30.3.10

Qué pintas

-¿Pero qué pintas ahí, vestido del ku klux klan, con una cruz de palo, plagiándome? No, hombre: si eso ya lo hice yo cuando los romanos (aunque te aseguro que no iba ataviado así, como un fantoche, con esa enorme túnica y ese cucurucho en la cabeza…). Vale que te inspires en lo de la cruz, pero échale imaginación. ¿No crees más bien que a ti te toca hacer... otras cosas?

26.3.10

Aparta de mí este cáliz

No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero
(A. MACHADO)



Admitiendo que un relato alegre es una tragedia a la que faltan sus últimas páginas, se propone una Pascua que termine antes de aquella cena.

Habría desfiles procesionales:

En un paso estaría Jesús dando mandobles, echando del templo a los mercaderes.

En otro aparecería en el Tiberíades, andando sobre las aguas. Para que don Antonio cantase...

Un tercer paso recogería la escena de Lázaro. Cuando le dan la noticia de que ha muerto y, en honor a la amistad (y para desconcierto de teólogos), Jesús llora.

En otro figuraría entre un montón de chavales: jugando con ellos al escondite o pateando una pelota (“Dejad que los niños se acerquen a mí”).

Cerraría la procesión la entrada en Jerusalén. Como en las demás cofradías, el caperuz estaría prohibido. Los nazarenos gritarían “hosanna” y marcharían, igual que el Maestro, a lomos de un burro.

23.3.10

Suponiendo

Si LUIX XVI hubiera sido Luis a secas, y hubiera tenido que cultivar de sol a sol, a cambio de una ínfima peonada, las tierras de un aristócrata,

...entonces tal vez habría presenciado, con gran complacencia, las ejecuciones en guillotina del rey de Francia y de la reina María Antonieta.


Si ROBESPIERRE hubiera sido hijo de un noble francés, y hubiera frecuentado los salones de la alta sociedad y las fiestas en la corte de Versalles,

…entonces tal vez se habría opuesto a la revolución y habría odiado a quienes gritaban libertad igualdad fraternidad.


Si NICOLÁS II hubiera sido Nicolás a secas, y hubiera nacido en una cabaña de madera, y trabajado siempre como siervo, y pasado hambre y frío en las estepas rusas,

…entonces tal vez habría apoyado la abolición de la propiedad y la colectivización de la tierra, habría asaltado el Palacio de Invierno y habría tomado parte en la ejecución del zar, la zarina y sus hijos.


Si LENIN hubiera sido hijo de un terrateniente, y en las tierras de su padre se hallaran ocupados más de cien campesinos,

…entonces tal vez le habrían parecido escandalosas las ideas de Karl Marx y se habría enfrentado al partido bolchevique.


Si DOLORES IBÁRRURI hubiera sido hija de un banquero, y vivido en una casa suntuosa servida por criados, y hubiera sido educada con gran refinamiento por una institutriz, y nunca hubiera probado el sabor de lo injusto,

…entonces tal vez habría deseado la derrota de la república en la guerra civil.


Si FRANCISCO FRANCO hubiera sido hijo de un jornalero, y nunca hubiera podido ir a la escuela, y desde los nueve años hubiera tenido que labrar el olivar de un señorito andaluz,

…entonces tal vez habría sostenido que la tierra es para el que la trabaja, habría pedido armas para defender la república, habría luchado contra los facciosos en el 36 y habría exclamado no pasarán.


(Es probable que muchos opinen que plantear estas hipótesis, y sobre todo escribirlas, carece de utilidad. Dirán que son elucubraciones sin sentido. Y llevarán razón.)

22.3.10

Poesía animal

Esta mañana se ha metido en el coche, mientras movía el rabo de contento, creyendo ir de excursión como otras veces. Pero una hora más tarde su dueño ha parado el motor, lo ha sacado fuera, ha vuelto a subirse y ha arrancado. Sin él.

Lo ha dejado ahí, en medio de una gasolinera, abandonado.

Han pasado dos horas y su amo no ha vuelto.

Está aturdido, sin saber qué hacer ni dónde ir.

La alegría me dejó
esta mañana.
Donde hubo confianza ahora hay
ansiedad,
extraña mezcla de soledad y miedo.
Nunca había probado esto que ahora siento.
Desconocía cómo es
la tristeza.


El perro ha compuesto un turbador poema sobre la desolación y el desgarro. Un poema que ni tú ni yo vamos a leer.

18.3.10

Poesía oral

Cuando le operaron de una hernia, el hombre de letras tuvo que compartir la habitación del hospital con otro enfermo. Era un anciano desahuciado, del que no se separaba nunca su mujer.

Al entrar el anciano en fase terminal, los enfermeros colocaron una cortina divisoria entre ambos pacientes, para preservar mínimamente la intimidad del moribundo y evitar que el compañero de habitación tuviera que presenciar la agonía.

Con la cortina en medio no se podía ver lo que pasaba al otro lado, pero sí oír.

Entonces, desde su cama, el hombre de letras oyó a la mujer del anciano decir:

-Me agarro a tus manos para ir donde tú vayas.

-No te pierdo. Nunca se pierde a aquél a quien se quiere.


Y el hombre de letras cogió un bolígrafo y se apresuró a anotar esas palabras: frases poéticas cazadas al vuelo, sublimes poemas espontáneos de aquella mujer que, poco antes, le había referido ser analfabeta.

16.3.10

Unos habrían sido otros

Nacieron en un mundo desigual.

Unos nacieron en una familia rica y, cuando crecieron, aspiraron a conservar sus propiedades. Fueron conservadores.

Otros nacieron en una familia pobre y, cuando crecieron, aspiraron a salir de la miseria. Fueron revolucionarios.

Ninguno nació conservador ni revolucionario. Fue el entorno, el alrededor, quien los hizo así.

Si los conservadores hubieran nacido en una familia pobre, habrían sido revolucionarios. Si los revolucionarios hubieran nacido en una familia rica, habrían sido conservadores.

Los explotados habrían sido explotadores. Los explotadores habrían sido explotados.

Unos habrían sido otros, y otros habrían sido unos.

Se enfrentaron con saña. Mataron y murieron. (En Francia 1789, en Rusia 1917, en España 1936…; ¡tantas veces y en tantos sitios!)

Se decía que luchaban por las ideas. Sí, por las ideas sobre cómo repartir las fábricas, la tierra… De modo que no por las ideas, sino por las cosas.

Así pues, eran productos de su circunstancia. Unos y otros eran títeres de la materia.

15.3.10

Tenía 12 años

Tenía 12 años. Acabó de leer El principito. Llegó al párrafo en que el aviador (ese aviador que no se identifica pero se supone que es el propio Saint-Exupéry) dice:

Éste es, para mí, el paisaje más bello y más triste del mundo… Aquí fue donde el principito apareció en la Tierra y luego desapareció…

Si llegáis a pasar por allí, os lo suplico: no os apresuréis; esperad un momento, exactamente debajo de la estrella. Si entonces un niño se acerca a vosotros, si ríe, si tiene cabellos dorados, si no responde cuando se le pregunta, adivinaréis quién es. Sed, entonces, amables. No me dejéis tan triste. Escribidme en seguida, decidme que el principito ha vuelto
”.

Y entonces le invadió una extraña tristeza. Porque se dio cuenta de que, si bien podría releerlo muchas veces, nunca más podría descubrirlo. Nunca más podría sentir la fascinación, el asombro de encontrarlo.

Tenía 12 años y aún le quedaban algunas cosas por descubrir. Pero ya no más, ya nunca más El principito por primera vez.

12.3.10

Una conversación privada

Mientras estaba sentado en el tribunal, su esposa
le mandó a decir: “No te metas con ese justo, que
hoy, en sueños, he sufrido mucho por su causa”.
(Mt 27,19)



-¿Qué piensas hacer con el agua?

-¿Qué agua?

-La que has usado para lavarte las manos.

-Pues tirarla, ¿qué quieres que haga?

-La suciedad pasará a la tierra y se quedará para siempre.

-Bien, pues dime qué crees que debo hacer. ¿Ahorcarme, como el que lo entregó? Ya ves que a esos exaltados no hay quien los pare: he mandado que lo azoten y no han tenido bastante; les he amenazado con soltar a Barrabás y lo han preferido. Están dispuestos a todo con tal de matarlo. Si no lo autorizo habrá una rebelión. Lo matarán igual y a mí me arrastrarán con él.

-¿Y si haces que lo crucifiquen el viernes?

-¿El viernes?

-El viernes por la tarde. Seguro que al oscurecer se largan. Esa gente es así: los sábados tienen prohibido hasta sonarse los mocos.

-Quieres decir que podríamos hablar con alguien. Una persona de confianza que lo descuelgue de la cruz cuando todavía no esté muerto.

-Veo que me has entendido.

-Pero ¿qué pasará si después lo ven vivo? Sería volver a empezar.

-Sí, claro, hay que hablar con él. Después tiene que irse: marcharse lejos y no regresar. Fíjate que corre el rumor de que revivió a otros y él mismo podría hacerlo. Pues aun así tendría que largarse. Si resucitara diez veces, lo matarían once.

-Puedo intentar decírselo. A él su vida no le importa. Ya lo has oído: “mi reino no es de este mundo”. Pero quizá acepte por su madre.

-Está claro que, aunque a él lo maten, a su madre no la dejarán tranquila.

-Estaba triste por eso cuando conversé con él. Es el hombre más raro que he conocido. ¿Sabes?: nunca ha estado en Roma pero entiende el latín. Y hay algo insondable en su mirar. En fin, puede que consienta ir con su madre a las montañas, más allá de Damasco… Bajaré a verlo al calabozo.

11.3.10

La noche de las raíces

Tenía 14 años. Puso la tele y casualmente “Raíces”. Un muchacho negro vive en África con su pueblo y familia. Se llama Kunta Kinte. De pronto es apresado. Hombres blancos lo llevan a un barco, lo atan, lo enjaulan junto a otros africanos. Muchos de ellos mueren en el viaje. En América lo subastan y esclavizan para siempre.

Después no hay sueño. ¿Cómo dormir ahora? Se mordía los dedos y quedaban huellas de dientes. Vueltas bajo las sábanas, esto no puede quedar así. Ganas de dejar la cama, de salir ya a derribar gigantes.

Cada cuarto de hora sonaba el reloj del pasillo. Finalmente ocho tintineos. Era lunes y había que ir al instituto.

Han pasado treinta años, pero mientras viva no olvidará la noche de las raíces. No olvidará su bautismo de insomnio, la noche aquella en que no pudo dormir.

9.3.10

Mientras huye

Desde que leí esa frase, “tempus fugit”, dedico el tiempo a disfrutar del tiempo. Sostengo el reloj en la mano y veo, cada segundo, moverse la aguja de los segundos. Sé que ha pasado un segundo porque lo indica la aguja. A mí, la verdad, se me hacen unos más largos que otros. Pero ella es exacta, rigurosa. Y aunque se detuviera, el tiempo seguiría su flujo: imparable, continuo, intemporal. También avanzan los minutos y las horas. (Hay quien a las agujas las llama manillas o manecillas.) A estas últimas, las de las horas y los minutos, nunca las he visto moverse. Pero cambian de posición, eso seguro. A veces mi pensamiento vuela hacia otras cosas, pero enseguida lo llamo al orden: -Vamos, a tu tarea, a ver pasar el tiempo. Sé que los demás no actúan igual. De hecho, no conozco a nadie que haga lo mismo. Pero no entiendo su actitud. No comprendo que puedan vivir sin disfrutar de las agujas, ocupados en otros quehaceres, dejándolo escapar, perdiendo el tiempo.

8.3.10

No marques las horas

Cuando se aburren, pretenden que corra.
Cuando se divierten, que ande más despacio.
Si sufren, quieren que vuele.
Si se enamoran, que me detenga.
Si van ganando el partido, quieren que me haga corto.
Si van perdiendo, que me alaaaaargue.
Cuando esperan algo o a alguien, piden que pase más deprisa.
Y cuando tienen lo que quieren, que no avance.

Me piden tantas cosas, y tan distintas...

Y a mí me dan pena (pobre gente, toda la gente). Me gustaría complacerles, pero no puedo. Como ellos, ejecuto unas órdenes (tic tac cada segundo, tic tac cada segundo…). Órdenes que no sé quién dispuso; órdenes que no puedo incumplir.

4.3.10

Tu código

Ahora que estás en el lugar de quienes tanto criticabas, actúas del mismo modo que un día censuraste.

