Por raro que parezca, el soldado americano que vigilaba a los prisioneros y el soldado japonés se hicieron amigos. (Habían convivido en un campo de prisioneros improvisado en una isla del Pacífico.) Así que, al acabar la guerra, ambos “contendientes forzosos” -vigilante y vigilado- mantuvieron viva su amistad.
El soldado japonés invitó al americano a visitar su ciudad. Le enseñó la escuela en que trabajaba como profesor de inglés antes de ser enviado a la guerra. Le mostró las aulas y los patios donde, en medio del natural griterío, correteaban los niños a la hora del recreo. Le llevó al parque en que jugó de pequeño. Le presentó a su familia.
Después, el soldado americano invitó al japonés a visitar su pueblo. Le enseñó el rancho que cultivaba, las espigas de maíz, el tractor… Le presentó a sus colegas de la banda de jazz y le invitó a comer en casa, con su mujer y su hija.
El exvigilante y el exprisionero continuaron viéndose y carteándose durante varias décadas. Algunos de sus encuentros (en Japón o en Estados Unidos) terminaban de madrugada, después de una cena bien regada. Entonces ambos soldados se preguntaban por qué se declaró, años atrás, aquella horrible guerra. ¿A quién sirvió? ¿Para qué sirvió? Y, animados por el vino, dedicaban certeros adjetivos a quienes en ambos bandos les forzaron a masacrarse. Cualquiera que les escuchara podía oír expresiones como “cabrones”, “hijos de perra” y otros epítetos adecuados y biensonantes.
3.6.11
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3 comentarios:
Te recomiendo, "La casa de té, de la Luna de Agosto", no recuerdo el autor, parecería que ha lo has leído. Bye.
Gracias, Blanca. Intentaré encontrarlo.
Blanca, no sé qué pasa, que intento acceder a tu blog desde aquí, pinchando en tu firma, y me sale que no es posible el acceso. ¿A qué se debe?
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