3.9.09

Verano del 72

las claras tardes de estío
en que yo aprendí a soñar
(ANTONIO MACHADO)


Miedo al aburrimiento, a la mañana vacía y a las calles abrasadas. Pero es distinto si sube en la bici de su hermano. Hay que sentarse detrás de él, en unos barrotes que se hincan en el culo. Entonces la mañana se le hace corta. El viento le da en la cara mientras bajan a La Yedra. Árboles y zarzas a los lados. En otra bici va Lucas, van a la piscina (el padre de Lucas tiene allí un bar). Después, al volver, Agustín se alza sobre los pedales, jadea y suda. No le pedirá que se baje. Al final de la cuesta, la fábrica de piensos. Lo ha conseguido: Baeza otra vez.

En el siguiente verano sabe montar en bicicleta. Ya no necesita que su hermano le lleve. Pero el tedio amenaza el resto del día. No hay nadie con quien jugar. Pedrito está con sus tíos. Los otros van al campo con sus padres, ayudan, se entretienen.

Por fin un verano llegan unos amigos. Vivían, sin él saberlo, en los estantes. Tienen nombres raros: Nemo, Robinson Crusoe… Algunos (Phileas Fogg, Sawyer, Huckleberry) no sabe pronunciarlos. Son gente de otro mundo que viene a rescatarle.

Es verdad que después surgieron otros temores, pero aquel verano perdió el miedo a no volar.

2 comentarios:

Blanca dijo...

Es que en esas alas te remontas hasta el infinito y mas allá, las mejores alas del mundo(y pensar que tu y quizá yó,trabajamos en construir alas...FELICIDADES!!!

saiz dijo...

De alguna forma, abrir un libro es abrir las alas.

Yo de pequeño me aburría mortalmente, hasta que un día descubrí la lectura. Desde entonces, creo que no he vuelto a aburrirme.

Gracias, Blanca, por tus palabras.