Comprendes por fin que, en esa circunstancia (en la circunstancia de ellos, que ahora es la tuya), no era fácil obrar de otra manera.

Y tienes suerte de que no haya nadie dispuesto a juzgarte con tu propia saña. A valorarte con tu propia dureza. A condenarte con tu propia severidad.

Reconócelo y di “Menos mal que ellos son más blandos, más grandes, más clementes que yo…”.

Ahora que estás en el sitio de quienes tanto criticabas, tienes suerte de que nadie te mida con tu personal rasero. Tienes suerte de que nadie te aplique tu código.

1.3.10

Limitadme

Eligieron al más sabio para que los gobernase. Y éste tomó la palabra y pronunció su primer discurso:

Concededme los medios para gobernar. Pero por favor, al mismo tiempo, ponedme límites, barreras, contrapesos.

No dejéis que un día pueda ordenar que decapiten a alguien para complacer a mi hija, o incendiar una ciudad para verla arder, o nombrar senador a mi caballo (como se contó de Herodes, Nerón o Calígula: déspotas, seres incontrolados, víctimas -también ellos mismos- de su poder inobjetable).

No consintáis que me comporte como un niño consentido y malcriado, al que todo se le permitiera.

No toleréis que mi capricho sea ley para nadie.

No admitáis que me sepa inmune, ni impune, ni irresponsable.

No permitáis que mi poder sea omnímodo e irrefrenado.

¿Quién sabe los abusos, los desafueros, las arbitrariedades en que, en tal caso, podría yo incurrir?

Así que por favor, por vuestro bien y por el mío, limitadme
”.

26.2.10

Cuando yo sea tú

El mundo era injusto. Miles de personas morían de hambre cada día. Otras tantas perecían por epidemias, por ausencia de higiene o por beber agua contaminada. En muchos sitios se carecía de atención médica. Las enfermedades que aquejaban a los más pobres eran incurables por falta de remedios, ya que su producción no resultaba rentable para la industria farmacéutica. Los niños debían trabajar, a menudo, desde los ocho años. Había infraviviendas y analfabetismo.

Mientras tanto, en otra parte del planeta –la zona opulenta-, la gente derrochaba alimentos, ropa, energía… Les sobraba de todo. A menudo se desplazaban en coche sin necesidad, por puro placer. Pagaban costosas operaciones de cirugía estética. Comían sin tener hambre y luego, al saberse obesos, tomaban fármacos para adelgazar.

Entonces se creía que solamente se vive una vez. Una existencia y no más. De modo que cada cual llevaba la vida que le había tocado en suerte. Y a casi nadie le importaba el infortunio ajeno.

Hasta que se descubrió que no es así. O sea: hasta que se supo que los cuerpos se extinguen, pero las conciencias no. Las yoidades permanecen y se insertan en otros cuerpos. Tras morir, inmediatamente o al cabo de un tiempo, uno pasa a ser otra persona. Y no conoce, de antemano, cuál.

Se borra la memoria de las vidas anteriores, pero permanece la autopercepción, la conciencia de uno mismo… sólo que en otro cuerpo: dentro de otro yo.

Por eso, alguien que ha vivido en Europa puede nacer después en Asia o en África: en un país pobre, sumido en la carencia.

Quien ha sido rico puede, tras su muerte, nacer en un entorno mísero.

Quien fue varón puede, con posterioridad, nacer mujer.

Quien fue de raza blanca puede, más adelante, nacer de color.

Quien ha gozado de buena salud puede, después de morir, ser alguien que nace con un defecto físico o con una enfermedad congénita…

Nadie sabe quién va a ser -quién le va a tocar ser- más adelante.

Nadie sabe dónde, ni en qué circunstancias, va a nacer después.

Y por eso ahora todos desean un mundo igualitario. Un mundo sin diferencias sociales, ni raciales, ni geográficas. Un mundo sin subdesarrollo, sin zonas deprimidas. Un mundo en el que, en todas partes, se proteja a los necesitados. Un mundo en el que nadie quede abandonado a su suerte.

Nadie defiende ya los abusos ni los privilegios, sabiendo que, en otra vida, se volverían contra él. Nadie acepta que haya exclusión social porque le consta que, antes o después, sería él el excluido: cuando le toque ser pobre, enfermo, inmigrante… Nadie apoya las discriminaciones porque, en algún momento, el discriminado sería él. Por miedo a que, más tarde, ese desfavorecido (ese pobre, ese enfermo, ese inválido…) sea uno mismo. Por temor a estar, luego, en su piel.

De modo que lo que no pudo la solidaridad, lo ha podido el miedo.

Y gracias a ello, por fin, el mundo es justo.

25.2.10

Rebobina

Recompón el vaso roto: junta sus mil añicos, las astillas de vidrio dispersas por el suelo.

Devuelve ahora a la jarra el agua derramada: el agua caída al suelo. Haz que esté otra vez llena: toda el agua en la jarra sin faltar ni una gota.

Desfríe el huevo frito. Retórnalo a su origen: la clara y yema líquidas, y el cascarón intacto.

Mete otra vez la pasta de dientes en su tubo.

Desquema aquellos árboles a los que hiciste arder. Reconfigúralos. Reponlos a partir de su humo y sus cenizas.

Venga, borra tus actos. Suprímelos. Deshazlos. Déjalo todo igual que antes de haberlos hecho.

22.2.10

Tengo una pregunta para usted

Inesperadamente, sin avisar, irrumpe en el Congreso Bíblico. Se presenta y muestra su credencial de enviado de Yahvéh: una lengua de fuego cayendo sobre su cabeza.

Los congresistas, sorprendidos, interrumpen la ponencia (sobre Salmos y Parábolas) que estaba discutiéndose y ceden al recién llegado el lugar preeminente.

El emisario se sienta en la presidencia y se dirige a los congregados:

-Podéis preguntar lo que queráis. Resolveré vuestras dudas bíblicas. Os aclararé todo. Todo menos, quizá, alguna cuestión.

Un exégeta de la Biblia, sintiendo que ha llegado el momento de resolver el gran misterio, levanta su mano, se acerca el micrófono y dice:

-Reverendísimo emisario: el Apocalipsis lo entiendo. Se comprende que Yahvéh quiera acabar con todo esto. Lo que, en cambio, no entiendo es el Génesis. O sea: ¿para qué creó el mundo?, ¿con qué objeto?

Y el enviado, tras carraspear, contesta:

-Me parece que empezamos mal. Es justo la pregunta que no estoy autorizado a responder.

18.2.10

Cuestión de suerte

Es pobre y va de bar en bar ofreciendo lotería. Con lo poco que saca vendiendo décimos añade algo a los escasos ingresos de su marido, reticente al trabajo y proclive a la juerga.

Ha conseguido vender todos los décimos del sorteo de Navidad que le han dado en la administración de loterías. Todos menos dos: dos boletos del mismo número, que se guarda para ella.

No es que piense seriamente que va a tocarle. Lo hace, más que nada, por no saberse expulsada del ritual navideño. Por sentir que no queda excluida del bombo.

Esconde los décimos de lotería en su cama, entre el colchón y el somier, junto al dinero recaudado.

Pero unas horas después el dinero no está. Obviamente su marido lo ha visto y se lo ha llevado. Al menos los décimos siguen ahí.

Como necesita dinero para la compra del día siguiente, coge los dos décimos e intenta venderlos.

Es de noche. Deja a sus hijos acostados, sale a la calle y empieza su habitual recorrido por los bares. En uno de ellos un cliente le dice:

-Venga, vete a casa con tus niños. Me quedo con los décimos.

En el sorteo del 22 de diciembre el número que tenía sale agraciado. Le corresponde un premio importante.

(De nuevo la suerte -siempre ella-, riéndose en su cara.)

Pero, dado que en la vida no todo puede ser malo, el hombre que le compró los décimos decide darle una parte del premio. Tampoco mucho: algo así como el diez por ciento.

Y ella le dice: “Prefiero haberle vendido a usted los décimos antes que a cualquier otra persona… Y además, ¿sabe qué? Estoy segura de que, si me los hubiera quedado, no habría salido ese número. Conociendo la suerte que tengo, habría salido otro”.

17.2.10

Sobre todo no pienses

Levántate.

Vístete.

Desayuna.

Despídete de tu mujer.

Cierra la puerta despacio, no sea que despiertes a los niños.

Sal a la calle. Camina.

Espera el autobús.

Apéate al llegar al campo de prisioneros.

Identifícate. Firma el control de entrada.

Saluda a tus compañeros.

Incorpórate a tu puesto.

Separa a los reclusos. A un lado, los válidos para el trabajo. A otro, los viejos o enfermos. A otro lado, en fin, las mujeres y niños.

Destínalos: talleres para unos; gas para los demás.

No mires a los ojos. Supón que son objetos. Sólo di números y "al taller" o "revisión higiénica".

No oigas sus gritos. Canturrea algo mientras sollozan. No mires que se abrazan ni contemples su espanto. Piensa "es mi trabajo, tan sólo cumplo órdenes".

Comprueba que el sistema ha funcionado. Abre la puerta. Manda llevar los cadáveres al horno.

Mira el reloj. Pausa para comer.

Charla con los colegas. Cuenta chistes, comenta las noticias que vienen del frente.

Vuelve al trabajo. Ordena que recojan a los de los talleres.

Haz recuento de los útiles. A los otros ya no hay que contarlos.

No admitas preguntas. Silencia y castiga a quienes quieran saber.

Ve al pabellón de guardias. Date una ducha, quítate ese olor.

Firma el parte de salida. Espera que venga el autobús.

Baja. Camina hasta casa. Besa a tu mujer. Besa a tus hijos. Acaricia al perro. Sácalo a orinar.

Mientras, piensa en tus rutinas: el partido del domingo, ese grifo que gotea… Prohíbete pensar en ojos, en gemidos.

Vuelve a casa. Ayuda a los niños con los deberes. Busca una emisora que ponga música. Cena con tu familia.

Di "buenas noches, niños". Ponte el pijama. "Buenas noches, mi amor". Dale la mano, quizá algo más. Y ahora la pastilla para dormir. No pienses en nada. Sobre todo no pienses. Duerme. Duerme. Mañana aguarda otro día de trabajo.

16.2.10

Las cartas boca arriba

En el hospital le anuncian que le quedan dos meses de vida. De vuelta a casa, se siente triste pero no llora. Piensa que a su muerte quedarán flecos, cabos sueltos. Y una idea le viene a la cabeza: va a escribir varias cartas, mensajes dirigidos a las personas a las que hirió alguna vez. Va a explicar por qué lo hizo. Va a pedirles perdón.

Escribe seis cartas, las mete en seis sobres, les pone seis sellos y, seis días antes del plazo concedido, las echa en un buzón.

“Ya puedo irme en paz”, se dice.

Pero el plazo vence y él no muere.

Un día, volviendo de la quimioterapia se topa con uno de los destinatarios. Éste se sorprende:

-Pero… creí que… Como en tu carta decías que…

-Pues ya ves, no me he muerto aún. Me dieron dos meses, pero se ve que los médicos se quedaron cortos.

-Oye, pues me alegro de que sea así. Verás, tu carta me dejó aturdido. Aquello que cuentas no tuvo importancia. En realidad lo había olvidado y…

-Te escribí porque necesitaba cerrar aquella herida. Quizá a ti no te dolía, pero a mí sí.

Siguen hablando. Toman un café. Se cuentan cosas y, mientras charlan, sonríen.

Nueve meses, diez meses… La que tenía que venir no viene. ¿Se le habrá olvidado la cita?, ¿se le habrá parado el reloj?

Ha pasado un año desde el día de los sobres. Un año suplementario, un año de prórroga. “En todo este tiempo no ha habido motivo para escribir otras cartas. A nadie más tengo que pedir perdón”, piensa.

A pesar del diagnóstico, que sigue en pie, se siente alegre en este aniversario.

Y se pregunta si las cartas que escribió pueden ser la razón de que la “cuenta atrás” no se haya cumplido. La razón de que el plazo de caducidad siga estirándose.

15.2.10

Los años perdidos

Mi perra desapareció hace cuatro años. La dejé atada junto a la puerta de un supermercado (al que no dejaban pasar con perros) y cuando salí ya no estaba. Probablemente me la robaron.

Fue un duro golpe para toda la familia, especialmente para mis hijos, tan acostumbrados a jugar con ella.

La buscamos por todas partes, pusimos carteles con su foto, incluso ofrecimos una recompensa a quien la devolviera o encontrara... Pero fue inútil.

Poco a poco fuimos asumiendo su pérdida. Nos resignamos a no volverla a ver.

