Yo, que nunca fui Tom Sawyer ni Huckleberry Finn, tuve en la infancia un río cerca de casa. Pero un río pequeño, sin islas, sin esclusas, sin barcos de vapor con ruedas de paletas… Comparado con el Mississippi era un riachuelo. Y eso que el maestro (don Juan José) decía que el Guadalquivir es navegable, pero, añadía a continuación, sólo desde Sevilla. Y yo no vivía en Sevilla sino cerca de las montañas donde nace. Así que para mí era una birria de río.
Además, en mi pueblo no había esclavos que se fugaran, ni tesoros ocultos, ni hijos de maleantes que vivieran solos.
Pero, a pesar de todo, un día anduve cerca de vivir una aventura.
Fue cuando la madre de Pedrito iba a cocinar a Dónald. Dónald (¡qué original!) es el nombre que le dimos a un pato. Los padres de Pedrito criaban patos para comerlos. Pero nosotros jugábamos con ellos y nos encariñábamos. Especialmente con Dónald.
El día anterior al previsto para guisar a Dónald, nos acercamos sigilosamente al corral, cogimos a Dónald, lo metimos en una mochila y fuimos a soltarlo en el río.
El pobre pato temblaba de miedo. Cuando llegamos a la orilla, ni siquiera quería salir de la mochila. Así que tuvimos que sacarlo a la fuerza. Pero, cuando al fin sintió el olor del agua, dijo “cuac”, echó a andar patosamente y se zambulló.
Lo seguimos con la mirada hasta que, en un recodo del río, se alejó para siempre.
De regreso al pueblo, Pedrito tenía miedo de la reacción de sus padres. “La que me va a caer encima”, se quejaba.
Y fue entonces cuando, de camino a Baeza, tramamos nuestra evasión: si sus padres le pegaban o castigaban, nos escaparíamos juntos.
Sería la gran hazaña de nuestra vida: fugarnos e irnos a vivir al campo, en una cueva o una cabaña… Una aventura digna de Tom y Huck.
Pero no. No ocurrió nada de eso. Sus padres apenas le regañaron. Comprendieron que para Pedrito era muy duro aceptar que matasen al pato, y decidieron no criar más animales.
De modo que así se frustró nuestra evasión.
Yo seguí leyendo aventuras de salón y de papel. Aventuras, sobre todo, ajenas: relatos de Twain, libros de “Los Cinco” (de Enid Blyton) y otros de “Los Hollisters” que no sé quién escribía.
Y siempre los leí con envidia, porque el mundo estaba lleno de aventuras pero, por algún motivo, ninguna de ellas fue hecha para mí.
8.2.10
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4 comentarios:
Hola Sai, en mi infancia, si hubo río. En el me enseñé a nadar sola, arpvechando un bando de arena, para deslizarme al agua, si perder pie, o poder pararme, cuando llegaba el miedo. Todos mis recuerdos del río, se refieren al nadar, tantas veces que fuimos a nadar, incluso con río crecido. ¡Que ímpetus! La historia la escribió el río, el dia que fué a ver donde vivíamos. jajaja buen susto nos dió el visitante.
Hasta luego, Saiz, hoy pienso dejarte varios comentarios.
me gusto demasiado! que buen estilo! de ley me hago seguidor tuyo si pasas por mi blog me honrarias mucho
www.lapizdecarton.blogspot.com
Gracias, Blanca. Sí, es cierto: ya leí en tu blog el relato de aquella inundación, que por cierto me gustó mucho porque en él hablabas "de tú a tú" con el río. De algún modo los ríos son símbolo de aventura, tal vez por su fluir incansable. Es curioso que, después de tanto tiempo, asociemos los momentos más felices a aquello que aparentemente no tenía importancia: a aquello que no nos costó nada, como esos días vividos al lado de un río.
Gracias, Augusto. Por supuesto que paso a visitar tu blog. Saludos.
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