Eligieron al más sabio para que los gobernase. Y éste tomó la palabra y pronunció su primer discurso:
“Concededme los medios para dirigir y gobernar. Pero, al mismo tiempo, ponedme límites, barreras, contrapesos.
No dejéis que un día pueda ordenar que decapiten a alguien para complacer a mi hija, o incendiar una ciudad por gusto de verla arder, o nombrar senador a mi caballo (como se contó de Herodes, Nerón o Calígula: déspotas, tiranos, seres incontrolados, víctimas también ellos de su poder inobjetable).
No consintáis que me comporte como un niño consentido y malcriado, al que todo se le permitiera.
No toleréis que mi capricho sea ley para nadie.
No admitáis que me sepa inmune, ni impune, ni irresponsable de mis actos.
No permitáis que mi poder sea omnímodo, irrefrenado, incontrolable.
¿Quién sabe los abusos, los desafueros, las arbitrariedades en que, en tal caso, podría yo incurrir?
Así que, por vuestro bien y también por el mío, limitadme”.
13.2.09
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