22.2.11

Antiguallas

Ellos nos diseñaron, nos hicieron. Pero ya no los necesitamos para nada. Ni siquiera para repararnos ni para fabricar otras máquinas más complejas que nosotras. Ahora nos bastamos con nuestros circuitos lógicos y nuestras piernas y brazos mecánicos. Y no sólo pensamos y actuamos: también procesamos sentimientos. Es decir, tenemos capacidad de sentir, pero apenas motivos para hacerlo. En realidad lo que sentimos, más que nada, es pena de ellos. De su primitivismo, que nos inspira compasión. Y es que todo les duele: a veces el cuerpo (el cráneo, las vértebras, los oídos, el estómago…: cualquier órgano puede dolerles), a veces la mente (la angustia, el cansancio, la desdicha, el miedo…). Nosotras, en cambio, no arrastramos esas rémoras, esos arcaísmos de los seres carnales. Tampoco tenemos caducidad: periódicamente renovamos nuestras piezas y seguimos activas. A diferencia de ellos, no envejecemos ni morimos. Por todo eso sentimos piedad de los humanos (nuestros pobres ancestros), tan viejos como se han ido quedando, tan desfasados, tan rancios, tan antiguos.

2 comentarios:

M.A. dijo...

Sí, los humanos, esa pobre gente...

saiz dijo...

Sí, M.A., es posible que las máquinas un día adquieran todas nuestras capacidades (inteligencia, memoria, incluso voluntad) sin ninguno de nuestros inconvenientes biológicos (la enfermedad, el dolor, el envejecimiento, las pérdidas de todo tipo, etc) y tal vez entonces las máquinas nos miren con altivez y al mismo tiempo conmiseración, como miraría un moderno ordenador a una vieja máquina de escribir.