22.4.10

En mis manos

Tras su investidura, el presidente electo se desplazó al palacio (sede de la Presidencia y, al mismo tiempo, su vivienda oficial). Al llegar allí, se dirigió al despacho presidencial para esperar la visita de su antecesor y del ministro de Defensa en funciones. El presidente saliente y el ministro le transmitieron los mayores secretos de Estado, esto es, el mapa de los lanzamisiles y las claves del botón nuclear (el botón conectado al armamento atómico). Para accionar éste había que abrir un armario blindado, marcar un código de diez dígitos y seguidamente apretar el botón.

Por la tarde, después de comer, el presidente se encerró en su despacho para ultimar la lista de ministros que iba a nombrar. Pero no pudo resistir la tentación de abrir el armario y quedarse mirando aquel botón.

Pensó “Miles de millones de años desde la aparición de la vida. De las primeras células a los mamíferos. Vida acuática. Salida del mar. Adaptación al medio terrestre. Tránsito de las bacterias a la vida vegetal. De las plantas a los animales. Extinción de los saurios. Desarrollo de la inteligencia. Irrupción del hombre... Y ahora, con sólo pulsar un botón –este botón, de pronto en mis manos- probablemente todo desaparecería. Todo. No sólo la humanidad, sino la vida, toda forma de vida en la Tierra”.

El presidente sintió una turbación, como si le invadiera una especie de vértigo.

Estaba así, aturdido, cuando entró en el despacho su hija de seis años. A la niña le llamó la atención aquel botón, quizá por su color amarillo y porque estaba dentro de un armario abierto; de modo que se acercó a él.

El presidente, alarmado, se levantó y le impidió el paso:

-No lo toques. Es muy peligroso.

La niña preguntó:

-¿Hace daño? ¿Es como los quemadores de la cocina?

Y el presidente:

-Sí, hija. Algo parecido a eso.

2 comentarios:

M. Carme dijo...

Mucho poder para una sola persona. Mientras esa persona este en su sano juicio, perfecto. Pero, ¿que pasaria si este poder llegará a manos de un loco? alguien que pusiera sus más viles deseos por delante de todo, alguién incapaz de razonar las soluciones posibles a un conflicto. ¡bummm todo por los aires! Tiene derecho la humanidad a poseer el poder de destruir y ser incapaz de respetar el planeta que nos dá la vida.Porque sin el agua, el sol, el aire de este planeta no hay vida. ¿Seremos realmente capaces de destruir toda esta belleza? y total para que, para demostrar poder, ¿de que sirve demostrar poder , si al final no queda nadie para obedecer.

saiz dijo...

Llevas toda la razón, M. Carme.

Puede que el botón nuclear no sea un botón, sino una clave o un código. Tal vez (ojalá) no sea solamente un botón, un código o una clave, sino varios botones, códigos o claves sobre los que operar conjuntamente. Sí, es preferible que sea así. Es preferible que una sola persona no pueda acabar con la vida en el planeta. Que, al menos, sean necesarias varias voluntades actuando de consuno. Porque una sola persona (el jefe de Estado, la autoridad militar…) puede sufrir un trastorno mental o un brote de ofuscación o arrebato… y pulsar el botón.

(Claro que varias personas también pueden sufrir al mismo tiempo una crisis de locura. No sería la primera vez.)

Por otro lado, es de suponer que el procedimiento para accionar las armas nucleares no será muy complejo. Sin duda, quienes lo han diseñado habrán previsto que, en caso de ataque, la reacción ha de ser inmediata.

Así que probablemente son muy pocas voluntades las que, fugazmente y sin mayores controles, pueden desencadenar el apocalipsis: el exterminio global de la humanidad.

Estamos todos los humanos a merced de unas cuantas mentes, de unas pocas voluntades, tan expuestas al desequilibrio o a la enajenación como las de cualquier otra persona.

Todo el planeta está en manos de unas pocas manos (¿cuántas: dos, tres, tal vez cuatro…?). De poquísimas manos que, además (y a juzgar por su comportamiento en la vida privada y en la actividad política), no parecen ni demasiado sensatas ni demasiado lúcidas.

Toda la vida en la Tierra depende de que una (o dos, o tres, o cuatro) personas no aprieten un botón.

A este grado de fragilidad hemos llegado.

Habrá que preguntarse qué hacer para que ese botón (o botones), y las armas a él conectadas, dejen de funcionar. Para que desaparezca de una vez el botón de apagarlo todo.