Mi hija cumplía seis años y sus compañeros del cole vinieron a merendar. Hubo velas, tarta, cumpleaños feliz. Y al final actuó el payaso Kiko.
Como había que atender a once niños, mandé a Estela, mi empleada de hogar, que estuviera con ellos. Y mientras el payaso hacía muecas, Estela rompió a llorar. Intentó contenerse pero no pudo. Entonces reparé en mi insensibilidad: para poder trabajar Estela había dejado a sus hijitos en Ecuador, al cuidado de su tía. Así que le dije: “Vaya a su habitación y llore cuanto necesite”.
Cuando terminó la fiesta, fui a ver a Estela y le pregunté:
-¿Cuánto tiempo lleva sin ver a sus hijos?
-Más de dos años: desde que vine a España.
-Es demasiado. Tome este dinero y compre un pasaje. Váyase un mes a Ecuador.
-Entonces ¿me despide?
-No diga tonterías. Quiero que compre un billete de ida y vuelta, para que esté un mes con sus hijos.
-Muchísimas gracias. Me hace un gran favor. No sé cómo devolvérselo.
-No hay nada que devolver.
Le pagué el vuelo y durante aquel mes contraté a una sustituta. Tuve que renunciar a algunas cosas: cosas superfluas, naturalmente.
Desde luego, esto no cambia nada. Sigo siendo ruin y egoísta. Pero sé que en algún lugar de mi corazón vive un pájaro y una vez (sólo una vez) le dejé salir.
23.1.06
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2 comentarios:
También vuela en mí. Debería quedarse siempre.
Gracias, Paralelo 49, por tu comentario.
Abrazos.
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