nuestra sorpresa y nuestra alegría.

Al día siguiente recorrimos en coche los cuatrocientos kilómetros para recoger a la perra. Estaba casi irreconocible: demacrada, sucia y llena de mordiscos y arañazos. Había perdido varios kilos. Pero indudablemente era ella. Empezó a lamernos y a mover el rabo tan pronto nos acercamos. Y, por supuesto, seguía atendiendo a su nombre (Nala).

Ahora, como digo, lleva una semana en casa. En este tiempo ha mejorado su aspecto. Está limpia y ha ganado algo de peso. Ha reanudado sus hábitos: las carreras por el parque mientras yo hago footing, el mismo cesto de dormir… Todo igual que antes de desaparecer hace cuatro años.

En este momento me está mirando. Yo la acaricio y le digo: “Cuéntame tu historia. Sí, dime, ¿qué te pasó? ¿Te robaron? ¿Te perdiste? ¿Cuántos caminos has andado? ¿Has tenido que cazar para comer? ¿Has sentido miedo y frío y tristeza? ¿Has conocido a otra gente? ¿Has conocido a otros perros?... Vamos, cuéntamelo todo”.

Y sé que, si pudiera -si sus labios se lo permitiesen-, me lo contaría.

Pero no puede. Ella conoce su historia (“Los años perdidos de Nala”) pero no puede narrármela. Así que me quedo con la intriga, con la decepción de no poder oír tan fascinante relato.

16.5.09

Gira

-Ave María purísima.

-Sin pecado concebida.

-Una docena de huevos.

-Son siete pesetas. Deja la huevera con el dinero.

Unos segundos después el torno gira. Reaparece la huevera, con sus doce (¿por qué doce?) cubiles llenos y las monedas del cambio.

-Madre, ¿hay recortes?

-Espera, voy a ver.

El torno vuelve a girar. Ahora un cucurucho de papel de estraza. Dentro, recortes de oblea. (Antes de consagrar, las hostias se llaman obleas.) El niño empieza a comerlas.

Los recortes no saben a nada. No pueden compararse con las chuches de Joaquinica. Será por eso que los regalan. Sin embargo apetece licuarlos en la boca, tragarlos sin masticar. (Los chicles se mastican pero no se tragan; las obleas se tragan pero no se mastican.)

Le gusta comprar huevos, cerezas, dulces del convento.

A veces envidia a sus habitantes invisibles. Junto al torno imagina ese mundo secreto: un jardín lleno de gallinas, vacas, árboles, horno de pan; sin colegio ni deberes. El paraíso. Y piensa: “Qué mala pata: sólo las mujeres pueden ser monjas”.

Aunque han pasado décadas, cuando atraviesa una puerta giratoria (en el hotel, el aeropuerto…) se acuerda del torno.

El torno –ya lo dice su nombre- siempre vuelve.

15.5.09

Cuéntame

Cuéntame tu vida. Sí, cuéntamela.

Por aburrida que sea, a mí no va a aburrirme.

Recórrela página a página, capítulo a capítulo, tal como la realidad la fue escribiendo.

Cuéntame su fluir. Cuéntame sus remansos y sus remolinos.

Cuéntame tu vida. Cuéntamela por fuera y por dentro (qué sentías, que vivías, mientras la vivías).

Cuéntame tu vida. Léeme esa novela que en ti se autoescribió.

14.5.09

A ver si me entiendes

Tras examinar su historia clínica y los últimos análisis, dije a la paciente:

-Ya puede levantar la restricción hídrica.

La señora me miró extrañada y una enfermera tuvo que traducir:

-El doctor dice que puede usted beber toda el agua que quiera.

Y yo, avergonzado, salí de la habitación farfullando “restricción hídrica, restricción hídrica”. Me metí en el baño y mirando al tío del espejo le pregunté: -¿Cuál fue el preciso instante en que te volviste gilipollas?

13.5.09

Un hombrecillo blanco

Tuvimos que llevar a mi padre a un hospital para que le operasen. Como el hospital estaba a 200 kilómetros, hubo que dejar a mi hijo de ocho años con una cuidadora. Antes de viajar preparé a mi hijo para lo peor:

-Es una operación muy delicada. No sé si tu abuelo la superará.

Y él:

-Quieres decir que puede morirse.

-Podría ser. La muerte es una cosa natural. Hay que aceptarlo así. Podemos intentar retrasarla, pero nada más. Es como tu muñeco de nieve –dije, señalando al hombrecillo blanco que el día anterior él había hecho en el jardín-. Cuando le dé el sol, se derretirá.

Dos semanas después regresamos, con mi padre restablecido. En cuanto saludé a mi hijo, la cuidadora me abordó:

-El niño se ha portado bien, pero no pude quitarle de la cabeza la idea del frigorífico.

Entonces observé que alrededor del frigorífico había un montón de botellas, latas y envases. Mi hijo los había sacado del aparato.

Al igual que vosotros, antes de abrir el frigorífico ya imaginé lo que había dentro.

12.5.09

Iris

Hasta hoy era la cosa de ahí arriba, eso que al cambiar del negro al azul deja ver ramas, frutos alcanzables, hormigas que se pueden atrapar con un palo, seres dañinos de los que hay que huir...

Aún nada tiene nombre. Se trata de comer y no ser comido.

Pero hoy la cosa de arriba ha pasado del azul al gris (ocurre a veces) y cae agua.

Vuelve el azul y ahora de pronto, en medio, hay una curva con varios colores.

Es una extraña curva porque no sirve para comer, ni para beber, ni para correr por ella. No tiene utilidad pero, por alguna razón, apetece mirarla.

