11.9.07

Anoche cuando dormía

Vivieron en tiempos distintos y, de haberse conocido, no sé cómo se habrían llevado entre sí. Pero anoche estuvieron juntos y, en sueños, convivían sin problemas.

Estaba Titina, la perra de mi infancia y aún luego. Vivió diecisiete años. Cuando jugábamos al ping-pong, ella también jugaba. Esperaba a que la bola cayera al suelo, la atrapaba con los dientes y había que correr tras ella para arrebatársela. Aquel niño (mi antepasado) debió de ser importante para ella porque, al verme, movía su rabo.

Sobre hojas de morera estaban los gusanos. El primer año no lo creía: de pronto habían encogido y tenían alas. ¿Qué fue de sus anillos? Nada hay dentro del capullo.

Estaba el canario. Una noche mi madre, agotada, tras llenar su comedero lo colocó al revés. El siguiente día, al descubrir que por despiste suyo el pájaro había muerto, mi madre cogió su cadáver y lloró. Yo me sentí orgulloso de ella.

Estaban las tortugas. Tras un invierno aletargadas, cada marzo se volvían activas. Si en su cubeta estaban a temperatura constante, ¿quién las avisaba del cambio de estación?

Estaba el mirlo: Black. El del ala rota. Mati lo cogió y le dio de comer en su pico naranja. Lo tuvimos varios meses y después lo soltamos. Puede que viva aún.

Estaba Baguira. La llamamos así por la pantera del Libro de la Selva (Bagheera). Tenía mucho en común con ella. Felinamente digna, ofrecía amistad pero no sumisión. Dominaba dos idiomas: maullido y ronroneo. Quien no haya oído ronronear a un gato no conoce el auténtico sonido del cariño.

Estaban todos. Vinieron juntos a verme. Jugaban entre ellos y jugaban conmigo.

Si mandara en mis sueños tanto como en mi vigilia, aún seguiría soñando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

!!! Qué bonito¡¡¡

saiz dijo...

Gracias, Aurora, por tu comentario.