Claro está que no soy el primero ni el último
que se aquieta,
se abstiene,
deja hacer.
Pero antes de mí nadie lo exhibió de este modo,
y creo que después nadie lo hará.
Mucha gente quería ejecutar a un hombre.
Me lo llevaron preso para que lo juzgase.
Yo no encontré motivos para crucificarlo.
Pero insistieron tanto que tuve miedo
de un tumulto o revuelta,
algo que provocara que me destituyesen.
No iba a arriesgar el cargo
sólo para evitar una injusticia.
Así que a fin de cuentas dejé que lo mataran.
Pero antes hice traer un barreño con agua
y en él
públicamente,
casi ostentosamente,
lavé mis manos.
"Yo no mando matarlo, tan solo lo consiento"
-quise mostrar a todos.
"Mis manos están limpias"
(pero no, no lo estaban)
-es lo que proclamé.
Mientras me lavaba las manos,
aquel hombre inocente miraba lo que hacía.
A veces me pregunto
qué pensó.