12.1.10

Carné de identidad

A los 14 años le apasionan las rimas de Bécquer, oye en el tocadiscos canciones melódicas y cree en la religión que le han inculcado.

A los 18 años aquellas rimas le parecen cursis. Lee a Sartre, a Nietzsche, a Camus. Oye a Pink Floyd y a Rolling Stones. Detesta la música melódica. La fe religiosa le abandona y se reconoce agnóstico.

A los 20 años decide que no se casará ni tendrá hijos porque no tiene sentido traer más gente a este mundo de mierda.

A los 26 años se casa y poco después trae un hijo a este mundo de mierda. Para apaciguar su conciencia se afilia al Partido Comunista por ser el único que puede transformar la sociedad y construir una vida deseable para todos.

A los 35 años se da de baja en el Partido tras llegar a la conclusión de que el colectivismo suprime el estímulo personal y condena a los pueblos a la ruina económica.

A los 37 años se da cuenta de que no sabe quién es, ni en qué cree, ni lo que quiere.

A los 40 años se divorcia de su mujer y vuelve a pensar que nunca debió haberse casado.

A los 43 años se casa otra vez. Con su nueva pareja decide no engendrar hijos y adoptar una niña. Viaja a la India, con su esposa, para recogerla, y al abrazar a su hija adoptiva se siente reencontrado.

Acaba de cumplir 46 años.

A efectos del Registro Civil ha sido siempre (un nombre y dos apellidos, un único número de DNI) una sola persona: siempre la misma, desde donde dice “nacimiento” hasta donde dirá “defunción”. A todos los demás efectos ha sido seis, siete, tal vez ocho personas distintas.

2 comentarios:

Noite de luNa dijo...

Nunca había mirado las cosas así
Es sorprendente y está lleno de razón.

Es muy bueno.

Un abrazo

saiz dijo...

Gracias, Aquí me quedaré.

Lo que viene a decir el relato es una obviedad que todos sabemos, pero el caso es que, por muy justificado que esté, me resulta llamativo este asunto de la "identidad vitalicia" -el mismo nombre y apellidos durante toda la vida- a pesar de que, a lo largo del existir, todos cambiamos y llegamos a ser, en muchos aspectos, lo contrario de lo que éramos unos años antes.

Llegamos a odiar lo que una vez amamos. Llegamos a detestar lo que un día nos gustó. Y viceversa: podemos amar lo que odiamos un día, puede gustarnos lo que antaño nos disgustaba...

Y lo mismo en todo. Una persona creyente puede hacerse agnóstica, una persona de izquierdas puede hacerse conservadora, una persona fundamentalista puede hacerse tolerante (ojalá)... (Y viceversa, siempre puede ser viceversa.)

Y la segunda parte es que generalmente no elegimos esos cambios, sino que nos son dados -nos llegan- por las circunstancias, el conocimiento, o por nuestra propia evolución personal, pero una evolución que no es voluntaria ni electiva.


En cierto modo son ellos, los cambios, quienes nos eligen a nosotros. Quienes nos deciden.

Pese a todo, y por mucho que cambiemos, a lo largo de la vida seguiremos teniendo el mismo DNI (y el mismo ADN -curiosamente estas siglas se parecen entre sí-). Pero tal vez el DNI y el ADN sean las únicas cosas que no cambian durante toda la biografía de una persona.