11.6.10

Cremación

La última voluntad de un amigo es sagrada, y puesto que Franz me pidió que destruyera sus escritos los destruyo y ya está. Han pasado varios meses desde su muerte y aquí estoy, en mi casa, delante del fuego. He leído los textos que no me enseñó en vida y sé que lo que voy a quemar es muy valioso. No hablo de valor económico (los relatos de Franz no gustarían al gran público) sino literario. Son obras irrepetibles, únicas. Pero la última voluntad de un amigo no se discute.

Echo al fuego los manuscritos de “América”, “El proceso”, “El castillo”. Veo arder los folios de la “Carta al padre”…

Las llamas los consumen. Vorazmente prenden y de inmediato son hojas quemadas. Vuelan sobre las llamas briznas negras. Recojo las cenizas y las tiro.

Franz Kafka, y no Max Brod, ha dejado a todos sin la historia del hombre al que se procesa y juzga sin saber nunca por qué; sin el relato del Castillo, sede de esa autoridad que nadie conoce ni entiende…

Una gran pérdida, sin duda.

Pero, después de todo, ¿iban a ser los hombres más felices? ¿Iba a dejar de haber crímenes, guerras…? Estamos en 1924. Si, por ejemplo, dentro de quince años hay otra guerra en Europa, ¿dejaría de haberla sólo porque Franz publicó sus creaciones? ¿Sería mejor la humanidad? ¿Cambiaría el mundo algo por eso?

No.

Entonces, ¿qué más da?; ¿qué importancia tiene, en el fondo, haber quemado estos papeles?

2 comentarios:

aurora dijo...

Pero al final no los quemó, verdad?

saiz dijo...

Hola, Aurora. No, finalmente Max Brod publicó los textos inéditos de Kafka. Según explicó, consideró que no tenía derecho a privar a la humanidad de esas obras; y que, por otra parte, si Kafka hubiese deseado realmente que desaparecieran, las habría destruido él mismo. No sé si lo decía con plena convicción o se trataba de una excusa. Pero el caso es que Brod publicó los manuscritos de Kafka.

En mi relato fantaseaba acerca de la posibilidad de que su decisión hubiera sido la contraria. Desde luego, habríamos perdido los mejores relatos sobre la arbitrariedad humana. Pero lo cierto es que las obras de Kafka no evitaron que las arbitrariedades y abusos se prodigaran en el mundo. Pocos años después de su muerte llegó al poder el nazismo en Alemania, se produjo la invasión de Checoslovaquia (de donde era Kafka), estalló la II guerra mundial, se erigieron campos de concentración, se masacró a millones de judíos (Kafka era judío)... Es -tal vez- una demostración de que la literatura, por buena e impactante que sea, carece de utilidad social y política. Tal vez...