Estaba enamorada de aquella voz tersa y compacta que salía de la radio. Por eso pidió que la dejaran presenciar, tras el cristal del estudio, la emisión del programa.
Ese día descubrió que el dueño de la voz no era como pensaba. Era un locutor desangelado, con tripa, canoso, con entradas…
¿Cómo podía brotar aquella voz perfecta de ese cuerpo sin garbo?
Y lo peor era que, en lo sucesivo, ya no podría disociar la voz de aquella imagen.
No: decididamente no tenía mucho sentido enamorarse de una voz, una garganta…, un trozo aislado de alguien.
Por todo lo cual, mientras volvía a casa se le ocurrió la moraleja más ripiosa que cabe imaginar:
Si de la voz de la radio alguien se enamora,
será mejor que no visite la emisora.
5.1.09
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3 comentarios:
Ja-Ja. Hola, Isidro. Me gustói tu relato. Está bien empezar el año riendo.
Hola Isidro:
Gracias por tu relato. Cuídate.
Saludos.
Yahaira
Gracias a vosotras, Aurora y Yahaira. Si os ha hecho reír, me alegro.
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