Sin embargo, hace una semana mi perra apareció. Nos telefonearon desde una ciudad que dista más de cuatrocientos kilómetros de la nuestra. Según nos dijeron, unos policías locales la habían encontrado suelta, en la calle, y la habían llevado a la perrera municipal. Allí leyeron, con un aparato adecuado, el microchip que llevaba en una oreja (se lo habían puesto la primera vez que la llevamos a vacunar) y de ese modo dieron con nosotros.

Ya podéis imaginar nuestra sorpresa y nuestra alegría.

Al día siguiente recorrimos en coche los cuatrocientos kilómetros para recoger a la perra. Estaba casi irreconocible: demacrada, sucia, llena de mordiscos y arañazos. Había perdido varios kilos. Pero era ella. Empezó a lamernos y a mover el rabo en cuanto nos acercamos. Y, por supuesto, seguía atendiendo a su nombre (Nala).

Ahora, como digo, lleva una semana en casa. En este tiempo ha mejorado su aspecto. Está limpia y ha ganado algo de peso. Ha reanudado sus hábitos: las carreras por el parque mientras yo hago footing, el mismo cesto de dormir… Todo igual que antes de desaparecer hace cuatro años.

En este momento me está mirando. Yo la acaricio y le digo: “Cuéntame tu historia. Sí, dime, ¿qué te pasó? ¿Te robaron? ¿Te perdiste? ¿Qué caminos has andado? ¿Has tenido que cazar para comer? ¿Has sentido miedo y frío y tristeza? ¿Has conocido a otra gente? ¿Has conocido a otros perros?... Vamos, cuéntamelo todo”.

Y sé que, si pudiera -si sus labios se lo permitiesen-, me lo contaría.

Pero no puede. Ella conoce su historia (“Los años perdidos de Nala”) pero no puede narrármela. Así que me quedo con la intriga, con la decepción de no oír tan fascinante relato.

12.2.10

Necrópolis

Cada 31 de octubre, Día de Difuntos, viajo al pueblo de mi abuela. Es como un rito. La acompaño al cementerio para que no tenga que ir sola a llevar flores a sus muertos (que también son míos, aunque no conocí a casi ninguno).

Es un cementerio pequeño, como el pueblo en que vive mi abuela, de unos cinco mil habitantes.

Después de poner flores en las tumbas de mi abuelo, de mis bisabuelos y de mis tíos-abuelos, damos un paseo por el recinto.

Es lo mejor de todo. Mientras andamos, mi abuela me cuenta la vida de algunos inquilinos:

“Los dos que están aquí enterrados eran novios. Ella murió de tifus y él ya no quiso casarse con nadie. El novio murió años después, de tristeza probablemente, y antes pidió que lo enterraran al lado de ella.

Este otro era más malo que un dolor. Se aprovechaba de la gente humilde. Les prestaba dinero y les pedía en prenda las escrituras de sus casas. Llevó a muchos a la ruina.

Ésta es la mujer del que está enterrado arriba, pero se veía a escondidas (tú ya me entiendes) con otro que está en aquella hilera.

Éste fue médico del pueblo. Se desvivía por atender a la gente, de día y de noche. Era una persona muy querida.

Éste de aquí me pretendió. Una vez, mientras estábamos cogiendo aceituna, dijo “me he enamorado”. Yo le pregunté “de quién” y él “pues de ti”. Pero le di calabazas. Fue poco antes de que tu abuelo se me declarara. Fíjate qué cosas: si llego a decirle que sí a éste, tú no habrías nacido. En fin, voy a ponerle un clavel.

Éste otro era un borrachín. Siempre andaba dándole a la botella. Cada vez que se emborrachaba le entraba un ataque de celos y zurraba a su mujer. Murió joven, de algo del hígado.

Ésta de aquí murió en un incendio. Al ver que la casa de los vecinos (un matrimonio de ancianos) estaba en llamas, entró para socorrerles y al final murieron los tres.

Éste era el cacique del pueblo. Se acostaba con mujeres casadas. Los maridos, como eran pobres, consentían con tal de que el cacique les diera algo para sacar adelante a sus hijos.

Éste murió en la guerra civil. Lo hirieron en el frente y lo llevaron a un hospital de campaña. Una pierna se le gangrenó. Cuando intentaron amputársela le falló el corazón. Sus padres fueron por el cadáver para enterrarlo aquí.

Ésta era la mujer del maestro. Su marido la enseñó a leer y luego ella me enseñó a mí y a otras mujeres. De balde, sin cobrar un real. Gracias a ella no soy analfabeta.”

Y poco más.

Cada vez que visito aquel cementerio tengo la sensación de estar viendo todas las poblaciones del mundo: las de muertos y las de vivos, las de asfalto y las de lápidas. Allí habitan la grandeza y la miseria, la ruindad y el valor, el heroísmo y la abyección.

Y pienso: “Así de simple es el muestrario. Así de concentrado es el repertorio de la humanidad”.

11.2.10

Contigo en la distancia

Al atravesar Luisiana (Estados Unidos) el piloto informó “Estamos sobrevolando el río Mississippi”, y tú te tapaste los ojos y evitaste mirar por la ventanilla, porque lo quieres ensoñado, con Finn, con Sawyer, con el fugado Jim, con aquellos barcos de vapor, con su fluir aventurero... En voz baja repetías (recreándote en las íes y consonantes dobles) Mississippi. Y no te arriesgaste a mirarlo, ni siquiera a mil metros desde el avión, para preservar aquello, por miedo a que no sea como imaginaste y por lealtad al niño que lo descubrió.

9.2.10

Verano del 72

Miedo al aburrimiento, a la mañana vacía y a las calles
abrasadas. Pero es distinto si sube en la bici de su hermano.
Hay que sentarse detrás de él, en unos barrotes que se hincan
en el culo. Entonces la mañana se hace corta. El viento le da
en la cara mientras bajan a La Yedra. Árboles y zarzas a los
lados. En otra bici va Lucas, van a la piscina (el padre de Lucas
tiene allí un bar). Después, al volver, Agustín se alza sobre los
pedales, jadea y suda. No le pedirá que se baje. Al final de la
cuesta, la fábrica de piensos. Lo ha conseguido: Baeza otra vez.


En el siguiente verano sabe montar en bicicleta. Ya no
necesita que su hermano le lleve. Pero el tedio amenaza el resto
del día. No hay nadie con quien jugar. Pedrito está con sus tíos.
Los otros van al campo con sus padres, ayudan, se entretienen.


Por fin un verano llegan unos amigos. Vivían, sin él saberlo,
en los estantes. Tienen nombres raros: Nemo, Robinson
Crusoe… Algunos (Phileas Fogg, Sawyer, Huckleberry) no
sabe pronunciarlos. Son gente de otro mundo que viene a
rescatarle.

Es verdad que después surgieron otros temores, pero aquel
verano perdió el miedo a no volar.

8.2.10

Cerca del río

Yo, que nunca fui Tom Sawyer ni Huckleberry Finn, tuve en la infancia un río cerca de casa. Pero un río pequeño, sin islas, sin esclusas, sin barcos de vapor con ruedas de paletas… Comparado con el Mississippi era un riachuelo. Y eso que el maestro (don Juan José) decía que el Guadalquivir es navegable, pero, añadía a continuación, sólo desde Sevilla. Y yo no vivía en Sevilla sino cerca de las montañas donde nace. Así que para mí era una birria de río.

Además, en mi pueblo no había esclavos que se fugaran, ni tesoros ocultos, ni hijos de maleantes que vivieran solos.

Pero, a pesar de todo, un día anduve cerca de vivir una aventura.

Fue cuando la madre de Pedrito iba a cocinar a Dónald. Dónald (¡qué original!) es el nombre que le dimos a un pato. Los padres de Pedrito criaban patos para comerlos. Pero nosotros jugábamos con ellos y nos encariñábamos. Especialmente con Dónald.

El día anterior al previsto para guisar a Dónald, nos acercamos sigilosamente al corral, cogimos a Dónald, lo metimos en una mochila y fuimos a soltarlo en el río.

El pobre pato temblaba de miedo. Cuando llegamos a la orilla, ni siquiera quería salir de la mochila. Así que tuvimos que sacarlo a la fuerza. Pero, cuando al fin sintió el olor del agua, dijo “cuac”, echó a andar patosamente y se zambulló.

Lo seguimos con la mirada hasta que, en un recodo del río, se alejó para siempre.

De regreso al pueblo, Pedrito tenía miedo de la reacción de sus padres. “La que me va a caer encima”, se quejaba.

Y fue entonces cuando, de camino a Baeza, tramamos nuestra evasión: si sus padres le pegaban o castigaban, nos escaparíamos juntos.

Sería la gran hazaña de nuestra vida: fugarnos e irnos a vivir al campo, en una cueva o una cabaña… Una aventura digna de Tom y Huck.

Pero no. No ocurrió nada de eso. Sus padres apenas le regañaron. Comprendieron que para Pedrito era muy duro aceptar que matasen al pato, y decidieron no criar más animales.

De modo que así se frustró nuestra evasión.

Yo seguí leyendo aventuras de salón y de papel. Aventuras, sobre todo, ajenas: relatos de Twain, libros de “Los Cinco” (de Enid Blyton) y otros de “Los Hollisters” que no sé quién escribía.

Y siempre los leí con envidia, porque el mundo estaba lleno de aventuras pero, por algún motivo, ninguna de ellas fue hecha para mí.

3.2.10

Pequeñeces

La casa de Pedrito tiene dos habitaciones junto al patio a las que llamamos cuadrillas. En una de ellas solemos jugar. También tiene un pozo dividido por una pared, medio pozo para su casa y otra mitad para la contigua. A veces su madre habla con la vecina a través del pozo. De la pared cuelga un nido de barro seco, las golondrinas vuelven cada primavera (hay que respetarlas porque arrancaron a Cristo su corona de espinas). Hay también un tejado por el que andan los gatos.

La madre de Pedrito se llama Consuelo, llama alfileres a las pinzas de tender la ropa, alacena a la despensa, peros a las manzanas, y en lugar de jersey dice saquito. Si va a comprar no dice voy al mercado, sino voy a la plaza. Cuando Pedrito desordena la casa le dice
tabardillo
y cuando se le desarregla la ropa o lleva la camisa por fuera, exclama
¡qué hechuras!

En casa de Pedrito hay un botijo del que se debe beber a caño, me atragantaba siempre, por eso bebo a morro cuando nadie me ve. La madre de Pedrito hace los polos más ricos del mundo, de leche canela y azúcar, con forma de cubito que se cogen con un mondadientes. También me da la merienda a la vez que a Pedrito, para que
no se te salte la hiel.
Me comía primero el pan para disfrutar después del chocolate solo. A veces ella, cuando ve que he comido todo el pan y aún me queda chocolate, me ofrece más pan.

En casa de Pedrito hay patos y gallinas. A los patos les damos moscas que cazamos, su padre nos regaña porque
las moscas se posan en las cacas y los patos son para comérselos.

Cada vez que su madre mata un pato, Pedrito se enoja y se niega a tomar la carne.

El Guadalquivir queda a varios kilómetros, pero se ataja por la vía abandonada del Baeza-Utiel. Por otra parte, un pato cabe en el macuto de gimnasia.

Asustado, no quiere salir, pero le empujamos y cae sobre la hierba. El agua le llama. Sumerge medio cuerpo, suelta un graznido, se aleja nadando. ¿Será verdad que este río pasa por Sevilla y desemboca en Sanlúcar provincia de Cádiz?

2.2.10

De un mundo raro

El planeta Avid es un exoplaneta. Está fuera del sistema solar, en una región de la Vía Láctea recientemente explorada.

El planeta Avid gira en torno a la estrella Zélif, de tamaño algo mayor que nuestro Sol.

Los habitantes del planeta Avid tienen algunas extremidades –brazos, piernas, cola- más que los humanos, pero también respiran oxígeno y su cerebro es morfológicamente parecido al nuestro.

Sin embargo, en el planeta Avid no hay lucha de unos habitantes contra otros. No hay armas. No hay bombas. No hay desigualdad. No hay barbarie. No hay sufrimiento. No hay tiranos. No hay abusos. No hay despotismos.

En Avid reinan la paz, el sosiego y la armonía.

Al no haber guerras en el planeta Avid, no se crean obras como la Ilíada, el cantar de Mío Cid o “Por quién doblan las campanas”.

Puesto que en Avid no hay injusticias, nadie ha escrito “Los miserables” ni “Oliver Twist”.

Dado que allí se desconoce la crueldad, no se ideó “Ricardo III”, “A sangre fría” o “La naranja mecánica”.

