30.6.09

Adiós, muchachos, compañeros de mi vida

En general es un ordenador bastante dócil. Sólo algunas veces me corrige, por ejemplo si acentúo Ámsterdam o escribo güisqui, entonces se queja y lo pone a su modo. También le molesta que escriba por contra: él pone por el contrario. Y cuando tecleo en favor de, lo cambia por a favor de. Pero si insisto en la grafía inicial, se conforma y no vuelve a corregirme.

Ya digo que habitualmente es sumiso. Incluso ha desarrollado cierta empatía conmigo: no es raro que antes de acabar la frase intuya mi idea. Se anticipa y acaba.

Le añadí reconocimiento de voz y parece gustarle que le dicte pues, mientras hablo, muestra iconos risueños.

No niego que le he tomado afecto. Ya desde pequeño me encariñaba con los objetos y se me hacía duro desprenderme de ellos. El peluche de Snoopy, la cartera del cole, la bici que hubo que regalar porque no aguantaba mi peso…

Pero los ordenadores quedan obsoletos y hay que renovarlos. Es cuestión de software. No basta con ampliarles la memoria o añadir utilidades.

Por eso tecleé un e-mail al bazar informático: “ruego me remitan catálogo y precios”.

Y el caso es que hoy, al iniciar sesión para leer el correo, en el monitor no aparece la bandeja de entrada, sino un mensaje que dice “NO ME ABANDONES”.

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