13.6.08

Ellos

Un colchón sostiene mi masa, pero el despertador suena y las baldosas toman el relevo.

El agua de la ducha me moja, se desliza por el pecho y la espalda.

Un café baja por mi esófago. Una tostada se deja masticar y deglutir.

La acera aguanta mis pisadas. Luego, en la oficina, un sillón soporta este cuerpo sedente.

Las teclas del ordenador suben y bajan al compás de unos dedos. El monitor acoge mi mirada.

Otra vez en casa, un perro recibe mis caricias. Pide salir a la calle. Camina delante de mí y una correa une su cuello con mi mano.

Me hablan otras personas: mi pareja dice mi nombre, mis hijos me llaman papá. Una boca en mi cara les contesta, viajan a mis oídos sus voces y la mía (pero mi hablar resuena como otra voz cualquiera).

El televisor me cuenta noticias e historias.

Otra vez alimentos dejándose tragar, bajando por los tubos digestivos.

Un cepillo roza mis dientes. Me lo muestra el espejo. En él también una cara, unos hombros que (se supone) son míos.

El colchón vuelve a sostenerme hasta que el despertador zumbe y llegue, de nuevo, el turno de las baldosas.

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