3.8.14

Estás avisado


-Hola, Miguelín, ¿qué haces?

-Pues ya ve, escribiendo. Y cuando no encuentro una piedra donde apoyar la libreta, la pongo sobre el lomo de una cabra.

-¿Te gusta escribir, verdad?

-Es lo que más me gusta en el mundo. Leer y, sobre todo, escribir.

-Me lo ha dicho tu maestro: que es una pena que tu padre te haya sacado de la escuela. Que eres un niño muy talentoso y podrías llegar lejos si estudiaras.

-Bueno, ya no soy un niño. Y prefiero que me llame Miguel.

-Es verdad. Es que me acuerdo de cuando ibas a la escuela con mi hijo y te sigo viendo igual. Pero los dos habéis cumplido ya los dieciocho. Mi chaval está ya estudiando en Valencia.

-Ya me habría gustado a mí seguir estudiando. Pero mi padre se empeñó en que tenía que cuidar las cabras. Y eso que los curas del colegio hablaron con él, y hasta le ofrecieron darme una beca, pero no hubo forma de convencerlo. 

-Y tú no has nacido para pastor, ¿verdad?

-Pues verá. Si no hubiera ido a la escuela, si no hubiera leído poesía (a Góngora, a san Juan de la Cruz, a Calderón…), pues quizá llevaría mejor lo de las cabras. Pero ahora que he conocido la escritura, cada vez detesto más ser pastor. Aprovecho cualquier rato para leer y escribir. Por suerte tengo quien me presta libros: un canónigo de la catedral y algunos amigos que han seguido estudiando.

-Y también compones. ¿Me dejas leer lo que estabas escribiendo?

-Es que me da vergüenza. Además, tengo que corregirlo. Primero escribo la idea y después la pulo. Me gusta que los versos rimen bien, y que al leerlos parezcan naturales, como si la rima hubiera salido sola: que no se note el trabajo que hay detrás.

-¿Sabes una cosa, Miguel? A veces me pasa algo muy raro. Tengo como visiones del futuro. Y a menudo las cosas que veo se cumplen.

-¿Y por qué me dice eso?

-Pues porque el otro día tuve una visión en la que aparecías tú.

-¿Ah, sí?

-Sí. Te vi triunfando en los ambientes literarios. Te vi en Madrid, rodeado de escritores famosos, codeándote con ellos. En tus versos denunciabas la injusticia: los jornaleros de la aceituna, los niños yunteros… Quizá por la injusticia que ahora sientes al no poder estudiar.

-¿De verdad? ¿Y gustaban mis versos?

-Mucho. Pero después pasaban más cosas. Y eso ya no es tan bonito.

-¿Qué más pasaba? Siga contándome, de todas formas yo no creo en premoniciones.

-Pasaban cosas muy tristes. Había una guerra y tú luchabas en uno de los bandos. Empuñabas a la vez las armas y la pluma. Con tus versos arengabas a las tropas. Te conocían como el “poeta-soldado”.

-Bueno, eso no sería tan malo. Si mis poemas gustasen, lo demás no importaría.

-Pero no es todo. En mi sueño (no era exactamente un sueño, sino una duermevela) te vi en una cárcel. Habías perdido la guerra y los vencedores te acusaban de exaltar a los soldados de tu bando. En la cárcel estabas abatido. Tu mujer y tu hijo (durante la guerra te habías casado) no tenían qué comer: sólo cebolla. Allí, en la cárcel, escribías tus versos más grandiosos y también los más tristes. Acababas diciéndole a tu hijo “No sepas lo que pasa ni lo que ocurre”. ¿Y sabes por qué? Porque lo que pasaba era tan horrible que la palabra “pasar” se quedaba corta. Y no sólo eso, Miguel. La historia es aún más cruel. Terminabas muriendo allí, en la cárcel, de tuberculosis.

-…¿De verdad ha soñado todo eso?

-Ya te he dicho que no es sueño. Es algo que a veces me pasa por la cabeza al despertarme. Dura quizá dos minutos pero a mí se me hacen horas.

-Bueno, le agradezco que me lo cuente, pero ya le he dicho que no creo en esas cosas. El tiempo de los profetas ya pasó. No voy a dejar de escribir por lo que me ha contado. Además, aunque quisiera no podría.

-En fin, ya te he dicho lo que vi. No puedo asegurarte que vaya a cumplirse. Mis visiones no siempre aciertan. Sólo te pido que lo pienses, y que andes con cuidado. Si haces lo que tu padre te ha dicho, si no vas a Madrid, si te quedas aquí en Orihuela cuidando el ganado, nada de lo que te he contado pasará. Como cabrero tu vida será sencilla y mediocre, pero no irás a la cárcel, no sufrirás, no morirás joven.

-Eso no puede ser. No es que yo quiera ser poeta, es que no puedo dejar de serlo. Así que antes o después voy a dejar el pueblo e irme a Madrid.

-Es tu vida, Miguel. Pero piensa en lo que te he dicho. Tengo cosas que hacer, te dejo con tus cabras.