11.5.09

Contendientes

Por raro que parezca, el soldado americano que vigilaba los prisioneros y el soldado japonés se hicieron amigos. (Habían convivido en un campo de prisioneros situado en una isla del Pacífico.) Así que, al acabar la guerra, ambos “contendientes forzosos” -vigilante y vigilado- continuaron su amistad.

El soldado japonés invitó al americano a visitar su ciudad. Le enseñó la escuela en que trabajaba como profesor de inglés antes de ser enviado a la guerra. Le mostró las aulas y los patios donde, en medio del natural griterío, correteaban los niños a la hora del recreo. Le llevó al parque en que jugó de pequeño. Le presentó a su familia.

Después, el soldado americano invitó al japonés a visitar su pueblo. Le enseñó el rancho que cultivaba, las espigas de maíz, el tractor… Le presentó a sus colegas de la banda de jazz y le invitó a comer en casa, con su mujer y su hija.

El ex-vigilante y el ex-prisionero continuaron viéndose y carteándose durante varias décadas. Algunos de sus encuentros (en Japón o en Estados Unidos) terminaban de madrugada, después de una larga cena bien regada de vino. Entonces ambos soldados dedicaban certeros adjetivos a quienes, años atrás, les habían obligado a masacrarse en una horrible guerra. Cualquiera que escuchase su conversación podía oír expresiones como “cabrones”, “hijos de perra” y otros epítetos adecuados y biensonantes.

7.5.09

El mayor espectáculo del mundo

Feria en el pueblo. Luces de colores. Hay noria, tiovivos, carrusel, tómbolas. También un circo. Por sus altavoces anuncian: “Pasen y vean a la mujer-pájaro. Lady-bird: la estrella del circo. Funciones a las seis y ocho y media”.

Al niño le compran un globo. Un óvalo naranja que cae hacia arriba. Se lo atan del brazo para que no lo pierda.

Al cabo de un rato el hilo se rompe. El globo asciende y el niño estalla en sollozos.

La gente se ve reflejada en él. ¿Quién no lloró, de pequeño, al ver alejarse su globo de gas?

De la carpa del circo sale algo. Es Lady-bird, la mujer-pájaro.

Con su mochila propulsora se eleva sobre el recinto, atrapa el globo, desciende, pregunta de quién es, lo entrega al niño.

Ahora los ojos del pequeño no caben en sí.

Tras haber asistido al mayor espectáculo (devolver la sonrisa a un niño), los presentes empiezan a aplaudir. Y al hacerlo, se resarcen del día en que perdieron un globo y ninguna mujer-pájaro se lanzó a atraparlo.

5.5.09

Aparta de mí este cáliz

No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero
(A. MACHADO)


Admitiendo que un relato alegre es una tragedia a la que faltan sus últimas páginas, se propone una Pascua que termine antes de aquella cena.

Habría desfiles procesionales:

En un paso estaría Jesús dando mandobles, echando del templo a los mercaderes.

En otro aparecería en el Tiberíades. Andando sobre las aguas, para que don Antonio cantase.

Un tercero recogería la escena de Lázaro. Cuando le dan la noticia de que ha muerto y, en honor a la amistad (y para desconcierto de teólogos), Jesús llora.

En otro figuraría entre un montón de chavales: jugando con ellos al escondite o pateando una pelota (“Dejad que los niños se acerquen a mí”).

Cerraría la procesión la entrada en Jerusalén. Como en las demás cofradías, el caperuz estaría prohibido. Los nazarenos gritarían “hosanna” y marcharían, igual que el Maestro, a lomos de un burro.

4.5.09

El carpintero Fernández

Puede que el carpintero Fernández no fuese Fernández. Tal vez se apellidó de otra manera.

El carpintero Fernández nació en 1782. Aprendió el oficio de su padre, con quien trabajó desde niño.

A los diecinueve años se casó con una muchacha de su pueblo. Tuvieron cuatro hijos.

Aunque en aquella época no era infrecuente golpear a las mujeres, el carpintero Fernández nunca maltrató a su esposa.

Pese a ser analfabeto, quiso y logró que sus hijos fueran a la escuela.

El carpintero Fernández no engañaba a los clientes. Si alguien le encargó un mueble, no le mintió sobre la clase de madera ni sobre las horas de trabajo.

Cuando el ejército napoleónico invadió España, el carpintero Fernández temió ser llevado a luchar contra los franceses. Como no había escopetas y trabucos para todos, se ofreció a confeccionar camas para los heridos y así no tuvo que disparar a nadie.

El carpintero Fernández murió de neumonía en 1835, a los cincuenta y tres años de edad.

Fue enterrado en el cementerio de su pueblo, junto a la iglesia.

Cuarenta años después, debido a que el cementerio se había quedado pequeño sus huesos fueron exhumados y mezclados con otros. Ahora son tan anónimos como él. En unos siglos se habrán pulverizado.

Puede que el carpintero Fernández no fuese Fernández, sino Quesada o García. También es posible que no fuese carpintero, sino herrero o labrador.

El carpintero Fernández, el herrero Quesada, el labrador García no vienen en los libros de Historia. Ningún autor escribió sus biografías (demasiado planas, demasiado vulgares). En su honor no se erigieron estatuas ni panteones. De hecho, ahora nadie se acuerda de ellos.

Pero existieron. Pasaron por la vida sin hacer ruido, sin arruinar a nadie y sin procurar a otros la desgracia o la muerte.

Atravesaron el mundo sin dañarlo. Cruzaron por él inofensivamente.

Nada de esto, sin embargo, se considera memorable. Nada de esto se estima digno de ser recordado.