Mira mi colección de cerebros conservados en formol. Uno es el cerebro del dictador I., que sometió a su pueblo a base de crímenes. Otro es el cerebro del misionero F., que sacó de la miseria a miles de indígenas. Otro es el cerebro del asesino R., que mató a tres mujeres después de violarlas. Otro es el cerebro del político S., que dimitió para no firmar una sentencia de muerte. Otro es el cerebro del emperador N., que mandó invadir varios Estados limítrofes. Y finalmente el cerebro del presidente L., que hizo abolir la esclavitud en su país.
Obsérvalos despacio. Fíjate en sus surcos, sus pliegues, sus circunvoluciones. Son casi iguales, apenas se diferencian en forma y tamaño. Es difícil distinguirlos. Entre sí, los cerebros se parecen como gotas de agua. Son tan similares como los fémures, las retinas, los páncreas de varias personas.
Sigue observándolos. A ver dónde encuentras en ellos la bondad, la vileza, la compasión, el odio… (¿No residían allí físicamente? ¿No estaba allí su sede, su alojamiento orgánico -una masa esponjosa situada bajo el cráneo-? ¿No fue ésa su materia, su tejido o sustancia?)
Mira mi colección de cerebros e intenta averiguar de quién fue cada uno.
26.5.11
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