-Hola, Miguelín, ¿qué haces?
-Pues ya ve, escribiendo. Y
cuando no encuentro una piedra donde apoyar la libreta, la pongo sobre el lomo
de una cabra.
-¿Te gusta escribir, verdad?
-Es lo que más me gusta en el
mundo. Leer y, sobre todo, escribir.
-Me lo ha dicho tu maestro:
que es una pena que tu padre te haya sacado de la escuela. Que eres un niño muy
talentoso y podrías llegar lejos si estudiaras.
-Bueno, ya no soy un niño. Y
prefiero que me llame Miguel.
-Es verdad. Es que me acuerdo
de cuando ibas a la escuela con mi hijo y te sigo viendo igual. Pero los dos
habéis cumplido ya los dieciocho. Mi chaval está ya estudiando en Valencia.
-Ya me habría gustado a mí
seguir estudiando. Pero mi padre se empeñó en que tenía que cuidar las cabras. Y
eso que los curas del colegio hablaron con él, y hasta le ofrecieron darme una
beca, pero no hubo forma de convencerlo.
-Y tú no has nacido para
pastor, ¿verdad?
-Pues verá. Si no hubiera ido
a la escuela, si no hubiera leído poesía (a Góngora, a san Juan de la Cruz, a Calderón…),
pues quizá llevaría mejor lo de las cabras. Pero ahora que he conocido la
escritura, cada vez detesto más ser pastor. Aprovecho cualquier rato para leer
y escribir. Por suerte tengo quien me presta libros: un canónigo de la catedral
y algunos amigos que han seguido estudiando.
-Y también compones. ¿Me
dejas leer lo que estabas escribiendo?
-Es que me da vergüenza.
Además, tengo que corregirlo. Primero escribo la idea y después la pulo. Me
gusta que los versos rimen bien, y que al leerlos parezcan naturales, como si
la rima hubiera salido sola: que no se note el trabajo que hay detrás.
-¿Sabes una cosa, Miguel? A
veces me pasa algo muy raro. Tengo como visiones del futuro. Y a menudo las
cosas que veo se cumplen.
-¿Y por qué me dice eso?
-Pues porque el otro día tuve
una visión en la que aparecías tú.
-¿Ah, sí?
-Sí. Te vi triunfando en los
ambientes literarios. Te vi en Madrid, rodeado de escritores famosos,
codeándote con ellos. En tus versos denunciabas la injusticia: los jornaleros
de la aceituna, los niños yunteros… Quizá por la injusticia que ahora sientes
al no poder estudiar.
-¿De verdad? ¿Y gustaban mis
versos?
-Mucho. Pero después pasaban
más cosas. Y eso ya no es tan bonito.
-¿Qué más pasaba? Siga
contándome, de todas formas yo no creo en premoniciones.
-Pasaban cosas muy tristes.
Había una guerra y tú luchabas en uno de los bandos. Empuñabas a la vez las
armas y la pluma. Con tus versos arengabas a las tropas. Te conocían como el
“poeta-soldado”.
-Bueno, eso no sería tan
malo. Si mis poemas gustasen, lo demás no importaría.
-Pero no es todo. En mi sueño
(no era exactamente un sueño, sino una duermevela) te vi en una cárcel. Habías
perdido la guerra y los vencedores te acusaban de exaltar a los soldados de tu
bando. En la cárcel estabas abatido. Tu mujer y tu hijo (durante la guerra
te habías casado) no tenían qué comer: sólo cebolla. Allí, en la cárcel,
escribías tus versos más grandiosos y también los más tristes. Acababas
diciéndole a tu hijo “No sepas lo que pasa ni lo que ocurre”. ¿Y sabes por qué?
Porque lo que pasaba era tan horrible que la palabra “pasar” se quedaba corta.
Y no sólo eso, Miguel. La historia es aún más cruel. Terminabas muriendo allí,
en la cárcel, de tuberculosis.
-…¿De verdad ha soñado todo
eso?
-Ya te he dicho que no es
sueño. Es algo que a veces me pasa por la cabeza al despertarme. Dura quizá dos
minutos pero a mí se me hacen horas.
-Bueno, le agradezco que me
lo cuente, pero ya le he dicho que no creo en esas cosas. El tiempo de los profetas
ya pasó. No voy a dejar de escribir por lo que me ha contado. Además, aunque
quisiera no podría.
-En fin, ya te he dicho lo
que vi. No puedo asegurarte que vaya a cumplirse. Mis visiones no siempre
aciertan. Sólo te pido que lo pienses, y que andes con cuidado. Si haces lo que
tu padre te ha dicho, si no vas a Madrid, si te quedas aquí en Orihuela
cuidando el ganado, nada de lo que te he contado pasará. Como cabrero tu vida
será sencilla y mediocre, pero no irás a la cárcel, no sufrirás, no morirás
joven.
-Eso no puede ser. No es que
yo quiera ser poeta, es que no puedo dejar de serlo. Así que antes o después voy
a dejar el pueblo e irme a Madrid.
-Es tu vida, Miguel. Pero piensa en lo
que te he dicho. Tengo cosas que hacer, te dejo con tus cabras.
3 comentarios:
Desde el primer momento sabía de quien hablabas...
NO podía evitar ser poeta.
¿Pensaría alguna vez en la cárcel que cuidando cabras estaría mejor?
Un abrazo muy fuerte
Te echo de menos
Buena historia, todos tenemos nuestro destino, y lo seguimos queramos o no.
Muchas gracias, Aquí y M. Carmen, por vuestras palabras. Siento no haberos contestado antes, pues no había visto vuestros comentarios. Os deseo lo mejor en el próximo año que enseguida empieza.
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