-¿Te apetece una copa? Acabo de descorchar la botella. Estoy haciendo la crítica para una revista.
-Gracias. A ver, ¿me dejas leer lo que has escrito?
“Presenta un color rojo picota, limpio y brillante. Destaca su intensa nariz, fruto de la crianza en barrica de roble americano. Con recuerdo a compotas de bayas silvestres (mora, grosella), notas florales y madera bien ensamblada, resulta carnoso y aterciopelado en boca. Mantiene el equilibrio, con taninos bien estructurados. Es intenso y complejo, de agradable y largo postgusto retronasal. Excelente para acompañar pescado azul y carnes rojas”.
-Suena bien, pero acabo de probarlo y no he notado nada de eso. No te digo que no esté bueno. Pero de bayas silvestres, compota y madera, nada de nada. Y de aromas florales, ni flores.
-Pues claro. Es puro malabarismo verbal. Por eso hay abstemios que me leen.
-¿Ah, sí? A mí me pasa con la lidia: me desagrada profundamente su existencia, pero aun así leo algunas reseñas taurinas. Por el lenguaje. Aunque en tu caso ¿no sería más veraz decir “este vino está delicioso: sabe a sí mismo”?
-Quedaría abrupto. Y se trata de que la gente, aparte de beber vino, lo lea. Además, tal vez a alguien, después de leer mi crítica, le sepa realmente a madera, compota y bayas. Pudiera ser.
12.9.07
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