28.9.11

Sabelonada

Durante el viaje en avión para recoger el Nóbel de Medicina, se me ocurrió ir apuntando las cosas que ignoro. Por mero entretenimiento. Escribí “No sé…”. Y añadí:

-Esquilar ovejas.

-Cuándo se siembra el maíz, cuándo se siembran los tomates, cuándo se siembra todo.

-Diseñar relojes.

-Herrar caballos.

-Cómo hacer queso. Cómo hacer mermelada. Cómo hacer hojaldre.

-Esculpir en piedra.

-Tapizar un sofá.

-Repujar cuero.

-Desplumar pollos.

-Cuánto tarda el mosto en volverse vino.

-Cuánto tarda el vino en volverse vinagre.

-Cuándo hay que sembrar el trigo (o el maíz, o el arroz). Cuándo hay que regarlos. Cuándo hay que segarlos.

-Entender el suajili. Entender el chino. Entender el sueco.

-Orientarme con la estrella polar.

-Cuánto dura el embarazo de una vaca. O el de una cabra. O el de una cerda.

-Tocar, sacarle música a un acordeón. Tocar el clarinete. Tocar la guitarra. Tocar cualquier cosa que no sea el timbre.

-Por qué al amanecer cantan los gallos.

-Por qué los loros imitan sonidos.

-Reparar la avería del grifo que gotea...

Anoté, al buen tuntún, más de mil cosas que desconozco. Y cuando paré de escribir no fue porque no quedaran zonas de oscuridad, sino porque la azafata me lo pidió (el avión iba a aterrizar).

Después en la Academia, mientras recibía el premio Nóbel, me pregunté cómo me las arreglo para disimular tanta ignorancia.

21.9.11

Guerra y paz

Nació en 1935, de modo que sus primeros recuerdos coinciden con el inicio de la guerra, cuando acababa de cumplir cuatro años. Son recuerdos de sirenas que alertan, de carreras en los brazos de su madre para alcanzar el refugio, de estruendo de bombas, de olor a quemado, de tejados hundidos y paredes rotas… Son sus recuerdos primeros y también los siguientes.

Porque en los años siguientes continuó habiendo alarmas, bombardeos, edificios derruidos, humo en la calle, cascotes, ruinas. Siguió habiendo gente que al oír un zumbido miraba al cielo y decía “es de los nuestros” o “es enemigo”. En las conversaciones de los adultos nunca faltaban las palabras “soldados”, “frente”, “batalla”, “ejército”…

En ese ambiente fue creciendo y cumpliendo años. Acaba de cumplir diez. De ellos ha pasado seis, desde 1939, en guerra: casi toda su vida consciente.

Y por eso, ahora que estamos en 1945, al oír que la guerra ha terminado le resulta difícil hacerse a la idea: “Así que la guerra no es lo normal, lo natural. Así que puede haber vida sin aviones enemigos, sin refugios subterráneos, sin obuses… Puede haber vida sin guerra. O sea, que todo eso no es inseparable de la vida. Qué raro”.

20.9.11

Desnortados

Napoleón, Sabino, Adolf, Jossif…

En verdad no fueron perezosos, ni indolentes, ni acomodaticios, ni cobardes…

(uno de ellos, incluso, tituló un libro “Mi lucha”)

Es sólo que aplicaron mal su esfuerzo, su valor, su energía, su perseverancia, su creatividad…

Que equivocaron el fin, el designio, el propósito (o sea TODO)…

Y al final habría sido mejor que no lucharan, que no crearan, que no perseveraran en nada.

19.9.11

El graderío

Pensó que en aquel campo de fútbol cabían 100.000 espectadores: 100.000 personas sentadas en la grada, como él, contemplando el encuentro. Y entonces cayó en la cuenta de que cada una de ellas había nacido en un sitio, había tenido una infancia, una juventud, una madurez vivida o por vivir. Cada una de ellas tenía sus propios afectos, sus temores, sus esperanzas, sus pérdidas, sus decepciones, sus sueños…

100.000 trayectorias, 100.000 biografías, 100.000 tramas, 100.000 relatos inéditos (con sus giros imprevistos, su emoción, su suspense…) allí, delante de él. ¡Sería tan fantástico oír a cada uno contar su argumento!; oírles por ejemplo narrar su primer recuerdo, su vivencia más intensa (lo que más les hizo reír, lo que más les dolió…), o los actos propios que arrancarían de sus vidas. “Eso sí que sería un espectáculo”, pensó.

