Imaginad mi sorpresa cuando vi mi nombre en una esquela mortuoria. Había viajado a otra ciudad para concertar unos pedidos y se me ocurrió comprar el periódico local. De pronto, al pasar la página me saltó a los ojos: “Con gran pesar comunicamos el fallecimiento de” y luego mi nombre y apellidos. Menos mal que lo que luego seguía (edad, parientes) me aclaró que el muerto no era yo, sino alguien que se llamaba igual. Y es curiosa la coincidencia, porque ni mi nombre ni mis apellidos son corrientes.
El caso es que esto me impactó y, aprovechando que el asunto de los pedidos llevó poco tiempo, cogí un taxi y me planté en el funeral. Sentía curiosidad por esa persona que había cargado con mi nombre y apellidos. Y, por lo que pude ver en la iglesia, su vida fue bastante parecida a la mía: nacido cinco años antes, se casó y tuvo tres hijos (uno más que yo). Se dedicó también al comercio (de muebles en su caso, textil en el mío). Debió de tener muchos amigos, porque el templo estaba a rebosar. Puede que exagere, pero aprecié analogías entre su mujer, sus hijos y los míos. Tuvo una muerte rápida, como desearía para mí.
Durante la homilía, el oficiante (que sin duda le había tratado) dijo algo que no entendí: “Nos veía con las manos y con el corazón”. Esto me dejó bastante intrigado. Así que, al acabar la misa, me puse a oír comentarios de los asistentes. Y entonces lo entendí: aquel hombre (mi homónimo) nació ciego y nunca pudo ver. Vivió siempre entre tinieblas. A pesar de eso, había tenido una vida similar a la mía.
De modo que no sólo bregó con mi nombre, mis apellidos, mis circunstancias… Afrontó, además, la oscuridad.
21.11.11
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2 comentarios:
A esta hora tan temprana me has dejado "ASÍ"
Un beso
Hola, Aquí. Gracias. Luego paso por tu blog.
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