21.2.11

Interiores

No me pagan mucho en el parque de atracciones, pero el trabajo también tiene sus ventajas. No tengo que fingir ni hacer muecas. Protegido por el disfraz de Mickey Mouse, oculto tras su cabeza sonriente, no tengo que esforzarme en parecer que me río. Puedo -mientras muevo los pies, mientras salto o bailo- adoptar el semblante que me salga de dentro. Puedo hacer lo que quiera con mis ojos, mis labios. Puedo incluso llorar sin que me vean. Detrás de esa sonrisa de oreja a oreja no necesito simular nada. Puedo hacer lo que mi alma me pida bajo el disfraz del ratón Mickey, resguardado por esa máscara sonriente, metido dentro de la gran risa falsa.

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