Y debió pensarlo mucho tiempo, debió de imaginar durante muchos minutos las vidas de toda esa gente, porque de pronto el árbitro pitó el final del partido (empate a uno, aunque ¿qué importa eso?).

Las puertas del estadio se abrieron y todos los asistentes, o sea los 100.000 protagonistas de esas 100.000 novelas, se levantaron para irse.

16.9.11

Secundarios

Cuando la señora Bovary volvió de la fiesta en el castillo y entró en su pueblerina casa de Tostes, descargó su ira sobre la sirvienta, a la que despidió de inmediato.

De aquella sirvienta sólo nos es dicho que se llamaba Anastasia y que, tras su despido, se echó a llorar en la cocina.

Y nada más. No sabemos qué fue de ella luego. No se nos cuenta cómo siguió su vida. "Olvidaos de ella", parece ordenársenos.

(Flaubert estaba obsesionado con Emma. Sólo ella le importaba. Los demás eran secundarios, colaterales: meros figurantes, meras comparsas. Simplemente pasaban por allí.)

Y después, tras el suicidio de la señora Bovary, el mozo de farmacia Justino (que siempre estuvo secretamente enamorado de ella) se acercó de noche a su fosa, se arrodilló y lloró.

Tampoco de Justino se nos dice más, salvo que se marchó a Ruán y se empleó en una tienda.

¿No pensáis que Flaubert es injusto? ¿No os parece que todos los novelistas son injustos al crear personajes para luego dejarlos –como a Anastasia, como a Justino- colgados, suspendidos de una página, literalmente tirados?

13.9.11

Adiós, muchachos, compañeros de mi vida

En general es un ordenador bastante dócil. Sólo ocasionalmente me corrige, por ejemplo si acentúo "Ámsterdam" o escribo "güisqui", entonces se queja y lo pone a su modo. También le molesta que escriba "por contra": él pone "por el contrario". Y cuando tecleo "en favor de", lo cambia por "a favor de". Pero si insisto en la grafía inicial, se conforma y no vuelve a corregirme.

Ya digo que habitualmente es sumiso. Incluso ha desarrollado cierta empatía conmigo: no es raro que antes de acabar la frase intuya mi idea. Se anticipa y la acaba.

Le añadí reconocimiento de voz y parece gustarle que le dicte pues, mientras hablo, muestra iconos risueños.

No niego que le he cogido afecto. Ya desde pequeño me encariñaba con las cosas y se me hacía duro desprenderme de ellas. El peluche de Snoopy, la cartera del cole, la bici que hubo que regalar porque ya no aguantaba mi peso…

Pero los ordenadores quedan obsoletos y hay que cambiarlos. Sacan nuevos programas, su capacidad se agota y empiezan a ir lentos. No basta con ampliarles memoria o añadir utilidades.

Por eso tecleé un e-mail al bazar informático: “les agradeceré que me envíen catálogo y precios”.

Y el caso es que hoy, al iniciar sesión para leer el correo, en el monitor no sale la bandeja de entrada, sino un mensaje que dice “NO ME ABANDONES”.

1.9.11

Tragedias

Es experto en tragedias. Ha escrito Yerma, sobre la desesperación de una mujer estéril en un mundo donde lo más apreciado es la fecundidad. Finalmente Yerma mata a su marido, al que cree culpable de la aridez de su vientre.

Ha narrado el sufrimiento de unos amantes a los que se les impide estar juntos. Ella es obligada a casarse con otro hombre. Su enamorado trata de impedirlo. Ambos huyen pero al final el amante y el novio mueren enfrentados.

Ha descrito la opresión de unas hermanas, mujeres jóvenes recluidas por su madre entre cuatro paredes, condenadas a guardar un luto de ocho años que consumirá lo mejor de sus vidas.

Es, decididamente, un experto en tragedias.

Pero la tragedia de hoy, 19 de agosto de 1936, no la ha escrito él. La han creado otros y él es el protagonista.

De madrugada y a punta de pistola le meten en un coche, le llevan por una carretera junto a otros hombres, le encierran en una habitación (una especie de celda improvisada), le sacan de allí y le obligan a caminar, le ponen ante los faros de un coche, junto al que, pese al deslumbre, se atisban unos brazos provistos de fusiles.

En las tragedias que él ha escrito nadie muere realmente. Al final el telón cae, vuelve a subir y los actores (incluso aquéllos que murieron en escena) salen a saludar.

Sin embargo, lo de hoy no parece teatro, no tiene pinta de ficción.

A Federico lo apuntan y, mientras suenan disparos, piensa tal vez en lo que vendrá ahora, cuando el telón caiga definitivamente.