16.12.11

Siempre quejándoos

Ya está bien de quejarse, siempre quejándoos. Que si el valle de lágrimas, que si este destierro, que si este sufridero… Ya está bien, ya os vale. De acuerdo que el mundo que hice no es perfecto, pero no olvidéis que os di la inteligencia. Así que podríais haberlo mejorado. Con vuestra inteligencia podríais haberlo hecho mejor. ¿O me vais a negar que la mayor parte de vuestro sufrimiento procede de vosotros mismos? De acuerdo que existen infortunios, desastres naturales, pero el grueso de vuestro dolor no viene de ahí. No: la mayor parte de vuestro dolor viene de vosotros. De vuestras guerras, vuestros expolios, vuestras crueldades… Que existe la desgracia es verdad, pero sobre todo existe la injusticia. Vuestras injusticias. ¿O acaso no tenéis medios para atender vuestras necesidades? Sí, los tenéis. Tenéis medios para vivir en paz y felices, pero no los ponéis en práctica. No los aplicáis, no os organizáis para ello. Así que es por vuestra causa, por vuestra culpa. Habláis del valle de lágrimas, sí, pero la mayoría de las lágrimas os las provocáis vosotros mismos. Os las provocáis unos a otros. Es por vuestra causa que la humanidad llora. Podríais “deslagrimizar” el valle pero no lo hacéis. ¿Y por qué no lo hacéis? Porque no os lo proponéis; porque en el fondo, tal vez, no queréis hacerlo. Así que no os quejéis tanto y dejad de achacarme todos vuestros males.

13.12.11

Abuelito dime tú

Abuelito, si quieres contarme tus batallas, cuéntamelas enteras. Descríbeme esos muertos que quedaban tumbados con los vientres abiertos, las heces derramadas. Y no olvides hablarme del olor a cadáver, de las moscas azules posadas en los ojos, del miedo en las trincheras, los brazos amputados, la metralla en las piernas, las cuencas, los muñones... Abuelito, si quieres contarme tus batallas, cuéntame todo. Todo. No excluyas los recuerdos de los que tu memoria trata de desprenderse. No silencies la parte que querrías olvidar.

2.12.11

En los mapas del cielo

Día grisáceo, a tono con su ánimo. Desde la cafetería del aeropuerto ve llover, gotas chocando con los cristales y resbalando mejilla abajo. Piensa que quizá el vuelo se atrasará por la niebla, pero por megafonía dan aviso de embarque. Se seca los pómulos, toma el bolso y se dirige a la puerta 7. Veinte minutos después el avión atraviesa nubes negras, grises, plomizas (vapor, a fin de cuentas) y asciende a una región clara. Allí el sol brilla entre azul raso. Entonces comprende que es posible, también para ella, dar un salto y alzarse sobre la bruma; dejar atrás las nubes, la humedad gris que hace llover.