17.9.18

Qué ocurrencia


SEÑALÓ UN ANIMAL robusto que había a lo lejos y dijo rágulo. Pero otro hombre que le acompañaba recordó que, días atrás, él había elegido llamarlo bisonte.

Aquella noche, en la reunión de la tribu, cada uno dijo el nombre que había ideado. 

La mayoría apoyó bisonte.

El resultado de la votación no pudo expresarse porque aún no había palabras para doce y catorce.

YA SE HABÍAN puesto de acuerdo en designar algunos actos, como cazar, correr o repartir, pero el problema era situarlos en el tiempo: si cazamos ayer, si corremos más tarde, si repartimos ahora...

Uno de los hombres propuso que si fue ayer se antepondría uk (uk-cazar); si será mañana se antepondría oj (oj-correr); si es ahora mismo se antepondría sa (sa-repartir).

Otro dijo que eso era muy complicado, y que si el acto se hace ahora para qué añadir nada.

Otro sugirió que, mejor que anteponer, sería ponerlo detrás: cazar-uk, correr-oj...

Se votó y ganó la última propuesta.

HASTA ENTONCES USABAN los dedos o hacían rayas en la arena para contar votos. Pero después pensaron que, al igual que habían puesto nombre a cosas y acciones, podían idear palabras para contar votos (o árboles, o bisontes...).

Aquí la discusión fue larga. Tardaron en acordarlo pero, tras muy encendido debate, asignaron una palabra al uno, otra palabra al seis, otra palabra al veinte...

EN SUCESIVAS ASAMBLEAS fueron aumentando el vocabulario. Para conversar mezclaban las palabras con la mímica, pues apenas si lograban construir frases completas. Se dieron cuenta luego de que habían dado palabras a objetos como bisonte o árbol, y a  actos como correr y cazar. Pero había cosas que no eran como aquéllas. Si tropezaban con una rama y se caían sentían una punzada interior, y no disponían de palabra para nombrar eso. Si la caza se había dado bien, tenían impulso de reír y celebrar, y tampoco sabían cómo llamarlo.

Se reunieron varias veces y acordaron palabras como dolor y alegría. Inventaron también enfado, esperanza, soledad, amor... El nublado día que aprobaron tristeza volvieron abatidos a sus chozas.

MIENTRAS REGRESABAN DEJÓ de llover. Salió el sol y en el cielo apareció el llamado arco de colores. No era la primera vez que lo veían -de hecho, ya le habían puesto nombre-, pero aun así lo contemplaron admirados. Un niño llevado en brazos por su madre, que iba en el grupo, juntó sus primeras palabras. "Es la risa del cielo", dijo señalando al arco de colores. Al oír aquello todos sintieron algo extraño, como si de pronto se dieran cuenta del insospechado poder de las palabras. "¡La risa del cielo!" -repitió alguien-. "¡Qué ocurrencias tiene este niño!", añadió.



23.7.18

Ofuscación


Acuñan moneda desde al menos el siglo V a. de C., para lo cual usan una plancha con dibujos y letras que estampan sobre metal fundido. O sea, que “imprimen” sobre el metal.

Marcan al ganado para diferenciarlo, y a tal fin emplean un hierro candente con una figura o sello que graban en las vacas. Así pues, “imprimen” sobre el cuero.

En algunos lugares conciben elaborar moldes de inscripciones o signos para marcarlos sobre arcilla. Pero cada vez hay que confeccionar un molde entero: una tablilla nueva y distinta para cada estampación.

Nunca se les ocurre hacer moldes encajables de cada letra y unirlos para componer el texto a imprimir.

Es sencillo, pero a nadie se le pasa por la cabeza.

Por ello, durante muchos siglos todos los textos son manuscritos, copiados por amanuenses (de “a mano”) o copistas.

La Ilíada y la Odisea se copian a mano.

Las fábulas de Esopo se copian a mano.

Las tragedias de Sófocles se copian a mano.


Los tratados de Arquímedes y Ptolomeo se copian a mano.

Las obras de Heródoto, de Platón, de Aristóteles se copian a mano.

Los libros de Horacio, de Ovidio, de Virgilio, de Séneca se copian a mano.

Los Evangelios se copian a mano.

Las Mil y Una Noches se copian a mano.

La Chanson de Roland se copia a mano.

El Cantar de Mío Cid se copia a mano.

El Libro de Buen Amor se copia a mano.

…Todos estos textos se manuscriben lentamente, copia a copia, ejemplar por ejemplar. Por eso son poco accesibles, escasos y caros.

Hay que esperar al siglo XV para que a alguien se le ocurra hacer varios moldes de cada letra, ordenarlos sobre una plancha, mojarlos en tinta y estamparlos. Parece que es Gutenberg quien tiene la idea, aunque la ocurrencia es tan buena que enseguida otros lo imitan y se atribuyen su invención. Ha nacido la imprenta.

Rápidamente empiezan a imprimirse libros. Todo el saber humano que hasta entonces se reproducía a mano, con pluma y tintero, letra a letra, copia a copia… pasa a imprimirse mecánicamente. Con la misma máquina puede componerse cualquier texto. De las obras escritas se hacen grandes tiradas y dejan de estar al alcance de unos pocos.

El avance, pese a su simplicidad, cambia el mundo.

Pero antes de esto pasan siglos y siglos (¡dos milenios!) en que la imprenta no existe. Miles de años sin que una técnica así de sencilla se invente.


Es la crónica de la no-invención de la imprenta. De una idea fácil pero esquiva: siglos y siglos, generaciones y generaciones sin que a nadie se le ocurra.