Fue duro recibir una caja que contenía una cubeta de lavabo. Se me representó enseguida la imagen del pretor Poncio lavándose las manos antes de consentir la ejecución. Y recordé las veces en que, como él, me lavé las manos. Entre otras:
-Toxicómanos llevados a la cárcel en vez de a un hospital donde curarse de su adicción. (Pero la ley lo mandaba: excusa universal.)
-Impunidades basadas en defectos de forma. (¿Y qué querías? Acuérdate del juez valenciano, denostado por grabar las conversaciones. Ellos se fueron de rositas y a él nadie le defendió: lo que sacó a la luz salpicaba mucho.)
-Retractaciones debidas a amenaza del agresor. (Era fácil no hurgar en las raíces, encarpetar el asunto.)
Al margen de quién la envíe, recibir una cubeta por correo obliga a hacerse preguntas.
Poco importa que al final fuera una remesa de Suministros. Lo que cuenta es que fue instalada en los aseos del tribunal y ahí sigue, disponible, para lavarse las manos.
26.1.06
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