9.10.09

Como una grandiosa espina

-Tapiceros. Dígame.

-Buenos días. Querría saber si pueden tapizar un sillón.

-Sí, claro. ¿Lo va a traer usted o hay que recogerlo?

-Pues... ¿Pueden hacer el trabajo en el domicilio?

-Depende de cómo sea el encargo.

-Bueno, verá. Es un sillón antiguo...

-¿Un sillón solo o un tresillo?

-Un sillón, o sea, una butaca con reposabrazos.

-¿Y sabe ya cómo lo va a tapizar? ¿Ha elegido tela?

-Pues no, sería una tela similar a la original, pero... Verá, es que hay un problema. Resulta que he perdido un papel, se ha metido por esa raja que hay entre el asiento y el brazo del sillón. Y por más que he intentado sacarlo, no he podido. Así que, como es un papel importante, quizá haya que desmontar el mueble para sacarlo. He pensado que ustedes... Así además aprovecharíamos para tapizarlo.

-Bueno, pero nosotros el armazón no lo tocamos, eso más bien es cosa de carpintería.

-Ya. En fin, lo que quiero es que vengan a verlo y así decidir.

-Pero entonces tendremos que facturar el desplazamiento, nosotros el presupuesto no lo cobramos pero el desplazamiento sí.

-Se comprende... Lo que sí querría es que vinieran de seis a siete de la tarde, a esa hora mi madre está fuera. Es que a ella el sillón le trae recuerdos y prefiero que no sepa que vamos a tocarlo.


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-Hay que descoser por aquí.

-Haga lo que sea necesario.

-A ver si hay suerte y no tengo que mover listones... Parece que veo algo dentro... pero no es un papel, es una cosa dorada... Ya lo tengo, ah y el papel también.

-¿Y esto? Pues sí que es bonito, no lo había visto nunca.

-Tiene pinta de antiguo. Igual lleva cien años ahí dentro. Esos relojes de bolsillo ya no se fabrican.

-En fin, un descubrimiento. Supongo que mi madre sabrá cómo llegó ahí.


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-Hola, mamá. ¿Te has fatigado en el fisio?

-No es fatiga, hijo mío, es desesperación porque los músculos no me obedecen.

-Comprendo. Además, por lo que veo se ha alargado la sesión. Bueno, ahora mismo te llevamos a la cama, entre Silvia y yo. Cuando hayas cenado tengo que enseñarte algo.

(...)

-¿Qué me querías enseñar?

-Lo tengo en el bolsillo. Mira.

-Pero... ¿de dónde has sacado esto?

-De la butaca del salón. Estaba dentro. Tuve que abrirla para recuperar un cheque (nada menos que el talón de la venta de la casa), se me salió del pantalón y se coló por una raja. Y, mira por dónde, además del cheque apareció esto. Pero, ¿por qué lloras?

-Era de tu padre. Su reloj de bolsillo.

-Claro, te trae recuerdos...

-No lloro por eso. Es otra cosa... Es que creímos que lo habían robado... Tu padre lo echó en falta y llegó a la conclusión de que sólo podía haberlo cogido la criada.

-¿La criada? Pero ella lo negaría.

-Todo el tiempo. Pero no sirvió de nada. La despedimos. Figúrate: en un pueblo pequeño, todo el mundo se enteró. Quedó como una ladrona.

-Vaya metedura de pata...

-Y ya ves, ahora resulta que nadie lo robó. Medio siglo ha hecho falta para demostrarlo. Pobre muchacha... Debimos de hacerle mucho daño.


.........................


-¿Quién es?

-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva, notario. Aquí tiene mi tarjeta. Pero mi visita no tiene nada que ver con mi profesión. Quería hablarle de un asunto personal. Necesito un poco de tiempo para explicárselo. Puedo volver cuando usted diga, o estaría encantado de invitarla a un café donde guste.

(...)