Al no haber locura, nadie pensó en Quijotes, Jekylls, Hydes…

Puesto que en Avid no hay dolor, nadie ha creado “El árbol de la ciencia” ni “La muerte de Iván Ilich”.

Al no existir enfermedades, “La montaña mágica” o “La peste” son inconcebibles.

Dado que no hay dictaduras, en Avid no se editan “La fiesta del chivo” ni “El otoño del patriarca”.

Puesto que allí faltan arbitrariedades, “1984” o “El proceso” resultan impensables.

El planeta Avid no sólo presenta un déficit literario, sino una carencia artística en general. Allí nadie pintó el “Gernika” o “Los fusilamientos del 3 de mayo”. Allí no se rodaron “Stalingrado” ni “Apocalypse now”…

En Avid no hay novelistas, ni poetas, ni cineastas.

Sin apenas literatura ni arte, sin prácticamente creatividad, algunos quizá piensen que es un planeta aburrido. Sin embargo, cada vez son más los terrícolas que hacen la mudanza. Cada vez son más quienes, al igual que estoy yo haciendo ahora, preparan su equipaje, compran un billete interestelar, dejan la Tierra para siempre y -tras un viaje de seis años- se marchan a vivir al planeta Avid.

29.1.10

4 caminos

Era la primera vez que venía a Madrid. Al salir de la entrevista de trabajo me encontré en una plaza. En el rótulo leí “Glorieta de Cuatro Caminos”. Según pude comprobar, los caminos que de ella salían eran, en efecto, cuatro: la calle Bravo Murillo, la calle Fernández Villaverde, la calle Santa Engracia y la avenida Reina Victoria. No sé por qué, tuve la sensación de que, según la calle que a continuación tomara, me esperaría una vida diferente. Cuatro caminos, cuatro calles, cuatro vidas posibles.

Pasaron las horas, anocheció y allí seguía yo: inmóvil, indeciso en la encrucijada, plantado en medio de los cuatro caminos.

Empezó a llover. Una desconocida pasó a mi lado y, al ver mi expresión angustiosa, se interesó por mí:

-¿Te pasa algo? ¿Puedo ayudarte?

En medio de la plaza y protegidos por su paraguas, le expliqué lo que me ocurría. Entonces me sugirió pasear por las cuatro calles, deambular por ellas sin ningún orden. Y añadió:

-Si quieres te acompaño.

Aquella mujer ya no es una desconocida. De hecho, llevamos diez años viviendo juntos.

27.1.10

Dos botones

Ahora no te valen excusas. No te sirve, por ejemplo decir:

“No tiene sentido renunciar a parte de lo que tengo. ¿Qué podría solucionar una sola persona?”. O

“El problema no lo voy a resolver yo. Han de ser los Estados, los gobiernos”. O

“Tendría que crearse una agencia internacional para el desarrollo de esos países”. O

“¿Quién me garantiza que lo que yo dé no acabará en manos de gobiernos corruptos?”.

Ahora ya no sirve decir nada de eso. No te valen excusas. Porque delante de ti hay dos botones:

El botón rojo: Pulsándolo seguirá todo igual: tú en el lado bueno y ellos en el lado oscuro. Tú con tu derroche y ellos con sus privaciones.

El botón verde: Pulsarlo implica rebajar tu consumo, reducir tus gastos, prescindir de lo superfluo, de todo lo que –en realidad- te sobra. Compartirlo con ellos, para que al menos no carezcan de lo básico.

Y ahora, llegado el momento, ¿cuál de los botones vas a pulsar?

26.1.10

Neutros

La Tierra podía haberse parado y decir:

-O desmontáis ahora mismo las cámaras de gas, o no echo a girar otra vez.

El Sol podía haberse apagado y decir:

-O demoléis los campos de concentración, o no vuelvo a brillar.

Pero no: no podían. No tenían otra opción que inhibirse. No tenían más salida que seguir así, girando y brillando como si tal cosa. Dando soporte a la vida pero sin tomar partido por nada.

(La Tierra. El Sol. Tan necesarios y tan insensibles. Tan grandes y tan neutros...)

Yo al menos quiero pensar que, si no se plantaron –si no se detuvieron, si no se oscurecieron-, fue porque no podían.

22.1.10

Detrás de estas paredes

Mira, hijo mío, el mundo que hemos preparado para ti. Es demasiado asimétrico: unos tienen de todo y otros no tienen de nada. Es demasiado inestable: se suceden las guerras de unos hombres contra otros. Es demasiado inseguro: las armas destructoras nos están apuntando. Y hay armas suficientes para acabar con todo (sí, hijo, contigo también).

Tu cuarto es agradable: la cuna, los juguetes, el columpio, la caja de música que te ayuda a dormir, las cortinas que cosió mamá… Y también nuestro hogar es acogedor.

Pero más allá de estas paredes no hemos podido darte algo parecido.

Mira, hijo mío, el mundo que entre todos hemos preparado para ti. Tan sucio, tan adverso...

Ojalá que, cuando tú tengas un hijo, no tengas que decirle esto (aunque por vergüenza no te lo digo: solamente lo pienso). Ojalá tú sí puedas decirle, en voz alta, a tu hijo “Te ofrezco un mundo cálido, agradable también de puertas para fuera”.

21.1.10

Ay

No es la primera matanza de esta clase. La primera fue en Hiroshima en 1945 y a los pocos días hubo otra. Pero varias décadas después hubo más. Varias más. Y mucho más mortíferas.

Las primeras masacres, con unas 100.000 muertes, fueron pequeñas en comparación con las siguientes.

Esta última ha dejado varios millones de cadáveres. Y ya no habrá más.

No habrá más porque no hay más humanos a los que matar. Los últimos que había son los afectados por esta explosión. Y los que aún no han muerto están agonizando.

Quedan sólo unos pocos con vida. En unos minutos morirán y entonces ya no habrá humanos en el planeta. Se acabó: fin de una especie.

¿Quién será el último humano en extinguirse? Poco importa. A lo sumo resistirá unos minutos más que el resto. ¿Y cuál será la última palabra que pronuncie, el último sonido de una voz hablada?

El único que aún vive no puede ver ni oír. Pero sí siente: todavía conserva esa capacidad.

A punto de expirar hace un gesto de dolor, mueve su boca -seca y sedienta- y con el residuo de voz que le queda dice “Ay”.

“Ay”: éste es el último asomo de lenguaje que suena en la Tierra. Ni siquiera una voz articulada. Casi un lamento, un gemido animal.

Y luego no más voces ni más palabras.

18.1.10

¿Quién he sido?

Creía que esto sólo pasaba en las películas, pero de pronto me ha ocurrido a mí. Sufro amnesia. Supongo que hace unas horas mi coche se ha salido de la carretera, ha caído por un terraplén y se ha estampado contra una roca. El golpe ha debido ser muy fuerte y probablemente mi cabeza ha impactado con algo duro, porque al despertarme no he recordado nada. Y sigo sin recordar. Así que todo esto lo supongo.

He salido del coche a duras penas (mis piernas estaban medio aprisionadas entre hierros) y, sin saber por qué, he empezado a caminar. Al cabo de un rato me he dado cuenta de que no recuerdo nada, ni siquiera quién soy. He mirado en mis bolsillos pero no he encontrado ningún papel. Se me ha ocurrido volver al coche a buscar la documentación, para al menos saber cómo me llamo. Pero ya era tarde: había estado andando por el campo, sin seguir ninguna senda, y ya no sabía regresar al coche. Así que he continuado sin rumbo.

Al cabo de un rato me he topado con una carretera. No sé si es la carretera en la que he sufrido (supongo) el accidente u otra distinta. El caso es que ahora estoy avanzando por ella. Camino por el arcén izquierdo. Cruzan coches pero no les pido ayuda. ¿Para qué? Prefiero seguir caminando hasta llegar a algún pueblo.

Mientras tanto me pregunto quién soy. Me pregunto por mi historia. ¿Qué edad tengo? ¿Dónde vivo? ¿Estoy casado o soltero? ¿Tengo hijos? ¿Trabajo en algo?

¿Cómo ha sido mi vida hasta ahora?: ¿feliz o desgraciada?, ¿blanda o dura?, ¿sencilla o difícil?

¿Qué clase de persona soy? ¿Soy un hombre honesto? ¿Soy sincero? ¿Suelo mentir? ¿Amo a alguien? ¿Hay alguien que me ame a mí? ¿Soy tal vez un estafador, o un asesino? ¿He hecho sufrir a otros?...

Me sorprende no acordarme de nada de mi vida y sin embargo recordar los nombres de las cosas. Veo una colina y sé que es una colina. Veo un árbol y sé que se llama árbol.

Supongo que el lenguaje y la memoria ocupan parcelas distintas del cerebro. Sí, debe de ser eso...

Estoy llegando a un lugar habitado. Veo casas a lo lejos. Tal vez haya un puesto de la policía: una comisaría o un cuartel. Iré allí y les diré lo que me pasa. Les diré, sobre todo, lo que ignoro.

Ellos harán averiguaciones. Me aclararán quién soy, quién he sido hasta ahora.

¿A qué identidad habré, entonces, de adherirme? ¿En qué pasado, en qué biografía me tendré que insertar?

Será como subir a un tren en marcha. Pero ¿qué tren?, ¿cómo será ese tren (ese yo) al que voy a subirme?

Tengo miedo.

14.1.10

Ser o no ser

Has sabido (no importa cómo) que tus padres te concibieron a las 23 horas 48 minutos 31 segundos.

Si la concepción hubiera sido un segundo antes (a las 23:48:30), la persona concebida habrías sido tú, pero tendrías los ojos verdes en vez de marrones.

Si la concepción hubiera sido un segundo después (a las 23:48:32), la persona concebida también habrías sido tú, pero medirías un centímetro menos y tendrías el pelo castaño en vez de rubio.

Si la concepción hubiera sido más de un segundo antes (a las 23:48:29) o más de un segundo después (a las 23:48:33), entonces no te habrían concebido… a ti. Los cromosomas se habrían combinado de tal modo que los genes serían muy distintos: no sólo un centímetro de más o de menos, no sólo el color del cabello o del iris…, sino una diferencia más profunda.Y el concebido sería otro. Tendría otra yoidad, otra sujetidad, otra autopercepción distinta de las tuyas.

Tal vez le habrían puesto tu nombre, pero sería otra persona.

Y entonces tú no existirías. Nunca habrías nacido.

Como tantos. Tantos otros. Porque la mayoría de las personas (o sea, no-personas) innace. Casi toda la gente no nace nunca.

12.1.10

Carné de identidad

A los 14 años le apasionan las rimas de Bécquer, oye en el tocadiscos canciones melódicas y cree en la religión que le han inculcado.

A los 18 años aquellas rimas le parecen cursis. Lee a Sartre, a Nietzsche, a Camus. Oye a Pink Floyd y a Rolling Stones. Detesta la música melódica. La fe religiosa le abandona y se reconoce agnóstico.

A los 20 años decide que no se casará ni tendrá hijos porque no tiene sentido traer más gente a este mundo de mierda.

A los 26 años se casa y poco después trae un hijo a este mundo de mierda. Para apaciguar su conciencia se afilia al Partido Comunista por ser el único que puede transformar la sociedad y construir una vida deseable para todos.

A los 35 años se da de baja en el Partido tras llegar a la conclusión de que el colectivismo suprime el estímulo personal y condena a los pueblos a la ruina económica.

A los 37 años se da cuenta de que no sabe quién es, ni en qué cree, ni lo que quiere.

A los 40 años se divorcia de su mujer y vuelve a pensar que nunca debió haberse casado.

A los 43 años se casa otra vez. Con su nueva pareja decide no engendrar hijos y adoptar una niña. Viaja a la India, con su esposa, para recogerla, y al abrazar a su hija adoptiva se siente reencontrado.

Acaba de cumplir 46 años.

A efectos del Registro Civil ha sido siempre (un nombre y dos apellidos, un único número de DNI) una sola persona: siempre la misma, desde donde dice “nacimiento” hasta donde dirá “defunción”. A todos los demás efectos ha sido seis, siete, tal vez ocho personas distintas.

8.1.10

Y ya otra vez no verte

Procederá el sobreseimiento provisional cuando resulte del sumario haberse cometido un delito y no haya motivos suficientes para acusar a determinadas personas como autores, cómplices o encubridores.


...



Verte cuando te abordaban, cuando te dabas cuenta e intentabas zafarte, cuando agitabas los brazos, cuando gritabas. (Oigo gritos que no suenan.)

