11.2.11
Hemorragia interna
Entra en la habitación del hospital como si temiera llegar tarde a una cita. Mira al enfermo y éste, tras la mascarilla y los tubos, reacciona con sorpresa. El visitante y el hombre encamado se estrechan las manos, fuerte, largamente, hablándose con la mirada. El silencio lo ocupa todo, así que la hija del enfermo tiene que salir. Fuera, con la vista nublada y una presión que crece en la garganta, la muchacha identifica a aquel hombre como el viejo amigo de su padre. Recuerda las charlas y risas de ambos, años atrás, cuando ella era pequeña. Ahora el visitante sale abatido al pasillo. Se acerca a la muchacha y dice: “Dejamos de hablarnos hace años. No recuerdo el motivo. Por una sandez…”. Se gira y echa a andar, haciendo gesto de despedirse con una mano y llevándose la otra a los ojos.
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3 comentarios:
Oscar, Marian, Cande, como he amado a los amigos de mi padre. Es tan hermosa la amistad de los que llegan a viejosPero parece que ya solo queda mi padre, de su generación, quedarse al final, a despedirlos a todos. No es agradable.
No, Blanca. Lo más triste de ser el último (o la última) en salir es ver irse a quienes compartieron camino (como dice el tango, "Adiós, muchachos, compañeros de mi vida..."). Y, claro, con cada uno que se va se marcha también una parte de quien se queda. Yo lo estoy viendo con mi madre: Han ido muriendo, una a una, casi todas sus amigas (además de su hermano), y -aunque ella no lo dice- yo sé que cada muerte es un agujero, un descosido, una pequeña mella en su alma.
Por eso digo que es triste, Saiz.
Te dejo un abrazo.Aquí tenía vértigo, sabes?
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