Pues verá, es una historia larga. Mis padres vivieron en este pueblo hace unos cincuenta años. Mi padre también era notario, y éste fue uno de sus primeros destinos. El caso es que en casa de mis padres estuvo trabajando una mujer, joven, entonces tendría unos veinte años. Un día, mi padre echó en falta un reloj de bolsillo. Era un reloj valioso, de oro. Buscaron por todas partes pero no apareció. Como mi padre estaba seguro de haber traído el reloj a casa y no haberlo perdido fuera, sospecharon de la cria... o sea, la asistenta. Ella negó haberlo cogido, pero el caso es que mis padres perdieron la confianza en ella y... la despidieron. Poco después mi padre se trasladó a otra notaría. No volvieron a saber más de aquella mujer.

Ahora hay que dar un salto en el tiempo. Hace apenas un mes, estando yo sentado en una butaca, del bolsillo del pantalón me desapareció un cheque. Estaba tan seguro de que lo llevaba ahí, que sólo encontré una explicación: se había metido por la raja, ésa que tienen los sillones entre el asiento y los brazos. Intenté meter la mano para cogerlo pero fue inútil. Tuve que avisar a un tapicero. El caso es que, al desmontar el sillón para sacar el cheque, apareció también el viejo reloj de mi padre. O sea, que siempre estuvo allí: nadie lo había robado.

-¿Y por qué me cuenta todo esto?

-Pues el caso es que la asistenta a la que mis padres despidieron podría ser... su madre.

-¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?

-Mi madre me ha proporcionado algunos datos, más bien pocos, porque ha pasado mucho tiempo. Y esos datos los he pasado a una agencia de investigación. Ya sé que le sonará raro, contratar a un detective para esto. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?: no sé hacer averiguaciones, y ni siquiera conocí a esa mujer: cuando eso pasó yo aún no había nacido.

-¿Y para qué la busca?

-Para que mi madre pueda disculparse. Necesita disculparse con ella, pedirle perdón.

-Vamos a ver si lo he entendido: Su madre echó de su casa indignamente a la mía, y ahora, al cabo de un montón de años, quiere lavar su conciencia.

-Sí, podría decirse así.

-¿Y ha venido su madre al pueblo con usted?

-No, ella está impedida, en silla de ruedas. Precisamente el cheque que perdí era por venta de nuestra anterior casa: nos hemos tenido que mudar porque ya no puede subir escaleras. Por desgracia le queda poca vida. Su enfermedad es incurable, una cuenta atrás. El favor que quiero pedir a su madre es que viaje conmigo para que la mía pueda disculparse. Para que no muera con esa comezón.

-Tengo que pensarlo. En principio me parece que, si eso es verdad, lo que hicieron con mi madre fue una cabronada. Y eso no se borra diciendo “lo siento” al cabo de cincuenta años. Por lo menos, que quienes lo hicieron lleven ese peso en su conciencia.

-Comprendo su reacción. A mí también me subleva, ¿sabe?, aunque los autores de esa infamia fueran mis padres. Lo único que le pido es que me permita hablar con su madre, o al menos le transmita mi ruego. Piénselo, por favor, y dígame cuándo podríamos vernos otra vez.


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-Ya he hablado con mi madre. No es la persona que busca.

-¿Ah, no?

-No.

-Pues... tendré que seguir indagando.

-No hace falta.

-¿Cómo?

-Que no es necesario. Su detective iba bien encaminado, sólo se equivocó un poco. La persona a la que busca es mi tía.

-Ah, entonces se explica el error: los mismos apellidos, el mismo pueblo... Y ¿me permitiría usted hablar con su tía?

-No puede ser: está muerta. Murió hace dos años.

-Vaya... Me deja de piedra.

-Pues eso es lo que hay.

-No sé cómo va a encajarlo mi madre cuando se lo diga. No tiene ánimo para nada desde que apareció el reloj.

-Lo siento, y perdone por haber estado áspera el otro día. Usted no tiene culpa de lo que hicieron sus padres. Tengo que dejarle.