Verte cuando eras agarrada, cuando se te caían los libros, cuando te tapaban la boca, cuando te tiraban al suelo, cuando te resistías, cuando ponían el cuchillo en tu cuello, cuando te arrancaban la ropa, cuando te penetraban, cuando volvían a hacerlo.

Éste no lo consigue. Se levanta, con los pantalones bajados. Se agacha sobre tu cabeza. Te obliga a abrir la boca. Tengo que dejar de mirar.

Ver tu cara, tus ojos de niña, tus lágrimas, tu miedo, quizá tu esperanza de que todo acabe y te dejen ir.

(¿En qué pensabas?)

Tus labios se mueven y no sé qué dices. Los mismos que me besaban cada mañana.

Verte cuando comprendías que no iban a dejarte marchar. Ver tu desesperación y tu espanto.

Sigo pese a todo.

Ver a un canalla presionando tu garganta mientras el otro te sujeta por los brazos.

Ver tus espasmos, tus estertores, tu vano amarre a la vida.

Verte, pero no estar allí ni entonces.

Verte y no poder hacer nada, ni cambiar nada.

Verte.


...


-El procedimiento se archivó, el archivo en estos casos es siempre provisional, no puede excluirse que en el futuro aparezcan pruebas. En tal caso el sumario se reabriría.

-Ya sé todo eso.

-Bien, entonces dígame qué quiere.

-No fue usted quien llevó el caso.

-Sólo al final. Cuando me incorporé al Juzgado el asunto ya estaba prácticamente ultimado. Con los elementos de que disponía no daba más de sí. No cabía otra posibilidad que el sobreseimiento, quiero decir archivo. Provisional, por supuesto. Nadie propuso ya más diligencias, se indagó hasta donde se pudo. Supongo que lo sabe, imagino que se le fue notificando todo.

-Bueno, yo vengo a traerle una prueba.

-¿Algo nuevo?

-Sí. Nuevo y viejo a la vez.

-Bien, pues dígame. Ya le he dicho que las actuaciones pueden reabrirse en cualquier momento, siempre que haya algo que lo justifique.

-Le traigo las imágenes.

-¿Perdón?

-Las imágenes de todo.

-¿A qué se refiere?

-A la violación y asesinato de mi hija.

-Bueno, verá, comprendo que siga usted muy afectado, no puede recibirse un golpe así y no sufrir tremendamente. Y luego está esa sensación de impotencia, de que un hecho como ése quede sin castigar, impune, y sin haberse aclarado. Cruzarte con cualquiera por la calle y sentir que pudo ser el asesino de tu hija. Yo no puedo imaginar cómo reaccionaría si me pasara.

-Todo eso ya lo he vivido, han sido ocho años así. Y es mucho peor de lo que imagina. Pero no caí en el abatimiento. Aunque sí, al principio. Pero luego empecé a pensar que tenía que haber algún medio. Y entonces reaccioné.

-¿Algún medio para qué?

-Para saberlo.

-¿A qué se refiere?

-A los culpables.

-Bien, pero ¿qué es lo que quiere decirme?

-Mire, en primer lugar necesito que me escuche. Llevo toda mi vida estudiando la física. La luz es parte de la física. Así que empecé a pensar que la verdad tenía que estar en la luz.

-Está bien, explíqueme mejor lo que quiere decir con eso.

-Si no me interrumpe será más fácil. La luz viaja. La luz de las estrellas que vemos no es la que despiden en el momento en que miramos; es la luz que emitieron hace meses, o años. Por la misma razón, si alguien mirara ahora la Tierra desde alguno de esos puntos del cosmos, la luz que vería no es la que ahora proyecta el planeta, sino la emitida hace varios meses, o varios años. O sea, podría ver lo sucedido en el pasado.

-Sí, claro, es interesante pensar en eso.

-La siguiente cuestión consistía en recuperar la luz.

-Recuperar la luz...

-Recuperar la luz que salió de la Tierra hace ocho años. La luz en que viajaban las imágenes. Porque las imágenes son luz. Esa luz se proyectó en algún lugar, tuvo que reflejarse, como en un espejo. ¿Sabe?: el Universo está lleno de espejos, materias que reflejan la luz. Y después esos espejos tenían que enviarla de nuevo a la Tierra. O mejor dicho, la Tierra tenía que recibir su luz. Había que lograr un modo, un instrumento para verla. Esa luz, salida de la Tierra, se reflejó en algún lugar hace cuatro años. Después tardó otros cuatro años en volver a la Tierra. Sólo había que recuperarla. Y yo la he recuperado. Por último, había que amplificarla. Al final todo es una cuestión de aumentos y lentes. Durante mucho tiempo he vivido sólo para eso. Así que aquí tiene las imágenes.

-Bueno, lo que está contándome resulta bastante extraño, la verdad. De todas formas, estoy dispuesto a ver lo que me trae. Le prometo que lo veré y después le comentaré. ¿Cómo puede verse?

-Ésta es una copia, está grabada en un soporte de vídeo. Sólo necesita un reproductor normal.

-Pero aquí no tengo, lo podría ver después, en casa. ¿Y si sufre algún daño?

-Tengo más copias, no se preocupe por eso.

-De todos modos, habrá que hacer una declaración formal. Deberá decir todo eso en una comparecencia. También tendré que avisar al fiscal, para que esté presente. Espere un momento fuera, si hace el favor.


...


Visto el contenido de la anterior declaración, incorpórese a las actuaciones la grabación videográfica aportada. Practíquese dictamen pericial a fin de constatar si su contenido se corresponde con hechos reales así como la autenticidad de lo registrado, a cuyo fin se designará a tres catedráticos de Física y Óptica. Asimismo se encomienda a la Policía Judicial el examen de la grabación y demás actuaciones conducentes al esclarecimiento de los hechos.


...


la tarde de ayer fueron detenidos por la Policía dos hombres en relación con la violación y asesinato de una joven, hechos ocurridos hace ocho años. Las actuaciones judiciales fueron archivadas un año después, por falta de pruebas. Lo más llamativo del asunto es que, según ha transcendido, la actividad llevada a cabo en este tiempo por el padre de la víctima podría haber resultado decisiva para la resolución del caso. El padre de la muchacha, investigador del Instituto Astrofísico, dejó de trabajar a raíz del crimen y se ha dedicado durante estos años a indagar sobre la muerte de su hija. Según han informado fuentes de la investigación, el padre de la joven habría puesto a la Policía sobre la pista de los ahora detenidos, gracias a un ingenio óptico por él creado capaz de obtener imágenes de los hechos. Si bien en su momento los restos hallados en el lugar del crimen no permitieron la identificación de sus autores, las imágenes ofrecidas por el padre de la víctima parecen haber permitido a la Policía identificar a los responsables del asesinato. El contraste de los vestigios habría confirmado


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tiene todavía un nombre definitivo, y el que va prevaleciendo –recuperador espacial de luz- no se ajusta exactamente a sus características técnicas. Pero, como quiera que se le denomine, está ahí y va a cambiar los modos de actuar en múltiples ámbitos.

La posibilidad de reproducir imágenes del pasado es una realidad, y del mismo modo que se ha aplicado a la investigación de un asesinato (de la hija de su inventor) va a utilizarse en otros casos.

Sin duda modificará nuestra concepción de la intimidad, al menos en lugares abiertos, ya que la posibilidad de que las imágenes sean después recuperadas estará siempre presente. Las cautelas que en su día se objetaron en relación con la videovigilancia (instalación de cámaras en lugares públicos) parecen cándidas en comparación con las posibilidades del recuperador de luz.

Resulta ineludible una reforma legal que permita emplear la recuperación lumínica como medio probatorio en juicios –no sólo penales-; y ha de regularse su incidencia sobre los procedimientos ya concluidos. ¿Deberá permitirse que con su uso se corrijan sentencias firmes? La respuesta negativa parece indefendible, sobre todo cuando la revisión fáctica sea pedida, aduciendo error probatorio, por personas condenadas.

También será necesario, al margen ya de su empleo como medio judicial, establecer las condiciones de su uso privado. Habiendo renunciado su inventor –recientemente fallecido- a toda patente industrial, ¿debe permitirse su libre fabricación y venta? Y en tal caso, la posibilidad de que cualquiera pueda ver imágenes de los pasados ajenos ¿no constituirá una intensa lesión de la privacidad?

¿Y qué ocurre con el derecho a la propia imagen?

Nos enfrentamos a la vulnerabilidad retrospectiva de las intimidades ajenas, las de quienes confiábamos en no ser vistos por terceros (ni entonces ni nunca) en un tiempo en que nadie atisbaba la recuperabilidad de imágenes. Piénsese que, aunque en su versión actual el recuperador lumínico no consigue recobrar imágenes más que de unos cuantos años atrás (justo lo que necesitaba su inventor para esclarecer el asesinato de su hija), es posible que en poco tiempo un mayor desarrollo permita recuperar imágenes más


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Podrá instarse la revisión de sentencia firme por persona que haya sido parte en el procedimiento, o por sus causahabientes, siempre que lo declarado probado en sentencia pueda quedar desvirtuado mediante la recuperación espacial de imágenes.

La petición revisoria deberá indicar el fundamento de la recuperación lumínica y su incidencia en el proceso. También habrá de especificarse el hecho objeto de recuperación así como el lugar, día y hora en que aquél se produjo.

Tal revisión podrá instarse en cualquier tiempo hasta tanto la sentencia no haya sido totalmente ejecutada.

No procederá la revisión de sentencias firmes absolutorias.


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juicio con jurado popular que el Tribunal Superior ordenó repetir, ha vuelto a celebrarse con un jurado distinto. La conclusión del segundo jurado es diferente de la que alcanzó el primero, pese a que en ambos juicios se han practicado idénticas pruebas, a excepción del recuperador lumínico utilizado en la nueva vista. Mientras que en la primera el jurado popular condenó al procesado, en ésta ha emitido veredicto absolutorio, con lo que


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más llamativo de la memoria judicial es el epígrafe de nueva incorporación “Revisiones de sentencias con base en recuperación espacial de luz”, que ascendieron a 1.714, y que dieron lugar a anular 1.221 sentencias firmes. Asimismo destaca, dentro del apartado Penal, el epígrafe “Sentencias condenatorias por falso testimonio” acreditado mediante recuperación lumínica, que ascendieron a


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restregarse los ojos para asegurarse de no estar soñando. Había que sobreponerse a la turbación. Porque ninguno esperaba presenciar las imágenes que vimos ayer. Todo conduce a pensar que era él. Sin duda que la secuencia no era como cada uno había imaginado, como habíamos recreado mentalmente a partir del relato evangélico. Pero allí estaba lo esencial.

Algunos tópicos de la tradición han sido corregidos, como su aspecto físico (más bajo y desgarbado de lo que pensábamos); o la manera como fue asido a la cruz mediante enormes clavos en muñecas y tarsos, llegando a perder la conciencia; o el casco, más que corona, de espinas en su cabeza. Personalmente me ha impresionado la abundancia de insectos posados en sus heridas.

Pero son detalles accesorios, porque lo sustancial coincide con lo que se nos había narrado: la tortura de un hombre en una cruz.

También hemos visto el traslado de su cuerpo a un sepulcro y su salida, 41 horas más tarde, con andar vacilante.

La jerarquía eclesial, que tantas reticencias ha opuesto a la captación de imágenes biográficas de Cristo, advirtió de que, pasara lo que pasara, nada cambiaría; que la resurrección no es consustancial a la fe, y que el verdadero fundamento de ésta no es la resurrección, sino el sacrificio divino en expiación por la Humanidad.

Pues bien, las imágenes que ayer contemplamos no aclaran si quien aparece llegó a morir o no en la cruz. Muestran un tormento al que difícilmente puede sobrevivir un ser humano, y revelan que esa persona abandonó, después, con vida el sepulcro. La huida de los vigías, que también pudimos presenciar, resulta comprensible ante la irrupción de un cadáver viviente.

Después pudimos verlo dirigirse a un lugar cerrado, quizá una cabaña o cobertizo de pastores, por lo que a partir de ahí se corta la secuencia.

Pero probablemente se conseguirán otras imágenes. Quizás alguien espere ver un hombre elevándose hacia las nubes. En todo caso el recuperador lumínico puede aclarar lo ocurrido después de la crucifixión: cuánto tiempo siguió viviendo el crucificado, cómo y dónde.

Es difícil, en cambio, que pueda contestarnos a la otra parte del enigma: el motivo de


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Ahora es cuando llega al colegio, me espera a la salida. Ese niño soy yo, me da la mano. Estamos saliendo a la calle. Pronto me vendrá el estornudo, los mocos colgarán hasta la barbilla. Papá buscará en sus bolsillos, tampoco él lleva pañuelo.

