1.3.10

Limitadme

Eligieron al más sabio para que los gobernase. Y éste tomó la palabra y pronunció su primer discurso:

Concededme los medios para gobernar. Pero por favor, al mismo tiempo, ponedme límites, barreras, contrapesos.

No dejéis que un día pueda ordenar que decapiten a alguien para complacer a mi hija, o incendiar una ciudad para verla arder, o nombrar senador a mi caballo (como se contó de Herodes, Nerón o Calígula: déspotas, seres incontrolados, víctimas -también ellos mismos- de su poder inobjetable).

No consintáis que me comporte como un niño consentido y malcriado, al que todo se le permitiera.

No toleréis que mi capricho sea ley para nadie.

No admitáis que me sepa inmune, ni impune, ni irresponsable.

No permitáis que mi poder sea omnímodo e irrefrenado.

¿Quién sabe los abusos, los desafueros, las arbitrariedades en que, en tal caso, podría yo incurrir?

Así que por favor, por vuestro bien y por el mío, limitadme
”.

2 comentarios:

M. Carme dijo...

Era realmente sabio el que eligieron, pues les pidió limites, se ve que sabia lo fácil que es para alguien que tiene poder, dejarse llevar por la avaricia y el egoismo y olvidar que al fin y al cabo es como los demas.

saiz dijo...

Gracias, M. Carme. Efectivamente creo que muchos de nosotros, si no tuviéramos unos límites impuestos por el entorno (no hablo ya del temor a ser sancionados o penados, sino incluso del miedo a la crítica, al rechazo de quienes están próximos a nosotros), iríamos degenerando y degradando nuestra propia autoexigencia.

Me llama la atención ese fenómeno de que, cuando alguien está amparado por el anonimato y la irresponsabilidad, hace cosas que normalmente no haría si tuviera que responder de sus actos.

Fíjate, por ejemplo, en el comportamiento de muchos conductores que se vuelven irrespetuosos y agresivos en cuanto se suben a un coche. Sin embargo, si esa misma persona va andando por la calle y, sin querer, golpea levemente a otra persona, enseguida procede a disculparse. La diferencia es que los peatones se ven las caras, mientras que a bordo de un coche prevalece el anonimato.

La irresponsabilidad, el sentimiento de inmunidad (o impunidad) no son buenos para quienes sufren los actos de esas personas que se saben inmunes, pero tampoco para ellos mismos (para los que se creen irresponsables), quienes finalmente se convierten en pequeños o grandes monstruos.