-¿Sabe? Ya que su tía ha muerto, me gustaría al menos explicarle a mi madre cómo fue su vida: qué pasó después de que la despidieran.

-Se fue del pueblo. Quien mejor conoce la historia es mi madre.

-Entonces, por favor, permítame hablar con su madre.

-Está bien, le daré las señas del hospicio, anótelas si quiere.


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-Buenos días, señora. Soy Pablo Villanueva.

-Mi hija me ha hablado de usted.

-Bueno, ya sabe por qué he venido. Querría que me hablara de su hermana.

-Mi hermana... Cuando la despidieron de casa del notario, se marchó del pueblo. Aquí todo el mundo la miraba como a una ladrona. Porque se corrió la voz.

-Pero encontraría trabajo en otro sitio.

-Le daba igual todo. Algún trabajo tuvo, pero al final se fue con las monjas. En el convento vivió en paz, hasta que le vino la trombosis. Va para dos años que murió.

-Estoy pensando... Señora, lo que voy a pedirle quizá le parezca un despropósito. Pero mire, mi madre va a sufrir mucho si sabe la verdad. Ella necesita pedir perdón por aquella injusticia. Y no se puede pedir perdón a una persona muerta. Si usted aceptara venir conmigo y hacerse pasar por su hermana... Se lo suplico. El viaje no es largo, y luego… Será un momento. Simplemente para que mi madre pueda, antes de morir, obtener su perdón.


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-Mira, mamá, ha venido conmigo Ino.

-Acércate, ven que te abrace. ¡Cuánto te hicimos sufrir, y sin ninguna razón!

-Vamos, señora. El tiempo lo cura todo.

-Perdona, hija mía, ¡qué injustos fuimos!

-Está perdonada, señora. No le dé más vueltas a eso.

-Y cuéntame, Ino, ¿qué fue de ti?

-Pues ya ve, señora, me casé, tengo una hija, dos nietos...

-¿Seguiste viviendo en aquel pueblo?

-Sí, señora, allí sigo. Aunque ahora estoy en el asilo municipal, por no dar la lata a la familia.

-Pero... ¿Seguro que eres Ino? De pronto me ha venido a la cabeza... Ino tenía una hermana, yo creo que... Durante un tiempo estuvo viniendo a casa cuando ella enfermó. Las mismas facciones, ese lunar en...

-Ha acertado, señora: soy Adela, la hermana de Ino. Pero da igual. Yo la perdono a usted en su nombre. La perdono como Ino la habría perdonado. ¿Sabe? Ino se hizo monja, estuvo en clausura y fue feliz a su manera. Va a hacer dos años que murió. Ino está en el cielo y allí la ha perdonado. Y Dios también. No llore, señora.

-¿Has ideado tú esta farsa, Pablo?

-Lo siento, mamá. Sólo quería que dejaras de sufrir.

-...Y toda mi vida así, sin pintar nada. Fue mi marido quien se empeñó en despedir a Ino. Dijo que bastante hacía con no denunciarla al juez. Habría sido aún peor: ¡una denuncia del señor notario! Con esto no me justifico: yo también soy culpable por no afear más la conducta a mi marido. Una reputación destruida sin pruebas, temerariamente... ¿Y qué importaba, siendo una pobre criada?

-Vamos, señora, tranquilícese. Yo también me he prestado a esta simulación, para consolarla. Abráceme otra vez y será como si abrazara a Ino.

-Gracias. ¿Sabes que me queda poco tiempo de estar aquí? Pronto... No sé dónde iré cuando muera. Pero, vaya o no vaya a algún sitio, ya no veré más injusticias como ésta.

3 comentarios:

Blanca dijo...

Interesante, y no he de calificarte el estilo, esos brincos en el tiempo....bien, simplemente, bien,
Escritor, fue un gusto leerte, como siempre

saiz dijo...

Gracias, Blanca. Me alegro de que lo hayas entendido. Con eso de los saltos en el tiempo, uno no siempre sabe si se entenderá.

~PakKaramu~ dijo...

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