Érase una multitud de pantallas. Millones de pantallas repartidas por el mundo y conectadas entre sí.
Además, cualquiera podía abrir con toda libertad y gratis una dirección o “página”, y a ella podía accederse desde cualquiera de esas pantallas.
Para publicar lo que uno quería no tenía que pasar por ninguna censura, y ni siquiera mendigar la aprobación de un editor.
Y las demás personas, si deseaban, podían leerlo desde cualquier rincón del planeta con sólo teclear http:// más esa dirección.
Todo eso, en buena lógica, estaba llamado a ser un sueño o un delirio (como la teletransportación o los viajes en el tiempo). Tendría que formar parte de un relato de ciencia ficción, “La red prodigiosa” o algo así. Debería ser quimérico y fantástico. Debería ser fabulación pero sorprendentemente es real.
Tecleamos y, más que pulsar teclas, palpamos la utopía con la punta de los dedos. Miramos la pantalla y lo que vemos es un milagro: un sueño evadido del país de lo imposible; un sueño exiliado en la realidad.
(¿Seguro que estoy despierto? ¡Eh, vosotros, los que estáis al otro lado: decidme por favor que no lo estoy soñando!)
”Érase una vez…”. No: en este caso “es” una vez.
25.2.11
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