Treinta años después, él también tiene una cita con la madera. Durante todo ese tiempo, algún gallo le ha hecho recordar, diariamente, el momento en que negó a su maestro.
Recuerda que al principio estuvo dispuesto a correr la misma suerte que él. Incluso golpeó en la oreja a uno de los que le prendían. Pero en el último momento se achantó. Luego una mujer dijo “Éste es uno de los que iban con el preso”. Él lo negó tres veces y a continuación cantó un gallo. Desde entonces, quiquiriquí significa deslealtad.
Recuerda también que al maestro lo crucificaron, entre dos ladrones, en el monte de la Calavera. Y que él ni siquiera se acercó a verlo.
Sin embargo, hoy va a arrancarse aquella espina. Está lejos de donde pasó todo aquello, pero le espera una cruz parecida. Como la del hombre al que, de no haber negado, pudo acompañar hasta el final.
Han pasado treinta años. Ya no es joven ni fuerte. Sabe que va a sufrir, pero aguarda anhelante.
El viento trae ladridos y relinchos. No se oye ningún gallo.
Pero da igual: el gallo que ahora cantase no llevaría razón.
7.1.09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Qué bonita forma de contarlo, Isidro. Gracias.
Gracias a ti, Yahaira, por tus visitas.
Publicar un comentario