17.12.07

Misión cumplida

(Basado en una historia real.)

M. tenía 48 años. Un domingo, justo al terminar su jornada laboral, colocando la última colcha de la última cama de la última habitación del hotel, M. se desplomó delante de mí. Al principio pensé que estaba bromeando, haciéndose el derrotado en el preciso instante de acabar el curro. Pero cuando vi sus ojos entreabiertos, su boca babeando y el color ceniza de su cara me di cuenta de que no era una broma.

El enfermero del hotel intentó la reanimación cardiopulmonar hasta que llegó la ambulancia. Le metieron varios chutes de adrenalina y le aplicaron el desfibrilador, pero no hubo nada que hacer. Finalmente lo llevaron en la ambulancia al hospital para que allí certificaran su muerte por infarto.

Ese día yo había estado todo el tiempo con M. Ya por la mañana, mientras cocinaba el desayuno, me comentó que estaba cansado, que había salido tarde del otro trabajo. Durante todo ese día no le vi fumar un cigarro ni beber un trago de alcohol, pero sí le vi cocinando, fregando, limpiando, llevando camas de un piso a otro…

La salud de M. estaba muy tocada. Fumaba bastante y, como buen escocés, le encantaba el güisqui. Es posible que, de todas formas, no hubiera aguantado mucho. Pero ese día no murió por su manera de vivir: ese día murió reventado, delante de mí, en el último empujón para meter la cama supletoria debajo de la principal.

Después de aquello aún tuve que limpiar esa habitación (número 314, two single beds and one double), retirar las cajas de adrenalina, las cápsulas, las jeringuillas, los adhesivos de los parches… y todo mientras pensaba: no pudo morirse en su casa o a primera hora, no, tuvo que acabar su trabajo, terminar su jodida jornada laboral.

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