Me lleva a un sitio apartado, va a quitarse el zapato, se saca ahora el calcetín. Me limpia la cara con él, ahí está su pie desnudo.

Termina de limpiarme. Se pone el calcetín empapado de mocos. Está calzándose, me da otra vez la mano.

Volver a verlo, volver a vivirlo.


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cuanto a la aducida vulneración de los derechos a la intimidad personal y a la propia imagen, procede hacer las siguientes consideraciones.

En primer lugar, es sabido que no surtirán efecto las pruebas obtenidas violentando derechos o libertades fundamentales.

Pues bien, acerca de la utilización del recuperador lumínico para el esclarecimiento de hechos delictivos, es la primera ocasión en que este Tribunal tiene oportunidad de pronunciarse. Ello es explicable porque precisamente en el procedimiento de que trae causa este recurso, fue donde se utilizó por primera vez dicho ingenio óptico, inventado por el padre de la víctima. La agresión infligida a su hija espoleó su afán por identificar a los autores, llevándole a desarrollar dicha técnica. Justamente ello permitió la reapertura de las actuaciones (previamente sobreseídas por desconocerse la identidad de los responsables), cuando aún no se había producido la prescripción de los delitos.

La mencionada técnica recuperatoria, que en el tiempo transcurrido desde su invención ha experimentado un notable perfeccionamiento -hasta el punto de haber sido aplicada también para despejar dudas históricas-, permite reproducir imágenes de hechos pretéritos.

Es comprensible que se susciten problemas acerca de su admisibilidad probatoria y respecto a su colisión con otros derechos. Pues bien: aun siendo difícil establecer pautas generales, puede afirmarse que en los casos, como aquí sucede, en que la recuperación lumínica se emplee para esclarecer delitos perpetrados en lugares abiertos (y no en sitios privados o reservados), la aplicación de dicha técnica no es contraria a los derechos a la intimidad y propia imagen.

Y ello porque, al haberse cometido los delitos en lugar de libre tránsito, las imágenes captadas “a posteriori” no constituyen intromisión en la privacidad.

El argumento de que, en caso de haber sabido los ejecutores que posteriormente iba a poderse obtener imágenes, no habrían ejecutado tales acciones, tal argumento –decimos- no resulta acogible; pues quien realiza un acto delictivo, incluso cuando busque la ocultación, está asumiendo que sus hechos pueden ser contemplados por terceros (testigos cuya existencia ignore), y por la misma razón debe admitirse la posibilidad, entonces desconocida, de reproducir visualmente los comportamientos mediante recuperación lumínica.

Por lo que se refiere a la propia imagen, claramente no se ha vulnerado tal derecho, ya que las secuencias reproducidas corresponden a muy graves conductas, aparte de que no se ha pretendido la publicación de las imágenes ni de la figura de los imputados, siendo la única finalidad acreditar –de manera en extremo fidedigna- los actos delictivos.

En suma, la utilización del recuperador lumínico no ha vulnerado derechos fundamentales, habiendo constituido un instrumento admisible para la prueba de los hechos.

El padre de la víctima de los delitos que motivaron estas actuaciones ha puesto a disposición de la Humanidad un instrumento complejo, del que, como siempre, habrá que aprovechar sus posibilidades valiosas y repudiar sus usos dañinos.

Procede confirmar la conclusión obtenida mediante dicha técnica y por tanto

7.1.10

Contendientes

Por raro que parezca, el soldado americano que vigilaba los prisioneros y el soldado japonés se hicieron amigos. (Habían convivido en un campo de prisioneros situado en una isla del Pacífico.) Así que, al acabar la guerra, ambos “contendientes forzosos” -vigilante y vigilado- continuaron su amistad.

El soldado japonés invitó al americano a visitar su ciudad. Le enseñó la escuela en que trabajaba como profesor de inglés antes de ser enviado a la guerra. Le mostró las aulas y los patios donde, en medio del natural griterío, correteaban los niños a la hora del recreo. Le llevó al parque en que jugó de pequeño. Le presentó a su familia.

Después, el soldado americano invitó al japonés a visitar su pueblo. Le enseñó el rancho que cultivaba, las espigas de maíz, el tractor… Le presentó a sus colegas del grupo de jazz y le invitó a comer en casa, con su mujer y su hija.

El ex-vigilante y el ex-prisionero continuaron viéndose y carteándose durante varias décadas. Algunos de sus encuentros (en Japón o en Estados Unidos) terminaban de madrugada, después de una larga cena bien regada. Entonces ambos soldados dedicaban certeros adjetivos a quienes, años atrás, les habían obligado a masacrarse en una horrible guerra. Cualquiera que escuchase su conversación podía oír expresiones como “cabrones”, “hijos de perra” y otros epítetos muy adecuados y biensonantes.

21.12.09

Cuento de Navidad

Desde tu habitación les oyes cuchichear:

-Ya debe haberse dormido.

-Voy a bajar al coche.

Así que este año los regalos están en el coche. El año pasado los escondían en el trastero.

Acabas de cumplir ocho años. Desde hace tres, vienes haciendo creer a tus padres que aún crees en los reyes de oriente.

Ahora entran en tu dormitorio. Te haces la dormida.

Andan con sigilo, sin hacer ruido, como furtivos temiendo ser sorprendidos “in fraganti”. No dicen nada, seguramente se comunican por gestos.

Dejan cajas en el suelo, meten caramelos en los zapatos que dejaste, vacían el agua del cuenco que pusiste (“para que beban los camellos” -aunque sabes que no vendrán camellos, ni pajes, ni reyes…-).

Misión cumplida. Los agentes secretos de la felicidad salen de tu cuarto. Están entusiasmados, otro año más.

Y mañana te tocará actuar de nuevo: hacerte la ingenua, fingir que te sorprendes. Con sólo ocho años y ya actriz consumada (“mirad lo que me han traído los reyes”; “anda, pero si los camellos se han bebido toda el agua…”). Como el año pasado. Y como el anterior.

Porque tienes ocho años y desde hace tres sabes que la única magia es la emoción de tus padres: el brillo de sus ojos, la alegría de sus caras (de repente infantiles, más de niño quizá que la tuya).

Y por eso te niegas a decir “lo sé todo”. Sí: por eso te resistes a amputar su ilusión.

18.12.09

Guerra y paz

Nació en 1935, de modo que sus primeros recuerdos coinciden con el inicio de la guerra, cuando acababa de cumplir cuatro años. Son recuerdos de sirenas que alertaban, de carreras en los brazos de su madre para alcanzar el refugio, de estruendo de bombas, de casas derruidas… Son sus recuerdos primeros y también los siguientes. Porque en los años posteriores siguió habiendo alarmas, bombardeos, cascotes, ruinas. Siguió habiendo gente que al oír un zumbido miraba al cielo y decía “es de los nuestros” o “es enemigo”. En las conversaciones de los adultos nunca faltaban las palabras “soldados”, “frente”, "ofensiva", “batalla”…

En ese ambiente fue creciendo y cumpliendo años. Acaba de cumplir diez. De ellos ha pasado seis, desde 1939, en guerra: casi toda su vida consciente.

Y por eso, ahora que estamos en 1945, al oír que la guerra ha terminado se le hace difícil hacerse a la idea:

“Así que la guerra no es lo normal, lo natural. Así que puede haber vida sin obuses, sin bombas, sin refugios, sin pánico… Puede haber vida sin guerra. O sea, que la guerra no es inseparable de la vida. Qué raro”.

16.12.09

De cuando estuve loco

Ya sabéis que se me fue la olla. Oí los gritos de un muchacho al que un labrador había atado a un árbol. El labrador estaba azotándolo con saña. Yo intervine y le dije:

—Me parece mal que azotes a quien no puede defenderse. Sube a tu caballo y coge tu lanza, que te haré ver que eso que haces es de cobardes.

El labrador me respondió:

—Este muchacho al que estoy castigando es mi criado. Me sirve guardando una manada de ovejas, y es tan descuidado que cada día me falta una. Y porque castigo su descuido dice que lo hago por no pagarle el sueldo que le debo. Y miente.

—¿Miente? —dije yo—. Me dan ganas de atravesarte con esta lanza. Págale inmediatamente, y desátalo.

El labrador bajó la cabeza y desató al muchacho.

Pregunté a éste cuánto le debía su amo. Contestó que nueve meses, a siete reales cada mes. Calculé que sumaban 63, y mandé al labrador que se los pagase, si no quería morir por ello. Él replicó que era menos lo que debía porque había que descontar tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le hicieron estando enfermo.

—Bien está todo eso —repliqué yo—, pero que los zapatos y las sangrías compensen los azotes que sin culpa le has dado; porque, si él rompió el cuero de los zapatos que le pagaste, tú le has roto el de su cuerpo; y si le sacó sangre el barbero estando enfermo, tú se la has sacado estando sano.

-El problema -dijo el labrador- es que aquí no tengo dinero: que venga el muchacho a mi casa y allí se lo pagaré.

—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. No, señor, porque en cuanto me vea solo me arrancará la piel.

—No hará tal cosa —repliqué yo—: basta con que yo se lo mande para que cumpla lo que le digo; y si él me lo jura por ley de caballería, le dejaré ir libre y consideraré asegurada la paga.

—Piense, señor, lo que dice —insistió el muchacho—, que mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo, vecino de Quintanar.

—Importa poco eso —respondí yo—. Porque, si no paga lo que debe, volveré a buscarle y castigarle, y he de encontrarlo aunque se esconda como una lagartija. Que para eso soy don Quijote de la Mancha, deshacedor de agravios y sinrazones.

Y, tras decir esto, me marché de allí.

Y el resto también lo sabéis: Que, en cuanto me alejé, el labrador volvió a atar al muchacho a la encina y le dio todos los azotes que quiso.

En fin, ya sabéis que hice todo eso. Que me equivoqué. Y que actué así porque se me fue la olla.

De acuerdo. Pero lo que no voy a aceptar es que lo sensato habría sido no hacer nada: dejarlo estar, pasar de largo.

No. No voy a sustituir una locura por otra.

15.12.09

Baeza

Apenas le interesaban la literatura y la filosofía. Sólo coincidía con él en su pasión por la naturaleza y en el desaliño indumentario. Sus conversaciones trataban sobre todo de árboles y plantas. Le asombraba que un profesor de francés supiera tanto de álamos, acacias, encinas, cipreses, olmos... Le oía como a un entusiasta de la botánica. Eso decía, aunque yo no me lo creo. En medio, alguna alusión dolorida a Leonor, su desplome reciente. Entonces era sólo un compañero de claustro que componía versos, no el escritor afamado que fue después. Me contó que le había dejado ver algunos de sus poemas, escritos a mano, parte de los cuales apareció luego en la segunda edición de Campos de Castilla. También decía que una vez leyó una frase cenital, un verso suelto en una hoja suelta, entre sus papeles. Tuvo que ser antes de 1919, fue entonces cuando dejó aquel Instituto. Eso significaría que dispuso de veinte años para continuar el poema, pero no lo hizo. Puede que no quisiera seguir, que no encontrara palabras a la altura del arranque; o puede que, simplemente, sea un epílogo acabado, completo e inédito durante dos décadas. El verso al que se asía en el último derrumbe, “estos días azules y este sol de la infancia”.

14.12.09

Soy así de mediocre

No piense que le juzgo, señor Gandhi, pues no hay nadie en la Tierra con derecho a juzgarle. Tendría yo que despojarme ahora de la toga, el birrete, las puñetas, los rizos y bajar de mi estrado o pedestal para que usted, desde su pureza, me juzgue y me condene como al resto de la humanidad. No, señor Gandhi, ni le juzgo en mi nombre ni en el del Imperio Británico. Simplemente encajo unos hechos en unas leyes (como un silogismo, Mahatma: soy así de mediocre). Y como son leyes injustas, también lo es mi decisión. En fin, yo no puedo mirarle a los ojos, pero usted sí. Así que (se lo ruego) míreme y, antes de que por orden mía le lleven a la cárcel, concédame su bendición.

11.12.09

Qué lejos de aquella copla

Tras poner el punto final a su novela, iniciada años atrás, se asomó al patio de luces para sentir el fresco. Justo en ese instante una voz con acento andaluz, procedente de algún apartamento, entonó a modo de copla:

No canto pa que me escuchen
ni pa sentirme la voz.
Canto pa que no se junten
la pena con el dolor.


