Tu coche se ha averiado en la autovía. Una grúa lo traslada al taller más próximo. Es uno de esos talleres de carretera, donde van a parar los vehículos siniestrados.
Te quedas mirando algunos: carrocerías reventadas, habitáculos hundidos, chapa rugosa como un fuelle. Caricatura cruel de estilizados diseños. ¿Cuántas personas habrán muerto en ellos? ¿De qué sirve ahora esa chatarra?
Cuando por fin tu coche está reparado conversas con el mecánico. Mientras rellenas un talón bancario te sorprende ver, en una vitrina, el logotipo de tu empresa. Está rotulado en un papel: la clase de formularios que usáis en la oficina. Preguntas al mecánico, y él:
-Apareció en un coche que trajeron hace quince días. Cuando se desguaza un vehículo salen muchas cosas: papeles, monedas, llaves… Todo lo que se fue colando por las rendijas. Yo los guardo, por si acaso.
Así que alguien de tu empresa sufrió un accidente. El mecánico ignora quién conducía aquel coche, pero te asegura que su chasis quedó destrozado.
Estás de vacaciones, como el resto de la plantilla. Cuando vuelvas al trabajo faltará una persona. ¿Quién?
El 1 de septiembre saludas a tus compañeros. Aún quedan varios por incorporarse a la oficina. Cada vez que se abre la puerta piensas “éste tampoco”. Después, una silla desocupada y un rumor que cobra fuerza (“murió el 2 de agosto”). Al fin la víctima tiene un rostro: ése que ya no verás.
Miras a tu alrededor, te miras a ti mismo y piensas que componéis el club de los supervivientes.
1.2.11
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2 comentarios:
Muy bueno Saiz, muy bueno.
Gracias, Blanca. Y, como siempre, es una alegría verte por aquí (y también por el sitio de Aquí, tú ya me entiendes).
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