Oído lo cual, el escritor exclamó: “Eso sí que es literatura”. Y aunque el primer impulso fue quemar su novela, finalmente optó por guardarla en un cajón bien hondo.

10.12.09

Oración

…esta segunda inocencia
que da el no creer en nada
(A. MACHADO)



Oh Dios, concédeme la pureza de los santos incrédulos. De aquéllos que no creen en juicios finales, ni en vidas de ultratumba, ni en resurrecciones, ni en eternidades, ni en salvaciones, ni en condenas... Concédeme (te imploro) la excelsa perfección de aquellos santos laicos. De aquéllos que no piensan en cielos ni en infiernos. De aquéllos que gratuitamente, sin creer en tu existencia ni esperar nada de Ti, eligen ser buenos.

9.12.09

Profecías

Dice “Este fin de semana habrá alrededor de 900 accidentes de tráfico”. Se producen 881.

Ve un colegio y dice “De esos 500 niños que juegan en el patio, entre 1 y 3 de ellos pasarán por la cárcel”. Unas décadas después encarcelan a 2.

Dice “El año próximo morirán de hambre más de 100.000 humanos”. Mueren más de esa cifra.

Ante lo cual, ella –Estadística, Demoscopia, Prospectiva…, como se llame- se crece y proclama: “No tenéis nada que hacer. No podéis conmigo. Soy más fuerte que todos vosotros”.

Y sabemos que no es así, que en esto último yerra. Que no estamos sujetos a sus augurios. Que nuestro comportamiento pasado no tiene por qué regir nuestro comportamiento futuro. Que, si lo afrontáramos como un reto, sus predicciones fallarían. Que, si en verdad nos lo propusiéramos, no se saldría con la suya.

Pero no somos capaces de demostrárselo.

4.12.09

Espeluy

Tarde plana en el tren. Vagón de no fumadores. Se incorporan viajeros. Se animan a hablar. Uno dice que viaja para poner orden en un asunto de familia, ajustar cuentas con alguien y dar un escarmiento.

Al acercarse a su destino afloran nervios. Saca un cigarro, lo enciende.

Miradas de soslayo, murmullos. Uno le recuerda que no puede fumar. Los demás se unen, forman un grupo, le exigen que apague el cigarro.

Tensión.

El hombre se levanta, planta cara al grupo, les reta a decidir quién va a quitarle el cigarro.

Viaja también una madre con su bebé. Esta mujer dirige al fumador una mirada tierna, como la que mostrará a su hijo cuando un día le sorprenda en medio de una travesura. El niño también mira al fumador, y le sonríe.

El hombre apaga el cigarro, se sienta. Vuelve la calma.

Tras el viaje dos personas estrechan sus manos, comparten perdón.

2.12.09

Un poco de coherencia

Aún sigue, en la casa de sus padres, el libro de las tapas verdes: “Pinocho. Por Carlo Collodi”. Es el primer cuento que leyó, hace veinte años.

Busca la página donde el hada dice:

-Estoy viva, Pinocho. Te hice creer que había muerto de pena para que te arrepintieras de tus malas acciones. Has hecho sufrir mucho al pobre Gepetto.

Y ahora, antes de donar el libro a una biblioteca, va a perpetrar el sacrilegio. Tacha la respuesta de Pinocho y en su lugar escribe lo que siempre pensó que el muñeco debió contestar:

-De acuerdo, señora hada, he sido malo. Pero no veo bien que, habiéndome prohibido mentir, me haya hecho creer que usted había muerto. Me parece muy mal que, después de haber dispuesto que mi nariz creciera cada vez que yo mentía, me haya engañado de este modo. No entiendo que, habiendo ordenado a un niño (¡qué digo a un niño, a un trozo de madera!) decir siempre la verdad, incumpla usted sus propias reglas.

1.12.09

En su piel

Te han detenido por tu origen, tu raza.

Te han llevado a la cárcel.

Te han trasladado luego a un recinto rodeado de alambradas.

Te han alojado en un barracón, con otros hombres como tú hacinados en catres de tres pisos.

Te han forzado a trabajar doce horas diarias, pese al hambre y el frío.

Te han obligado a aparentar fortaleza porque es la única forma de conservar la vida.

Cuando han visto que escupías sangre te han llevado delante de un médico.

Te ha examinado, ha escrito algo en un papel y te han sacado de allí.

Ahora te están conduciendo a otro sitio. Ya te imaginas dónde.

Pero no, no es así. Todo esto es real, pero no te ha pasado a ti, ni a mí, sino a otra persona. A otras personas.

La ruleta del “quién naces - cuándo naces - dónde naces” designó otras víctimas. (¿No es el azar quien hace nacer de una raza o de otra, en Alemania o en España, en 1910 ó en 1980…?)

Qué alivio que no hayamos sido nosotros. Podríamos haberlo sido –haber estado allí, ser ellos- pero no.

Qué suerte la tuya y la mía. Qué gran suerte, ¿verdad?

30.11.09

Sólo yo sobro aquí

Noviembre en el campo. Mosaico de ocres, pardos, castaños. No hay palabras para todos los marrones (o a lo mejor sí pero yo las ignoro), para todos los amarillos, para todos los grises… Hojas que aún cuelgan de las ramas, hojas caídas: dispuestas a ser suelo, barro otra vez. Ha de haber animales guarecidos en las oquedades de la tierra y de los árboles. Sólo se ve, cruzando por encima, alguna uve de pájaros emigrando a otros sitios. Rumor del río. Humedad que asciende cuerpo arriba.

Sólo yo estoy de más (¿por qué he venido?, ¿por qué me he sentado, a escribir, en el suelo?). Sólo yo desentono. Sólo yo soy intruso. Sólo yo sobro aquí.

Me marcho pronto para no estorbar.

27.11.09

Final de trayecto

Uno escribió “apenas tenía imaginación, pero inventó cuentos junto a mi cuna”.

Otro escribió “compartió conmigo su luz y su alegría”.

Otra escribió “cuando ya no tenía fuerzas para nada, aún sacaba fuerzas para mí”.

Otra escribió “toleró mis errores”.

Otro escribió “respondió a mis gritos con palabras suaves”.

Otra escribió “después de engañarla, volvió a confiar en mí”.

Y cada uno plegó varias veces su papel hasta hacerlo pequeño y entre todos, silenciosamente, los colocaron sobre aquel cuerpo. Y al trasladarlo tuvieron gran cuidado de que ninguno de los papeles se cayera, porque sin ellos el lívido despojo perdería su textura.

26.11.09

Pretérito perfecto

¿Recuerdos que le pesan? ¿Recuerdos que le hieren?

¡¡¡ No sufra más !!!

Artesanos del Recuerdo (*) reemplaza esos archivos.

A diferencia de otros productos, Artesanos del Recuerdo no elimina vivencias, sino que las sustituye por otras que usted elija. Artesanos del Recuerdo retira las neuronas que albergan impresiones molestas, las reemplaza por otras y recompone las sinapsis implicadas. De este modo usted no sólo no recuerda lo que no quiere, sino que sustituye esos registros por otros de su elección.

Artesanos del Recuerdo no cambia memoria por olvido, sino que reemplaza los recuerdos aciagos por otros felices.

¿Usted quería que algo pasara de una forma pero pasó de otra? No importa: nosotros le implantamos lo que quiso que ocurriera.

A partir de ahora puede mandar en su memoria: recordar lo que quiera y como quiera, haya pasado o no.

(*) Artesanos del Recuerdo es una marca del grupo CerebroEscultura.

25.11.09

Baldosa

Necesitas pedir perdón. Sabes que te sentirías mejor después de decir disculpa, lo siento. Y sin embargo hay una fuerza dentro que se opone. ¿Cómo se llama esa resistencia? Puesto que no tiene nombre, podríamos llamarla baldosa. Así sería más sencillo pisarla, cruzar por encima y decir perdona.

23.11.09

La zona oscura

La intimidad de los muertos. Secretos guardados en sus armarios, papeles, estantes... La parte de ellos que ni siquiera revelaron a sus íntimos.

El cajón de la mesa donde trabajaba Javier.

De un sobre extraes la foto amarillenta de una muchacha, probablemente su primer amor; un collar de cuero con el nombre de “Rayo”, el perro de su infancia; y un plano.

Un plano, sí. Un croquis del barrio en que vivías con tus padres: tu casa, las calles próximas, la plaza donde aparcabas el coche.

Anotaciones junto al plano: “Suele llegar a la plaza a las nueve. Cuando ella cruce de acera y antes de que suba a su coche, girar marcha atrás hacia la derecha. Conviene que la chica vea el golpe. Asegurarme de que golpeo el faro. De inmediato bajar y decirle: -¿Es tuyo el coche? Vaya, lo siento, he roto el faro. Perdona, ahora tengo mucha prisa. Pero esta tarde te llamo y arreglamos lo del seguro. No olvidar pedirle el teléfono. Después llamarla y quedar en una cafetería.

La chica” eres tú.

Veinte años sin contártelo, haciéndote creer que vuestro primer encuentro fue casual. Disfrutabas diciendo “nos conocimos por casualidad: gracias a que Javier rompió el faro de mi coche”. Y sin embargo no fue un accidente. Él lo había planeado con detalle: dónde girar, dar marcha atrás, un golpe en el faro… “Perdona, lo siento, qué despiste. Mira, ahora tengo mucha prisa, pero dame tu teléfono y te llamo esta tarde. Tomamos un café y rellenamos el parte del seguro”. Luego más llamadas, citas… Y después, una vida entera juntos.

Trozos de él que no quiso compartir contigo, tal vez con nadie.

Tu voluntad se divide: entre el deseo de saber más y la sensación de allanar un espacio sagrado. Finalmente encuentras un cuaderno de hojas manuscritas, algo parecido a un diario. Si Javier viviera no lo leerías, pero ahora es distinto. ¿Es distinto?

Empiezas a leer su diario pero, en la segunda página, tus pies te llevan a la cocina, enciendes una cerilla y mientras el cuaderno arde te preguntas, como cuando eras niña, de qué color es el fuego.

20.11.09

Labios de hastío

He tenido que beber bastante para escribir esta carta y ahora con el valor que me ha dado el alcohol y metida en una nube la escribo de corrido sin corregir ni tachar porque quiero soltarlo a bote pronto, que siempre he tenido problemas para hablar, que el silencio me acuciaba, no podía contar cosas, no sabía decir nada ocurrente, nada con gracia, menos aún interesar a nadie, con esta voz endeble, raída y casi afónica que tengo, y al mismo tiempo me quemaba el silencio, necesitaba apagarlo, sentía que todo el mundo me pedía romper el silencio, vamos rómpelo, la gente a veces se callaba, todos a la vez, y entonces aunque no me miraran sentía que me miraban y es como si me exigieran, vamos habla, si la charla se ha cortado es por tu culpa, nunca cuentas nada, di algo que haga volver la conversación, y no sé si es timidez o cortedad o apocamiento o como quiera llamarse pero sí sé que me obligaba a decir algo, lo que fuera, aunque una idiotez o una mentira pero que rompiera el silencio y nadie pensara qué sosa, qué insulsa es, y no eran ganas de destacarme sino necesidad de ser tomada por normal, de que no me juzgaran rara, y por eso una vez revelé lo de tu enfermedad, no para hacerte daño, ¿por qué iba a querer hacerte daño? si apenas un conocido del pueblo, sino por parecer interesante, uy lo que ha dicho, anda lo que sabe, y ser estimada o considerada o apreciada o qué se yo, reina por un minuto, hablando desenvuelta sin interrupción de nadie. Y por eso lo conté, y no voy a decir que no supiera el daño que te hacía, a lo mejor no lo había pensado mucho pero saberlo lo sabía, y no me importó decirlo, bueno no sé si me importó o no, pero me importó menos que hacerme la importante, y por eso lo hice, dije el nombre de tu enfermedad, que lo sabía porque trabajo en el hospital y había visto el resultado del análisis, y lo dije, y eso te hizo un daño horrible, se corrió en el pueblo, ¿cómo iban las otras a guardar el secreto si no fui capaz de guardarlo yo?, y desde entonces todos te miraban con malos ojos, te rehuían, ya ves tú una enfermedad que no se contagia más que por la sangre, pero la gente no quería estrecharte la mano ni acercarse ni hablar contigo, y se cambiaban de acera, y no entraban al bar si tú ibas porque bebías en los vasos, y sé que luego los dueños de las tabernas te pidieron que no entraras, que espantabas los clientes, que no te lo tomaras a mal, que era por su familia, el pan de sus hijos, y lo mismo en las tiendas y en la piscina, como un apestado, víctima de mi jodida indiscreción, que nunca hablo y para una vez que debí callarme voy y la pifio, tanto dolor porque me fui de la lengua en el pueblo, ya se sabe pueblo chico infierno grande. Y ahora que he oído que estás ingresado no quiero que te vayas del mundo, pero sobre todo no quiero que te vayas sin decirte esto, que no sirve para nada, que no deshará nada, pero bueno, quiero decirlo, quiero que lo sepas, que te hice daño, que añadí sufrimiento a tu sufrimiento, pero no fue por maldad, créeme que no fue malicia, que no lo hice para hacerte sufrir, no digo que no supiera que te hacía daño, quizá no lo pensé mucho pero saberlo lo sabía, lo hice para que me consideraran me aprobaran me admitieran, para romper el silencio, el bendito e inofensivo silencio.

19.11.09

Abraxas

-No hemos querido molestarla hasta que saliera de la UCI. Ahora que su hijo se encuentra bien y usted ya está en planta, querríamos que contestara algunas preguntas. Es para el atestado.

-No hay problema. Responderé hasta donde me acuerde.

-Bien, vamos allá. ¿Recuerda cómo se produjo el choque?

-Al entrar en la curva la furgoneta invadió mi carril. De pronto la vi de frente, venía directa hacia mí. Instintivamente giré el volante hacia la derecha y nos salimos. De repente me encontré “cabeza abajo”. Miré atrás y vi a mi hijo. Lloraba, así que estaba vivo. Con mucho esfuerzo conseguí salir por el parabrisas. Intenté sacar al niño, pero los brazos no me obedecían. Entonces vino aquel hombre. Recuerdo cómo soltó el cinturón de la sillita, agarró a mi hijo y lo levantó. Todo pese a llevar las manos esposadas. Lo sacó del coche y lo apartó de allí.

-¿Estaba ya ardiendo su coche en ese momento?

-Creo que todavía no, porque el niño no ha tenido quemaduras. Ni yo tampoco. Sólo traumatismos.

-Entonces, ¿cuándo se dio cuenta usted de que su coche ardía?

-Un poco después, dos minutos o así. Pero ¿por qué es tan importante el momento?

-Mire, señora, aquel hombre murió carbonizado. La hipótesis que manejamos es que sus ropas se prendieron al rescatar a su hijo.

-Así que ha muerto...

-Queremos aclarar el modo como se incendiaron sus ropas. Dese cuenta de que ese hombre estaba detenido, así que el Estado era responsable de su custodia.

-Entonces ¿murió abrasado?

-Sí. Con las esposas debió serle imposible quitarse las ropas. Y como estaban ardiendo...

-Me dejan atónita... ¿Y por qué fue detenido?

-Bueno, en realidad no estaba detenido. Ya había sido condenado. El furgón que chocó con su coche venía de la Audiencia. Era un traslado penitenciario: lo conducían a prisión, para cumplir condena.

-Condena... ¿Por qué delito?

-Homicidio.

17.11.09

Muertos y enterrados

Él no tiene especial interés en que abran la fosa de su abuelo. Pero el caso es que, después de décadas de prohibición, la ley permite abrirla y sacar los restos para llevarlos al cementerio.


No es sólo la fosa de su abuelo. Allí hay enterrados otros seis hombres. Fueron asesinados en el 36, al principio de la guerra, en el mismo sitio donde está la fosa común en la que seguidamente echaron los cadáveres. Y han sido otras familias las que han pedido su exhumación.


Tras culminar los trabajos hay una especie de homenaje. Es un acto abierto, pero están expresamente invitados los familiares.


Pide a sus hijos que acudan y éstos, de mala gana, acceden a ir.


Casi todos los asistentes son ancianos. Se asemeja a un congreso de la tercera edad.


Como descendiente de uno de los homenajeados, le toca hablar. Entonces explica que no conoció a su abuelo pero su padre le habló de él. Le contó que fue un maestro joven, de ideas socialistas, que no tenía reparos en defender en público sus convicciones. Su lema era "Cultura para el pueblo. Educación = Liberación". Le mataron por eso y por estar afiliado a uno de los partidos del Frente Popular.


Cuando termina de hablar, y sin esperar a que el acto concluya, sus hijos se levantan y se ausentan.


Al acabar el homenaje, de camino a casa va pensando en su abuelo y también en su padre. Éste tenía seis años cuando le dejaron huérfano. Durante toda su vida hubo de tragarse la rabia, no remover recuerdos para no ser represaliado. De otro modo le habrían impedido ser funcionario de Telégrafos.


Cuando llega a casa, su hija está en el salón viendo "Gran Hermano" mientras habla por el móvil. Su hijo está en su cuarto siguiendo, en el ordenador, el gran premio de Malasia de Fórmula 1.


No se atreve a preguntarles qué les ha parecido el acto ni su intervención. "Bah, rollos de viejos" (se imagina la respuesta).


Son sus hijos. Son buenos chicos. Como a todos los jóvenes, les gusta divertirse. Como a la mayoría de ellos, la política les trae sin cuidado. No saben lo que es pasar hambre (tratar de dormir con el estómago vacío). No saben lo que es ser analfabeto (ver un libro o un cartel y no entenderlo). No saben lo que es tener que ir, con once años, a trabajar de sol a sol...


No: en poco tiempo la vida ha cambiado mucho y no saben nada de eso.


(¿Y gracias a quiénes no lo saben?)


De todos modos, tampoco les espera una vida fácil. No es fácil emanciparse, ni hallar un trabajo estable, ni tener casa propia... No han de sufrir –es verdad- las carencias extremas de otro tiempo, pero aun así el futuro les será complicado.


"Gran hermano".
"Fórmula 1 (gran premio de Malasia)".
"Cultura para el pueblo. Educación = Liberación".
"Bah, rollos de viejos".
Todo esto se le agolpa en su cabeza y apenas entiende nada.

16.11.09

Escisión

A punto de morir, con la voz entrecortada se despide de sí mismo.

-Siento tener que dejarte, pero no tengo elección.

-Claro, no te sientas culpable.

-¿Qué vas a hacer ahora?

-No lo sé. Nunca he vivido sin ti. Ni siquiera sé si es posible.

Como no pueden darse la mano ni abrazarse, se dicen solamente adiós, adiós.

Y se alejan.

13.11.09

Nunca en mi corazón

Seguramente le extrañará que le remita una carta alguien que no conoce. Lo hago, en primer lugar, porque es usted la persona a quien más admiro. En segundo lugar, porque hace tiempo que necesito comunicarle algo. Y finalmente, porque no quiero perder toda oportunidad de exponérselo.

He sabido que está usted hospitalizado. Deseo sinceramente que se recupere. Sin embargo, esta circunstancia me ha llevado a expresarle mi inquietud, antes de que sea tarde.

Sé que ha dedicado su existencia a luchar contra la injusticia. Ha pasado usted encarcelado la mayor parte de su vida por oponerse a la segregación racial, y tras ser liberado viajó a más países para enfrentarse a otras formas de opresión. Por eso ha sufrido persecución y torturas. He oído que lo que le tiene ahora en el hospital es consecuencia de las privaciones vividas en sus años de cautiverio. Está claro que la lucha por la justicia ha sido el motor de su vida.

Mi existencia ha sido bien distinta. A mí me faltó su coraje. Desde niño he sentido repulsión ante la injusticia. Sí, una especie de furia impotente y pasiva. Pero, a diferencia de usted, me tragué mi rabia. No fui valiente.

No, no tuve madera de héroe. Guardé mi indignación para mí mismo y me dediqué a otras actividades que no comprometían mi comodidad.

Estudié biología celular, me especialicé en aplicaciones clínicas. Me hice investigador. Durante algún tiempo participé, incluso, en programas militares. Experimentos reservados, ensayos secretos sobre armas biológicas. Cómo me avergüenzo de ello.

Finalmente (éste fue mi único rasgo de decoro) dimití y volví a la universidad.

Bien; le ahorro detalles y voy directo a la cuestión. Lo que quiero decirle es que conozco un modo de acabar con la injusticia, de extirparla para siempre.

Sí, lo que usted y yo anhelamos existe. Es un virus: un virus que puedo poner a su disposición. Mejor dicho: puedo liberarlo. Basta que usted me lo indique y activaré el programa de transmisión. El virus es letal para la especie humana y se contagia a la vez por varias vías. Nadie puede escapar. No distingue entre razas ni estados. No hay vacuna ni remedio. En pocos días toda la humanidad habrá desaparecido.

¿Se da cuenta? Si se extingue la humanidad se acabará la injusticia. Desaparecerán las guerras, la explotación, los genocidios...

Con la supresión del ser humano se terminará todo eso. Seguirá habiendo vida, vida animal y vegetal, porque el virus no infecta a los demás seres. Sólo los humanos nos extinguiremos. Y no habiendo humanos en el planeta, no habrá nadie dotado para el mal. Con nosotros se irá la injusticia.

A fin de cuentas, ¿qué otra solución hay? ¿Acáso podemos intuir otra forma de acabar con lo injusto?

Puede que en el pasado las guerras tuvieran sentido: no había bastante alimento para todos. Pero ahora la tecnología ha abolido esa escasez, y sin embargo sigue habiendo hambrunas y masacres. El progreso no ha acabado con la guerra, sólo ha sofisticado las armas. No hay justicia entre los individuos, entre los pueblos. Una pequeña parte de la humanidad está instalada en el derroche mientras el resto carece de lo básico. Los países ricos esquilman los recursos de los pobres. ¿Y acaso hay esperanza de que esto cambie?

Extinguida la humanidad, seguirá habiendo vida en la Tierra, pero será vida sin voluntad moral, sin aptitud para lo abyecto y lo injusto.

Contésteme si aprueba mi propuesta. Sólo le reconozco a usted la autoridad de decidirlo. Basta una indicación suya y pondré en práctica el plan: el único que asegura la extirpación total de la injusticia
.”

-Enfermero, por favor, tire esto a la papelera.

12.11.09

Irme

No quieren que lo sepa y disimulan, fingen buen humor, normalidad. Les he seguido la corriente para que no sufran, piensen que han logrado ocultármelo hasta el final, tengan esa ínfima satisfacción. A veces oigo gimotear tras la puerta y no digo nada, sería cruel preguntar “¿y esos sollozos?”. Siento que les juego una mala pasada muriendo, y en absoluto me consuela que no sea mi culpa. Son mis padres y no quiero hacerles daño. Pero tengo que decírselo. Será una bonita conversación, aunque cueste empezarla. Primero lloraremos los tres, y luego… Cuando me vean reír ellos también lo harán. Reventaremos de risa juntos. De acuerdo: es arriesgado y no estoy seguro de que salga bien. Pero, sea como sea, no puedo irme de aquí entre mentiras.

11.11.09

Dispárame

(Con agradecimiento a la persona que me lo contó.)



Casi nadie quería que hubiera una guerra, pero hubo una guerra.

Casi nadie eligió un bando en que luchar, pero hubo que luchar en algún bando.

Fue en 1936 en España.

A uno de aquellos hombres que no quería que hubiera guerra le obligan a ir a la guerra y a luchar en un bando. Y le obligan también a fusilar a un enemigo. (¿Enemigo por qué, si a él no le ha hecho nada?).

"Pégale un tiro a ése", le ordenan.

Y va a donde está aquel hombre, el enemigo, atado de pies y manos. Levanta su fusil y después de unos segundos lo deja en el suelo.

-No puedo- dice.

El que está atado lo mira y le pregunta:

-¿Tienes familia?

-Sí, tengo dos hijos pequeños y mujer...

-Entonces no lo dudes y apúntame bien al corazón. No tiembles, no falles el tiro y deja de llorar... Si no me matas tú, te van a matar a ti, y a mí me va a matar otro. Así que, ya que de todas formas voy a morir, prefiero que me mate un hombre honrado que no quiere matar a otra persona. Olvida lo que vas a hacer. Me llamo Andrés y soy de...

La guerra termina pero durante décadas está prohibido exhumar los cadáveres que fueron enterrados en el campo, de cualquier manera. Como el de Andrés.

Pasa el tiempo, pero el ejecutor nunca olvida los ojos de aquél a quien disparó. Cuando nace su tercer hijo lo llama Andrés. Y cada aniversario del fusilamiento deja un ramo de flores en la "tumba", es decir, en el lugar donde él mismo tuvo que enterrar, tras fusilarlo, a aquel hombre. Entonces le parece oír una voz conocida que, subiendo de la tierra, le dice "Prefiero que me mate un hombre honrado".